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No es por la crisis europea ni por la falta de trabajo en su país. La vinicultura suele ser inmune a los colapsos económicos y hoy no es la excepción. Pero cada vez con más frecuencia los enólogos extranjeros, preferentemente franceses, vienen -y se quedan- a trabajar en Chile y repiten la historia de hace dos siglos, cuando los enólogos europeos sentaron las bases de la industria chilena. El aliciente para ellos es la libertad de creación; para las viñas chilenas, un expertise que les permite estar en línea con los gustos de otras nacionalidades.
"Libertad de expresión" fue lo que encontró Bênoit Fitte, enólogo de Viña Requingua, en Chile. "No es como en Francia, donde todo está normado", explica. "Aquí tienes la posibilidad de hacer vinos nuevos y expresar lo que quieras", agrega Pascal Marty, el enólogo de Cousiño Macul que llegó al país en 1996 como parte del desembarco galo de Almaviva, el joint venture entre Baron Philippe de Rothschild y Concha y Toro.
Luca Hodgkinson, el enólogo de Hacienda Araucano, de la familia francesa Lurton, dice que en Chile tiene la oportunidad de crear vinos únicos. "Su variedad de climas y suelos es tal que te da posibilidades que no se pueden imaginar en Francia", enfatiza.
En Europa, pero sobre todo en Francia, las restricciones vienen por lo que se denomina Appellation d"origine contrôlée, o denominación de origen que no sólo norma la producción de vino, sino también de otros productos agrícolas. "Es tan restrictivo que "si tú quieres plantar un viñedo en tu jardín no puedes", señala Marty.
"Aquí tienes la posibilidad de crear el vino ideal, la bodega a tu gusto, pensando en lo mejor", agrega Mauro von Siebenthal, dueño de la viña del mismo nombre. "En Burdeos te dicen qué cepa plantar, cuánta por hectárea, cómo vinificar, no hay la libertad creativa que existe aquí". En cambio en Chile, dice Marty, "si quieres plantar carménère en la costa lo haces, si quieres cabernet sauvignon en el sur también". Y, lo más importante, hay mucho por explorar. "Hace 15 años no se sabía de valles como Leyda o Casablanca y ahora ves su gran éxito", agrega.
Si bien Von Siebenthal comparte la idea de que "hay mucho por hacer y descubrir", pide un poco de autodisciplina. "No sé... poner en la etiqueta un vino Sol de Rapel pero que se hace en Aconcagua. ¡Qué es eso!", dice, dando un ejemplo falso de los excesos a los que algunos han incurrido.
Este viñatero suizo agrega que aquí el clima ayuda más: para plantar una viña y ver el fruto de ese proceso en Europa tienes que pasar por una generación y en Chile el crecimiento de las vides tarda bastante menos.
Michel Friou, enólogo de Almaviva -la única en Chile que funciona bajo el modelo del ch âteau francés- cree que la viticultura chilena se destaca por sus condiciones naturales de clima y de suelo, "particularmente favorables a la producción de uvas sanas y maduras, dando origen a muy buenos vinos, a la vez frescos y maduros, y excepcionales en los mejores terroirs como Puente Alto y Apalta, donde tuve la suerte de trabajar".
Hay otro factor que pesa a la hora de atraer a enólogos europeos: la cultura. Bênoit Fitte destaca que la poca diferencia entre el campo chileno y su Gasconia natal y en Chile aún se valora la familia y los amigos. Luca Hodgkinson, hijo de madre francesa y padre inglés, pero criado en Barcelona, dice que nuestro país tiene mucho del mundo mediterráneo y eso lo hace más atractivo. Pascal Marty, por ejemplo, trabajó en California y, puesto a elegir, se queda en Chile. "Los californianos tienen su propia idiosincrasia; creo que los chilenos son más europeos", dice.
Michel Friou, de Almaviva, opina que el país "se destaca por su geografía maravillosa, su gente y sus valores familiares". Llegó a estas latitudes porque tras haber vivido y trabajado en Asia y América Latina, quería vendimiar en un país de América Latina. "Vine a Chile en marzo de 1995, inicialmente por tres meses", confidencia. Volvió al año siguiente y tras pasar por Lapostolle, Baron Philippe de Rothschild Maipo Chile, en 2007 aterrizó en Almaviva. "Me ha gustado tanto el país y la experiencia que terminé echando raíces: mi señora es chilena y tenemos dos hijos", cuenta este enólogo francés.
En la industria, el aporte de estos profesionales es muy valorado, porque al igual que Friou, muchos tienen experiencia en vendimias de varios países. De hecho, los padres de la vitivinicultura chilena son franceses. Algunas cepas borgoñesas las trajo Louis Joseph Bachelet, tatarabuelo de la ex Presidenta Michelle Bachelet, y las bordelesas vinieron con monsieur Labouchere, traído por Melchor de Concha y Toro.
Los enólogos extranjeros conocen el gusto internacional. Pascal Marty, por ejemplo, dice que uno de los desafíos de nuestra industria es hacer vinos con menos grados de alcohol, lo que puede implicar, por ejemplo, irse más hacia el sur.
La foto de Nicola Su amigo Irineo Nicola, un pintor suizo avecindado en Chile, le envió en 1997 una foto familiar con un inmenso valle y por allá, a lo lejos, unas vides. Mauro von Siebenthal era un abogado experto en derecho comercial, que trabajaba en Locarno, Suiza, pero secretamente era un enólogo autodidacta que quería tener su propia viña y había explorado comprar en Francia, "muy caro"; en Australia, "muy lejos" y bueno, en Argentina, "veremos". En eso estaba cuando la fotografía le prendió la ampolleta, según la jerga local. Partió a Panquehue, en Aconcagua. Allí compró un páramo lleno de espinos, nueve hectáreas en US$ 10 mil. "¿Por qué compras esa cosa?", me decían, pero yo sabía que de allí saldría un vino maravilloso", cuenta.
La Viña Von Siebenthal produce algunos de los vinos más caros del país, que se venden a una selecta clientela europea, y a rusos, chinos, ucranianos, que se lo pelean. "Tengo que hacer una planilla excel para venderlo gota a gota y que ninguno de los clientes se quede afuera y tenga al menos uno", confidencia. Famoso por su Montelig, el Tatay de Cristóbal, Parcela 7 y Carabantes, hoy experimenta con una nueva cepa, Viognier, "que es lo contrario de los Sauvignon Blanc: este es redondo, voluptuoso, con gran volumen de boca". Saldría al mercado en 2013.
De Gasconia a Curicó Benoit Fitte es oriundo de Monclar-d"Armagnac, un pueblo del sur de Francia, entre Burdeos y Tolosa, en plena zona vinera. Con dos títulos técnicos y su cartón de enólogo de la Universidad de Dijon, trabajaba en Château Montrose, una de las bodegas más famosas de la Borgoña, cuando llegó a Chile en febrero de 1999. "Me enamoré del país, de los valores, de que gusten de la familia y los amigos, del buen comer y, por supuesto, de su clima". Durante tres años alternaba una vendimia en Chile con otra en Francia, hasta que se quedó en 2001 en Viña Requingua, de Curicó. "Compré el pasaje para irme a vivir definitivamente a Chile, un día antes del atentado a las Torres Gemelas", rememora. "Cambió el mundo y también mi mundo", dice desde Curicó.
En Viña Requingua, una casa de 50 años de la familia Achurra, Fitte ha tenido el espacio para experimentar. "En un área de 15 kilómetros hay tanta diversidad de terruños, de suelos, que puedes tener vinos totalmente distintos", comenta. Aunque ha plantado una enorme variedad, dice que en la zona maulina hay potencialidad para variedades como Carignan o el Petit Verdot.