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Adultos que viven con sus padres aumentan en Chile y ya son el 40%

domingo, 13 de mayo de 2012

Valeria Ibarra
Economía y Negocios

El 60% de ellos trabaja, según datos del Ministerio de Desarrollo Social.

Valentina es una profesional de 35 años que viaja dos o tres veces al año al extranjero, que fue a estudiar un año inglés a Nueva Zelandia y se dedica a su vocación, la ciencia. Hoy está haciendo trámites para irse a estudiar un posgrado fuera del país, tiene ahorros suficientes para adquirir una vivienda y pese a ello sigue en la casa de sus padres. Forma parte del 40% de las personas de entre 25 y 35 años que aún no abandona el hogar familiar, un porcentaje que ha ido creciendo en Chile en los últimos 20 años.

Datos del Ministerio de Desarrollo Social revelan que casi un millón de jóvenes en ese rango de edad -954.256 personas- sigue en la residencia familiar, según la Encuesta Casen 2009, es decir, cuatro de cada diez individuos. En 1990, era el 29,5%.

Contra lo que pudiera pensarse, la mayor parte de esos jóvenes trabaja, un 60,5%. Un 8,3% se dedica sólo al estudio y otro 6,4% compatibiliza su educación con alguna labor remunerada. Y hay un 25,2% que forma parte de lo que los estudiosos llaman la generación "ninis": que no estudian ni trabajan.

¿Qué hace que hoy se atrase la independencia? El sociólogo e investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez Carlos Catalán, adelanta al menos tres hipótesis para explicar el fenómeno. Una, que el masivo ingreso a la educación superior, que ha conllevado que hoy 1,3 millones de jóvenes estén estudiando, "atrasó los ciclos vitales". Lo otro es que hoy el estándar definido socio-culturalmente para irse a vivir solo "es muy alto, ya no basta con el catre" y "necesitas el refrigerador, el plasma, la lavadora, tener listo cómo movilizarte y todo eso hace que el single sólo se vea en segmentos medio-altos".

Una tercera razón viene más por una crisis sociológica que en el mundo desarrollado partió antes, en los 60, pero que en Chile aterrizó a fines de los 90: la crisis del sentido del trabajo. Lo que antes te daba un sentido de vida, de pertenencia, una identidad, hoy no, y por eso las sociedades empezaron a valorar más el tiempo libre, la familia y los amigos, las aficiones y los deportes.

En el caso de los jóvenes, como saben que probablemente en su vida tendrán cuatro o cinco reinvenciones laborales, se toman más tiempo para decidir qué hacer, dice el experto de la Universidad Adolfo Ibáñez. Eso unido a la mayor libertad para entrar o salir de los trabajos, hace que la decisión de irse de la casa paterna sea más complicada. En el caso de Valentina, se pudo dar el lujo de decir "basta" a un trabajo que no le gustaba porque sabía que no se quedaría sin techo.

Vivir con los padres
El año pasado los progenitores de un profesional de 41 años lo demandaron e instaron a abandonar la casa familiar, en Mestre, cerca de Venecia, porque el grandulón, que tiene un empleo fijo, se negaba a irse a vivir solo, aduciendo que su madre debía lavarle y plancharle la ropa y prepararle la comida."Ya no podemos seguir así", exclamó el padre. "Mi esposa está estresada con esta situación. Ya es hora de que el muchacho haga su vida", señaló a modo de explicación por la acción judicial, que entre otras cosas buscaba que en una semana su hijo saliera del nido.

Y es que la residencia prolongada en el hogar familiar es todo un fenómeno en Italia. Allí se les llama "mammoni" o "bamboccioni", que uno podría traducir como "guaguatón", los que se triplicaron desde 1983 y son un tercio de los adultos de más de 30 años. Pero en la península la permanencia extendida de los adultos en la casa paterna se debe a varios factores, como la baja empleabilidad, las dificultades para conseguir una vivienda para comprar o alquilar y, además, el peso cultural de las mammas .

El asunto trasciende la frontera italiana. Basta nomás con acordarse de la película francesa Tanguy, donde los padres de un estudioso licenciado en lenguas de 28 años hacen lo imposible para que deje de vivir a sus costas. Infructuosamente.

La menor fecundidad y la mayor educación de los hijos acercan a Chile a la realidad europea, dice Carlos Catalán. Pero, agrega, el asunto es más complejo porque la gran brecha de desigualdad socioeconómica genera derivadas difíciles de conceptualizar y en el mismo saco de la "residencia prolongada" caen la madre soltera que se quedó con sus padres para poder educar a su hijo o hija y trabaja de sol a sol, con el profesional que está haciendo su segundo magíster y que sale a carretear todos los fines de semana con sus amigos.

En Chile, los hogares de ingresos más bajos ganan hasta 60 mil per cápita al mes (del orden de $240 mil) y los hogares de más altos ingresos ganan en promedio $2 millones (alrededor de 600 mil per cápita), según los datos de la Encuesta Casen.

¿Cómo son quienes viven con sus padres? En el 2010 la Universidad de Talca hizo un estudio sobre residencia prolongada que arrojó que el 65,5% de los encuestados trabaja y la gran mayoría de los que lo hacen, ocho de cada diez, gana menos de $600 mil, y un 47% menos de $400 mil. Así, una gran razón para no dejar el hogar es la falta de dinero. Según un cálculo de "El Mercurio" para Santiago, al mes en agua, luz, arriendo y comida se necesitan más de $300 mil. Es decir, quedarse 10 años en la casa de sus progenitores implica ahorrar nada menos que $36 millones.

"¿Quieren que me quede?" TPara los jóvenes que siguen en el hogar familiar, vivir a costa de sus padres no les mina su individualidad, y así el 66,5% considera que son independientes. Y claro, tienen en general pocas obligaciones domésticas. Ellos admiten que lo que más hacen (en un 70% de los casos) es ordenar su pieza; lavar la loza los fines de semana (45,5%) o acarrear hermanos o familiares (28%). Sólo cuatro de diez dicen que contribuyen con dinero al hogar.

Una realidad distinta ven sus padres. Cuando se les preguntó a los progenitores de estos jóvenes en residencia prolongada, las respuestas fueron más decepcionantes. Sólo un 38% de estos padres o madres dicen que su hijo limpia su pieza, apenas un 33% indica que da dinero al hogar y un 18,9% afirma que los ayuda trasladando a los hermanos o algún familiar cuando se necesita.

Donde más se evidencia esta diferente percepción es respecto de la discusión de cuándo se van a ir. Siete de cada diez hijos encuestados dicen que sus padres nunca les preguntan cuándo se independizarán; según los padres, en un 66,7% de los casos lo han conversado ya sea habitual o ocasionalmente.

Esta visión discrepante sigue. Cuando se les preguntó a los hijos "¿Cómo se sienten tus padres de que vivas con ellos?", el 88% dice que "Felices, por ellos no me fuera nunca". Al responder los padres sobre cómo se sentían con la situación, sólo el 48% respondió eso y el resto, un 52%, osciló entre la incomodidad, el deseo intenso de que se vaya y la resignación de mantenerlo hasta que consiga consolidarse.

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