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Durante las últimas semanas, las malas noticias han sido el rasgo característico en la gran mayoría de las economías del mundo. En el caso de los Estados Unidos -donde se ubica el epicentro de la crisis-, los mercados han mostrado su desánimo por la extensión y profundidad de la misma, como también por las propuestas que ha planteado el gobierno del Presidente Obama para revertir este cuadro.
En Chile, las últimas cifras disponibles confirman una fuerte desaceleración de la actividad económica y de la demanda interna, al tiempo que se insinúa un preocupante aumento en la tasa de desempleo.
En respuesta al escenario económico adverso, en nuestro país -al igual que en los Estados Unidos y otras economías industrializadas- se ha producido una importante revisión a la baja en la tasa de política monetaria. También se ha anunciado un fuerte estímulo fiscal, con el propósito de atenuar la contracción que muestra la demanda privada.
Si bien el signo de la reacción que evidencia la política económica chilena es similar al que se observa en los Estados Unidos, es importante puntualizar que la naturaleza y profundidad de los problemas que enfrentan estas economías difiere sustancialmente. En lo esencial, la economía estadounidense atraviesa por una aguda crisis financiera, problema que sus autoridades no han logrado abordar de un modo certero y convincente. En el caso chileno, existe una amplia coincidencia entre los especialistas respecto a la fortaleza de su sistema financiero, lo que sitúa a esta economía en un escenario muy diferente en términos de la complejidad del problema que debe resolver.
No obstante las evidentes diferencias entre el panorama general que muestra la economía chilena respecto a aquellas que atraviesan por una seria crisis financiera, se aprecia un grado importante de coincidencia en muchos analistas en cuanto a la conveniencia de replicar un importante impulso fiscal -al igual que en las economías industrializadas- con el propósito de contener las tendencias recesivas y el alza del desempleo. Todo ello en medio de un cuadro de alta sensibilidad de las expectativas, en las que predomina un alto grado de incertidumbre con respecto al curso futuro de la economía.
Si bien bajo ciertas condiciones puede ser adecuado elevar el impulso fiscal para enfrentar un cuadro recesivo, es importante advertir que la solución de la coyuntura por la que atraviesa la economía estadounidense requiere de acciones efectivas para restablecer el suministro de crédito a la economía, las que no pueden ser reemplazadas por un mayor gasto fiscal. Así, si bien este mayor impulso fiscal puede atenuar por un tiempo los efectos de la contracción de crédito, no se debe descartar la posibilidad que este tipo de estrategia termine perjudicando las perspectivas de crecimiento de mediano plazo de la economía y como consecuencia de ello, retardando el proceso de recuperación de la actividad y el empleo.
En el caso de la economía chilena, es esencial resguardar la solidez del sistema financiero, lo que como se indicó constituye una fortaleza evidente de ésta en la coyuntura actual. Eso implica, por un lado, no caer en la tentación de impulsar un mayor riesgo en las colocaciones de los bancos, amenaza que subyace a los insistentes llamados a adoptar acciones de política conducentes a elevar ritmo de colocaciones de la banca. Por otro lado, parece importante recordar que la fortaleza del sistema financiero, al igual que la capacidad de crecimiento de la economía, depende en buena medida de la existencia de un ambiente favorable a la creación de empleos. En ese sentido, la coyuntura actual no sólo plantea una oportunidad propicia para avanzar en el diseño de una institucionalidad laboral más amistosa con el empleo -en especial de los trabajadores menos calificados-, sino que, además, aumenta fuertemente los daños asociados a la aplicación de reformas conducentes a elevar -directa o indirectamente- los costos de contratación.
Si bien son muchas las diferencias que podrían trazarse entre la realidad actual de la economía estadounidense y la chilena, desafortunadamente éstas coinciden en la inoportuna reaparición de propuestas que, bajo el objetivo de elevar la protección de los trabajadores, pueden afectar seriamente el acceso a una ocupación de éstos. En el caso chileno, no deja de resultar curioso que tales iniciativas compartan protagonismo con otras que buscan promover una gestión más activa del Gobierno en el apoyo de aquellas empresas afectadas por la crisis. Parece evidente que una ayuda valiosa a éstas, especialmente para las pequeñas y medianas, consiste en evitar nuevos aumentos en los costos de contratación.
La realidad actual de la economía chilena muestra un cuadro en el que se mezcla un estrechamiento de los mercados de nuestras exportaciones con un marcado deterioro de las expectativas, el que se explica en gran medida por la dinámica que ha observado la crisis externa, pero también por un progresivo deterioro en el crecimiento potencial de la economía. Desde esta perspectiva, es imprescindible que las acciones de política que se adopten para enfrentar un complejo escenario en el corto plazo sean coherentes con el fortalecimiento de las perspectivas de mediano plazo de la economía. En lo inmediato, esta coyuntura hace recomendable una estrategia que apoye una combinación de un tipo de cambio real elevado y tasas de interés relativamente bajas, lo que no parece compatible con un persistente impulso fiscal.