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En bici hasta el techo de África

domingo, 28 de abril de 2019

Por Francisco Sepúlveda Peñafiel.
Reportaje
El Mercurio

¿Por qué una persona decide subirse a una bicicleta y llevarla incluso al hombro para alcanzar los casi seis mil metros de altura que tiene el Kilimanjaro, la mayor cumbre de África? El montañista chileno Rodrigo Echeverría lo hizo y aquí responde.



Las ruedas de la bicicleta de Rodrigo Echeverría avanzan a toda velocidad por la selva africana. Pese a que casi es de noche y apenas intuye por dónde va, la tentación de gozar el descenso es mayor y no piensa siquiera en tocar el freno. En estos días ya lo ha pasado lo suficientemente mal como para pensar en detenerse.


 En abril de 2018,  Rodrigo Echeverría -50 años, ingeniero civil industrial, montañista, tres expediciones al Himalaya, ocho al Aconcagua, varios seismiles en Chile- recibió una oferta que no podía rechazar. Su amigo y cuñado, el italiano Claudio Lucchese, le propuso viajar a Tanzania para subir el Kilimanjaro, la montaña más alta de África, con 5.895 metros de altura. Pero no sería una aventura convencional: irían en bicicleta. Una forma que Luchesse conocía muy bien: unos meses antes, él había subido en bicicleta el Ojos del Salado, el volcán más alto del mundo, desde Bahía Inglesa hasta la cumbre misma. Y en esa hazaña había ido con Echeverría, quien lo acompañó como guía y apoyo en vehículo y a pie hasta la cima.

La diferencia es que ahora Echeverría iría como atleta... y en bicicleta.

Pero ¿cómo convergen estas dos disciplinas y estas dos personas? Para entenderlo, hay que revisar la historia de sus protagonistas. Lucchese, quien vive en Verona, Italia, viene del mundo del ciclismo de ruta y lleva años pedaleando por Europa. Su mujer, Ana María, es la hermana de Rodrigo Echeverría, quien a su vez es un amante del deporte y lleva años subiendo montañas y planteándose desafíos deportivos. O sea, ambos son amigos y parientes, y tienen además otra persona en común: el fotógrafo Ernesto Ortiz, el mismo que los había acompañado al Ojos del Salado para documentar la ruta y que ahora haría lo mismo, pero en África.

Para intentar este nuevo desafío, el Kilimanjaro parecía una excelente opción: una cumbre de renombre que en el mundo del montañismo se considera relativamente "sencilla". Además, por disposición de las autoridades locales, es una obligación contratar una agencia para ascenderlo, lo que, como explica Echeverría, allana aún más el camino y desliga del ajetreo que involucra resolver los temas logísticos de cualquier expedición, como la alimentación y los campamentos. Quizás por eso, más de 35 mil personas intentan subir el Kilimanjaro cada año, aunque claro, casi todos a pie.

"Cualquier montañista de experiencia sabe que no se puede subestimar un cerro, jamás", dice Echeverría, a unas semanas de haber vuelto de África. "Es una montaña que tiene 5.985 metros, lo que visto desde los ojos de un experto parece sencillo. Pero subirlo en bicicleta es otra cosa".


Este año, el invierno en Italia  le jugó una mala pasada a Claudio Luchesse. En enero, unos días antes del viaje, se resfrió y lo que parecía ser algo simple, lo tendría a mal traer durante las semanas siguientes. Por eso, el italiano nunca pudo estar en condiciones óptimas para el desafío que se había propuesto. Una vez en Tanzania -llegaron el 19 de enero-, la lluvia, el cansancio, la deshidratación y principalmente la altura incrementaron sus problemas. De forma estoica, Luchesse continuaría avanzando, pese al malestar y vómitos frecuentes. Renunciar no era opción para él en ese momento.

Por su parte, Rodrigo Echeverría estaba en perfectas condiciones. Su fórmula de entrenamiento había sido así: yoga dos a tres veces por semana y pedalear en cerros mínimo cuatro veces al mes. "Siempre debo estar entrenado por si me invitan o se me ocurre hacer alguna locura", comenta guiñando el ojo derecho.

El punto de partida para subir el Kilimanjaro está a 1.200 metros de altura, dentro del parque nacional del mismo nombre. Existen varias rutas, pero la más común es la que va a través de Horombo, un campamento a 3.700 metros de altura que se usa como zona de aclimatación. En total, el ascenso suele durar 5 días.

La ruta para bicicletas es distinta. Luchesse y Echeverría ocuparon la llamada Ruta de Kilema, que se usa como camino de emergencia por donde bajan las camionetas con accidentados o enfermos. Esta vía también converge en Horombo, pero implica un duro ascenso de cuatro horas ininterrumpidas hasta este punto, es decir, subiendo en un mismo día de 1.200 a 3.700 metros. Además, hay que ceñirse al estricto itinerario que indican las agencias.

Para eso, Rodrigo Echeverría había llevado su propia bicicleta, que pesa alrededor de 14 kilos y tiene ruedas aro 27,5. "Cero posibilidad de arrendar una allá, son puros fierros con ruedas", dice.

El trayecto no es totalmente pedaleable, por lo que varias veces hay que cargar la bicicleta a la espalda para continuar, una situación que Echeverría describe como "un vía crucis". "Claudio pudo soportar la primera parada y pese a estar aminorado, llegó a Horombo con su bicicleta y decidido a continuar. Yo iba bien, sin problemas, hasta que llegamos a Kibo Hat (4.750 metros), la segunda escala de la ruta al Kilimajaro, donde sí comencé a sentir los efectos de la altura. Llegué pedaleando muerto de la risa, pero a las tres horas empecé a sentirme mal", recuerda.

En Kibo Hut hay un campamento con pequeñas cabañas donde alojan hasta 120 personas, lo que según Echeverría no permite un descanso óptimo. Desde allí, las agencias programan la salida hacia la cumbre a partir de las 12 de la noche, con la idea de alcanzarla a eso de las 6 o 7 de la mañana. A Echeverría eso le parecía una pésima idea, por lo que barajó la opción de quedarse un día más allí, esperando la eventual recuperación de Luchesse, lo que nunca ocurrió.

Al final, decidieron partir ese mismo día hacia la cumbre, solo que un poco más tarde.


 Esa noche fue eterna.  Echeverría prácticamente no pudo dormir, y cuando lo logró, dice que tuvo pesadillas y náuseas. El panorama para Luchesse no era mejor: continuaban los vómitos y saturaba 78 por ciento de oxígeno en la sangre, lo que es considerado hipoxemia severa. Pese a los problemas, a eso de las 6:30 de la mañana -y tras un desayuno simbólico, que apenas incluyó unos sorbos de té- comenzaron juntos la subida hacia el techo de África.

Era 24 de enero. El peso de la bicicleta parecía haberse multiplicado y obligaba a parar cada 10 minutos, retardando el ascenso antes de Gilman's Point (5.681 metros). La deshidratación era real. Echeverría llevaba siete horas sin orinar, los geles y bebidas isotónicas que llevaba le generaban rechazo y solo podría consumir pequeños sorbos de agua.

Pocos metros más arriba, uno de los guías de la agencia tomó la bicicleta de Luchesse, quien ya no podía más. Faltaban poco más de 200 metros de subida, pero el italiano no podría lograr su objetivo de llegar en bici.

Por su parte, Echeverría seguía luchando y ya divisaba el cráter. Solo restaba un último envión para llegar pedaleando hasta la cima del Kilimanjaro... y lo hizo. Ahí estaba el icónico letrero: "Mount Kilimanjaro. Congratulations. You are now at Uhuru Peak, Tanzania, 5.895 m". En el techo de África, uno de los guías comenzó a cantar en swahili "Hakuna Matata", una canción tradicional de Tanzania que habla del Kilimanjaro y llama a no preocuparse por los problemas. Lo peor ya había pasado.

Ahora, después de cuatro días de expedición, comenzaba el ansiado descenso en bicicleta. "Subir el Kilimanjaro en bicicleta lo cambia todo", asegura Echeverría. "Es una enorme dificultad, como cargar un ancla. Lo ideal es ir pausado y respirando tranquilo, pero en bici es imposible. Vas exigido todo el rato, la pendiente se nota y eso te pasa la cuenta".

Tras alcanzar la cima, Echeverría se preparó para iniciar el descenso. Unos metros más abajo estaba Luchesse, ya en mucho mejores condiciones físicas y felicitándolo por lo que había conseguido. Completada la tarea vino lo mejor.

"La bajada fue espectacular, con un descenso casi en línea recta de 20 kilómetros. Eso lo paga todo", dice Echeverría. "Yo pensé que iba a ser distinto, pero fue mucho más duro de lo que pensaba. Además, nunca esperé que Claudio estuviese tan mal. Pero pude hacerlo, y ahora sigo pensando en una nueva aventura. El bichito siempre está ahí".

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