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El regreso a la vida de Ernesto Olivares

domingo, 21 de abril de 2019

Por Sebastián Montalva Wainer .
Reportaje
El Mercurio

En 2015 sobrevivió a la peor avalancha en la historia del Everest y hace dos años, en la misma montaña, estuvo a punto de terminar con su pierna derecha amputada producto de un congelamiento. Pero Ernesto Olivares, uno de los mejores montañistas de Chile, es un sobreviviente, y hoy, a los 54 años, se prepara para regresar al Himalaya: en agosto liderará una expedición al Manaslu, la octava cumbre más alta del planeta. ¿Qué lleva a un hombre a poner en riesgo su vida con tal de perseguir su pasión por las cumbres?



A 8.550 metros de altura, justo saliendo hacia el filo que lleva a la cumbre del Everest por su cara norte, Ernesto Olivares sintió que si no reaccionaba, si no hacía algo cuanto antes, su cuerpo podría quedarse en la montaña para siempre.

Eran las cuatro de la mañana del 20 de mayo de 2017. Olivares estaba a solo 298 metros de alcanzar el techo del mundo por tercera vez en su vida y, hasta ese momento, pese a la oscuridad y el frío extremo de ese día, todo había sido favorable. Unos metros más abajo, de hecho, venían los otros dos miembros de su expedición: Sonem, sherpa, y el empresario y montañista Hernán Leal, su cliente chileno, avanzando a paso lento. Si seguían su marcha de esta forma, probablemente lo lograrían. Pero algo sucedió. Olivares pateó un trozo de hielo con su bota para poder subir un poco más, pero su pie derecho no reaccionó.

-Cuando me alumbré me di cuenta de que no sentía el pie -recuerda hoy Olivares en su departamento en Santiago-. Nunca me había pasado algo así. Pero por todos los años que llevo en esto, no me quedó ninguna duda de que me estaba congelando.

Sin pensarlo un minuto más, y pese a estar tan cerca de la cumbre, Olivares decidió regresar. Habló a duras penas con el sherpa que aún seguía con Leal y le suplicó que, ante la primera señal de riesgo, ambos bajaran de inmediato. Sin embargo, para él la odisea no había terminado. Dos horas después estaba en la carpa a 8.300 metros de altura, enchufado a una botella de oxígeno como acto reflejo para evitar la congelación, y cuando se sacó las botas la escena fue impresionante.

-Tenía dos terceras partes del pie derecho congelado. Era igual que un pedazo de pollo recién sacado del freezer . Así de blanco, así de helado.

A las 9 de la mañana le avisaron por radio que Hernán Leal había alcanzado la cumbre del Everest, señal clara de que ya era hora de bajar. Olivares juntó todas sus fuerzas e inició un lento y penoso descenso con el pie casi inerte hasta el segundo campamento, a 7.100 metros, y luego hasta el primero, a 6.500. Si bien su cuerpo había comenzado a reaccionar -estaba sintiendo unos pequeños pinchazos en los dedos-, Olivares todavía estaba muy asustado y no se atrevía siquiera a quedarse dormido, por temor a perder la pierna sin darse cuenta. Al día siguiente, cuando llegó al campamento base, a 5.200 metros, los problemas continuaron.

-En la mañana no podía apoyar el pie. Había empeorado. Además, el desayuno me cayó pésimo y comencé a tener vómitos y diarrea. Entonces llamé a mi médico en Chile por teléfono satelital y le dije: "No sé qué me pasa, pero siento que me estoy muriendo".

Su médico en Santiago, Mario Sandoval, le ordenó que bajara urgente a un hospital en la ciudad. Así, tras conseguir un permiso excepcional, lograron que un jeep los llevara hasta Lhasa, en un viaje que duró toda una noche, donde tomaron finalmente un avión a Katmandú. Olivares fue internado de inmediato y examinado por médicos nepaleses, quienes le dieron un nuevo mazazo: si quería sobrevivir, tenían que amputarle la pierna.

Son las 5:30 de la mañana de un frío viernes de abril de 2019. Han pasado casi dos años del accidente que pudo costarle la vida, y Ernesto Olivares -54 años, tres hijos, dos matrimonios, mejor andinista nacional en tres oportunidades, guía y profesor de montaña, charlista motivacional, maratonista, ferviente seguidor de la Iglesia Adventista- está manejando su camioneta hacia la entrada del Stadio Italiano. Desde enero de este año, los lunes, miércoles y viernes está entrenando allí para volver, una vez más, al Himalaya. En agosto, intentará alcanzar los 8.156 metros del Manaslu, la octava montaña más alta del planeta, en una expedición deportiva en la que también participarán Rodrigo Yaitul (37), Carlos Espinoza (28), Rodrigo Irarrázaval (32) y, en comunicaciones, Chelsey Berg (32).

-Se me había olvidado lo que costaba volver a entrenar y levantarse temprano -dice Olivares mientras camina hasta llegar a unas colchonetas, entre pesas y balones de 5 kilos-. Pero este es el precio que pago para poder estar bien y hacer lo que me gusta.

Y lo que le gusta, desde luego, es subir montañas. Una pasión que descubrió a los 14 años, cuando vivía en Bolivia con su familia -su padre había tenido que dejar Chile en 1973, tras el golpe militar- y subió un cerro de 5.200 metros llamado Tunari, cerca de Cochabamba, y que luego profundizó en Santiago, mientras estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Católica y se inscribió en el legendario curso de montañismo que dictaba Claudio Lucero, el maestro de quizás la más importante generación de andinistas chilenos.

Carlos Bascou, compañero de aquellos años y también montañista, dice que Olivares siempre fue uno de más destacados de ese curso. "Él tiene sin duda una capacidad física sobresaliente, pero lo que más destaco es su fortaleza mental, su perseverancia y su capacidad de mantener la calma en el caos", dice Bascou. "Una de las cosas que lo caracterizan es su pasión. Es de los pocos que eligen hacer lo que más les gusta pese a las dificultades que eso conlleve. Cuando las personas se entregan en todo su ser a lo que más les gusta, terminan destacando. Él es uno de los mejores himalayistas de Chile".

Su amigo Rodrigo Lara, quien compartió con Olivares un frustrado ascenso al Everest en 2015, que terminó producto de una avalancha en el Campamento Base que mató a 22 personas, de la cual ellos fueron sobrevivientes, dice que realmente es difícil visualizarlo en otro lugar que no sea la montaña. "Es allí donde se siente cómodo", dice: "Él está bien con su familia, con sus hijos, su señora, pero donde realmente se le ve a plenitud es en la montaña. Dejó de lado una carrera tradicional para dedicarse a su vocación. Él vive de la montaña: de allí provienen sus ingresos".

Ernesto Olivares estaba en cuarto año de universidad cuando decidió congelar la carrera de ingeniería, que nunca retomó. Ya se había enamorado profundamente de la montaña, por más que eso contrariara a su padre, que era constructor civil y veía en Ernesto algo así como la persona que lo sucedería. Él era el único hijo hombre, además, entre siete hermanas.

-Decirle a mi papá que iba a congelar y que me dedicaría a la montaña era mi gran pánico. ¿Qué iba a decir él? "Este cabro huevón, ingeniero de la Católica, se le ocurre subir cerros. ¿Quién vive de subir cerros?". Era dejar el camino seguro.

Un accidente automovilístico terminó por convencerlo. Tras congelar, Ernesto se había puesto a trabajar en la Compañía de Teléfonos, pues debía generar ingresos: ya tenía 29 años, se había casado y era padre por primera vez. Pero un día lo chocaron a la salida del trabajo. Su hijo, que iba en la silla para guaguas, salió ileso. En cambio él estuvo inconsciente durante varios minutos.

-Al despertar, entendí que podía haber muerto sin haber hecho lo que más quería. Fue una señal. Por eso tomé la decisión de no volver a la universidad y dedicarme a la montaña.

Poco a poco, todo lo que soñó se fue haciendo realidad. Olivares no solo se dedicó desde entonces a escalar cerros en forma profesional, sino que se convirtió en el chileno con más cumbres sobre ocho mil metros (cinco en total), en uno de los guías más respetados y famosos del país (fue él quien llevó a Andrónico Luksic a la cima del Everest en 2004) e incluso en el reemplazante de su maestro Claudio Lucero en el curso de montañismo de la Católica.

-El viejo Lucero me había hecho ver que el montañismo era más que subir montañas. Era un estilo de vida. Un lugar increíble donde encontrarse a uno mismo, a nivel espiritual, desde la soledad. Yo quería ser como Claudio Lucero cuando grande. Llegar a viejo tal como él, siempre radiante y lleno de energías.

Tras el diagnóstico inicial de que le amputarían la pierna, en el hospital de Katmandú, Olivares fue examinado por otro médico nepalés especialista en congelamientos, quien vio una alternativa y logró lo que parecía imposible: utilizando una herramienta quirúrgica a través de su arteria femoral, pudo extraerle un trombo de 10 centímetros desde la pierna derecha que, probablemente, había sido la causa de la congelación. Una especie de "gusano sanguinolento", grafica Olivares, que le había tapado la arteria, pero que en ese momento, finalmente, estaba fuera de su cuerpo. Se había salvado.

Sin embargo, los problemas continuaron. Tras pasar cerca de 10 días hospitalizado, los dedos de su pie tenían cada vez peor aspecto. El meñique estaba mustio y amoratado, con claros signos de necrosis. Entonces, Olivares -quien a esas alturas estaba acompañado no solo por Hernán Leal, sino también por su esposa Alejandra, que había viajado de urgencia a buscarlo, dejando atrás a su hijo recién nacido- exigió salir del hospital y volver cuanto antes a Chile.

"Habitualmente estos cuadros llevan a la pérdida de la extremidad si no se tratan de forma oportuna", dice el doctor Juan Pablo Fuenzalida, quien lo comenzó a ver una vez que volvió a Santiago. "En Katmandú le salvaron la pierna, pero cuando lo recibimos los exámenes mostraron que seguía teniendo una oclusión en las arterias".

Olivares finalmente aterrizó en Chile en junio y de inmediato fue sometido a un complejo tratamiento para destaparle las arterias de la pierna derecha. Tras varios días de intervenciones, los resultados fueron sorprendentes. "Yo no hablaría de milagro", dice el doctor Fuenzalida. "Probablemente, por su condición de alpinista de alto rendimiento y estar acostumbrado a subir cerros de altura, Ernesto tiene una mejor circulación colateral, es decir, tiene muchas más redes arteriales en las piernas. Eso hizo que compensara la isquemia (disminución de la circulación sanguínea) y pudiese llegara a Katmandú, donde le sacaron parte de ese coágulo".

Sin embargo, el primer diagnóstico del doctor Fuenzalida fue lapidario: una vez recuperado, Olivares no podría caminar más de diez cuadras sin que su pie se resintiera. ¿Era el final de su carrera como montañista?

-Le dije al doctor: "Si yo parto de la premisa de que debería estar muerto, todo lo que venga de aquí en adelante es ganancia" -recuerda ahora Olivares-. Por eso me decidí a pelear para que esas 10 cuadras fueran 10 kilómetros.

Con ese objetivo y ese pensamiento fijos en su cabeza, lo que vino para Ernesto Olivares barrió con todos los pronósticos médicos iniciales. Antes del accidente, él y su familia tenían programado un viaje a Disney e incluso se habían inscrito en una carrera que organiza el resort . La aventura, por cierto, no se postergó, y Olivares incluso terminó compitiendo en los 5, 10, 21 y 42 kilómetros -es decir, corrió hasta una maratón-. Pero su ímpetu no se detuvo ahí: en enero de este año, ya de vuelta en Chile y con la opción cierta de volver al Himalaya, subió el cerro El Plomo -el más alto de Santiago- y luego hizo lo mismo en el volcán Ojos del Salado, en el Aconcagua y -hace un par de semanas- en el Kilimanjaro, la mayor cumbre de África. Tenía que prepararse bien para volver a enfrentar un desafío como este.

"Ernesto es como un toro, un tipo muy fuerte, que va a avanzar con todo y es capaz de echarse a alguien encima sin problemas", dice Mauricio Pavez, que es su preparador físico y amigo hace 16 años: trabajaron juntos en el departamento de Deportes de la Católica. "Ahora que lo veo entrenando, estoy convencido de que va a quedar en óptimas condiciones. Además, se ve que esto lo llena mucho y lo hace muy feliz. Para mí, su recuperación ha sido milagrosa".

Hernán Leal, quien estuvo con él durante el accidente, también está sorprendido con su evolución. "Él siempre tuva una buena condición física. Además, ha sido muy profesional, muy obediente con lo que le han dicho los doctores. Él es como una roca: ahora tiene una pequeña fisura, pero sigue siendo una roca. Y siempre tiene su fe: una vez en el Ojos del Salado, con un viento infernal, le pidió a Dios que nos dejara subir a la cumbre. Cuando nos pusimos las mochilas, créeme que el viento disminuyó".

Rodrigo Yaitul, compañero en su próxima expedición al Manaslu, valora el hecho de aventurarse en el Himalaya con alguien de la experiencia de Olivares. "Pese a su edad y la lesión que tuvo, él sigue estando dentro de la élite de montaña. En su recuperación ha habido un trabajo mental muy grande. Esa es una característica muy notable en Ernesto, además de su experiencia para tomar decisiones".

Alejandra Schepeler, esposa y madre de su tercer hijo, dice que lo apoya totalmente. "Sabemos que para él es importante demostrar que después de lo que le pasó puede retomar su pasión. Ernesto es muy creyente, tiene mucha fe y además esto es lo que ama. Si se lo quitásemos, no sería la persona que es. Por eso, mientras tenga el alta médica, tiene todo mi apoyo. Ojalá no tenga que viajar a buscarlo de nuevo".

Para Ernesto Olivares su regreso al Himalaya, después de casi haber perdido una pierna hace un año y haber sobrevivido a una avalancha hace tres, no es volver a correr riesgos, sino simplemente disfrutar de la vida que tiene.

-Si algo no va bien, me voy a devolver, tal como lo he hecho en todos los cerros hasta ahora. Mirando en retrospectiva, siempre he tenido buenos pálpitos. He tomado buenas decisiones y eso me mantiene vivo. Yo no subo montañas para perder la vida, sino para ganar vida. Ya van casi dos años desde el accidente y cada vez que despierto digo: "Este día es un milagro". Estoy convencido de que haber podido bajar de esa montaña tiene un por qué. Dios me dio una oportunidad más. No puedo desperdiciarla.

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