Dólar Obs: $ 948,61 | -0,72% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.237,20
IPC: 0,40%
Sociedad Un deber que angustia:

La banalización de la felicidad

domingo, 14 de abril de 2019

Juan Rodríguez M.
Tendencias
El Mercurio

Dicen que somos el país más feliz de Sudamérica, pero nuestra salud mental preocupa. En "La promesa de la felicidad" (Caja Negra), la filósofa Sara Ahmed critica el "imperativo de la alegría". Opinan la psicoanalista Constanza Michelson y el ensayista Agustín Squella.



El 20 de marzo, durante el Día Internacional de la Felicidad, la ONU entregó el ranking anual sobre Felicidad Mundial: Chile es el país más feliz de Sudamérica, el tercero de América Latina, con 6.444 puntos. (El más feliz del mundo es Finlandia, con 7.769 puntos.) La misma semana, dos personas se suicidaron en el metro de Santiago. La semana pasada, un informe de la empresa, citado por La Tercera, constató que entre 2017 y lo que va de 2019 ha habido 54 suicidios o intentos de suicidios en la red de transporte. En 2017 hubo 18 muertes, en 2018 fueron 25 y en lo que va de este año van 11 casos. A nivel mundial, según la Organización Mundial de la Salud, "la mortalidad por suicidio es superior a la mortalidad total causada por la guerra y los homicidios", con más de 800 mil muertes anuales; y es la segunda causa de muerte entre las personas de 15 a 29 años.

¿Somos o no felices?

En "La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría" (Caja Negra, disponible en Chile), la filósofa británico-australiana Sara Ahmed (1969) dice: "La felicidad se ha convertido en un modo más genuino de medir el progreso; la felicidad, podríamos decir, es el nuevo indicador de desempeño". La autora habla de un "giro hacia la felicidad" (que cruza economía y psicología), y pone como ejemplo el éxito de las culturas terapéuticas y de los discursos de autoayuda; "existen hoy incontables volúmenes y cursos que nos enseñan a ser felices echando mano a una gran variedad de saberes, entre los que se cuentan la psicología positiva y diversas lecturas (a menudo orientalistas) de determinadas tradiciones orientales, sobre todo el budismo".

Capital adquirido

Hay una industria o mercado de la felicidad: la felicidad no solo se mide, también se produce y consume. Fuera de la Encuesta de Felicidad Mundial, también existe la Felicidad Bruta Interna (en Bután se mide desde 1972). Y el Instituto Coca-Cola de la Felicidad. Hay una ciencia de la felicidad, dice Ahmed: "Nos hacemos felices como si se tratara de una adquisición de capital que nos permite, por su parte, ser o hacer esto o aquello, e incluso conseguir esto o aquello".

Autora del ensayo "Neurótic@s. Bestiario de locuras y deseos" (Planeta), la psicoanalista Constanza Michelson (Viña del Mar, 1978) dice que el Yo, "con mayúscula", es la única institución que ha sobrevivido al derrumbe de las instituciones. Hay una exacerbación del yo. De ahí se deriva una idea de felicidad ligada al triunfo, a tener que superarse, exigirse, romper los propios límites: "Esa felicidad es un eufemismo de la meritocracia", dice Michelson.

El abogado y ensayista Agustín Squella (Santiago, 1944), autor de "¿Es usted feliz? Yo sí, pero..." (Lolita) lo pone en estos términos: "Existe toda una industria de la felicidad, pero no porque la produzca, sino porque vive de ella. Una multitud de sociólogos, psicólogos, políticos, publicistas, encuestadores, gurúes de matinales y autoayudistas viven de ella, aunque esto no debería llamarnos mayormente la atención. ¿Qué no está hoy en el mercado? ¿Qué no ha sido transformado en oportunidad de negocios? Los pensadores clásicos, griegos y latinos, se tomaron en serio la felicidad; nosotros, en cambio, la hemos banalizado y creído que se la puede medir".

Inquietud y perplejidad

Squella reconoce que hoy el título de su libro le suena presuntuoso, aunque cree que en algo lo salva el "pero", "que está allí para decir: no vivo contento". ¿Cómo es eso? "Cualquier persona mínimamente consciente de sí misma, de su lado luminoso pero también del oscuro, sabe que no puede vivir contento. Cualquier persona que abra bien los ojos ante la sociedad en que vive y ante la multitud de personas que por diversos motivos lo pasan escandalosamente mal, tampoco puede vivir contento. Me refiero al descontento no como el carácter de los tipos gruñones, sino como desasosiego, como inquietud, como perplejidad".

Por lo demás, cree Squella, difícilmente hay acuerdo en qué sea la felicidad y cómo llegar a ella; varía con los años, por ejemplo, para alguien mayor tal vez sea la normalidad, que las cosas no cambien. "Pero, claro, esa idea de la felicidad resultaría inaceptable para un joven de 20 años", reconoce. Sin embargo, "habría que ser necio para no admitir que la felicidad de cualquier persona parte por tener condiciones materiales de existencia que le permitan llevar una vida digna. Aquellos que no comen tres veces al día, que no disponen de atención sanitaria, que no tienen una previsión oportuna y justa, o que se desloman todos los días para conseguir parte de esos bienes, tienen pocas posibilidades de ser felices".

En "Realismo capitalista" (Caja Negra), el ensayista británico Mark Fisher (1968-2017) habla de la privatización del estrés. La responsabilidad de los problemas psicológicos que genera la incierta sociedad actual -el capitalismo globalizado, el trabajo precarizado- se le achaca a los individuos. Se despolitiza el estrés, la salud mental: "Claro que es más fácil prescribirle una droga a un paciente que efectuar un cambio rotundo en la organización social", dice Fisher.

En la industria de la felicidad, esta es un asunto individual, ser o no feliz es responsabilidad de cada uno. La felicidad, entonces, se convierte en una guía, en un signo de la manera correcta de ser. Ser feliz es estar bien. Es un indicador de éxito, y entonces, ¿quién va a decir en una encuesta que no es feliz? "Hay intolerancia al dolor, y esa intolerancia es la mejor amiga del crecimiento de la industria farmacológica", afirma Michelson. "En vez de aceptar que somos sujetos rotos pensamos que hay algo que nos puede conocer mejor y hacernos felices -los algoritmos, los fármacos-, hay alguien que lo puede hacer por ti. ¿Y qué ocurre con eso? Esto uno lo ve en la clínica, los sujetos empiezan a hablar sobre sí mismos como si fueran objetos. Hay gente que se trata a sí misma como si fuera un electrodoméstico: gente que se funde, que se enchufa, que se desenchufa".

Cuando el sujeto se diluye, cuando es tratado como objeto, hay angustia, explica Michelson: "Probablemente la gran pandemia actual es la ansiedad". Squella complementa: "Todos debemos hacer algo por conseguir nuestra individualidad y por expresarla, lo cual es algo distinto a incurrir en ese individualismo que se ocupa solo de sus propios intereses y preferencias, un individualismo alentado hoy por la doctrina neoliberal, que dice que solo la búsqueda del propio beneficio puede traer consigo el beneficio del conjunto de la sociedad".

Sara Ahmed es feminista y estudia los cruces entre las teorías feministas, las políticas queer , el postcolonialismo y las luchas antirracistas. En su crítica al imperativo de la alegría habla de "feministas aguafiestas", " queers infelices" e "inmigrantes melancólicos"; aquellos sujetos que no se ajustan al modelo de la felicidad, que lo cuestionan; personas que, podríamos decir, son entonces infelices, que sienten malestar.

Ahmed cuenta que el proceso de investigación para su libro la llevó a releer la clásica novela "Un mundo feliz", de Aldous Huxley , "y tomar en consideración su demanda política del 'derecho a ser infeliz'". La filósofa reivindica la infelicidad o al menos dice que hay que ponerle atención: "Recordemos que una de las definiciones de la persona desgraciada es 'un ser pobre o desventurado'. Tal vez sea posible separar a los desgraciados de los desafortunados. Los desgraciados podrían tener mucha fortuna, ser afortunados, porque se desvían de la senda de la felicidad, porque habitan los intersticios entre sus líneas". Otras maneras de vivir son posibles, concluye Ahmed.

Puesto que la felicidad es un "eufemismo de éxito", piensa Constanza Michelson, el infeliz "es el que no triunfó. Tú estás haciendo algo mal, tú tienes el problema, ¿por qué no eres feliz si hoy día están las condiciones para serlo? 'Si tú quieres, puedes', ese es el eslogan del siglo XXI. Pero desde el psicoanálisis, desde la doctrina del sujeto roto, no todo se puede: uno descansa en la idea de que hay límites. La felicidad está sobrevalorada. La meta no es ser feliz, las personas vivimos de otro tipo de emociones también. La tristeza tiene una dignidad. La vida, el psiquismo humano está hecho de otras cosas. Como dice Zizek, me gusta su frase, ¿para qué querer ser feliz si puedes no serlo? Eso no significa que si tienes un dolor desgarrador, si no hay sentido, no tengas que pedir ayuda; pero eso es otra cosa".

"Tal vez tendríamos que preguntarnos menos por la felicidad -piensa Squella- y vivir nada más. Nuestro Raúl Zurita tiene razón cuando exclama: '¡Qué más droga que estar vivos!'. Vivir, solo vivir, salvo que vinieras muy mal genéticamente o que tuvieras demasiado mala estrella, debería bastarnos para ser felices". También ayuda el humor, dice. Y en todo caso, concluye este amante del fútbol y las carreras de caballos: "Si van a hacer una canasta de la felicidad, yo pido que por favor incluyan una tarde semanal en el hipódromo y que Santiago Wanderers suba a primera división".

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia