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Los últimos pasos del calzado nacional

martes, 16 de abril de 2019

Por Sergio Caro.
Reportaje
El Mercurio

Guante y Gacel son las últimas marcas de larga tradición en dejar de fabricar sus productos en el país, siguiendo la tendencia de un rubro que desde sus inicios ha sido impulsado, principalmente, por inmigrantes españoles y en el que Chile lidera el consumo en la región.



No sería una casualidad que la historia del calzado en Chile esté ligada a la llegada de inmigrantes de Europa. Como explica el arquitecto y profesor de la Escuela de Diseño UDP, Oscar Ríos, fue en el Viejo Continente donde después de la Revolución Industrial se definieron los modelos básicos de zapatos, que se mantienen hasta hoy y cuyo diseño tiene que ver con la anatomía del pie, por lo que cada corte y pieza se relaciona con el movimiento que este hace al caminar. Como además de comodidad, el calzado tenía la función de proteger pies y tobillos, lo que se usaba para caminar por las calles empedradas de fines del siglo XIX eran botas con cordones o botones en la caña, y la diferencia entre los modelos para hombres y mujeres era básicamente el tamaño. Los botines femeninos fueron incorporando tacones más finos y ligeramente más altos.

Estos eran los modelos que hacia 1900 confeccionaban en la capital algunos maestros zapateros extranjeros, como Otto France; el polaco Vuletich, quien tenía su taller en Moneda con Libertad, y el francés A. Pepay, famoso por las botas Luis XV y que confeccionaba con sus hijos en la calle San Antonio. Décadas después, sus descendientes vendieron el negocio, que mantiene el nombre del artesano galo y aún funciona en el céntrico pasaje Tenderini, donde se siguen haciendo zapatos a medida. Pero antes, en 1853, se abría en Valdivia la que debe haber sido la pionera de la industria del calzado nacional, la fábrica de Luis Rudloff, en Isla Teja, que contaba con maquinarias traídas de Estados Unidos. Partió como un taller que fue creciendo, incorporando además una curtiembre para producir sus propios cueros. Para 1906 funcionaba con 200 operarios, que fabricaban de 500 a 600 pares de zapatos al día, mientras que en 1919 su planta de 450 trabajadores elaboraban 1.500 pares diarios. Esta producción se destinaba principalmente a la clase trabajadora, y también se exportaba a los países vecinos.

De ahí que en la década de 1930, la revista Zig Zag se ufanaba de que en Bolivia y Perú "la mayoría de los hombres de situación usan calzado chileno", y que hasta en California se vendían zapatos hechos en nuestro país. Hoy, la situación es a la inversa, ya que las firmas establecidas en el país paulatinamente fueron dejando de fabricar localmente sus productos, debido a la imposibilidad de competir con calzados provenientes de países donde el costo de producción es considerablemente menor. Las últimas marcas en incorporarse a este modelo de negocios son Guante y Gacel, dos de las más prestigiosas de un mercado que, no obstante, goza de buena salud, considerando que de acuerdo a la Cámara de Industriales del Cuero, Calzado y Afines Federación Gremial (Fedeccal), los chilenos en promedio adquieren seis pares de zapatos al año, el consumo más alto de Latinoamérica, aunque más del 90 por ciento son importados.

Legión vasca

Las principales empresas chilenas del sector han sido fundadas por inmigrantes, sobre todo españoles. En 1918 y con 17 años llegó en barco desde Burdeos a Valparaíso el vasco francés Félix Halcartegaray Duhalde, para reemplazar a su hermano (enrolado para combatir en la Primera Guerra Mundial) en Aycaguer y Duhalde, el negocio de calzados y artículos de lujo importados (cigarros y licores) fundado por un tío materno en el puerto. La empresa se trasladó a Santiago en 1924, donde el joven vasco hizo amistad con el belga Emilio Pirotte y decidieron independizarse, formando una empresa de calzados finos para hombre, que entonces escaseaban. Compraron una pequeña fábrica que estaba en la calle Gálvez (hoy Zenteno) con avenida Matta, y en 1928, Pirotte y Cía. Ltda. (como figuraba en los avisos) lanzó al mercado los zapatos Guante, que se elaboraban con cueros traídos de Italia y Alemania, y se caracterizaban por sus prolijas terminaciones. La calidad de la marca generó una alta demanda en todo el país, por lo que abastecían a las principales tiendas de la época, como Gath y Chaves y Los Gobelinos, mientras que la empresa mantenía solo dos locales propios, en la fábrica y en Matías Cousiño. Halcartegaray y su socio incursionaron, además, en otros rubros de negocios, como las levaduras, el aceite de oliva y la madera.

En 1958, Félix compró la parte de los Pirotte. Ya estaba trabajando con su hijo homónimo, que había ido a Estados Unidos a estudiar administración de empresas, pero que durante cinco años pasó por todas las secciones de la compañía, desde la curtiembre hasta ventas, antes de asumir la gerencia general. Halcartegaray hijo contrató modelistas italianos para renovar los diseños de Guante, que ya había acuñado el clásico eslogan: "Imitado, pero jamás igualado". La empresa logró sortear las crisis económicas de principios de los años 70 y 80. También le salió competencia: en 1964 apareció Cardinale, de la familia Gil, que estaba orientada a un nicho similar. En 1985 se incorporó a Guante la tercera generación Halcartegaray, Félix y Esteban Halcartegaray Bichendaritz, nietos del fundador, quienes iniciarían un proceso de modernización y expansión de mercados hacia otros países de la región. En 1994 inauguraron una nueva fábrica en la comuna de San Miguel, también renovaron las tiendas (que incluso tuvieron una tarjeta de crédito propia) y la imagen corporativa de la empresa.

Otro español que dejaría huella en el mercado nacional del calzado fue Abel Alonso Sopelana, quien llegó de Bilbao a Chile, a fines de 1951, un año después que su padre emigrara huyendo de la represión franquista. El entonces joven de 16 años empezó a trabajar de empaquetador en una tienda de zapatos Mingo. En esta empresa aprendió el oficio de modelista, y como tal se fue a desempeñar a Buenos Aires; sin embargo, optó por volver para formar un negocio propio. Junto a su padre comerciante reunió capital para montar una pequeña fábrica de calzado, Lancaster, que logró vender sus productos en connotadas tiendas, como las casas Flaño y Artigas. Fueron adquiridos por Guante, y Alonso trabajó unos años con los Halcartegaray, antes de volver a independizarse. En un galpón de la calle Gálvez con Victoria montó su nueva fábrica, y abrió su primera tienda en la calle Ahumada, a la que bautizó como Gino, en honor a la actriz italiana Gina Lollobrigida. Calzados Gino pronto se expandió abriendo más tiendas en Santiago, Concepción y Viña del Mar. Con el tiempo fue adquiriendo y desarrollando otras marcas orientadas a segmentos distintos del calzado masculino tradicional, como Pluma y Pollini, entre otras aún vigentes, incluyendo a Mingo, donde se inició en este rubro. Abel Alonso, además, logró notoriedad como dirigente deportivo, llegando a presidir el fútbol chileno en la época de la selección que clasificó al Mundial de España 1982.

Mientras Guante y Gino eran marcas segmentadas, Bata producía zapatos para toda la familia y durante décadas abasteció al mercado a través de sus tiendas en todo el país. Esta era una multinacional fundada en Checoslovaquia a fines del siglo XIX. El hijo del fundador, Thomas Bata, en 1939 y huyendo del nazismo, emigró a Canadá donde estableció la base de la compañía que ya estaba presente en cerca de 30 países. En esa misma época, la firma llegó a Chile, y no se estableció en Santiago, sino que en Melipilla y Peñaflor. En esta última comuna semirrural instaló su fábrica, que llegó a dar trabajo a entre dos y tres mil personas, y contaba con centro médico, supermercado y hasta un centro de eventos propio. La compañía elaboraba todos los tipos de calzado femenino, masculino e infantil, incluyendo las zapatillas deportivas, mucho antes de que llegaran las grandes marcas internacionales, como las clásicas North Star, Tigre (de fútbol) y Jet (de gimnasia).

Elegancia del sur

Asimismo, el mercado nacional vio surgir varias marcas de calzado femenino, como Joya, Pose, Royle, Verónica, entre otras que tenían sus tiendas en el centro de Santiago, en especial en la calle Estado. Pero la que probablemente sea de mayor tradición surgió en Concepción. De ascendencia vasca, Hernán Ascuí Díaz trabajó 10 años como vendedor de una fábrica local de zapatos antes de formar su propio taller. En 1950 abrió su primera tienda en el centro de Concepción, la que llamó la atención porque era diferente a los demás comercios de la zona, por sus vitrinas amplias y elegantes, con pocos productos en exhibición, pero de diseños modernos y originales. Su idea inicial era elaborar calzado para hombres y mujeres, pero se concentró en el público femenino, porque las mujeres compraban más zapatos. Contrató modelistas italianos y así, desde sus inicios, Gacel se perfiló como una marca Premium.

En la década siguiente, Gacel se expandió a la capital, abriendo una tienda en la calle Huérfanos y después otra en el Drugstore de Providencia. Los 60 fueron años en que la moda chilena tuvo un especial auge y la marca se posicionó a la vanguardia del calzado femenino. A ello pudo contribuir su presencia en eventos que marcaron la época. Lucía Gallo, entonces productora de moda de la revista Eva, recuerda que la firma penquista proporcionó los zapatos para el cerca de centenar de mujeres que participaron en el recordado desfile realizado en las Torres de Tajamar a propósito del relanzamiento de la publicación femenina. "Gacel era una marca nueva, llegó junto con la segunda etapa de la revista Eva, y cuando hicimos el lanzamiento le pusieron los zapatos a estas 100 mujeres que no eran modelos, y que algunas incluso desfilaron con vestidos propios", cuenta. La empresa también colaboró en los festivales de moda que se organizaron a fines de los 60 y comienzos de los 70. En la época de oro de los concursos de belleza locales, era habitual que las misses vistieran y recibieran como premio zapatos de esta marca.

En los años 80, Gacel y Mingo eran las marcas más importantes de calzado femenino. El empresario fundador Ascuí y su hijo Hernán se expandieron al rubro textil, adquiriendo las tradicionales fábricas de paños de lana de Tomé, formando el complejo Bellavista Oveja Tomé, y también la firma de confecciones Trial. En los años 90, para llegar a un público más masivo, consiguieron la distribución de los zapatos brasileños Azaleia. Sin embargo, hacia fines de la década, al ver los buenos resultados en el mercado chileno, la firma brasileña decidió instalarse por su cuenta y se asociaron con otra compañía, el grupo Forus, que entre otras marcas contaba con Hush Puppies, que en los 80 innovó con su concepto de calzado cómodo, que básicamente reemplazaba las tradicionales suelas de cuero por plantas de goma, proporcionando al usuario la sensación de andar con zapatillas. Esta tendencia terminaría siendo adoptada por los demás fabricantes de calzado, que sacaron líneas de zapatos de vestir con esta técnica, que actualmente son los más consumidos, sobre todo por el público masculino.

Al llegar el nuevo milenio, y producto de la crisis de la industria textil y de vestuario, que no podía competir con los costos de los productos importados de Asia, los Ascuí vendieron sus empresas textiles y se concentraron en Gacel, que había expandido su producción a carteras y accesorios de cuero. Incluso, exportaron sus productos y abrieron tiendas en Bolivia, Perú y Ecuador. Sin embargo, hacia mediados de la década del 2000, otros accionistas adquirieron el control de la empresa, que cambió de propiedad un par de veces más, hasta que en agosto de 2011 se cerró la fábrica en Concepción. Y Guante compró la marca Gacel.

Así, la empresa de la familia Halcartegaray llegó a tener las principales marcas de calzado masculino y femenino del mercado. Pero no pudo escapar del destino que habían experimentado las demás empresas del sector: tal como ocurrió primero con el rubro de vestuario, a los productores de calzado no les resultaba rentable seguir fabricando en Chile, por lo que optaron por encargar la elaboración de sus diseños a países como China o India, para concentrarse en la comercialización de sus productos. Es el camino que siguieron todas las grandes marcas. El caso más dramático fue el de Bata, que cerró su fábrica en 2006, ya que había una localidad entera cuya economía durante décadas dependió de las operaciones de la empresa. Guante-Gacel sería la última en incorporarse a este modelo de negocios. Actualmente, las que siguen fabricando zapatos en Chile son empresas de menor escala, más bien de nicho, que incluyen marcas de larga trayectoria, como Donnabella y Turchesse, y otras más recientes, como Bestias y diseñadores independientes.

El académico Oscar Ríos opina que el calzado chileno tiene una tradición de calidad que, en buena parte, le transmitieron los pioneros españoles, que también llevaron su experiencia a Norteamérica. Pone como ejemplo los zapatos Guante, cuya línea más tradicional (llamada President) tiene la misma calidad del calzado inglés o europeo, además que culturalmente, tal como ocurría con la colonia Flaño, se convirtió en una suerte de rito de paso a la adultez: para muchos jóvenes, cuando entraban a trabajar, su primer par de zapatos formales eran de esta marca. Aunque no pretende tener la respuesta a lo ocurrido con estas empresas, considera que algo tiene que ver la evolución del consumidor.

Ríos recalca que en el mundo, los zapatos de hombre han mantenido los mismos modelos básicos prácticamente desde fines del siglo XIX, cuando a un estudiante de la Universidad de Oxford se le atribuye el haberle pedido a su zapatero que le sacara la caña a sus botines, naciendo así el zapato con cordones al que, por antonomasia, se pasó a denominar Oxford. Sus principales variantes son el Cap Toe (con puntera), el Wing Tip (con un diseño de perforaciones en la punta), el Split Toe (con una costura que divide la punta) y el Penny Loafer (mocasín, sin cordón). Ríos señala que los conocedores siguen prefiriendo estos modelos, aunque sean más caros, ya que no siguen modas pasajeras y su calidad los hace más durables. Pero los que no conocen, "los encuentran anticuados y caros. Empezaron a aparecer modelajes nuevos y más baratos, y (probablemente) estas empresas prefirieron vender lo que más se vende, que no es lo mejor", dice, y lo compara con un restaurante y la comida chatarra. Tampoco cree en las nuevas tendencias de calzados que son híbridos entre zapato y zapatilla, que compara con "cruzar un cocodrilo con un elefante". Finalmente, puntualiza que hoy el público que aprecia la calidad del calzado tradicional tiene la posibilidad de adquirirlo importado, algo que lamenta que las firmas nacionales parecieran no tomar en cuenta: "Su público era significativo, pero sectorizado, entonces, o hacían zapatos buenos o todo tipo de cosas", concluye.

Gacel partió en Concepción y se posicionó en la vanguardia de la moda femenina.

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