Dólar Obs: $ 945,42 | 0,84% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 39.075,41
IPC: 0,50%


Pensar EN VOZ BAJA

sábado, 13 de abril de 2019

Por María José Viera-Gallo Fotos Felipe Vargas Figueroa
Entrevista
El Mercurio

El filósofo Andrés Claro, doctorado en Oxford y profesor en varias universidades del mundo, publicó este verano el ensayo Tiempos sin fin , donde ahonda en los distintos tiempos: el psicológico, el cósmico, el histórico. Sobre la farandulización del saber, afirma: "Pensar en voz alta se ha convertido en una dinámica habitual, en un deporte nacional de opinólogos, quienes podrían beneficiarnos más a menudo con sus dudas que con sus convicciones pasajeras".



La pregunta por el tiempo inquieta, porque no sabemos nada de este y lo que sabemos es que su paso culmina en la muerte. Un final predecible y, a la vez, abismante.

El filósofo Andrés Claro (1968) sonríe ante esta constatación. El fenómeno del tiempo está nuevamente en boga en las comunidades de científicos y filósofos. Nuevas teorías, viejas preguntas y ninguna certeza. Ya sea como ensayista o profesor del Doctorado en Filosofía (Estética) de la Universidad de Chile, Andrés Claro es de los pocos filósofos que se aventura a reflexionar "a lo grande" desde una disciplina poco visible, sumergida en la dinámica de la producción de papers especializados y menospreciada por el currículum escolar chileno y el mainstream en general, como lo es la filosofía. Con este viento en contra, acaba de publicar su ensayo Tiempos sin fin (cierre de su trilogía formada por La creación e Imágenes de mundo , Ediciones Bastante), que indaga en las diversas representaciones y concepciones del tiempo, desde San Agustín al Tao, una lectura sofisticada y vibrante sobre un tema universal.

"El tiempo ha sido no solo un gran problema filosófico, sino una realidad ante la cual el sentido común queda en un impasse , constatando su presencia y enigma en el mismo gesto", afirma en una calurosa mañana de fines de verano en el Parque Forestal. Sus días transcurren revisando tesis doctorales de alumnos o escribiendo semanalmente sus seminarios, con un teléfono de línea fija y ninguna conexión a redes sociales.

A lo largo de su carrera, este doctor en Filosofía, en Literatura, de la Universidad de Oxford, discípulo del célebre Jacques Derrida y visiting professor en la Universidad de NYU y otras universidades del mundo, ha focalizado sus interrogantes en cómo las diversas formas de lenguaje y culturas determinan el modo en que entendemos y experimentamos el mundo. Durante el doble lanzamiento de Tiempos sin fin y de un libro de conversación titulado Lenguaje, mundo, traducción (Ediciones Overol) en el patio de la Academia de la Lengua, el también filósofo Bruno Cuneo resumió con estas palabras la importancia de su colega: "Mientras el campo intelectual está dominado por especialistas microscópicos, Andrés ve el gran problema".

-¿Por qué es tan complejo definir el tiempo?

-Es lo que resume célebremente Agustín, cuando plantea: "Si nadie me pregunta, sé lo que es el tiempo; si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé".

A sus 50 años, Andrés Claro ha emprendido una carrera académica en solitario, movido por sus propias motivaciones, entre las que figuran la poesía y la traducción. Luego de estudiar en la Universidad Católica, a mediados de los años noventa viajó a París para seguir sus estudios de postgrado con el célebre filósofo Jacques Derrida en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales (tesis que derivó en el libro Las vasijas quebradas, Ediciones UDP, 2012). Luego cruzó el canal de La Mancha hacia los rigurosos prados de Oxford, donde se doctoró con distinciones, y a mediados del dos mil se reinstaló en Santiago para hacer clases en la Universidad de Chile. Sus seminarios son comentados entre sus alumnos. Sus libros son leídos y citados por Adriana Valdés o Raúl Zurita. Lo admiran a sotto voce las nuevas generaciones de filósofos y literatos. De bajo perfil, Andrés Claro dice abiertamente que escribe para un lector culto, que "resiste en el espacio de la cultura".

-¿Qué nos angustia del transcurso del tiempo?

-Esa angustia, como lo pones, está relacionada a una representación metafórica del tiempo como movimiento discreto, cuantificable y lineal hacia un fin, lo que da efectivamente un sentido dramático a la existencia. Es lo que se impone ya en la cultura occidental clásica, tal como lo ilustra el carpe diem de Horacio, por ejemplo, con la idea de que hay que aprovechar el instante presente antes de que sea demasiado tarde.

-¿Es posible percibir el tiempo de otra manera?

-Bueno, en la cultura clásica china, surge una concepción del tiempo como un proceso vibratorio sin término, al que se accede junto a las transiciones continuas de la naturaleza. Es lo que da un sentido más cósmico a la existencia, donde el ser humano aparece como una manifestación de un proceso de alternancias, inmerso en el Tao.

-De la lectura de tu ensayo se deduce que el Tao es lo que más te hace sentido como representación del tiempo.

-Sospecho que te hace más sentido a ti, no a mí (ríe). Personalmente, no ando buscando sabidurías de recambio. El drama de la muerte no me parece obviable; es una presencia diaria y "es una lata morirse", como decía un buen amigo con aparente y aterradora liviandad.

-Se nos educa con que es mejor no pensar en la muerte. ¿Por qué sería mejor hacerlo?

-Pensar en la muerte es inevitable. En principio, como con el tiempo, pero por otra razón, que es la imposibilidad de dar testimonio de la propia muerte, lo cual nos deja también en un impasse : el de una realidad de la cual no se puede contar la experiencia directa. Pero la experiencia de la muerte ajena, desde la de un insecto hasta la de un ser querido, impone una interrogante. Ya los niños chicos se intrigan y exigen una explicación. Y varias religiones han hecho de la respuesta a esta inquietud una estrategia de reclutamiento bastante exitosa.

-¿Qué explicación tienes tú a la mano?

-La muerte como proceso natural, donde uno se incorpora al cosmos, para decirlo de modo amable. Los niños, de manera bastante espontánea, se acercan a esta idea de transformación, de metamorfosis, de que uno pasa a ser parte o se transforma en otra cosa... Me parece una consolación algo más aceptable.

-Al reflexionar sobre el tiempo, también hablas del tiempo psicológico, como cuando planeamos nuestro futuro, por ejemplo, siendo que el futuro per se no existe. Y el tiempo laboral asociado a la productividad, la idea de time is money . ¿Cuál es la relación de los chilenos con estos tiempos?

-No sé, supongo que en Chile el tiempo se representa y vive de maneras diferentes en distintas comunidades. Si uno cierra el foco sobre la cultura urbana, entonces sí, uno nota una negación a hacerse cargo del tiempo externo que va a la par de una saturación del tiempo psicológico. De una parte, la gente anda por la calle con la sensación de que no tiene tiempo para nada, mientras de otra hace todo lo posible por saturar su conciencia mediante estímulos ajenos. Esto tiene que ver con la noción abstracta de trabajo que domina socialmente, asociada al fetichismo de la producción. Hay una suerte de pánico o relación culposa con el tiempo disponible para ser llenado de manera personal, individual; reaccionamos como un niño al que pillan mirando el techo mientras debe estar haciendo sus tareas.

-Existe esta idea de que pensar es perder el tiempo.

-Sí, pero para llegar a esa "idea" hay que haber pensado antes, ¿no? Bueno, existe la idea de que pensar exige demasiado tiempo y esfuerzo sin generar un bien de consumo palpable, medible y transable en el mercado. Me refiero a pensar en voz baja, porque pensar en voz alta se ha convertido en una dinámica habitual, en un deporte nacional de opinólogos, quienes podrían beneficiarnos más a menudo con sus dudas que con sus convicciones pasajeras.

Han pasado más de dos décadas desde que Andrés Claro publicara su ópera prima La Inquisición y la Cábala (Lom, 1996; segunda edición 2009), un particular libro de más de 800 páginas que escribió cuando tenía apenas 25 años. Esos primeros años de formación académica junto a Pablo Oyarzún primero y Derrida después, están rememorados en las conversaciones de Lenguaje, mundo, traducción . Del fallecido Derrida, dice admirar "su coraje especulativo y el no transar con el formato que promueven en la academia y en los medios". A los seminarios de Jacques Rancière (otra estrella intelectual francesa, hoy en plena actividad) los recuerda como especialmente intensos. De la "gran academia internacional", que cita irónicamente entre comillas, señala que "se la pasan en el Club Hípico, viven preocupados de sus carreras y raramente te hablan de lo que están pensando, como si tuvieran que protegerlo". Pero es con el cineasta Raúl Ruiz con quien estableció una estrecha amistad; largas conversaciones de sobremesa y discusiones intelectuales plagadas de juegos, chistes y paradojas lingüísticas, que concluían con un Ruiz diciendo: "El dueño de casa se va a acostar, porque los invitados están muy cansados". Hoy, con París en su memoria y los ojos puestos en Chile, Andrés Claro se declara crítico del estado actual de nuestra cultura, la que considera está desgarrada "entre la inquisitio de la academia y la farandulización del periodismo".

-¿La filosofía es una forma de resistencia a la opinología exprés, a lo que dictan las modas, las olas culturales, a esto que llamas "el rasero del espectáculo"?

-La filosofía, y más ampliamente el conocimiento humanista, debiese ser una forma de pensamiento lento, que se toma su tiempo. Pero hoy se la intenta someter a los mismos raseros de producción y evaluación en tiempo real que al espectáculo. La paradoja es que bajo la pretensión de "seriedad" y de "profesionalización" de las humanidades, incluida un ansia de división del trabajo que desemboca en la especialización profesoral y en el paper como género discursivo privilegiado, se la hace inofensiva, se la desconecta de los desafíos de la cultura en sentido amplio.

-¿Crees que el pensamiento políticamente correcto ha reemplazado al pensamiento crítico?

-Es lo que se observa a menudo en términos ético-políticos en la arena pública, donde vale la pena agregar que la incorrección sistemática puede ser también una forma floja y acrítica de pensamiento correcto. Y es lo que tiene una contraparte en la arena académica, donde probar cosas -saber mucho y pensar poco- es el tipo de "pensamiento correcto" que promueve este papeleo que transforma a las humanidades en un papelón, en una glosa permanente de archivos, obras y autores. Una manera astuta -ideada a nivel internacional, por lo demás- de que nada cambie, de hacernos a todos cómplices más o menos inadvertidos de la facticidad de turno.

-Fukuyama en los 90 hablaba del fin de la historia. ¿Se equivocó?

-No podría haber fin de la historia, de una concepción del tiempo histórico. En cuanto a la concepción particular de la historia como una tensión o lucha de ideologías en pugna, pensar que se ha cerrado ante la imposición del neoliberalismo como pensamiento único, es ingenuidad o mala fe.

-Este año se ha repetido mucho que el lenguaje crea realidades. ¿Es tan así?

-No. Por supuesto que los lenguajes -y estoy hablando en sentido amplio, al modo de sistemas de signos- no crean la realidad, sino que permiten acceder y relacionarse con la realidad al representársela de un modo determinado, permiten percibir y pensar un mundo socialmente compartido.

-¿Y esto afectaría nuestra concepción del tiempo?

-Claro. No es lo mismo tener una lengua donde se representa al futuro delante, porque suponemos que nos movemos hacia él, que una lengua como el hebreo donde es el pasado el que se representa al frente, pues se lo puede ver, mientras el futuro estaría de espaldas, porque no se lo puede ver. Formas de lenguaje tan simples como estas generan experiencias distintas de configurar lo real y habitar un mundo.

-Internet está en crisis y Google está contratando a filósofos entre sus creativos. ¿La rapidez y fragmentación es una mala noticia para el pensar?

-No me parece ni una buena ni una mala noticia en sí misma, sino que depende del modo en que la utilicemos o se nos imponga. Pero puede devenir un dispositivo de ansiedad, de promesa frustrada, que es lo que ocurre a menudo en la navegación adictiva, donde la yuxtaposición de una impresión fragmentaria a la siguiente puede que no produzca nada, que deje en un estado de frustración e insatisfacción permanentes, con un tiempo psicológico saturado, pero muerto, y un tiempo cósmico negado y vacío.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia