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Jorge Alís

"Agradezco mi TOC, agradezco mi neurosis"

sábado, 09 de marzo de 2019

ERNESTO GARRATT VIÑES FOTOS FELIPE VARGAS DIRECCIÓN DE ARTE MANUEL GODOY
Reportaje
El Mercurio

Tras protagonizar el show más visto del Festival de Viña, el comediante argentino radicado en Chile pasa un momento de relajo en la playa con su familia. Desde allí habla con "Sábado" sobre su método de hacer humor, el impasse con la PDI tras la presentación, las acusaciones de plagio y un lado desconocido de su vida: padeció de TOC, lo que lo obligó a seguir una larga terapia en su país.



Justo después de su aplaudido show en el Festival de Viña, en el que obtuvo Gaviotas de Oro y Plata, personal del área de Control Migratorio de la Policía de Investigaciones (PDI) ingresó a los camarines de Jorge Alís para chequear que los artistas y ayudantes extranjeros -el comediante trabaja con un equipo de 24 personas- tuvieran sus documentos al día.

-Yo me enteré después, pero sí -dice Jorge Alís-. Fue después de terminar el show como lo contó el "Mito" (Luis Fuentes), el pibe este, el actor del elenco. "Mito" estaba ahí y vio esta historia y se sintió mal, porque los ayudantes se sintieron bien mal. Cuando tuvimos el ensayo general, todos estaban felices por lo que estaban provocando, por hacer algo que los identificaba y porque era importante para ellos sentirse aceptados.

-¿Y cómo tomaste esta inspección de la PDI?

-No me siento realmente extranjero en este país, ¿me entendés? Yo me siento de la casa. Y es como que alguien llega a tu casa y deja la cagada con tus amigos. Invitás a alguien y los trata mal y uno dice: "Pucha, ¿por qué tratás mal a la gente?". Estos pibes se sintieron mal. Y yo me sentí mal por ellos.

Jorge Alís es un obsesivo. Un perfeccionista obsesivo. El cómico argentino, de 52 años y radicado en nuestro país hace 23, hace parecer simple lo complejo. Su hilarante rutina humorística en el Festival de Viña del Mar -que fue lo más visto del evento, con un peak de 50 puntos de sintonía-, donde puso un metafórico espejo para mostrarnos y hacernos reír con temas incómodos, como el racismo y la intolerancia, es en realidad un trabajo bien aceitado.

-Ensayamos desde hace dos años y estuvimos varios meses laburando en la estructura. Lo que queríamos era contar una historia que hiciera pensar -dice Jorge Alís en un momento de relajo en la playa con sus tres hijos y esposa.

Asegura que, en la génesis de esa rutina, se enfrentó al desafío de una pregunta: "¿De qué hablo?".

-Y lo que quería hablar era de lo que nos pasa a todos, todos los días.

Y esas cosas cotidianas son las delirantes conversaciones que se dan en el WhatsApp de apoderados, los indolentes correos electrónicos que terminan con la frase "quedo atento a tus comentarios", los malos mozos, los taxistas atemorizantes o el colorido del nuevo Chile, que graficó con un baile de cueca interpretado por inmigrantes negros.

La puesta en escena de su show en Viña es el resultado de una visión. De una visión de rayos X, citando la clásica película de Ray Milland, de 1963, con un hombre capaz de ver a través de las personas y las cosas. Para lograr esa mirada, que fue más allá de lo evidente para tocar justo la fibra del espectador chileno del año 2019, Jorge Alís no solo trabajó arduamente con sus guionistas, Mariano Ramos e Iván Oyarzún; o en la escenografía tipo cómic de la dibujante Jane Duhart (que enviaba sus ilustraciones desde Nueva Zelanda) o con un equipo de actores, productores y técnicos. También dominó y miró a la cara su propia y personal neurosis: su mayor debilidad, dice, pero bien trabajada, convertida en una de sus mejores fortalezas.

-Agradezco mi TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), agradezco mi neurosis, esa que me torturó durante años, porque de repente me hizo encontrarle una vuelta a lo que muchas veces esconden los seres humanos: cosas que nos hacen mucho daño. Estamos presos de nuestros rituales, de nuestras creencias, de nuestros miedos, de las paranoias, y tenemos una coraza que nos separa. Y mucho más ahora con las redes sociales: uno se mete para adentro, te quedás en tu casa. Y el contacto se nos hace cada vez más difícil.

-¿Tienes TOC diagnosticado?

-Tengo siete años de terapia en Argentina. Pero el arte del baile me ayudó a salir de tantas cosas y trancas que tenemos los seres humanos.

-¿Me puedes dar un ejemplo de cómo te afectaba el TOC?

-Vengo de una familia muy religiosa. La típica historia de que te persignas ante todos los santos. Mi papá era de alabar las imágenes, (tener) santos por toda la casa. De niño yo tenía un ritual para dormir, persignándome ante todos los santos que había en la casa. Y en esa locura le vas poniendo cada vez más cosas: me despertaba cuando todos se dormían y si tocaba un objeto, una silla o algo del comedor, tenía que volver a empezar a caminar todo de nuevo. O sea, los castigos internos que uno tiene en la realización de un ritual son como "si no hago esto, se va a morir mi papá, y si se muere mi papá, es culpa mía".

Y detalla cómo trabajaba su cabeza en esos días de juventud:

-Mi idea era entonces salvar a mi papá y pensaba: "Si me levanto y me persigno ante todos los santos, este familiar mío no se va a morir". Y el trabajo era cada vez más arduo, no podía tocar nada, tenía que estar entre medio de los objetos, tenía que repetirlo de una manera igual, pisar la misma baldosa, entrar a ver si respiraba mi viejo, caminar tres pasos, escuchar su ronquido. Ya al segundo día no son dos ronquidos, son tres, y a la semana son siete. Entonces me preguntaba: "¿Qué me pasa?", "¿a quién le digo esto?". La mía era una familia normal de clase media argentina y era difícil ahí.

Dice que este modo de pensar "me lo fui sacando con la terapia. Lo que pasa es que a la terapia freudiana de diván iba mucho".

Su segundo terapeuta en Argentina fue un psicólogo de la Asociación de Actores.

-No me recibía si yo llegaba tarde. Le decía, al atrasarme, "es que tuve un problema, vendo ropa, pero quiero ser actor, quiero vivir del arte, no quiero vender ropa, ni tener verdulería ni heladería, como las tuve". Entonces si llegaba cinco minutos tarde, me preguntaba qué había hecho hoy. Si no había laburado en la semana en TV o teatro o en algo artístico, me echaba de la consulta.

En Chile continuó sus sesiones psicológicas. Su especialista de ese entonces, recuerda Alís, le sugirió escribir sus pensamientos afiebrados y así nació uno de sus primeros shows de humor en Chile: "Ya se lo dije doctor".

Antes de venirse a Chile, Jorge Alís estudió teatro en Argentina, siguió la carrera de Psicología y estudios para ser clown . Fue parte de la agrupación teatral Hermanos Brother y también se formó como bailarín de tango. Tuvo un show turístico como tal en Caminito en los tiempos en que vivía aún en Buenos Aires. Eso fue hasta los 29 años. A esa edad decidió probar suerte en Venezuela. Había sido instructor de tango de una pareja de diplomáticos de ese país en Buenos Aires, estaba casi ad portas del viaje a Caracas, pero se truncó. Y terminó en Santiago de Chile.

En Santiago cofundó los cimientos de su local de eventos, humor y música, El Cachafaz, muerto y renacido en más de una ocasión. En la versión primigenia de El Cachafaz, Jorge Alís, un emprendedor sin miedo a intentar cosas nuevas, hacía clases de tango y se hizo amigo de una de sus estudiantes: Paula del Campo.

-Y ahí, en esa escuela, aparece Paula como una estudiante de tango y nos hicimos amigos durante años y después novios. Paula también es cantante; entonces hay una veta artística que nos comunica -dice el comediante sobre su mujer y la madre de sus tres hijos: María, de 12 años; Violeta, de 9; y Facundo, de 7.

-Yo creo que en la relación tiene que haber algo que te comunique con tu pareja, que está más allá de criar o de llevar una empresa tan importante como una familia adelante. Paula canta, tiene un grupo que se llama Vitrola Trío que está muy bueno, hacen jazz pop , milonga, valses, laburan también conmigo, telonean a veces mis shows . Y yo bailo tango también con ella, y con ella viajé, hicimos varias giras laburando en la calle, pasando la gorra en festivales.

En su rutina de Viña, Alís elabora la idea de pareja y familia. En la novelización de su propia vida durante su show aparece un hijo mayor y adolescente que en verdad no existe.

-Es un invento -dice riendo sobre esa mirada a una vida que parece la suya, pero no lo es en verdad. Lo que sí es verdad es que mira su propia vida y sus propias experiencias para hacer crecer las bromas y relatos sobre el escenario. Por ejemplo, frente a su rutina del WhatsApp del colegio, celebrada por las redes sociales en un primer momento, sale del paso a la acusación de plagio hecha por un ingeniero español llamado Juan de Gorostidi.

-Yo hace un rato que estoy haciendo esta historia: hace dos años y medio que empecé con este espectáculo, el grupo de WhatsApp es el puto grupo de WhatsApp que tengo del colegio en donde están mis tres hijos. Y yo creo que hay demasiada similitud en una cosa muy cotidiana desde que salió esta aplicación, desde que se inventaron los grupos de WhatsApp, y tiene que ver con una vivencia muy mía que es, más encima, jodida, porque yo les tiraba joda a los integrantes y se lo tomaban bien o se lo tomaban mal.

-¿Sigues teniendo grupos de WhatsApp por el colegio y tus niños?

-Sí, tengo grupo de colegio, de barrio, de seguridad, era verdad lo de las dos personas caminando. Y de ahí salió lo del niño sirio (mencionado como broma en la rutina) y el leseo era por eso... la vida te da de todo, la realidad supera a la ficción.

-Y después del éxito, ¿qué viene?

-Estoy laburando en el próximo show , terminando uno nuevo.

Y lo dice con un dejo de culpa, ya que su plan perfecto es en verdad pasar en familia el mayor tiempo posible.

-Cuando tenía 49 años nos fuimos de vacaciones por primera vez con mi familia, y siento ahora que mis hijos están más grandes, no deseo perderme nada que tenga ver con ellos. Gracias a Dios hace un par de años he logrado con El Cachafaz no tener que estar corriendo todo el rato. Me ofrecen, además, un montón de cosas para hacer, pero yo no quiero volverme loco laburando. La gente me dice "aprovechá, aprovechá el momento". Pero yo puedo hacer comedia a los 70 años, ahora quiero compartir con mi familia.

-¿Y te llegan muchas ofertas de la TV?

-Me ofrecieron hacer varios programas de televisión, pero dije que no. Siento que la TV tiene el gran problema de que los espacios publicitarios los pagan las marcas que manejan generalmente el contenido, y es imposible hacer televisión sin tener una restricción en el contenido. Ahora, yo no solamente te hablo de garabatos, sino de temas, de qué se puede hablar y de qué no se puede hablar. Queda la imagen de que te aburguesás y te dicen que ya no podés decir esto o lo otro, como cuando hacías teatro callejero... pero ¿por qué?, me pregunto, si eso es lo que yo soy. No cambió mi vida, cambió la percepción que la gente tenía de mí: yo vivo en el mismo barrio, en la misma casa, tengo una citrola, voy al parque y pido fiado en el almacén de la esquina.

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