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A sus 60 años lanza su séptima novela:

El balance de madurez de Carla Guelfenbein

martes, 29 de enero de 2019

Por María Cristina Jurado. Fotografías : Felipe Vargas
Entrevista
El Mercurio

"La estación de las mujeres" saldrá este otoño como novela y libro de arte con sus collages . Multifacética, esta best seller -traducida a 17 idiomas- hace su arqueo de vida. Exilio, desarraigo y soledad se entrecruzan con su voluntad, el motor que la ha impulsado vitalmente. En abril, Carla Guelfenbein viajará a Nueva Zelandia y Australia, convidada a festivales literarios. Y en la primavera concretará una residencia de autor en el castillo Civitella Ranieri en la Umbría italiana.



Carla Guelfenbein Dobry, bióloga experta en genética de población -su primera profesión, que estudió en la Universidad de Essex, Inglaterra-, diseñadora gráfica titulada y escritora best seller , deja su café sobre una mesa. Se pone de pie y reflexiona:

-Siempre es difícil cambiar. El cambio conlleva ciertos traumas, ciertos dolores. Pero en mi vida he estado muy acostumbrada a los cambios, soy resiliente. No solo en mi vida personal he tenido cambios de paradigmas, de situaciones emocionales, de países. Yo he cambiado mucho en mi vida. Me recibí de bióloga; con mi cartón me puse a estudiar Diseño en la Central Saint Martins: trabajé como diseñadora diez años. Pero siempre se venía gestando este deseo de vivir más en la literatura. Y llegó un minuto en que me atreví a hacer el cambio.

Guelfenbein, separada hace nueve años del hijo del exsenador socialista Carlos Altamirano Orrego y madre de dos adolescentes, le debe mucho a su vida con altibajos. Una existencia que le otorgó densidad como ser humano y la convirtió en los últimos 16 años en una creadora literaria de poderoso foco, cuyos libros se venden sin respiro. Tanto, que en 2015 llamó la atención de uno de los agentes literarios más influyentes del mundo, Andrew Wylie, quien también se ocupa de la obra de Roberto Bolaño.

Ya juega en las ligas mayores.

-Hoy me siento impresionantemente segura. De lo que hice, de los resultados. He logrado muchas cosas, y la económica es la menor. Tengo una independencia total, y una plenitud respecto a saber que el lugar que estoy ocupando hoy día en el mundo es el lugar que quiero ocupar.

Con una historia familiar entrecruzada por la ausencia, el dolor y el desarraigo, Guelfenbein aprendió a enfrentar su días con sentido de la realidad. Ha sido una voluntarista, dice. A sus 60 cumplidos en noviembre, olfatea minuciosamente la sociedad donde está inmersa. Desde 2002, sus libros le dieron un nombre y el lujo de ganar el Premio Alfaguara de Novela en 2015 cuando publicó "Contigo en la Distancia", que perpetuó su fenómeno de ventas a nivel continental.

Hoy está llena de planes. El más importante es el lanzamiento en el otoño de su séptima obra, "La estación de las mujeres", que, por primera vez, se centra en la temática femenina en forma específica:

-Es una novela que cuenta la historia de cinco mujeres en diferentes tiempos en Nueva York. Uno de esos personajes es Doris Dana, la compañera de Gabriela Mistral y su albacea, yo hablo a través de su voz. (...) Lo interesante es que es la primera novela que yo hago con una mirada muy femenina. Por eso termina llamándose 'La estación de las mujeres'. Fuera de Dana, los otros cuatro personajes son todos de ficción: cada una tiene una mirada sobre el mundo y su problemática, y entre todas ellas conforman lo femenino.

Este nuevo libro -que se prepara para su trashumancia en varios países latinoamericanos- es una exploración del subjetivo femenino a través de sus personajes, dice su autora. "Es primera vez que realmente asumo el desafío de hacer una novela en que hay una premisa anterior, que es la exploración del subjetivo femenino".

-¿Por qué ahora?

-De las siete novelas que tengo, en cada una me planteo alguna forma de desafío. Puede tener que ver con la forma, con el tema, con los personajes. La primera, 'El revés del alma', es una novela de mujeres, y me fue increíble: me puso en el mundo de la literatura. Con esa novela viajé por toda Latinoamérica y España.

Pudo haber seguido el hilo del éxito seguro, pero no quiso encasillarse. Y en los libros que siguieron hizo hablar a hombres, niños y jóvenes. "No quiero quedarme yo misma encerrada, encasillada, siento que así no tiene ningún sentido el camino de creación".

-El 2018 fue el año de las mujeres en el mundo.

-Y sigue siendo. Pero esta novela yo la empecé a escribir en 2016. ¡Y en todas mis novelas hay mujeres!

Simplemente sentí la necesidad. Porque yo no escribo por lo que va a estar en boga y qué voy a vender.

Pero su nueva producción literaria encierra otra novedad. Saldrá en dos formatos: como novela y libro de arte en edición limitada, con collages hechos por ella con papel, tinta, madera, ramas y colores. Y es que Guelfenbein pinta y dibuja desde niña, desde que su padre arquitecto la educó en el gusto por la estética. Por eso, ya recibida de bióloga en Inglaterra, desdeñó una beca para un posgrado en Cambridge y se recicló en la Central Saint Martins de Londres.

Pero fue finalmente la literatura la que le ocupa sus días en su madurez. Junto al lanzamiento de su libro de arte, hará una exposición de sus collages respaldada por su amiga Mónica Bosselin.

-Usted no quiere identificarse como una autora feminista.

-Yo soy absolutamente feminista. Soy una mujer feminista desde el primer día. Yo estaba por el aborto sin causales de ningún tipo desde que tengo 20 años. Me acuerdo que, cuando llegué a Chile y yo hablaba del aborto, encontraban que estaba loca y me decían que me callara.

Mi madre me educó como autosuficiente y que tenía que defender a las demás mujeres; por lo tanto soy de alma. Pero otra cosa es lo que tú escribes. Yo no creo en la literatura de eslóganes, esa que está al servicio de ideas, del panfleto. Para mí pierde la mitad de su valor. (...) Al final, uno siempre está trabajando con ideas, pero hay que trabajarlas desde la historia, desde los personajes, no desde tus propias creencias. Muchas veces mis personajes ya dicen mis ideas. Eso es parte del proceso de la escritura y la literatura.

En abril, Carla Guelfenbein viajará a Wellington y Auckland en Nueva Zelandia, y a Sídney y Camberra en Australia, convidada a festivales literarios. Y en la primavera concretará una residencia de autor en el castillo Civitella Ranieri en la Umbría italiana.

Desarraigo y soledad

Esta escritora emigró con su familia de Santiago a Londres cuando tenía 17 años. Su madre era profesora de filosofía en la Universidad de Chile y fue detenida transitoriamente después del golpe de Estado por sus ideas de izquierda; al ser liberada, el matrimonio y sus tres hijos optaron por salir de Chile rumbo a Londres. Primero viajaron Carla y su mamá, meses más tarde se les reunieron su padre y dos hermanos menores. Pero la joven tuvo al mismo tiempo que lidiar con otra situación dramática: su progenitora iba enferma de un cáncer linfático casi terminal. De un día para otro, se vio enfrentada a una encrucijada sin la madurez para procesar su realidad.

Al año de llegar a la capital inglesa, Guelfenbein y sus hermanos quedaron huérfanos de madre. Tuvieron que rearmarse su vida como pudieron. Sobreviviendo -recuerda ella- día a día, minuto a minuto. Crecieron en un desarraigo que los arrojó de golpe en la adultez y les imprimió cosmopolitismo.

-¿Cómo ha marcado el desarraigo su vida?

-El desarraigo tiene su lado positivo y negativo. Mi desarraigo nace en mis abuelos, que huyeron de los pogroms de Ucrania y llegaron a Chile. Se juntan dos hijos de inmigrantes que han tenido que huir porque han sido perseguidos por su condición de judíos. Y arman una familia. Yo, siendo mil por ciento judía y teniendo una identidad esencial judía, no fui educada como judía, sino como chilena. Mis padres eran ateos, de ahí viene mi ateísmo.

Guelfenbein rescata la libertad enorme que le dio crecer en el desarraigo que le causó el exilio en Inglaterra:

-No tengo deudas que saldar con nadie ni conservadurismos que cuidar. Yo puedo decir lo que quiera, tomar las opciones que quiera porque no pertenezco a ninguna tribu. No tengo una tribu de referencia que me esté observando, juzgando, coartando. Esa sensación de libertad me ha ayudado muchísimo como escritora. Poder explorar, decir, pensar y querer lo que yo quiera. (...) Puedo establecer relaciones estrechas, afectivas, profundas, con gente que no pertenece a mi terruño, gente con la cual no tengo una historia previa. Haber tenido que salir a los 17 años me dio todas las armas del mundo.

Pero también hubo agraz.

El hacerse adulta en un país ajeno le produjo un sentimiento muy profundo de soledad que arrastra hasta hoy. Dice:

-El haberme ido de Chile cortó ciertos lazos antiguos que no crecieron como crecen los lazos. Eso te da una sensación muy profunda de soledad. Yo soy bastante solitaria, a pesar de que soy muy sociable. Pero he aprendido a valorar muchísimo mi soledad, ¡tengo que estar sola! En mí se juntaron dos cosas: este oficio (de escritora), que elegí como opción de vida, más el desarraigo. Terminé siendo alguien bastante ostra.

Carla dice que la escritura siempre fue parte de su vida, pero mucho más la lectura.

-Yo he sido una lectora empedernida. Y hasta hoy, salgo, y en mi cartera, con un libro. La lectura es mi hogar, mi casa. Donde vaya voy con un libro. La decisión de qué libro voy a llevar a un viaje es fundamental. Cuando viajo, voy con mi eBook donde tengo diez metidos. Pero si estoy acá, prefiero el papel. Y creo que la lectura se la debo a mi madre, ella me hizo una buena lectora.

Su otro polo emocional son sus hijos, Micaela y Sebastián. Los concibió por fertilización in vitro , un proceso que duró muchos años de su juventud y que marcó a fuego su matrimonio de un cuarto de siglo con Juan Carlos Altamirano. Para la escritora sus embarazos son parte del tiempo más desafiante de su vida. Cuando tuvo que poner a prueba su voluntad, su resistencia psicológica y su determinación:

-Todos mis procesos tienen que ver con que yo me demoré diez años o más en tener a mis hijos. Los dos fueron concebidos in vitro . Yo conocí a Carlos cuando tenía 18 años y no nos casamos inmediatamente, vivimos juntos en Inglaterra. Él estudiaba Sociología y yo, Biología. Desde el minuto que nos juntamos, el amor fue creciendo. Y cuando intentamos tener hijos, no pudimos.

A mediados de los 80 se casaron y volvieron a Chile. En ellos comenzó el vía crucis para que Carla se embarazara, un tratamiento de fertilidad que estuvo en las manos de los doctores Fernando Zegers y, después, José Balmaceda.

Año tras año, cada implantación de óvulos fallaba. Tras tanto fracaso, el matrimonio tuvo que desprenderse de valiosos cuadros y juntar hasta el último peso para hacer frente a los gastos. Pero no cejaban.

Carla Guelfenbein, quien no estaba acostumbrada a que las cosas no le salieran, se desorientó. Sufrió una crisis.

-La primera vez que no resultó pasé varios días llorando. Me despertaba llorando, en la mitad del día me ponía a llorar. Siento que me lloré todas las penas pasadas de mi vida. Se abrió la llave y me lo lloré todo: el exilio, mi mamá, todo. Porque yo nunca había llorado así. No soy muy llorona. Realmente fue como si se abriera una válvula con todas las tristezas que había tenido, y salieron.

(Sentí que) yo no era todopoderosa frente a mi vida como siempre había creído. (Yo creía) que si yo hacía las cosas perfectas, como estaba acostumbrada, con total conciencia y total entrega, las cosas no tenían por qué no resultar.

-¿Sigue pensando igual?

-No. Ahora soy mucho más humilde. Infinitamente más humilde.

-Y a medida que pasaban los años y los fracasos seguían, ¿cómo fue su vida?

-Pasaron muchas cosas. Después de esa tristeza inicial, por supuesto que siempre tuve pena, pero nunca volví a sentir eso. Creo que me contacté con mi vulnerabilidad y con mi humildad. Y entendí que había ciertas cosas que yo no podía controlar y que las cosas sí podían salir mal. Y había que aceptar eso. Aprendí a aceptar.

Después de años de lo que ella sentía como fracaso personal, su médico tratante Fernando Zegers la derivó al doctor José Balmaceda. Era mediados de los años 90.

-Lo que me dijo Fernando es que mis posibilidades podían aumentar si es que congelábamos óvulos. Pero en Chile no se congelaban. No había la tecnología y tenían que existir las leyes que apoyaran todo este cuento. Zegers me dijo: '¿Qué tal si te preparo en Chile y tú te vas donde un amigo mío que hace exactamente lo mismo que yo en Los Angeles? Este doctor era José Balmaceda, y era chileno.

El doctor Balmaceda la atendió en California y no le cobró un peso. Carla Guelfenbein se emociona al recordar. Se embarazó de Micaela y se le acabaron todos los miedos. Nunca había pensado en adoptar y tampoco temió perder esta guagua. Al año siguiente tuvo a Sebastián. Micaela fue su décimo intento de embarazo y Sebastián, el undécimo. Cuando sus hijos cumplieron doce años, ella y Carlos les contaron que eran niños concebidos in vitro .

Su voluntad la hizo ser madre. Y es esa misma voluntad la que hoy la tiene como una de las escritoras más leídas de Chile, con sus alas desplegadas hacia el mundo.

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