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Sobre la selección por desempeño académico

domingo, 20 de enero de 2019


Opinión
El Mercurio




La visita a cualquier sala de clases de sexto básico sin importar la condición social de los alumnos permite constatar la heterogeneidad de intereses en las experiencias educacionales a las que son expuestos. En nuestro país ha existido una larga tradición en la educación pública que, aprovechando esa realidad, invita a niños y niñas a postular a liceos donde ese desempeño académico es considerado en la admisión para luego someter a los seleccionados a altas exigencias académicas, con el propósito de potenciar las habilidades detectadas tempranamente. Detrás de este enfoque está la idea de que es positivo para una nación que un grupo de sus niños y jóvenes con esas características esté sometido, en conjunto, a dichas exigencias. Hace varias décadas en nuestro país también estos liceos, aunque no fue su razón de ser inicial, han sido vistos como una forma de darle porosidad social a la élite, entendida esta, algo restrictivamente, como el grupo de personas que acceden a las universidades y carreras más selectivas.

Esta selección académica, aunque debatida, existe en la mayoría de los países. De hecho, en el nuestro es relativamente baja. Los alumnos seleccionados por desempeño académico no alcanzarían a la mitad del promedio observado para los 70 países y regiones que rindieron la prueba PISA de 2015. En esa muestra, la selección académica ocurre entre el equivalente a cuarto básico y primero medio. Si esta selección existe en la mayoría de los países, es difícil pensar que ella es una fuente de grandes perjuicios para un sistema educacional. En ese sentido, la decisión de impedir esta forma de selección, de acuerdo con la tradición que ha existido en el país, no es fácil de entender. A menos que se crea que detrás de los distintos desempeños de los alumnos solo hay diferencias en el capital socioeconómico y cultural de sus hogares. Nadie puede negar que esta dimensión es la más relevante en esa variabilidad, pero está a gran distancia de explicar su totalidad. Menos cierto es esta realidad en la educación subvencionada, que es la que nutre en Chile a los liceos públicos.

Atendida esta realidad, cuál es el daño de perseverar en estos liceos tradicionales. Parece creerse que ello significará un descuido del resto de los planteles escolares del país. Pero esta conexión es difícil de visualizar. Que nuestra educación no esté a la altura poco tiene que ver con la existencia de estos liceos. Otras voces aluden a un efecto par que se desaprovecharía. La ausencia de estos estudiantes de gran desempeño académico dejaría de "iluminar" las experiencias de los que se quedan en las escuelas y colegios de origen. Poco importa a estas voces que dicho efecto no parece ser tal y, de existir, tiene más oportunidades de producirse si se reúnen estudiantes de alto desempeño académico. Paradójicamente, ello avalaría la razón de ser original de estos liceos. También hay argumentos que, en el fondo, aspiran a borrar la distinción en educación. Sospechan de ella; creen que, en general, es inmerecida y, por tanto, prefieren que se visualice, si alguna vez, hasta muy avanzado el proceso educativo. Pero estas percepciones, por muy legítimas que sean, no debieran guiar la política educacional, sobre todo en ausencia de evidencia robusta.

Tal vez estos argumentos podrían ser suficientes para detener el término de la selección académica en liceos públicos y celebrar la decisión del gobierno actual de reponer esa posibilidad. Pero si se consideran los riesgos de terminar con estas experiencias, su término tiene aún menos sentido. En el proceso admisión 2018, solo el 22% de los estudiantes seleccionados por la Universidad de Chile provinieron de liceos municipales. El 38% de estos de solo cinco liceos tradicionales. Otro 13% lo aportaron otros cinco liceos, también tradicionales. Hacia 2010 el 26% de los matriculados tenía su origen en la educación pública y el 54% de ellos de esos cinco liceos tradicionales. El número absoluto de estudiantes provenientes de esos establecimientos cayó en un 25% en este período. Más allá de los cambios en la matrícula de la educación pública, en este lapso es precisamente la pérdida de dinamismo de estos liceos lo que explica la caída en la proporción de estudiantes que proviene de la educación pública en la Universidad de Chile. Otro tanto ocurre en la PUC. En la admisión pasada, más de la mitad de los estudiantes que provienen de la educación pública se explica por diez liceos selectivos (tradicionales y dos Bicentenario). Si se debilitan estas experiencias, todo indica que será aún más baja la proporción de estudiantes provenientes de la educación pública en estas casas de estudio. Así, es muy difícil pensar que el término de estos liceos pueda ser una política valiosa.

Harald Beyer
Universidad Adolfo Ibáñez

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