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Enfrentando la crisis

martes, 30 de septiembre de 2008

Jorge Marshall
Economía y Negocios Online, El Mercurio

Cuentas fiscales y una balanza de pagos sanas son condición necesaria, pero no suficiente, para enfrentar los hechos desconocidos que se vienen.





La crisis financiera está cambiando el panorama de riesgos: estábamos inquietos por la persistencia que mostraba la inflación y, por consiguiente, conformes con la contundente reacción del Banco Central, pero ahora el epicentro de la incertidumbre está en la magnitud del contagio de la crisis financiera en la actividad económica mundial. El hecho de que Chile tenga sus cuentas fiscales y de balanza de pagos muy sanas es una condición necesaria para enfrentar los eventos desconocidos que tenemos por delante, pero no es suficiente. Ante la incertidumbre es indispensable tomar resguardos y tener capacidad para actuar, lo que depende de la coordinación entre el Ministerio de Hacienda y el Banco Central, así como de la sintonía entre las autoridades y el resto del país.

Dos factores que se complementaron para generar el desastre que estamos presenciando son, primero, la propensión inherente del sector financiero a la inestabilidad, que debe ser controlada por medio de un sistema de incentivos en constante actualización y que en esta ocasión se quedó rezagado. La brecha se produjo por la fuerte innovación financiera sin la puesta al día de la capacidad de gestionar los riesgos, lo que dio rienda suelta a prácticas perversas, en muchos casos sin el registro de la información en los balances de las instituciones financieras. Segundo, la abundante liquidez y las bajas tasas de interés fue un caldo de cultivo para enormes desequilibrios macroeconómicos, incluyendo el exceso de consumo en EE.UU., el aumento en el precio de los activos en general y de las viviendas en particular.

El detonador de la crisis fue el descenso en el precio de las viviendas desde mediados de 2006, que ya acumulan una caída de 18% en dos años. Con ello, un creciente número de deudores encuentran que deben más que el valor de sus casas, por lo que tienen todos los incentivos a devolver las llaves, lo que echa por tierra el mercado de los activos financieros que respaldan estas operaciones, trasladando las pérdidas a las instituciones financieras.

El análisis inicial del banco central de EE.UU. fue que el sistema financiero lograría absorber estas pérdidas si se le otorgaba abundante liquidez y un apoyo -caso a caso- para resolver aprietos puntuales. Sin embargo, el precio de los activos siguió cayendo, los problemas se acumularon y el contagio se amplificó. En estas condiciones, quedó en evidencia que el capital del sistema financiero era insuficiente y que una recapitalización era indispensable. Algunas instituciones han conseguido aportes de fondos internacionales y otras han logrado atraer a inversionistas privados, pero la quiebra de Lehman confirma que este camino no logra restablecer las confianzas.

Quedan pocas opciones: convertir deuda en capital o recapitalizar con recursos de los contribuyentes. El Tesoro de EE.UU. siguió esta última vía con US$ 700 mil millones. Las próximas semanas serán claves para saber si lo que en definitiva apruebe el Congreso de EE.UU. podrá aquietar el ambiente financiero.

Chile no está en el corazón de la crisis y tampoco está expuesto a sufrir alguno de los remezones como los que se están produciendo en Europa. Sin embargo, aún desde esta posición de relativa comodidad debemos estar preparados porque los mercados financieros vivirán meses de alta incertidumbre y la actividad económica mundial tendrá una notoria desaceleración antes de retomar el crecimiento. Es efectivo que en esta oportunidad somos menos vulnerables porque el financiamiento de la demanda en el país depende únicamente de fuentes internas, y nuestro sistema financiero está sano, por lo que una eventual restricción del crédito en los mercados internacionales no tendría un contagio directo. Por esta razón, las consecuencias de la crisis las observaremos en los precios y volúmenes de las exportaciones, lo que aumenta el riesgo de una menor actividad.

Mayor coordinación

Frente a este escenario caben tres reflexiones. Primero, una de las lecciones de 1998 fue el alto costo de la descoordinación entre las autoridades y la desconfianza que ello produce en los inversionistas y consumidores. Ante los riesgos inéditos que estamos enfrentando hay resguardos conocidos, como la prudencia en el gasto y en el sistema bancario; sin embargo, aún con la sólida posición de la economía chilena es posible que observemos eventos que exigirán un análisis sereno y respuestas rápidas, lo que significa que las autoridades deben hacer un trabajo coordinado de preparación, porque los mercados dependen mucho de la confianza.

Segundo, hasta que no se aquieten los mercados financieros, el mayor riesgo es la caída del crecimiento mundial, y es probable que los productos básicos tengan un descenso más pronunciado que el considerado en los escenarios anteriores, frente a lo cual los objetivos de Hacienda y del Banco Central deben estar alineados: mientras el primero debe colaborar con el objetivo de bajar la inflación, el Banco Central debe cooperar con el propósito de evitar una caída innecesaria de la actividad. En la práctica, esto significa moderación de la expansión fiscal y diferir las eventuales alzas de tasas hasta que se tenga más información.

Tercero, la mejor protección frente a la adversidad externa es aprovechar nuestra buena posición macroeconómica para impulsar el crecimiento de mediano plazo. Este desafío lo tienen las empresas, las personas y el gobierno. Las primeras deben renovar su capacidad de gestión en un ambiente de creciente globalización e incertidumbre. Las personas tienen una responsabilidad en actualizar su capital humano. El gobierno necesita renovar la calidad y la transparencia de sus políticas para generar un ambiente cuyo foco sea el crecimiento.

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