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Actriz

María Elena Duvauchelle "El teatro fue un virus para mí"

martes, 08 de enero de 2019

Por María Cristina Jurado. Fotografías Felipe Vargas
Entrevista
El Mercurio

Como la menor de una dinastía teatral que marcó a Chile, esta actriz no pierde entusiasmo a sus más de 70 años. Ha sido rostro emblemático del Ictus por más de cuatro decenios, sin dejar de trabajar en televisión. Aquí evalúa su trayectoria, recuerda el exilio y habla de su cáncer, que le quitó el miedo a la muerte.



Con el calendario actoral a full a sus más de 70 años, requerida por la televisión -graba "La reina de Franklin" en el 13- y actriz de la compañía Ictus, María Elena Duvauchelle, la más joven de una dinastía teatral que remeció a Chile durante los 60 y 70, se muere de la risa. Encaramada en los altos de un café vecino a La Comedia, el teatro matriz del Ictus desde los 50, no es una persona de risa fácil. Pero ahora la pregunta la divierte.

-¿Recuerda su debut en el teatro Silvia Piñeiro?

-¡Pero cómo no me voy a acordar! Mi debut como actriz fue con la Silvia Piñeiro que, para mí, era un monstruo de actriz. Era una obra inglesa, "La encantadora familia Bliss", de Noel Coward. (...) A los cinco minutos de empezada la obra, con todos los actores vestidos de gala, yo bajaba una escalera y tenía que decir: "¿Por qué diablos juegan si no respetan las reglas del juego? Yo, con los nervios, bajo y digo: "¿Por qué diablos juegan si no respetan las huevas del reglo?".

Estalla en risas. Después aclara que, en su medio siglo de carrera, ha tenido solo dos furcios (palabras cambiadas en una línea actoral). En su debut fue el primero. Y hace siete años, en una obra del Ictus, al Dr. Freud lo rebautizó como Dr. Frei. En ambas ocasiones el teatro se vino abajo.

Nadie que escucha hoy a María Elena Duvauchelle, la benjamina de una familia compuesta por cinco hermanos, de los cuales cuatro fueron actores, pensaría que no era actriz ya antes de nacer.

-Pero fue una vocación inducida. Como un parto inducido. Seguramente sin ellos, no habría actuado. Yo no me di cuenta cuando ya estaba en el teatro. Por eso digo que fue un parto inducido y hoy estoy contenta. Pedro de la Barra decía: "Estoy en gusto". Yo estoy en gusto.

Se refiere a la influencia en su profesión de sus hermanos teatristas: Humberto, Héctor y Hugo, quienes imprimieron el apellido Duvauchelle en los anales del teatro nacional, después de inmigrar desde Concepción, donde todos habían nacido. La Compañía de los 4 se hizo famosa desde los años 50 y 60, integrada por los tres y la actriz Orieta Escámez, mujer de Humberto. Hugo murió prematuramente, pero la compañía se mantuvo con éxito -eran tiempos en que una obra se daba de martes a domingo a tablero vuelto- y cuando María Elena se hizo adolescente, se les unió. Alcanzó a hacer solo dos obras.

-Estaba terminando el colegio y de ahí salté al Ictus. No me quedé con mis hermanos porque eran súper conocidos. Esos eran los dos teatros independientes de esa época, y por el tipo de trabajo y de obras, eran muy importantes. El teatro de los 4 era el Petit Rex, que ahora es un café.

Quedarse hubiera sido demasiado fácil, evalúa la actriz, después de medio siglo.

-Yo era la hermana menor y siempre había sido la hermana menor de los Duvauchelle. Y dije: "¡No, yo me voy con mi carpa a otro lado!". Me independicé. Así llegué al Ictus el año 67. ¡Qué maravilla! Estaban Sharim, Celedón, Claudio Di Girólamo, la Carla Cristi. Venía la Delfina de Concepción y también entró Julio Jung; en esa época ya éramos pareja.

Estuvo casi seis años con la que ha sido una de las compañías teatrales más emblemáticas de Chile. En el Ictus, Duvauchelle aprendió a actuar (es autodidacta), a equivocarse, a ensayar y a amar las tablas, un amor que permanece.

-¿Qué fue el Ictus para usted?

-Un espacio donde las emociones teatrales y personales fluían, por el gran conocimiento que había de cada uno de nosotros, de lo que nos pasaba, de lo que sucedía. Estuve con ellos hasta fines del 72.

En 1974 sus hermanos giraban con su compañía por América Latina y Estados Unidos como hacían cada año, una gira que les reportaba buenos dividendos. Héctor y Humberto Duvauchelle, junto a la actriz Orieta Escámez, presentaban sus obras en México, Puerto Rico, algunos estados de Estados Unidos y otros países, recuerda su hermana. Estando en Caracas, María Elena recibió una llamada para viajar a reemplazar a Escámez, quien debía ir a Lima por tres meses. Partió, llena de entusiasmo.

-Hacemos la gira y llega Julio (Jung) a buscarme y se queda un tiempo en Caracas. Nos faltaban pocos días para terminar esa gira cuando nos llega un decreto del gobierno militar que decía que hacíamos peligrar la seguridad del Estado. Eran peligrosos Héctor, Humberto, Orieta y Julio. ¿Y por qué éramos peligrosos? Porque en todos los países decíamos que no nos gustaba el régimen militar, que no nos gustaba Pinochet. ¡Fue un castigo!

La Compañía de los 4 quedó sin poder regresar a Chile y con ellos, Jung y María Elena, quienes ya llevaban un decenio juntos. Estuvieron en Caracas hasta 1984 y allá nació su hijo Julio, quien hoy es actor.

El exilio fue una bomba para todos.

-Primero nos reímos y dijimos "están locos". Pero a los pocos minutos ya no era risa. Yo lloraba a mares: no podía volver a ver a mis padres, no podía volver a Chile.

-¿Cómo vivió el exilio?

-Para mí fue un exilio de dulce y agraz. De dulce, porque me permitió introducirme en el movimiento teatral venezolano en Caracas. También en televisión. Julio mucho más que yo, porque después quedé embarazada y pude hacer solo teatro. Y segundo, tener un hijo fue emocionalmente una maravilla. Pero ¡no había abuelos! ¡No había familia!

Con sus hermanos y cuñada, la actriz se volcó en las tablas y se dedicó a ser madre. Curiosamente, el único Duvauchelle que no fue actor, sino médico embriólogo, también vivía en Caracas. Con orgullo, María Elena dice que su hermano Renato fundó la Facultad de Embriología que lleva su nombre. Vivió en Venezuela medio siglo.

Ella volvió una sola vez al país antes de 1984, que marcó el regreso definitivo de todos. Fue en el 76, cuando murió su padre.

Hoy María Elena evalúa:

-El teatro fue un virus. Nos enfermamos todos. (...) Yo siempre digo que el teatro fue un virus para mí y para todos nosotros, porque no hay explicación posible.

La actriz aprendió de la intuición actoral de Héctor y del abordaje intelectual de un texto de Humberto.

-¿Ninguno de los dos estudió teatro?

-No. Igual que yo, pues, no tengo título. Soy casi autodidacta.

Encuentra innecesario que un actor se forme durante cinco años. Reflexiona:

-Es el escenario el que habla. El escenario manda. El escenario es donde te das los costalazos, ahí te encuentras. Él te dice lo que está bien y lo que está mal.

Ella lo aprendió en el Ictus. Su maestra fue la improvisación colectiva que caracteriza al grupo.

-¿A usted le duele que el Ictus de hoy no sea ni la sombra del famoso Ictus de los 70?

-Es que no puede ser. Son distintas etapas, distintos entornos, distinta gente. Cuando la gente sueña con los 60 y 70, el Ictus que luchaba y era un símbolo era porque en ese momento era necesario. Pero hoy está en otro camino. Que lo lleva la Paula Sharim, una compañera fantástica.

María Elena dice que Nissim Sharim, fundador histórico del Ictus, está con problemas de columna y no camina bien, tampoco puede subir escaleras.

-Yo soy la única antigua, Nissim ya no puede actuar. Muchas veces nos han ofrecido vender esto e irnos arriba a otra sala. Pero Nissim dice que no, que la sala es emblemática.

Sobreviviente del cáncer

En 2017, Duvauchelle fue operada de cáncer al pulmón. Toda su vida había sido una fumadora empedernida. Hasta ahí siempre le tuvo terror a la enfermedad: era un signo latente en su familia. No solo su hermano Hugo había muerto por cáncer a los 25 años, también habían sufrido el mal su padre, una tía y una sobrina. Pero que la diagnosticaran a ella le quitó el miedo para siempre. Miró a esta devastadora enfermedad de frente.

-Yo tenía un tumor que no podía esperar. Me operaron ¡y bien! Tuvieron que sacarme la mitad de los ganglios. Al principio (me habían dicho) que era una operación laparoscópica, en que sacaban el nodulito. Pero cuando abrieron se dieron cuenta de que el nodulito tenía ramificaciones. (Antes) te hacen una cosa que se llama PET y que vale como un millón y medio. El PET te dice dónde tienes un tumor cancerígeno.

Hay que vivir la experiencia, dice, para aprender a desacralizar la enfermedad. La operaron en el Hospital del Tórax y hoy se hace controles periódicos.

-Mi cáncer fue por tabaquismo, el de mi padre también. Me acuerdo que él fumaba Gitanes, desde chica que yo huelo tabaco. Fumé desde los 17 y al final, ya era una cajetilla diaria. En un ensayo podía ser mucho más.

-¿Pensó en la muerte?

-Sí. Y dije: ya viví, he vivido muy bien, tengo un hijo maravilloso, una nieta de tres años, Matilda, que es la locura, tengo una familia rica, pude hacer lo que quería. Me gustaría vivir más, pero si tengo que irme... Eso lo pensé justo antes de que me pusieran la anestesia.

-¿Los médicos la dijeron que corría peligro de muerte?

-No. Pero sí me dijeron que iba a tener problemas con la respiración. Y así fue. Es que el pulmón tiene dos lóbulos, el de arriba fue el que (hace gesto de sacar). El diafragma sube y yo utilizo mucho el diafragma por la voz y la proyección.

Para una actriz de proyección escénica con una voz segura y modulada como la de María Elena Duvauchelle, su operación al pulmón le restó fuerza. Durante semanas habló con un hilo de voz, sin el aliento suficiente para proyectar lo que decía. Sin caer en el pánico, trabajó por superarlo: era su profesión la que estaba en juego.

-Los primeros días yo hablaba así (habla con voz ronca e inaudible), y yo ahí, soplando y soplando las bolitas. Pero gracias a Dios, estoy con mi voz de nuevo. Tenía contrato en la televisión para "Dime quién fue", la teleserie nocturna, y su director, un tipo que es una maravilla, me dijo que me esperaba. Y en dos meses ya estaba haciendo la obra.

Duvauchelle fue tesonera. Contra todos los pronósticos, la voz empezó a normalizársele antes de lo esperado, porque ella vocalizaba y trabajaba su respiración día y noche. Y en vez de rendirse al miedo, siguió adelante. Su norte era volver a trabajar.

María Elena recuerda con nostalgia tiempos anteriores, como los del famoso programa televisivo "La Manivela", que hizo época entre 1970 y 1973. Se conduele de que ese material ya no exista, que no haya quedado registro.

-Según Schneider, que era nuestro director, pasaron dos cosas. Unas cintas se rayaron y otras se ocuparon de nuevo porque en la época había poco material y se grababa encima. Nos quedaron puras fotos nomás. "La Manivela" era un desparpajo, una desacralización total. No había censura, nada. Con ese talentoso Jaime Celedón, con Julio Jung, con la Delfina -éramos las dos mujeres nomás-, con Nissim. Ahí yo estaba cabrita, tenía 21 años.

-¿Qué significó para usted "La Manivela"?

-Darme cuenta de que yo podía ser comediante. Yo tenía un sentido del humor que no estaba trabajado y con "La Manivela" me di cuenta por qué: estaba muy chica para lo que estábamos haciendo. Aprendí con ellos porque Julio es muy buen comediante, Celedón es extraordinario.

-¿Y qué ha sido el escenario en su carrera a sus más de 70 años?

-Una maravilla. Una maravilla poder estar haciendo hoy teatro, grabando. Si de repente ¡no tengo tiempo! Te lo juro por Dios. Tengo una nieta maravillosa que no la puedo ni ver a veces.

-¿Ha tenido períodos de cesantía?

-Bueno, los actores somos cesantes crónicos. Esa vaina es sabida. Somos como los temporeros, que recogen fruta y guardan para la próxima temporada. Así somos. Así vivimos. En la televisión, que paga muy bien, nunca he ganado los sueldos de las primeras figuras, ¿cómo llaman? ¡los rostros! Y yo espero que eso se normalice. Porque es muy injusto. No digo por mí, porque no me quejo. Pero lo digo por mucha gente que no gana ni la décima parte de lo que ganan los de arriba.

En Canal 13 tiene contrato hasta 2019 y en el Ictus es una de las tres actrices que dan vida a "Costanera", basada en la obra de Gabriela Mistral. Pero ahora último ha sentido que su vida es un remolino y quiere parar de hacer teatro por unos seis meses, porque, dice, no ha tomado vacaciones desde hace 10 años. Separada hace años de Julio Jung, mantiene la amistad con él y su nueva mujer, Tessa Aguadé, hija de Roser Bru. Comparte departamento desde hace siete años con su excuñada Orieta Escámez: ha resultado un buen arreglo.

-¿Su vida cambió mucho cuando se separó?

-Claro que te cambia la vida. Mientras estás en un matrimonio hay una unión económica y laboral, y de repente ¡te das cuenta de que dependes exclusivamente de ti! Y empiezas a tener armas que desconocías y te independizas. Hasta hoy, golpeo madera, me ha ido muy bien dentro de todo. Estoy contenta.

-¿Le gustó ser mujer independiente?

-Sí, me gusta. Me acuerdo que cuando la Delfina Guzmán llegó al Ictus, igual que yo el 67, la tenía de compañera de camarín. Yo estaba recién casada. Y la Delfa me decía: "Ay, no sé cómo soportas a Jung, porque yo, que me dejen la toalla encima de la cama, que me dejen la pasta de dientes chorreando, no lo tolero. Necesito gatear, no vivir con alguien al lado". Y yo le decía que estaba loca. Y hoy digo lo mismo. La independencia es fantástica.

-En 1989, cuando se separó, usted tenía 45 años. ¿No se volvió a enamorar?

-He tenido dos parejas, pero sin importancia. No quiero crear lazos como para vivir con otra persona. No quiero. Además, tengo otro norte, no encontrar pareja. Uno se pone jodida a esta altura de la vida. Mi norte es mi hijo, mi nieta, mi nuera. Y trabajar.

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