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Galería Patricia Ready y Sala Gasco:

Entre tríadas, escombros y paltas

domingo, 30 de diciembre de 2018

WALDEMAR SOMMER
Cultura
El Mercurio




Sencillez formal, limpieza del montaje son cualidades que tocan a las dos exposiciones simultáneas que presenta Patricia Ready. Muy distintas entre sí, también sirven a finalidades conceptuales diferentes. Así, en la Sala Gráfica, a la propia herencia familiar alude Javier Toro Blum (1983). Parte con las fotografías berlinesas del hermoso sepulcro de un ancestro y de la conocida Columna de la Victoria, en contraste con un desconcertante florero de rincón doméstico. Y esta sentida cita memoriosa traspasa, a través de su propio texto poético que inscribe finamente sobre curvas en tres elegantes volúmenes de bronce. Esta segunda tríada recoge la pureza formal del ejemplo brancusiano y, al modo de Kapoor, el escultor indio que lo ha llevado a su cumbre, saca partido al reflejo de las superficies pulidas. En menores dimensiones, pues, sus masas depuradas hasta alcanzan cierto rango monumental.

Similar brillo dorado y reflectante ostentan los tres delgados cuerpos broncíneos, suavemente curvos, que cuelgan en los muros y su distorsión del entorno resulta mayor. Tenemos, entonces, una atractiva armonización de formas escultóricas y fotográficas que traducen con acierto la particular expresividad actual del expositor. Es cierto que ahora este ha abandonado sus atrayentes construcciones luminosas que nos deparó en 2015, aunque todavía aprovecha el efecto de reflejo, pero en un sentido más tradicional. Acaso semejante voluntad de depuración le signifique explotar territorios de mayor fecundidad.

La conocida artista Livia Marín emprende hoy una transfiguración de veras osada de la basura vegetal, más aún de novedosos restos frutales extremos, dotándolos de la cualidad de objeto producido en serie por la naturaleza. De ese modo, la sala grande de Patricia Ready alberga una unitaria instalación con un sinnúmero de formas huecas y ovaladas -las cáscaras secas en su mínima expresión- y de esferas levemente rugosas -los cuescos-. Cuando se hallan separadas, de vez en cuando mondadientes clavan a las segundas, mientras una placa pequeña con apariencia de agua o metal brillante se apoza en las primeras. Este sutil contrapunto introduce una mayor variedad formal sobre el adecuado soporte blanco. Además, cada uno de estos protagonistas establece un armónico vínculo entre sí y respecto al espacio tan amplio del recinto.

Desde luego, la obra permite más de una lectura. Según el catálogo, cabe aplicar a sus personajes la función de símbolo del capitalismo explotador. Eso sin tener en cuenta que hoy día, a diferencia del pasado, este flamante "oro verde" con frecuencia está al alcance del bolsillo popular.

"Postrauma" en Sala Gasco

Cinco artistas se reúnen para abordar posibles aspectos de consecuencias traumáticas. Aunque fotografía, pintura, gráfica, video e instalación constituyen los diversos intermediarios mayoritariamente en blanco y negro, la coherencia conceptual transita con fluidez en el par de salas de Fundación Gasco. Sin duda, las dos imágenes estupendas del fotógrafo Jorge Brantmayer concentran el máximo dramatismo de la exposición. El hombre yacente en plena calle y tratado como basura, ante la indiferencia total de los transeúntes o el silencio de los árboles y los vehículos lejanos, protagoniza cada visión. Esa expresividad desborda las cualidades de la composición, del claro oscuro -notable rayo natural de luz sobre uno de los cuerpos-, de detalles maestros como, por ejemplo, la posición una pizca diagonal del protagonista vestido. O del exquisito contrapunto humorístico que aquí el propio autorretratado.

Catalina González contribuye con una instalación enigmática que, junto al efecto de desastre, algo oculta. Sostenidos por incompletos marcos de metal, pedazos rectangulares de vinilo recubiertos por vidrio templado nos sugieren restos precarios de mobiliario utilitario, quizá del interior de un automóvil. La posición dispersa de estos y el rol de los vidrios fragmentados refuerzan la idea de colisión feroz. Entretanto, al mundo de la historieta cómica con sus actores de feria infantil recurre la pintura al fresco y sin color de Víctor Castillo. A través de ella introduce la eclosión de un inquietante ánimo siniestro que contradice las apariencias y traiciona la confianza natural del niño.

Dando un paso más allá, el montaje entrega dos tapices gráficos del mexicano Sebastián Segura. Ellos nos sitúan, con escueta seriedad, frente a la intimidad del control estatal. Se trata de un informe secreto de la CIA sobre el 11/9/73, convenientemente clausurado por el máximo encubrimiento formal: la gruesa y anuladora raya negra.

Angie Saiz es la curadora y quinta participante de "Postrauma". El sentido de ruina vuelve evidentes sus escombros informes de elementos constructivos, en tanto que el díptico de videos introduce una sensación de inestabilidad. Así, por más que reine la quietud en esos diálogos fílmicos, entre ellos se mantiene un constante, un fluctuante tránsito desde paisajes rústicos hasta las aguas de un mar sin olas o de una regulada piscina interior.

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