Dólar Obs: $ 897,11 | -0,49% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.354,68
IPC: 0,50%
Novedad editorial "Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos":

Philip K. Dick visto por Emmanuel Carrère

domingo, 30 de diciembre de 2018

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

Anagrama publica la biografía que el autor francés dedicó al alucinado escritor norteamericano que revolucionó la ciencia ficción con novelas como "El hombre en el castillo" y "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" ("Blade Runner").



En los años de la Depresión, Edgar Dick era un funcionario federal del Departamento de Agricultura. Su trabajo consistía en fiscalizar el sacrificio de ganado. Tenía cualificación para ese empleo. Se había enrolado como voluntario en la Primera Guerra Mundial alcanzando el grado de sargento. De esa experiencia conservaba, como souvenir , la máscara antigás que un día sacó de su estuche para jugar con Phil, su hijo de tres años. Mala idea. "Al ver esas cavidades redondas y huecas y esa trompa de goma negra que colgaba siniestramente, dio un grito de terror creyendo que su padre se había transformado en un monstruo o un insecto gigante. Pasó varias semanas escudriñando la cara que se había vuelto normal, buscando y temiendo encontrar otras secuelas de la transformación", escribe Carrère en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos .

No era, ni mucho menos, el peor de los recuerdos traumáticos que marcaron al futuro escritor. Decisiva fue la temprana revelación, por boca de su madre, de que su hermana melliza, Jane, había fallecido 40 días después de nacer -el 16 de diciembre de 1928-, quizás porque no tenía suficiente leche para alimentarlos. La muerte llegaría a ser el gran tema de sus libros. ¿Qué era? ¿Había algo después de ella?, pero también, ¿cómo podía uno estar seguro de que seguía vivo? En su novela Ubik (1969), el protagonista, empleado en una empresa de seguridad psíquica, descubre un grafiti escrito en un baño por su jefe: "YO ESTOY VIVO Y VOSOTROS ESTÁIS MUERTOS". Así se entera de que ni él ni sus compañeros sobrevivieron al estallido de una bomba durante su misión en la Luna. Sus cuerpos han sido criogenizados y la existencia que creen vivir es, en realidad, un mundo de pesadilla.

El arte de la paranoia

El subtítulo que Emmanuel Carrère elige para su biografía no puede ser más exacto: "Un viaje en la mente de Philip K. Dick". El escritor francés se mete en la cabeza de su biografiado. No trata de entender su lógica, simplemente la sigue, aunque lo lleve a extremos delirantes. Nadie elige ser paranoico, pero hacer de la paranoia un arte es un acto de voluntad y privilegio de unos pocos. Dick, el primero. Y eso que no era fácil descollar en los Estados Unidos de esos años. Después del divorcio de sus padres, cuando tenía cinco años, Dick llegó a vivir en 1938 a Berkeley, la ciudad universitaria de la Costa Oeste, conocida como la capital roja de Estados Unidos. Descartando la idea de terminar la universidad, encontró empleo en una tienda de discos. Allí conoció a un escritor de novelas policiales y de ciencia ficción que, en 1951, publicó su cuento "Roog", sobre un perro que persigue a los basureros porque se da cuenta de que son extraterrestres disfrazados. Fue su inicio "profesional" en el género. En la misma tienda conoció a su primera esposa y también a la segunda, Kleo Apostolides, estudiante de ciencias políticas, de origen griego e izquierdista militante. En 1955, dos agentes del FBI tocaron a la puerta de su casa, le pidieron información sobre las actividades de su mujer y le dejaron unos tests para determinar sus ideas políticas. Dick terminó haciéndose amigo de uno de ellos.

El protagonista de Tiempo desarticulado (1959) gana ininterrumpidamente el concurso de un diario local hasta el día que empieza a sospechar de la idílica realidad de su pueblo. No tarda en descubrir que, en verdad, vive en 1997 y que él es utilizado como una pieza clave en la guerra que libra el gobierno de la Tierra contra los colonos lunares. Dick escribió esta novela después de sufrir su primera crisis nerviosa una noche que se levantó para ir al baño y no encontró del cordón de una lámpara que nunca había existido. ¿De dónde había sacado ese recuerdo?, se preguntó.

En Point Reyes Station, un pueblo situado 60 kilómetros al norte del Golden Gate, Dick conoció a su tercera esposa: una viuda joven, de buena situación económica y cultura refinada. Bajo su influjo, trató de convertirse en el autor serio de novelas realistas que alguna vez había intentado ser. Fracasó. En cambio, escribió El hombre en el castillo (1962), una de las ucronías más famosas del siglo XX. El Eje gana la guerra en 1947 y se reparte el mundo. Estados Unidos queda bajo dominio japonés y sus habitantes no toman decisión alguna sin consultar el I Ching , tal como hace el propio Dick. Muchos leen, clandestinamente, una novela que describe un mundo imaginario en el que los aliados ganaron la guerra en 1945.

"Era una idea que lo había impresionado mucho leyendo a Hannah Arendt, según la cual el objetivo principal de un Estado totalitario consiste en desconectar a la gente de la realidad, en hacerla vivir en un mundo ficticio. Los regímenes totalitarios han dado forma a la quimera de la creación de un universo paralelo", comenta Carrère.

Ganadora del Premio Hugo, El hombre en el castillo se convirtió en el primer éxito de Dick. De inmediato se puso a trabajar en su novela siguiente, Tiempo de Marte (1964), en la que relaciona las psicosis con facultades premonitorias. Dick tuvo un episodio psicótico en 1963. Caminando por el campo descubrió en el cielo un rostro gigante que lo observaba. Su psiquiatra trató de calmarlo, sin éxito. El escritor se confesó con un sacerdote católico, quien le dijo que había visto a Satán. Tras convertirse al catolicismo episcopaliano, el sacramento de la eucaristía se transformó en su nueva obsesión, pero no logró salvar su matrimonio.

El autor regresa a Berkeley, que en ese paréntesis de dos años se ha convertido en epicentro de la contracultura y el LSD recetado por Timothy Leary. Al igual que él, Philip K. Dick es recibido como una celebridad rebelde y todos dan por hecho, al leer sus escritos, que ya es un experimentado consumidor de drogas. En realidad, Dick "solo" es un consumidor habitual de tranquilizantes y anfetaminas. Recién se atreve a probar el LSD en 1964 y la experiencia no resulta nada de buena. "Amigos, he estado en el infierno y he tardado dos mil años en salir, a rastras", confiesa.

Fascinado con la prueba diseñada por Alan Turing para diferenciar a un humano de un robot, Dick escribe ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Imagina que en 1992 los androides ya son capaces de superar el test de Turing. Introduce entonces el criterio de la empatía o, como la llamaba San Pablo, la caridad. ¿Pero qué pasa si los androides también comienzan a sentirla?

"Es curioso que nazcan de la pluma de un autor de ciencia ficción, un autor de un estilo mediocre para colmo, esos pasajes memorables que no solo son sobrecogedores, sino que nos dan la certeza de aferrar algo esencial", escribe Carrère.

Las inquietudes espirituales de Dick lo hacen trabar amistad con James A. Pike, el obispo episcopaliano de la diócesis de California, un intelectual controvertido, de ideas progresistas. A partir de las investigaciones de los manuscritos del mar Muerto, hallados en 1947, Pike especula que la comunión era un rito de los esenios asociado al consumo del hongo alucinógeno Amanita muscaria .

Abandonado por su cuarta mujer, Philip K. Dick inicia en 1970 uno de los períodos más caóticos de su vida. Se pasa el día drogado, en interminables conversaciones con conocidos y desconocidos que entran y salen de su casa. Al volver, una noche, descubre que ha sido desvalijada. No puede ser un simple robo. Lo están vigilando, piensa. Un congreso de ciencia ficción en Vancouver le sirve como pretexto para huir del complot. Allá termina internándose, por voluntad propia, en una clínica de desintoxicación.

Lo devuelve a Estados Unidos otra invitación, esta vez de la Universidad de Fullerton. Conoce a Tessa, una joven a la que deja embarazada. Siente que recupera la lucidez y vuelve a la normalidad. Todo va bien hasta que la noche del 20 de febrero de 1974 tiene una nueva "revelación". La empleada de la farmacia que le lleva a casa un analgésico usa un colgante de oro. "Es un símbolo que utilizaban los primeros cristianos", le responde cuando él le pregunta qué representa el pez.

Dick se queda atónito. Esa joya, comprende, es el código para desactivar su módulo del olvido: no vive en 1974, sino en el año 70 después de Cristo. "Roma está aquí y ahora. El norteamericano medio no se da cuenta de nada, pero es una realidad subyacente a la del mundo en el que vive. El Imperio nunca dejó de existir", escribe. Manda a su esposa a comprar velas para hacerle un altar a la Virgen. Mientras está solo, bautiza a su hijo vertiendo un poco de chocolate tibio sobre su cabeza. Más tarde, le diagnostica una hernia que no había detectado ningún pediatra. Para esto nunca encontrará una explicación lógica.

Vuelven las alucinaciones acústicas. Empieza a recibir, en sueños, "mensajes" en ruso. Le parecen, entonces, muy sospechosos los elogios que le ha hecho el escritor polaco Stanislaw Lem (autor de Solaris ) en una revista. A los días, le llega una carta desde Estonia. Luego, otra, de una escritora rusa que vive en Estados Unidos. Dick se resuelve a actuar. Llama al FBI, le cuenta todo a un agente que lo escucha incrédulo y comienza a enviarle una seguidilla de cartas con delaciones anticomunistas.

Sueña en griego antiguo y a su mente llega como okupa espiritual un clérigo helenizado del siglo I d. C. Dice llamarse Thomas y pertenecer a la segunda generación de cristianos. Ha sobrevivido a la muerte tomando un hongo del cual la hostia no era más que un símbolo espiritualizado. Dick habla con Thomas hasta el 8 de agosto de 1974, justo el día en que Nixon presenta su dimisión. El escritor decide contar su experiencia en un libro. Trabaja en él sus últimos ocho años de vida. "Exégesis" llama a esas ocho mil páginas de notas que nunca se han publicado completas. Muchas asumen la forma de una disputa entre un inspirado profeta de la segunda mitad del siglo XX y otro personaje que denuncia esta ilusión. El escritor norteamericano bautiza como Amacaballo Fat al loco que vio a Dios, y Phil Dick, a su amigo sensato.

"(Sé lo que piensan. Yo, por mi parte, pienso lo mismo, obviamente. Pero quisiera que suspendiéramos nuestro juicio, que no alteráramos el proceso. Para eso escribo este libro: para imponerme a mí, y a ustedes, el tiempo de la lectura, esa disciplina mental)", escribe Carrère.

Dick conoce a Doris, una ferviente católica a la que le han detectado un cáncer linfático. Se pasa hablándole de la nueva amiga a su esposa. Harta de escucharlo, Tessa se va de la casa llevándose al hijo de ambos. El escritor intenta suicidarse. Doris lo cuida en su recuperación y se van a vivir juntos, pero lo deja cuando ella sana del linfoma. Una lectora fanática de su obra, Joan Simpson, se pone en contacto con él. Pasan varios días juntos. Convencido de que es la mujer que ha esperado toda su vida, la lleva a Francia cuando lo invitan a una convención de admiradores en Metz, el 24 de septiembre de 1977.

"Yo puedo recordar una vida presente distinta"

Le han solicitado preparar un discurso. "Si creen que este mundo es malo, deberían ver alguno de los otros", es el irónico título. Promete. Sin embargo, el público queda atónito cuando el autor declara: "Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta ". Acto seguido, habla de su revelación de 1974, de los cristianos clandestinos y de su papel en la caída de Nixon. Aunque no lo crean, ha entrado en contacto directo con Dios.

Lejos de convencer a su auditorio, el discurso cae como una bomba. ¡Dick no solo está loco, sino que además se ha vuelto beato! Sin embargo, él encaja el golpe y prefiere creer que todo fue un malentendido. De regreso en California, escribe un relato autobiográfico, "Valis", en el que habla de su juventud y de su tertulia de amigos.

En sus últimos dos años de vida, Philip K. Dick pierde a su madre; gana mucho dinero con los derechos para el cine de "Blade Runner"; va todas las semanas a un psicoterapeuta, y trata de adelgazar. Dios no vuelve a hablarle, pero Amacaballo Fat escribe un libro que titula La invasión divina (1981), acerca de la Encarnación. Su protagonista es un niño llamado Emmanuel, que conoce al profeta Elías, Juan Bautista, Zoroastro, Atenea, Jehová y una niña que tiene el nombre hebreo de Shejiná. Por su parte, Phil Dick publica La transmigración de Timothy Archer (1982), una novela que debía ser una apología del obispo Pike -respuesta a un implacable ensayo de Joan Didion-, pero termina siendo un retrato sin contemplaciones.

El 18 de febrero de 1982, los vecinos de Philip K. Dick lo encuentran en el suelo de su departamento. En el hospital sufre dos ataques más antes de entrar en coma. Doris reza a su lado tres noches seguidas. Cinco días después lo desconectan. Su padre se larga a llorar cuando entierran a Phil junto al diminuto ataúd de su hermana Jane, en Fort Morgan, Colorado.

Aparecida en 1993, dieciocho años antes que Limónov , el libro más célebre de Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos es una biografía magistral. No juzga ni condena. Tampoco celebra. Mantiene las distancias y, al mismo tiempo, es capaz de ejemplificar con breves intervenciones del autor, siempre pertinentes. El trabajo sobre Philip K. Dick cumple totalmente la promesa del subtítulo: viaja a la mente del autor de ciencia ficción para escuchar todas las voces que la acosan y captar sus brillantes contradicciones. Como un alien , Carrère necesita de personajes reales para desarrollar su escritura. Yo estoy vivo... ya anuncia la perfección de Limónov , pero su protagonista es sin duda más genial.

Carrère viaja a la mente del autor de ciencia ficción para escuchar todas las voces que la acosan.

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia