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A propósito de "Roma":

Trascendentalismo

domingo, 30 de diciembre de 2018

Christian Ramírez
Cine
El Mercurio




De todos los revivals artísticos de la temporada, nunca habría apostado por la vuelta de lo que en los 60 y 70 se llamó "estilo trascendental". En un mundo donde el acceso rápido a los contenidos y la carrera por quién los ve primero son regla general, ¿importan las películas en cuanto experiencia existencial, transcurso del tiempo y mirada alucinada sobre los cuerpos y las cosas?

Todavía importan, pero a nivel micro. Los nietos de Antonioni, Ozu y Bresson aún gozan de alto rating en festivales de cine, el circuito independiente y con la cinefilia más militante, pero ya no pueden aspirar a ocupar el centro de la conversación si es que esta continúa debatiendo en torno a los presuntos méritos de "Black Panther", "Bohemian Rhapsody" y la última versión de "Nace una estrella". Con todo el respeto que merecen unas y otras, es claro que pertenecen a universos distintos, a formas de negociar con la realidad que no son capaces de reconocerse o siquiera divisarse entre sí. Por lo mismo, cuesta tanto hacerse la idea de lo que ocurrirá a fines de enero, cuando "Roma", de Alfonso Cuarón, una película inspirada al cien por ciento en los valores del estilo trascendental, dispute (y con chances) el Oscar a Mejor Película a la pantera, Freddie Mercury y el remake hollywoodense. Gane o no -ya habrá tiempo para ocuparse de eso-, lo más interesante es que, pese a estar filmada en blanco y negro, a su extrema sofisticación visual, sus largas tomas y a la concentración y compromiso que exige de parte de sus espectadores, "Roma" está llegando a esas instancias en calidad de fenómeno global (gracias a Netflix), pero ante todo como fenómeno latinoamericano y, en especial, mexicano. Allí, la cinta ha sido exhibida tanto en el palacio de gobierno como en las plazas y barrios; se ha discutido sobre ella en diarios, revistas y redes; en posteos, reportajes y editoriales; en TV, radio y YouTube. Hay que retroceder muy atrás, hasta los años 60 -hasta la era dorada de "Luz de invierno", "8 ½" y "Blowup"- para encontrarse con una obra de tal ambición, respaldada por una conversación pública así de fervorosa. En serio. Con lo grandes que fueron Tarkovski o Kiarostami, ninguno tuvo esa suerte. Sus obras formarán parte de la discusión audiovisual durante las próximas décadas, pero en su momento no consiguieron despertar ni un décimo del debate orquestado hoy en torno a Cuarón y su película.

No es que lo necesitaran. Después de tocar techo allá por 1968, el estilo trascendental comenzó a batirse en retirada; sus principales exponentes se acostumbraron a un estatus marginal, a ser parte de una eterna vanguardia, de lo que siempre estaba "por venir", pero que nunca acababa por imponerse. Quizás fue para mejor: de algún modo se mantuvieron fuera de la creciente polución visual que hoy tiene contaminados hasta nuestros perfiles de Facebook.

Recién en esta década el "trascendentalismo" volvió a asomar la cabeza. "Leviathan" (2014), del ruso Zvyagintsev, y "Winter sleep" (2014), del turco Ceylan, se las arreglaron para dar cuenta del autoritarismo de sus respectivos gobiernos. "Paterson" (2016), de Jim Jarmusch, se convirtió en inadvertido refugio de la paranoia trumpista y dos de los escoltas de "Roma" en 2018 fueron la fascinante "First Reformed", de Paul Schrader, y "Guerra Fría", del polaco Pawel Pawlikowski (llega a pantallas este jueves). Ninguno de estos títulos es un alegre paseo por el bosque. Todos presentan desafíos, juegan con el coraje y a veces con la paciencia de quien las mira; pero una vez instaladas ahí dentro, no se desintegran en la memoria. Persisten, porfían, prevalecen. Es confortante recordarlas ahora, cuando el año en que festejamos el centenario de Ingmar Bergman se nos escapa. El maestro estaría de acuerdo.

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