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"Buganvilia" 27° Premio Revista de Libros

Rodrigo Cortés: la historia de dolor y violencia que lo convirtió en ganador

domingo, 23 de diciembre de 2018

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

El abogado se impuso en el certamen literario organizado por "El Mercurio" y CMPC. Buganvilia , su primera obra de ficción, recoge descarnadas experiencias en poblaciones del sector sur de Santiago. La novela llegará próximamente a librerías.



La primera aproximación con Rodrigo Cortés (1975) no es fácil. Se muestra serio, reticente, incluso tenso. La actitud de alguien que quiere mantener las distancias. Sin embargo, cuando aborda los temas que lo entusiasman se va soltando y llega un momento en que apenas puede controlar la emoción. Sobre todo cuando habla de la experiencia que, según sus propias palabras, cambió su vida y dio origen a la novela Buganvilia , ganadora del 27° Premio Revista de Libros que recibió el jueves en "El Mercurio". Una historia "feroz", como la calificó Marco Antonio de la Parra, miembro del jurado que también integraron el crítico Pedro Gandolfo y el escritor mexicano Jorge Volpi. Un libro que escribió durante siete años y comenzó como un cuento, "La conyugal", que trabajó en el taller de Pablo Simonetti y en el cual describía, sin ahorrar detalles, una visita conyugal en la cárcel. El relato se convirtió, luego, en un capítulo de la novela que empezó en el taller de Diamela Eltit, quien lo animó decisivamente a terminarla.

"La población me ha ganado por goleada"

Mientras estudiaba Derecho en la Universidad Católica, Rodrigo Cortés Muñoz participaba activamente en un movimiento apostólico. "Mi vida no se explica sin Schoenstatt", reconoce. "Soy lo que soy por Schoenstatt; le debo mi alegría y la vida". Junto a un grupo de jóvenes del movimiento realizaban trabajo de voluntariado. Primero, en el paradero 14 de Vicuña Mackenna; luego, en el paradero 25 de Santa Rosa y, finalmente, con menores de la población El Molino, de Puente Alto, que vivían en la calle junto a un supermercado. En una "caleta".

"Era un trabajo hecho, sobre todo, desde la buena intención -recuerda Cortés-. Gente que quería ayudar a los pobres y llevarles a Dios cantando, tocando guitarra y rezando. Los niños, a su vez, pedían sándwiches y frazadas. Se les llevaba todo eso, pero seguían aspirando bencina delante de nosotros. No podíamos hacer nada frente a ese hecho brutal y tampoco teníamos ninguna herramienta teórica para abordarlo. En lo único que confiábamos era en la presencia sacramental de Dios. Yo soy católico, sigo siendo observante, pero eso era una ingenuidad".

El trabajo se hacía cada vez más peligroso. Las riñas eran frecuentes, al igual que los robos. Incluso en una oportunidad los menores se subieron al auto de un voluntario. Finalmente, el movimiento decidió salir del lugar. Pero no Rodrigo Cortés, que se peleó con su grupo y sigue yendo hasta hoy.

-Siempre he tenido la convicción de que es un fracaso muy grande. He trabajado en la población catorce años y el avance es cero. Esta novela da cuenta de esa derrota. Yo soy una persona muy competitiva, en general, y claramente la población me ha ganado por goleada. Me creo súper sofisticado intelectualmente y muy jugado, pero ha sido muy difícil generar algún avance. Al contrario, he visto morir a gente que conocí. En balaceras, acuchillada. Estamos hablando de jóvenes que han muerto a los 18 o a los 20 años. Buganvilia es, de alguna manera, pura sublimación de la emocionalidad que he vivido en este trabajo de campo.

En efecto, en la novela el álter ego del escritor es Borja, un abogado culto, impulsivo, que asiste a un taller literario, lee admirativamente a Kant y tiene estudios de posgrado en Heidelberg (todos rasgos verídicos de Cortés, quien habla inglés, francés y medianamente bien alemán). Borja mueve cielo, mar y tierra por sus "niños" cuando caen heridos en un asalto. O muertos en un ajuste de cuentas. Es capaz de todo por ellos. Incluso de pasar con su auto en medio de una feria libre para trasladar a un herido; irrumpir a gritos en la urgencia de una clínica; golpear a una asistenta social del Sename que aprovecha las cámaras para lanzarse de candidata a concejala, y hasta de atropellar a un violento adicto a la pasta base que abusa de los más débiles.

Desde luego, no son cosas estas últimas que Cortés haya hecho, pero ganas no le han faltado. Por todo lo que ha visto. "Da una rabia que me cuesta muchísimo controlar -admite-. En ese sentido, la novela funciona como sublimación. Es mucha la ira. Mucha más de la que yo pensé alguna vez sentir".

-¿Lo han herido de gravedad alguna vez?

-Sí y no. No pretendo hacerme el héroe, pero cuando a mí me pasa algo voy a una clínica privada, pago, vuelvo a mi casa y veo una serie de Netflix. El adjetivo de gravedad siempre está indexado a la posición. Tendría que ser súper mentiroso para decir que no me ha pasado nada, porque sí me ha pasado, pero para otros esa resulta ser la regla. Y no estamos hablando de un lugar que quede tan lejos. No es otra ciudad y al mismo tiempo es otra ciudad. Con la novela no intento caricaturizar una visión de la violencia donde los "pobres" se agarran a balazos entre ellos y les da lo mismo. Lo que quiero mostrar es lo injusto que es ser pobre en Santiago y lo cercana que está esa experiencia a la de uno. Me gusta mucho Gabriela Mistral y su poema "Piececitos". En ese diminutivo hay un llamado a la empatía. Eso es lo que, con mucho menos destreza, intento hacer yo: llamar al otro a ver algo que no está viendo, y que está pasando a su lado.

Buganvilia es una novela hecha de distintas voces. Aparte de Borja, hablan en ella adolescentes como Maikel y su pareja, Juana. También el cuidador de autos Rodrigo (el Canilla), que recorre Santiago en un triciclo junto a Mercedes, una maltratada exprostituta cubana. "Cada personaje tiene su modelo correspondiente en la realidad", admite Cortés. "Pero lo que yo intento mostrar es que se trata de una sola historia de violencia y dolor".

El título del libro alude directamente a Maikel, quien escucha la palabra buganvilia y la repite sin saber qué significa, hasta que una joven de otra clase social le explica su significado y lo que se dice de esa planta: "Entre más sufrida, más florida".

-Maikel es la persona sobre la cual yo quise escribir -dice Cortés-. Él es una de las personas que yo más quiero en la vida. Debe tener 30 años. Lo conocí con 16. Nunca ha podido salir de la adicción al neoprén, pero es una persona de una lucidez impresionante. Yo le tengo mucho miedo al doctor. Una vez me pusieron puntos en una herida y no quería volver a que me los sacaran. Lo hizo él. Antes robaba en Bellavista. Está de cumpleaños el mismo día que yo. He aprendido mucho de Maikel. Conozco a su pareja y a su hija y les tengo un cariño impresionante. La vida de él ha sido brutal. El único claro de luz es su hija. Va en primero medio y nadie podría pensar que tiene ese contexto. Lo de "entre más sufrida, más florida" se vuelve súper cierto cuando uno conoce la historia de Maikel. Él es la buganvilia y el hecho de ver a su hija a mí me da mucho sentido. Me hace sentir no un inútil, ni un ingenuo... que quizás lo soy, en ambos casos. Su hija es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Rodrigo Cortés es padrino de bautismo de dos niñas de la población El Molino. Conoce a sus padres desde que vivían en la caleta. Los sábados ayuda a una familia con las ventas en el puesto que tienen en una feria libre. "Los quiero tanto como a mi familia. Esto ya dejó de tener un carácter asistencial o de buen samaritano. Son relaciones desde la amistad y el afecto", aclara. Repite un dicho: "El tiempo que no se da, se pierde. Y no se da sino en la proximidad con el otro. La población pide tiempo. El día tiene 24 horas nomás e importa elecciones que hice, feliz".

-¿Ha llegado a la conclusión de que ese apoyo es lo único que se puede hacer por ellos?

-No, al contrario, creo que la vulnerabilidad de estos lugares exige una política social bien hecha, que involucre el aspecto pedagógico. Pero tiene que hacerse a partir de un buen diagnóstico, que siempre es etnográfico y se hace junto al otro. No a partir de índices y estadísticas ni de personas que no tienen contacto alguno con esa realidad.

Tampoco cree que la delincuencia que genera la miseria se resuelva desde el castigo o la pena corporal. "El derecho penal se estructura sobre una ficción: que todos tenemos la misma representación de un deber ser que resulta transversal. Pero en una población eso no existe. Por lo mismo, la aplicación del derecho penal es del todo injusta, porque se aplica a una persona que no se representa la infracción como infracción. No tiene ninguna conciencia de su falta", asegura. Al respecto, cita la parábola "Ante la ley", de Kafka, en la que un guardia impide la entrada a un campesino. "Ese cuento ha sido estructurante en cuanto a mi reevaluación de por qué soy abogado. La ley se comporta en ese relato de un modo absolutamente irracional. El derecho no es ninguna solución. Es siempre arbitrariedad que acarrea externalidades o consecuencias horrorosas".

Para demostrarlo, Rodrigo Cortés Muñoz recurre a lo observado en las poblaciones donde trabaja: Padre Hurtado, El Molino y Pacífico. Las tres están rodeadas por loteos inmobiliarios con casas que van de las 3.000 a las 4.000 UF. Dice que es abismal la diferencia en el control policial entre sectores que están a una cuadra de distancia. "En uno de ellos se cometen muchos más delitos, lo que significa una devaluación de los terrenos. Esto permite a las inmobiliarias comprarlos a un precio más bajo y generar proyectos de inversión de una rentabilidad futura impresionante. Entre más homicidios y tráfico de drogas haya, mejor es el negocio. Así no se puede hacer sociedad", acusa.

El año pasado, Cortés vio por streaming la presentación del libro Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile , del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En el acto participaron el sociólogo Raimundo Frei y Carlos Peña. A partir de algunos índices, como el coeficiente de Gini, el rector de la UDP afirmó que la desigualdad en Chile había disminuido. Frei le replicó que otros mecanismos de evaluación cuantitativa no permiten afirmar tal cosa. "Mirar la pobreza desde un coeficiente es no entenderla", apoya Cortés. "Puedo asegurar que en la población El Molino el precio promedio de los automóviles debe superar en diez millones al de los que hay en el Parque Bustamante. En la calle ves estacionados frente a viviendas sociales autos de 18 a 35 millones de pesos. ¿Eso da cuenta de que hay menos desigualdad?".

La importancia de leer a Shakespeare

-¿Por qué escogió los epígrafes de "Romeo y Julieta" para abrir y cerrar su novela? ¿Y por qué Borja dice estar siempre leyendo "Hamlet"?

- Romeo y Julieta es la obra literaria que me estructura como persona. La vida como una constante y equivocada lectura que lleva de manera inexorable a la muerte. Como una tragedia de la que no hay escapatoria. En algún sentido, la novela circula sobre esa idea. La muerte como lo aciago. Respecto de Hamlet , hace mucho tiempo vi un montaje de Mauricio Celedón ("Amloii, como lo dijo Hamlet"). En esa puesta en escena, sobre todo, se acentuaba el "no saber qué hacer". Y ese "no saber qué hacer" que, de resolverse desde la racionalidad, implica cobardía. Los personajes en la novela hacen de la falta de racionalidad una máxima de conducta donde la cobardía no tiene lugar: la muerte antes que ser cobarde. Y aquello, entonces, se convierte en un verdadero "sentido del deber". Algo así como el más kantiano de los no-kantismos.

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