Dólar Obs: $ 947,68 | -0,10% IPSA -0,25%
Fondos Mutuos
UF: 37.242,15
IPC: 0,40%
A 40 años de la casi guerra y el inicio de la mediación:

Los herederos de la diplomacia del Beagle

domingo, 16 de diciembre de 2018

Matías Bakit y Rocío Latorre.
Reportajes
El Mercurio

"El Mercurio" reunió a cinco hijos de algunos de los protagonistas de la mediación que evitó la guerra con Argentina en 1978. Los optimismos y miedos de la época, el mal genio del cardenal Samoré, los secretos de sus padres, el legado y sus logros fueron algunos de los temas de los que se habló a 40 años del casi estallido de la guerra Chile-Argentina.



El 22 de diciembre de 1978, hace 40 años, las escuadras de Chile y Argentina estuvieron a punto de encontrarse en los canales del sur. Esa noche, los soldados de ambas trincheras no pudieron dormir. La guerra se avecinaba.

Paralelamente, a niveles gubernamentales y diplomáticos, se hacían intensas gestiones para evitar el conflicto.

Francisco Orrego Bauzá, hijo de uno de los líderes del equipo chileno, el abogado Francisco Orrego Vicuña, tenía 11 años en ese entonces. "Tengo el recuerdo de haberme asomado por la ventana a ver cómo Hernán Cubillos pasaba en su Honda Accord a buscar al papá, el 20 o 21 de diciembre, para irse a Buenos Aires. Cubillos estaba de gamulán, abriendo la maleta del auto, y yo miraba por las persianas, con la duda de si lo íbamos a ver para Navidad".

Mientras, en Suiza, el diplomático chileno Osvaldo Muñoz, quien sería el encargado de coordinar todos los documentos del caso, desde Ginebra y Roma durante el período posterior de mediación, reunía a su familia, entre ellos a su hijo Raimundo, de 13 años. "Nos dijo que era posible que tuviéramos que volver a Chile", cuenta hoy.

"En mi casa había suspenso, ganas de saber qué estaba pasando. Había algo de rumores en los colegios. Se hablaba de una posible guerra. Había un poco de confusión", dice Gabriela, hija del diplomático Patricio Pozo, que era uno de los más jóvenes del equipo chileno en esa época.

Cuatro décadas después, los hijos de algunas de las figuras clave en la mediación con Argentina por el conflicto del Beagle, se reunieron en "El Mercurio". Algunos se conocían desde la infancia, otros por trabajo y otros se vieron por primera vez. Todos tenían muy claro quién era y qué hacía el padre del otro: crecieron entre anécdotas e historias de años de negociaciones.

Las memorias fluyen apenas se encuentran.

"insanablemente nulo"

Todos recuerdan uno de los momentos más difíciles. Y de hecho, lo mencionan al unísono, como si se hubiesen puesto de acuerdo. Hay una frase que ese año fue fatídica: "Insanablemente nulo", rememoran a coro. Esa fue la sentencia usada por Argentina, en enero de 1978, para descartar el laudo arbitral de Gran Bretaña.

El conflicto por esta resolución, que había fallado en favor de la posición chilena, llegó a su punto máximo de tensión a mediados de diciembre de ese mismo año. "Había una total confianza en que Chile tenía la razón. Una razón jurídica. Y aunque parezca medio irresponsable decirlo, había una confianza en que si íbamos a una guerra, íbamos a ganar la guerra. Y eso es algo que mi padre repitió muchas veces. Él estaba convencido de que así era. Eso daba mucha tranquilidad a todo el equipo que estaba detrás", relata Luis Hernán Cubillos, hijo de Hernán Cubillos, canciller en ese período.

Sin embargo, el canciller de Augusto Pinochet, que tuvo un corto paso por el Ministerio de Relaciones Exteriores (1978-1980) en uno de los períodos más intensos, era antes marino que canciller. "Él sentía que estaba mandando a sus compañeros de armas a la guerra. Eso lo marcó mucho", recuerda su hijo, quien -a su vez- en esa época era cadete de la Escuela Naval.

Luis Hernán vivía el momento de cerca. En contraste, otros estaban lejos.

Sebastián Bernstein, hijo del diplomático Enrique Bernstein, tenía 32 años en 1978, y en diciembre estaba en un hotel en Estados Unidos. Lo acompañaba otro hijo de un destacado, Bruno Philippi, primogénito del abogado del equipo, Julio Philippi.

"Estábamos en una conferencia sobre energía. Desde el hotel, de repente vemos al Presidente de Estados Unidos Jimmy Carter referirse a la situación de Chile y Argentina. Decía que era grave y que se esperaba una solución". Hasta ese momento, recuerda que no sabía qué tan tenso era el momento. Les dijeron a sus padres que querían volver a Chile. Ellos contestaron que no. Que estaba todo bien. "Pero volvimos a Chile el mismo 22", relata Bernstein.

Él entendía que su padre lo estaba protegiendo. Aunque también había algo de secretismo. "Para mi papá todo siempre fue secreto. Ni siquiera a nosotros nos decía nada. Solo a veces, cuando le preguntábamos", recuerda Raimundo Muñoz.

El genio del cardenal

Claro que a veces era inevitable que terminaran compartiendo información privilegiada, o viendo algo que quizás no debían haber visto, como los arrebatos de furia del mediador del Vaticano, el cardenal Antonio Samoré.

"Recuerdo la primera visita del cardenal Samoré a mi casa. La primera vez que vino a Chile lo hizo con el convencimiento de que la única forma de frenar este problema es que Chile cediera. Y así se lo hizo ver a mi papá en un almuerzo. Sus hijos vimos llegar a este cardenal con toda su comitiva. Entró a la casa y estaban en el aperitivo cuando de repente vemos que se iba de vuelta a la calle", recuerda Cubillos.

Luego sabría: el cardenal se había enfurecido con la negativa de Chile y había decidido, intempestivamente, volver a la Santa Sede.

"En un minuto, el cardenal dijo: 'Si Chile no está dispuesto a ceder, esto no tiene ningún sentido. Me voy'. Y eso adquirió un esfuerzo diplomático importante".

Bernstein también recuerda esa faceta del enviado papal, de quien dice "estuvo a punto de renunciar cuando se le dijo que Chile no aceptaría presencia militar argentina en las islas del Beagle".

Gabriela Pozo recuerda la vez que conoció al cardenal en Roma. "Venía saliendo la delegación chilena junto con la argentina y mi papá me presentó al cardenal. Él me puso la mano a la altura de la boca -para que le besara el anillo, como era la usanza- y yo llegué y se la estreché. Mi papá no sabía qué hacer y dijo: 'Bueno, muy hija de diplomático será, pero ella no tiene mucho protocolo'. Hubo una carcajada general saliendo de esa reunión muy tensa", ríe.

Costos de la casi guerra

El trabajo incesante llevado a cabo, primero para evitar la guerra y luego para llegar a acuerdos con Argentina, tuvo -reconocen- algunos costos familiares. Por ejemplo, en el caso de la familia Muñoz. "Vivimos 11 años en Ginebra, hasta 1984, cuando se logró el acuerdo".

Sebastián Bernstein agrega que, en sus últimos años de vida, su padre y su madre querían estar con su familia. En vez de eso, terminaron cuatro años yendo y viniendo desde y hacia Roma. "Fue golpeador para nosotros", dice emocionado.

"Nos tocó acompañar al papá el año 1981 o 1982 a Roma. Y los papás de Sebastián fueron unos abuelos para nosotros, porque éramos chicos", le recuerda Orrego a Bernstein. A la vez que dice "los Bernstein fueron una gran familia con nosotros".

Él recuerda, sí, que 1978 fue un año complicado. "Principalmente, porque ese año fue la amenaza de secuestro a mi hermana chica, recién nacida". Dice que Carabineros le ofreció escolta, pero que en ese momento no podían cubrir los costos asociados, como alimentar a cada carabinero que estuviera de guardia.

Pozo, a su vez, explica que la mediación fue "la pasión de su padre". Orrego concuerda. "Así como el derecho internacional fue la vocación de mi padre, la mediación fue su alma". Ambos comparten una pena reciente: sus padres, que se tenían un gran cariño, fallecieron este año, en febrero y octubre.

El legado

Recuerda Luis Hernán Cubillos que su padre siempre tuvo la intención de escribir sus memorias. Pero no tuvo tiempo.

De hecho, de los padres de los presentes, solo Enrique Bernstein lo hizo, bajo el título "Recuerdos de un diplomático".

Todos, sin embargo, están conformes con los reconocimientos que obtuvieron sus padres en vida. "Hay un cerro en el sur con su nombre", recuerda Muñoz, sobre el homenaje que todos recibieron hace dos años, cuando cumbres de la zona fueron bautizadas con sus nombres.

"Tuve la oportunidad de visitar a un cuñado que estaba de comandante del distrito naval Beagle, marino, hace 20 años, y me llevó en helicóptero a la isla Picton, y con toda la carga emocional que significaba esto, es de los momentos más lindos que he vivido", dice Cubillos.

En la geografía, dicen, está el legado. Y también en las nuevas generaciones. Como es el caso de Maximiliano, hijo de Gabriela Pozo, actual cónsul en Zagreb, Croacia, quien decidió seguir la carrera de su abuelo. "Siguió sus pasos y eso que estuvieron poco juntos, porque entre la vida diplomática de mi papá y la de su nieto, no se vieron tanto como hubiesen querido. Hay ahí parece que un gen y una carga histórica".

También destacan la amistad que se generó, "a pesar de las diferencias de edad, de profesión y políticas. Hubo una hermandad que fue de un recuerdo permanente de la época y los años posteriores", dice Orrego y agrega: "Y a medida que cada uno de los padres de los que están acá se iban yendo, para mi padre era una razón para volver a hablar del tema".

 Imprimir Noticia  Enviar Noticia