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Jaime Bendersky:

Maestro de dos oficios

sábado, 15 de diciembre de 2018

Texto, Paula Donoso Barros. Fotografías, gentileza Jaime Bendersky Arquitectos.
Perfil
El Mercurio

Autor de emblemáticos centros comerciales santiaguinos, como Los Cobres de Vitacura y el Parque Arauco, fue parte importante del Movimiento Moderno chileno, donde aparece realmente el modo "Bendersky" de diseñar: construcciones que buscan la belleza, jugando con luces y sombras. Sello que llevó también a la plástica en su faceta de pintor.



"Como diseñador fue un incansable inventor de formas, aunque inevitablemente funcionalista. Pictórico, nunca pintoresquista. Moderno, nunca postmoderno". La descripción que el arquitecto Jorge Figueroa escribió de quien fue su profesor lo define en todos sus frentes y principios. Jaime Bendersky Smuclir reunió en su vida un espectro amplio de facetas. Como artista, arquitecto, profesor, constructor o empresario debió transitar tiempos no siempre favorables, sin nunca abandonar la búsqueda de la belleza como fin.

Llegó a Chile desde un pueblito argentino llamado General Pico, en 1933. Con once años, venía decidido a convertirse en arquitecto, pese a que en su pueblo no existían y jamás había conocido a alguno. Así, los primeros que tuvo enfrente fueron sus profesores cuando entró a la Universidad de Chile en 1941. Su paso por la Escuela de Arquitectura no pasó inadvertido: "Nos rebelamos por un plan de estudio un poco anquilosado", contaba él mismo en la conversación con Jorge Figueroa, que forma parte del libro Bendersky .

Convertido en uno de los cabecillas de la reforma -"exigíamos arquitectura contemporánea"-, tomó a Juan Martínez, Roberto Dávila, Sergio Larraín y Mauricio Despouy como maestros. Bendersky admiraba a Richard Neutra -uno de los arquitectos más importantes del Movimiento Moderno-, a la Bauhaus y, cada vez que podía, felicitaba personalmente a Héctor Valdés por las obras que realizaba junto a Bresciani, Castillo y Huidobro, "aunque fueran de la Católica".

Con muchas obras construidas, no fue hasta fines de los 50 -luego de cuatro años de sociedad con Walter Reis, arquitecto vienés que había estudiado con los grandes de la Bauhaus, de quien recibió mucha influencia y oficio- cuando apareció el modernista que era. "El hecho de que la mayoría de mi clientela fuera de clase media y ascendencia europea recién instalada en Chile, sin ideas preconcebidas, sin aspiración a formalidades rebuscadas, me daba bastante libertad".

Fueron años prolíficos, en los que paralelamente fue nombre reconocido en la docencia -faceta que lo acompañó por 50 años-, en especial con su Taller de Diseño Arquitectónico.

La oficina de Jaime Bendersky no cerró con su muerte, en agosto de 1997. Hasta hoy conserva su nombre, y en ella su hijo Gabriel -el menor de cuatro hermanos y único arquitecto-; Richard von Moltke, alumno de taller a quien el propio profesor invitó a sumarse, y Nicolás Tirapeguy siguen trabajando "amparados en sus principios fundacionales y bajo aquella forma 'Bendersky' de proyectar", dicen los socios.

Son herederos de un legado transmitido en conversaciones diarias y trabajo codo a codo, por casi treinta años. Tras mucho estudiar la carrera de Bendersky, esta la dividen en cuatro tiempos. La de los años 50, con "composiciones muy bonitas, tipo Mondrian, que combinan en un mismo plano materiales o revestimientos: época de muriglass o fulget , los materiales de la época". La segunda, "la más rica, a nuestro juicio, en el tema plástico, donde sus edificios tienen elementos decorativos, celosías, juegos de entrantes y salientes, que desarrolló durante la década de los 60", dice su hijo Gabriel. "Ahí se empieza a marcar la manera Bendersky de diseñar, arquitectura extraordinariamente expresiva, de grandes masas no transparentes, con mucho trabajo y mucho relieve, como nadie en esa época", escribió Jorge Figueroa en Conversaciones , parte del libro que la oficina publicó tras su muerte.

"Me interesaba otorgarle a cada edificio una identidad y una personalidad, según mi modo de entender el diseño", le explicó a Figueroa el propio Bendersky.

Si entonces muchos de sus clientes eran inversionistas para los que el arquitecto buscaba terrenos y desarrollaba proyectos, la tercera etapa la enfrentó desde la dualidad de arquitecto y empresario, asociado a un constructor.

-Ahí somos un poco críticos, y se lo decíamos, aunque a esa época también pertenece Los Cobres de Vitacura, un edificio que se estudia como caso único por su tipología, a mediados de los 70 hasta la crisis económica de 1982, cuando sus obras se hicieron más inmobiliarias, sin incurrir en exploraciones estéticas -reconoce su hijo Gabriel.

El tiempo en que inauguraba un bulevar en Las Condes, el edificio Galerías y el Parque Arauco, que revolucionó el concepto de centro comercial, coincide con sus momentos de mayor entrega a la pintura. "Después de los años 70, aunque nunca dejó de ejercer como arquitecto, canalizó su veta artística en la pintura. Las exploraciones, donde volcaba su espíritu creativo en la década anterior, las llevó a la pintura", dice su hijo.

Suma exposiciones en Chile y el extranjero -en Nueva York, en la OEA, en Galería Praxis, luego incluso en el Bellas Artes de Santiago- las que reciben buena crítica. "Sus cuadros, siendo agresiva y hasta desvergonzadamente fotográficos, son -vistos sin prejuicios ni dogmas- por donde se les mire, pintura", señalaba el diario El Excelsior de México, en 1973.

El realismo es su línea. "En mi pintura existe una mezcla de fantasía y rigurosidad adquirida en la profesión de arquitecto. Podría hablar de pintura mágico-realista", le comentaba a la periodista Luisa Uribarri en una entrevista publicada en el mismo libro, la última que dio el arquitecto, tres días antes de morir.

"Vende mucho y bien la pintura de Bendersky", le plantea entonces Ulibarri.

"Jaime Bendersky vende porque no le complica la vida a nadie -responde él mismo en tercera persona-. Comunica aquellas instancias que provocan sensación placentera, y la persona que ve estas obras aprecia tener este interlocutor amable, no conflictivo. (...) La pintura es un lenguaje de comunicación. ¿Por qué comunicar las cosas feas de la vida, en esta realidad tan vertiginosa? Yo estoy por recuperar el concepto de belleza y saltarme tanto feísmo gratuito de la contemporaneidad".

-Era un adorador de la belleza -recuerda Gabriel-. Se fascinaba con las frutas, con los árboles, con el paso del tiempo y la pátina en los objetos.

La quiebra económica de 1982 lo obligó a cerrar la oficina. Dos años después aconsejaba a su hijo no estudiar Arquitectura. "En esta carrera vas a sufrir, hay muchos factores que no te dejan hacer; este no es un mundo purista".

Se refugió todavía más en la pintura y en la docencia, donde tenía fama de exigente. "Mientras muchos profesores estaban en el postmodernismo, él era de una escuela antigua, modernista; tenía una visión artística y le daba mucha importancia", recuerda Von Moltke.

La última etapa de su obra transcurre tras la reapertura de la oficina, en 1985, y con la incorporación de Gabriel y Von Moltke, que recién titulados trabajan con él. "Lo remecimos y le dijimos que debía volver a los 60, cuando los edificios tenían una riqueza muy Bendersky", recuerda Gabriel.

-Él era muy práctico, decía que ya no se podían hacer las cosas de antes, porque nadie las pagaba; que el enfoque inmobiliario era otro -agrega Von Moltke. "Pero recapacitó -recuerda Gabriel- y de entonces es su edificio Los Magnolios que, aunque no lo vio terminado, retoma su sello".

A la oficina fue religiosamente todos los días, hasta el último. "Nunca dejó de diseñar y de tener el mando, pero creo que con menos ímpetu, porque estaba refugiado en la pintura".

De que no es posible separar a Bendersky arquitecto y pintor, está seguro Von Moltke. "El manejo de texturas y colores, de luces y sombras de sus cuadros es notable, y en la composición de fachadas de sus edificios hacía lo mismo con las sombras que generaban sus balcones y grecas. Era la misma persona en ambas partes, pero en la pintura era ciento por ciento libre: nadie le discutía nada".

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