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Tenía 88 años y estaba muy activa:

Adiós a Irene Domínguez y el alegre temple de sus grabados

viernes, 30 de noviembre de 2018

Romina de la Sotta Donoso
Cultura
El Mercurio

La artista chilena vivía en París desde 1964, pero venía todos los años.



Hace seis meses expuso en la Apech y conversó con el público. Pero este miércoles, a los 88 años, murió Irene Domínguez (1930), artista chilena que insufló el grabado de una alegría sin igual.

Vivía en París desde 1964, cuando llegó sin conocer ni el idioma, y trabajó en lo que pudo, hasta que un contrato de niñera le dio una oportunidad incomparable: debía cuidar a los hijos de Wilfredo Lam.

Pronto se convirtió en su discípula, experiencia que sumó a lo aprendido con sus maestros Pablo Burchard, Oskar Trepte y Ramón Vergara Grez, en la U. de Chile y en la UC.

"Su muerte es inesperada; Irene no solo era muy joven de alma, sino también de cuerpo, se movía para todas partes sola, siempre con ánimo. La edad no lo es todo", dice Rafael Munita, vicepresidente de Taller 99.

"Venía todos los veranos y trabajábamos en el taller. Nos alegraba el alma con su espíritu de trabajo; tenía una fuerte convicción de sus postulados y su entrega era absoluta", agrega.

La recuerda trabajando con Nemesio Antúnez, y cada sede del Taller 99: "Cuando ella llegaba, esta era su casa. El último grabado lo hizo en abril; lo enmarcamos y lo pondremos como homenaje en la exposición de estudiantes que inauguramos este sábado". Esa aguafuerte se titula "Las mujeres voladoras". También los museos de Bellas Artes y de la Solidaridad poseen obras suyas.

Además de un vivaz colorido, atmósferas oníricas y todo tipo de parejas, con énfasis en las de tango -que cantaba con gran entusiasmo-, en sus grabados abundan los animales.

"Irene se planteaba temáticas, pero siempre asociadas a estados emocionales y sensibles, no solo intelectuales", detalla Munita.

Por su parte, el crítico Waldemar Sommer afirma que: "Domínguez siempre supo demostrar su destreza lineal y un cromatismo tan acorde a esa genuina imaginería que recorre su obra entera. Una auténtica gracia personal, junto al encanto de una ironía tierna, juguetona, irradia sin tregua de sus variadas figuraciones. Sin embargo, quizá el encanto malicioso de sus parejas de tango constituye el tema que mejor la identifica. Asimismo, más allá del baile mismo destacan los arranques iconográficos de sus protagonistas. Sus mujeres resultan con frecuencia de edad madura y dominadas por un ánimo una pizca desesperanzado".

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