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Novedad editorial "Hija de revolucionarios":

Laurence Debray ajusta cuentas con sus padres revolucionarios

domingo, 25 de noviembre de 2018

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

La hija del intelectual francés Regis Debray describe en este libro autobiográfico la difícil relación con sus progenitores y su pasado castrista. El libro llegará a Chile en diciembre.



Cuando tenía 10 años, su padre le dijo: "Ha llegado el momento de que elijas dónde te vas a situar políticamente". Había diseñado para ella un plan de acercamiento práctico a las dos únicas opciones concebibles: Laurence pasaría un mes en Cuba y otro en Estados Unidos. Aquel verano de 1986, en el campamento de jóvenes pioneros de Varadero, era la única rubia de ojos azules entre cientos de niños comunistas que, cada madrugada, izaban la bandera de sus países de origen. A continuación, corrían una carrera de fondo a pleno sol y seguían un curso de instrucción militar que incluía prácticas de tiro y el ejercicio de montar y desmontar una ametralladora en un minuto, según recuerda Laurence Debray (1976) en su libro de memorias Hija de revolucionarios . En la portada, precisamente, aparece en una fotografía, mirando al frente, "con un fusil tan largo para mis brazos que me habría podido desencajar el hombro".

El mes siguiente lo pasó en un anodino campamento de verano en Santa Mónica, California, pintando camisetas y derritiendo marshmallows en la fogata donde canturreaba junto a otros niños. "Me enfrentaba a un conformismo alegre, ligero y púdico. Por primera vez en mi vida no iban a darme la tabarra [lata] con la suerte de los más desposeídos o con el hambre en el mundo", escribe la autora manifestando una ingenuidad algo impostada y toques de cinismo bastante sincero, incluso crueles, que serán una constante en las casi 300 páginas de su bien hilado relato autobiográfico. Un intento de ajustar cuentas con sus padres, aunque ella prefiera llamarlo la "crónica de una película que conjuga la pequeña y la gran historia".

¿Un padre delator?

Hija del conocido intelectual francés Regis Debray y de Elizabeth Burgos -exmilitante comunista venezolana nacida en una familia que descendía de arruinados terratenientes-, Laurence les enrostra haberse mostrado evasivos con ella acerca de su pasado radical. Pero sobre todo no haberle prestado la atención suficiente cuando niña, obligándola a buscar cariño en sus abuelos paternos y en amigos del entorno familiar.

Distanciada de sus padres en busca de un estilo de vida más convencional, fue la pregunta de un periodista español, en 2014, lo que la hizo entrar en pánico y hurgar en sus orígenes: ¿Era hija del intelectual francés que había entregado al Che Guevara en Bolivia? Eso equivalía a preguntarle si era hija de un delator. ¿Lo era? El silencio de su padre no la ayudó a disipar esta sospecha. Los dos primeros capítulos del libro -los de mayor interés histórico para América Latina- se concentran en reconstruir los hechos de esos años, a través de archivos y testimonios de primera mano. Aunque le resulta imposible comprender las ideas foquistas de su padre, lo exculpa de las acusaciones de traición, cargando la responsabilidad por la muerte de Guevara al guerrillero argentino Ciro Bustos, compañero de prisión de su padre durante los casi cuatro años que estuvieron encarcelados en Camiri.

Tras su liberación, gracias a un cambio de gobierno en Bolivia, ambos prisioneros fueron expulsados a Chile. En Iquique los recibieron, con honores, autoridades del recién instalado gobierno de la Unidad Popular. Era la segunda vez que Regis Debray llegaba a Chile. La primera había sido seis años antes, deportado en esa oportunidad desde Perú junto a su pareja venezolana, cuando los acogió en Santiago el pintor Juan Capra, a quien habían conocido en La Habana. Acudieron a un mitin de campaña de Allende en el que Neruda recitó una poesía. "Para ellos Allende era un burgués demócrata, por lo tanto un hombre poco recomendable, que no quería someterse al dictado de la revolución cubana", escribe Laurence Debray. Muy distinto fue el recibimiento que tuvieron en 1970, convertidos en celebridades luego de las campañas internacionales para obtener la liberación de Debray. Incluso Pablo Neruda los agasajó en Isla Negra.

"Max Marambio desapareció con mis dólares"

Casados por obligación -los militares bolivianos solo autorizaron las visitas luego de un matrimonio realizado en la prisión, el 14 de febrero de 1968-, Elizabeth Burgos y Regis Debray se reencontraron en Francia, tras un año y medio durante el cual él permaneció en Cuba. "Tenía treinta años y debía recuperar el tiempo perdido", apunta su hija. No se refiere solamente a las mujeres. Se había perdido Mayo del 68, la Primavera de Praga y la alianza de Fidel Castro con la Unión Soviética. Seguía siendo un castrista convencido; su esposa, cada vez menos. Ella había retomado sus estudios de antropología y lo introdujo en su círculo de amistades parisinas, entre las que destacaban la actriz Simone Signoret y Roberto Matta. Con los años, el pintor se convirtió en el padrino de bautismo de Laurence Debray, ceremonia oficiada por un jesuita exiliado, también chileno. "Aunque yo me movía en un universo cartesiano y racional, el pintor surrealista chileno Matta me permitía acceder a una dimensión mágica y pletórica de creatividad", recuerda la autora de Hija de revolucionarios .

Mucho menos halagüeño es su recuerdo de Max Marambio. Ella y sus padres se encontraron con el chileno en el aeropuerto Charles de Gaulle, rumbo a Cuba, donde Laurence pasaría la mitad de sus vacaciones en el campamento para jóvenes comunistas. Así lo describe:

"Coincidieron con un viejo conocido, Max Marambio, un chileno reclutado por el régimen cubano para ejecutar todo tipo de trapicheos, y a él me confiaron, con la conciencia tranquila y unos cientos de dólares que tenían que servir para mi supervivencia en el reino del habano. Estaba acostumbrada a viajar sola en avión. Aquella vez tenía el estómago aún más encogido que de costumbre.

Al llegar, el amigo de mis padres desapareció con mis dólares. Desde entonces se ha hecho millonario, cómodamente instalado en Chile, tras realizar un negocio lucrativo en Cuba. Espero que algún día sienta remordimientos y me devuelva el dinero con los intereses acumulados durante treinta años. Incluso los estafadores comunistas tienen conciencia. Sigo convencida de ello. No es fácil deshacerse de las ilusiones".

Esta clase de desilusiones abundan en el libro. Laurence nunca comprendió el compromiso político de sus padres y no pierde oportunidad de reprocharles sus entusiasmos izquierdistas. Sobre todo a Regis, quien, luego de ser un cercano colaborador de Fidel Castro y apoyar su régimen, solo rompió oficialmente con él en 1989, cuando se llevó a cabo el "proceso estaliniano" contra el general Arnaldo Ochoa. No es que antes no supiera que el "precio" de la revolución habían sido la censura y la muerte, pero se cuidó de mostrarle a su hija ese lado oscuro. Ya mayor, Laurence desaprueba el entusiasmo inicial de su padre con la revolución bolivariana. La autora tuvo la oportunidad de entrevistar a su líder, Hugo Chávez, cuando recién era candidato presidencial, encuentro que relata con detalle en el libro, evidenciando un temprano escepticismo.

Añorar el refinado estilo de vida burgués de sus abuelos gaullistas, convertirse al catolicismo, estudiar economía y finanzas, trabajar en un banco en Nueva York, casarse voluntariamente, formar una familia "normal" y admirar a Juan Carlos I, rey de España, hasta el punto de hacer su tesis en él, entrevistarlo y luego escribir su biografía; todos y cada uno de estos hitos en la vida de Laurence Debray parecen gestos de afirmación, incluso de venganza, frente a un padre empeñado en mantenerla al margen de su existencia. El epígrafe de "El misántropo", elegido para el libro, resume a la perfección el temple de su autora: "Cuando más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona" (Molière).

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