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"First Man", de Damien Chazelle:

Héroe frágil

domingo, 25 de noviembre de 2018

Christian Ramírez
Crítica
El Mercurio




Construir arquetipos, personajes modelo, capaces de nadar como pez en el agua en sus historias, puede ser uno de los legados clave de Hollywood y sus estudios. Incluso creaciones tan simples (y mononeuronales) como "Rocky" y "Rambo" son producto de décadas de tira y afloja, prueba y error, callejones sin salida, descubrimiento, afinación e inevitablemente reempaque, efectuados no por una sino por decenas de artistas a través del tiempo, y no siempre para mejor. Lo interesante es que así como se requieren incontables horas para construir figuras ficcionadas que nos resulten creíbles en pantalla -un superhéroe, por ejemplo-, se necesita una energía similar o quizás mayor para realizar el proceso inverso. Para desmontar el arquetipo. Desmitificarlo.

No es algo que se vea con frecuencia -Hollywood está en el negocio de fabricar fantasías, no en el de aplastarlas-, pero muy a lo lejos uno puede toparse con películas que ponen todas sus fichas a esta idea improbable. Es precisamente el caso de "First Man", el relato de cómo Neil Armstrong acabó pisando la Luna, en julio de 1969. Digo cómo porque, en lugar de abocarse a dar cuenta de los históricos y celebrados pormenores de una hazaña recogida una y otra vez en todo tipo de reportajes, libros, películas y documentales, la cinta se aplica a fondo en el retrato del sujeto mismo: Armstrong observado a nivel micro; en el hogar y el trabajo, volando por el aire y flotando en el vacío. La pregunta del filme no es cuándo se forja el carácter de un sujeto capaz de aterrizar y luego caminar sobre nuestro satélite, sino más bien qué lo mantiene en pie. De ida, rumbo a la Luna, pero sobre todo, al regreso. Eso, porque el astronauta que el tercer largo de Damien Chazelle ("Whiplash", "La La Land") va construyendo escena tras escena no calza necesariamente con el mito del heroico viajero estelar, ese que dio el "pequeño pero gran paso" y que plantó la bandera norteamericana en una transmisión vista por cientos de millones. El verdadero Neil no era un dechado de palabras, ni el entrevistado ideal en los numerosos perfiles que la revista Life pactaba con la NASA; al revés que sus compañeros, nunca publicó sus memorias ni licenció su nombre para vender productos. Decir que se trataba de un hombre privado era poco, y por lo mismo, Ryan Gosling construye una interpretación "no oscarizable", sin instantes explosivos, sin gritos ni aleteos. Todo (matrimonio, amistades, carrera, metas) está volcado hacia dentro, procesado en silencio, velado hasta para los más cercanos; y eso incluye la gran tragedia en la vida del piloto: la muerte de Karen, su hija de dos años, a causa de un tumor cerebral, en 1962; episodio que el piloto no volvió a mencionar, ni siquiera con su mujer, y que echa sombra sobre lo que ocurrirá después: la vida conyugal, un nuevo hijo, los proyectos Gemini y Apollo, las incontables pruebas y desafíos camino a lo que medio mundo consideró una gesta épica, pero que sumado al intrincado tapete de esa vida acabó por convertirse en otra prueba más -tal vez, suprema-, pero aún así distante de la atroz dimensión de ese dolor inexpresable, de esa pena observada, incapaz de arredrar.

Son los primeros instantes del filme -con Armstrong en sus días de piloto de prueba- los que quizás definen el tono de esta antiaventura: llegando a los 40 km de altura lo rodea la penumbra y, en la distancia, Neil ve una delgadísima membrana azulada, la atmósfera, una tela de cebolla que envuelve al planeta. No hay héroe que valga allá arriba. Todo, el avión, los comandos, lo que ve, él mismo. Todo se vuelve fragilidad.

FIRST MAN
Dirigida por Damien Chazelle.
Con Ryan Gosling y Claire Foy.
Estados Unidos, 2018, 141 minutos.

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