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Libro póstumo Un paseo por siglos de cultura:

La sabiduría alegre de Umberto Eco

domingo, 25 de noviembre de 2018

Juan Rodríguez M.
Pensamiento
El Mercurio

"A hombros de gigantes" reúne las conferencias que el semiólogo y novelista italiano dictó en el festival cultural La Milanesiana, entre 2001 y 2015. Son clases magistrales sobre la belleza, la fealdad, lo absoluto y lo relativo, lo invisible, la ficción y el arte, entre otros tópicos que fascinaron a Eco y con los que él mismo nos fascina. Salvo por algunas certezas, no hay pérdida.



Un gran libro o un gran autor podrían describirse como un par de hombros en los que nos subimos para mirar más lejos. O para mirar distinto, pues importa menos la altura de esos hombros que el hecho de cambiarnos la perspectiva, de enriquecer nuestra visión. Lo grandioso del fenómeno es que ese autor o ese libro son ellos mismos corolarios de otros hombros y así hasta Homero y, por qué no, la Biblia. De modo que la literatura, y en realidad la historia humana, podría contarse como un curso de apéndices, epílogos y hasta notas al pie del texto principal que es la vida. Un curso, es decir, un continuo que incluye convergencias y divergencias.

Al menos en el siglo XX y lo que va del XXI, el italiano Umberto Eco (1932-2016) es un hito importante de esa historia. Semiólogo, medievalista, filósofo, crítico cultural, logró la fama con su primera novela, "El nombre de la rosa" (1980), que ha vendido millones de ejemplares y fue llevada al cine en 1986, con Sean Connery como Guillermo de Baskerville, el fraile franciscano que, en el siglo XIV, deberá resolver los misteriosos asesinatos que ocurren en una abadía italiana. Luego de eso, Eco publicó "El péndulo de Foucault" y "Número cero", entre otras novelas. A lo que se suman ensayos como "Tratado de semiótica general", "Los límites de la interpretación", "Historia de la belleza" e "Historia de la fealdad", entre otros.

El conocimiento, las lecturas, los hombros que -pasados por su genio- le permitieron a Eco escribir "El nombre de la rosa", también están en su último libro, póstumo: "A hombros de gigantes" (Lumen). El texto fue publicado el año pasado en Italia, fue traducido en septiembre al castellano y acaba de llegar a Chile. Reúne las conferencias que Eco dio entre 2001 y 2015 en La Milanesiana, incluyendo una que, pensada para dicho festival cultural, nunca fue dictada. El volumen, de tapas duras, con sobrecubierta, incluye las imágenes que el autor italiano usó en sus conferencias: pinturas, fotogramas, afiches, portadas de libros, tapices, fotografías: desde la antigüedad hasta el presente.

Padres e hijos

El título del libro es el de la primera conferencia: "La historia de los enanos y de los gigantes -comienza Eco- siempre me ha fascinado. No obstante, la polémica histórica de los enanos y de los gigantes no es más que un capítulo de la lucha milenaria entre padres e hijos que, como veremos al final, nos sigue afectando".

A partir de ahí, en graciosas o si se prefiere gráciles 21 páginas, el autor nos habla del eterno afán de los hijos por superar a los padres. Y también del de estos por contener a aquellos: "El problema es más bien que, paralelamente al ataque de los hijos a los padres, ha existido siempre el ataque de los padres a los hijos. Edipo, aunque sea sin querer, mata a Layo, pero Saturno devora a sus hijos y, desde luego, a Medea no le dedicaríamos una guardería infantil. Dejemos al pobre Tiestes, que se hace un Big Mac con la carne de sus hijos, sin saberlo, y veamos que, si bien hay herederos del trono que ciegan a sus padres, también hay sultanes en Constantinopla que se protegen de una sucesión demasiado rápida matando a los hijos de las primeras nupcias". O sea, más o menos lo que ocurre en la literatura y las artes, y en general en la cultura. Pues el punto de Eco es que, incluso los autores medievales, siempre respetuosos de los padres, los elogian yendo más allá de ellos, interpretándolos, como quien sube a los hombros de un gigante, y que por lo mismo, aun siendo un enano, llega más alto. De hecho, nos enseña Eco, la palabra "moderno" aparece en el siglo V, justo cuando comienza la Edad Media. ¿Y qué hace el Renacimiento y en general la Modernidad para matar a su padre medieval? Se vuelve hacia los abuelos antiguos. "El elogio de los más antiguos es el gesto mediante el que los innovadores van a buscar las razones de la propia innovación en una tradición que los padres han olvidado", apunta Eco. En otras palabras, la modernidad es algo de todos los tiempos.

Politeísmo de la belleza

Luego de eso, en las siguientes conferencias, Eco nos habla de la belleza, la fealdad, lo absoluto y lo relativo, el fuego, lo invisible, de paradojas y aforismos, de decir falsedades, mentir y falsificar (que no son lo mismo), de la bella imperfección en el arte, del secreto, del complot (o la también eterna manía de imaginar conspiraciones) y, en la conferencia inédita, de las maneras de representar lo sagrado, es decir, aquello que en principio no se puede representar.

Aprendemos que la belleza y la fealdad se dicen de muchas maneras, es más, que la fealdad también se puede figurar bellamente, como ocurre con algunas representaciones y descripciones del diablo. San Buenaventura dijo, por ejemplo, que "la imagen del diablo es bella cuando representa bien la fealdad del diablo". Mientras que a Dios, por ser irrepresentable, se lo llegó a nombrar con monstruos.

También enseña Eco sobre el horror como fuente de placer, sobre la belleza de lo decadente y enfermo, sobre lo feo como sublime. Y, ahora, en nuestro tiempo, en el que confluyen moda, consumo y arte, dice Eco que hemos de rendirnos "ante la orgía de la tolerancia, el sincretismo total, el absoluto e imparable politeísmo de la belleza". De modo que, tal vez, todos seremos feos, y todos seremos bellos.

En su texto sobre lo absoluto y lo relativo, Eco dice algo que vale para todo el libro: "De modo que no me limitaré a aclararles, sino que voy a confundirles las ideas, sugiriendo cómo cada uno de estos términos significa -según las circunstancias y los contextos- cosas muy distintas". Lo maravilloso es que esa confusión de ideas, sobre lo absoluto y lo relativo en el caso de la conferencia, pero también sobre todo los tópicos del libro, es una forma de claridad. Eco nos confunde y por eso nos clarifica: confunde las certezas y entonces nos preguntamos, sin llegar a afirmar, si no será la falta de certeza la única certeza.

Eco, podríamos decir, es un relativista. Pero no un relativista en el sentido banal que le dan a la palabra los antirrelativistas: negar la existencia de toda verdad, decir que solo hay interpretaciones y no hechos. Al contrario, Eco es relativista por amor a la verdad: "Nuestro sentido de la tolerancia se basa, justamente, en el reconocimiento de los diferentes grados de verificabilidad o de aceptabilidad de una verdad. Puedo tener el deber científico o didáctico de suspender a un estudiante que sostenga que el agua hierve a noventa grados al igual que el ángulo recto -al parecer, lo han dicho en un examen-, pero también un cristiano debería aceptar que para una persona no haya otro Dios que Alá y que Mahoma sea su profeta (y pedimos que los musulmanes hagan lo contrario)", explica el profesor Eco. Cuya verdad no es ni más ni menos que la verdad moderna, la de ese pensamiento que, tras la muerte de Dios, distingue "entre diferentes criterios de verdad".

La ficción como verdad

En este punto no está de más recordar otro libro de Eco recién publicado, también en la editorial Lumen: "Contra el Fascismo". Es un pequeñísimo volumen de dieciséis por once centímetros y sesenta y un páginas, en las que el intelectual italiano enumera catorce características del "fascismo eterno": tradicionalismo, culto a la acción, el desacuerdo visto como traición, el miedo a la diferencia, entre otros rasgos que se podrían resumir en una certeza muy, muy seria, sin lugar a dudas. Tan distinta de la alegre y por eso gigante sabiduría de Eco: "Solo recordaré que Elie Wiesel decía que los que pensaban que todo estaba permitido no eran los que creían que Dios había muerto, sino los que creían ser Dios (defecto común en grandes y pequeños dictadores)", leemos en "A hombros de gigante". Palabras que bien podrían servir de conclusión para su libro. Pero como no se trata de concluir, sino de seguir transitando, citemos también la razón por la que Eco creía que la ficción, a la que él mismo se dedicó, era la medida de la verdad: "Leer obras de ficción significa saber que nada puede cambiarse del destino de los personajes. Si pudiésemos cambiar el destino de Madame Bovary, ya no tendríamos la consoladora certeza de que la afirmación «Madame Bovary se suicidó» es el modelo de verdad indiscutible. Penetrar en un mundo novelesco posible quiere decir aceptar que las cosas son así para siempre, más allá de nuestros deseos. Debemos aceptar esta frustración, y a través de ella experimentar la emoción del destino", anota Eco. "Creo que una de las principales funciones de la ficción es enseñarnos a aceptar el destino, y que constituye, además, el valor paradigmático de los personajes ficticios, santos del mundo laico, y también de muchos creyentes".

Es una reflexión paradójica, viniendo de un moderno, de alguien que nos ha hablado del cambio, de la lucha entre padres e hijos como motor de la innovación humana. Es como si nos dijera que cambiamos porque no cambiamos, que nos rebelamos al destino porque lo aceptamos. Claro que las paradojas, como también enseña Eco, afirman un absurdo y dan vuelta el mundo para decirnos una verdad sobre él. Terminemos, entonces, y solo por ahora, con la paradoja que guió la vida de este sabio italiano: "Reflexiona antes de pensar".

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