Fondos Mutuos
Cuando los hermanos Alberto y Salomón Shamosh cambiaron sus hábitos alimentarios y se convirtieron en vegetarianos, comenzaron a averiguar sobre la spirulina, un alga que les entregaba todas las proteínas, hierro y minerales que necesitaban, pero de forma concentrada.
Hace una década comenzaron a investigar el producto y a ver si es que podía convertirse en un buen negocio para ellos. El cierre de las plantas que producían la microalga en México y el encarecimiento del producto a nivel internacional les dieron el escenario perfecto para comenzar a buscar en América Latina un lugar donde poner su propia planta.
El primer contacto que tuvieron con nuestro país fue a través de un científico de la Universidad de Valparaíso, quien les recomendó instalarse en el norte, por las excelentes condiciones para cultivar la spirulina: mucho sol, buenas temperaturas y buen clima durante casi todo el año.
Y hace dos años comenzaron a trabajar en un terreno de 12 hectáreas a 80 kilómetros de Iquique. "Nos costó mucho aprender a cultivar el alga y que ésta se aclimatara. Eso toma tiempo", cuenta Alberto Shamosh, quien a través de la empresa Solarium Biotechnology ya produce 1,5 toneladas mensuales de este producto que tiene más calcio que la leche fresca y más betacaroteno que la zanahoria.
Durante un año tuvieron en la planta a un experto israelí que estudió las condiciones y concluyó que la calidad del producto iba a ser altísima gracias a las condiciones de cultivo que hay en Chile. Sólo para hacerse una idea, Alberto Shamosh cuenta que si una persona consume 5 gramos del alga, recibe las mismas vitaminas que un plato de fruta y los mismos minerales de una ensalada mixta. Pero no sólo eso, además consumirla ayuda a controlar el colesterol y previene la anemia en embarazadas, entre otras cosas.
Aunque hoy están produciendo y exportando a México donde deportistas, vegetarianos y personas en general lo compran en tiendas especializadas, se quedaron sin financiamiento para la ampliación de su negocio.
El gran salto
Sin tener muy claro cómo se gestó la colaboración, éstos hermanos mexicanos fueron contactados por la red de inversionistas Southern Angels. Con ellos elaboraron un plan de negocios porque "no lo habíamos hecho como tal. Hasta ese minuto nosotros éramos una empresa familiar", cuenta Alberto.
A fines de diciembre de 2007 tuvieron la prueba de fuego. Se presentaron ante varios inversionistas, y después de la presentación comenzaron las conversaciones con los interesados. Y ya tuvieron resultados. El inversionista europeo Jordi Costa quiere proyectar la compañía y así hacerla crecer incluso más que lo que sus creadores han pensado. En la primera etapa, que se va a concretar entre el 10 y el 12 de septiembre próximo, recibirán cerca de US$ 600 mil para comenzar a comprar maquinaria para automatizar la planta y llegar a producir, en un plazo de un año, unas 15 toneladas del producto al mes, tal como quieren sus creadores.