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Peter Sloterdijk, filósofo y uno de los intelectuales más influyentes en la actualidad

"No creo que la sociedad occidental esté en vísperas de una erupción volcánica en la política (....) Puede ser un choque más que un estallido"

domingo, 11 de noviembre de 2018


Reportajes
El Mercurio

El intelectual, que mañana estará por primera vez en Chile invitado por el CEP, marca controvertidas posiciones frente a los impuestos, el populismo, la posverdad, la crisis de la Iglesia y la lucha científica por extender los años de vida. "Si la mayoría de nosotros viviera sobre 150 años, la maldad sin fronteras de los ancianos haría caer al mundo en innumerables guerras". | Alfonso Peró



Los perfiles, entrevistas, papers o artículos del alemán Peter Sloterdijk (1947), uno de ellos publicado recientemente en The New Yorker, tienen variados denominadores comunes. Todos hablan de un filósofo rupturista, provocador y uno de las pensadores más influyentes y lúcidos de hoy en Europa. Algunos intelectuales, para reseñarlo, lo han catalogado como el Friedrich Nietzsche de la época.

Sloterdijk estará mañana por primera vez en Chile, invitado por el Centro de Estudios Públicos (CEP). En su auditorio protagonizará dos conversaciones. Una con Hans Ulrich Gumbrecht e Iván Jaksic, sobre el rol del intelectual público y de las universidades, y otra con Sylvia Eyzaguirre y el director del think tank , Leonidas Montes, acerca del Estado y el futuro de la sociedad.

El filósofo ha dicho que la escuela es probablemente el invento más fatídico de la humanidad, que internet es el catolicismo electrónico y que no basta con masacrar a dos millonarios y repartir su fortuna dando 20 euros a cada persona en paro. Se enfrentó con el también filósofo alemán Jürgen Habermas, quien lo acusó de proponer la manipulación y selección de los procesos reproductivos del género humano con fines eugenésicos. Sloterdijk rechazó la acusación y proclamó la muerte de la escuela de Frankfurt, de la que Habermas ha sido reconocido como uno de sus exponentes.

Es común que el filósofo moleste y escandalice. A su ánimo provocador lo ha llamado ira. Uno de sus libros, precisamente, lo tituló "Ira y tiempo".

-En uno de sus libros usted ha dicho que "la ira se puede despertar cuando se decepcionan las esperanzas". Hoy, las sociedades están marcadas por la violencia, la desconfianza, el desempleo, la corrupción, etcétera. ¿Cree que Occidente es un volcán a punto de explotar?

-Nada mejor que comenzar nuestra conversación con reflexiones sobre conceptos como rabia, esperanza, desengaño y desconfianza. Pertenecen al vocabulario del análisis psico-político, al que me he dedicado por un cuarto de siglo. Su pregunta muestra que entre estos conceptos existe una secuencia, que se sigue de la lógica de los sentimientos que son efectivos en la política. Cuando se ha partido de la esperanza y de la confianza y se experimenta el desengaño, las consecuencias naturales son desconfianza y rabia. Estas son tangibles en las elecciones, en las que ganan el poder partidos de la ira y coaliciones de la desconfianza. Fenómenos como corrupción, violencia y cesantía, según el análisis psico-político, son eficaces en primera línea como factores de desmoralización, desánimo y aislamiento. Con estos sentimientos, los afectados no tienen nada de lo que puedan sentirse orgullosos en común; en el mejor de los casos, pueden provocar acuerdos defensivos frente al mal. Muy raramente la rabia puede producir efectos amplios y sustentables de solidaridad.

Sin embargo, no creo que la sociedad occidental esté en vísperas de una erupción volcánica en la política. Pueden ocurrir muchas cosas, pero lo característico de estos tiempos son los cambios por implosión, por derrumbe hacia adentro. La Unión Soviética desapareció por implosión. Venezuela se ha derrumbado por implosión. En un día de elecciones, en junio de 2017, el sistema tradicional de partidos en Francia fue enviado de vacaciones sin ruido por La république en marche de Macron. En Italia existe por largo tiempo un sistema político en "permanente implosión". Por el contrario, en muchos países lo que sí se desarrolla explosivamente es la deuda pública. Si entendemos la erupción volcánica como metáfora de la "revolución" -como dice la primera estrofa de la Internacional: c'est l'éruption de la fin -, a uno le resulta claro que puede ser un choque, más que un estallido.

La hegemonía de la filosofía

-Friedrich Hayek dijo que un buen economista no es solo economista, y que a él le gustaba pensar que era algo más que solo un economista. En los últimos años ha habido una predominancia de los economistas en la formulación de políticas públicas. ¿En su desarrollo, falta filosofía política?

-La pregunta acerca de si a nuestros sistemas de convivencia les falta filosofía, se contesta con un rotundo 'no'. Primero, no se ve un déficit de filosofía. Todos los actores esenciales en los escenarios estatales del mundo son estados constitucionales. Las constituciones no son más que filosofías políticas congeladas, y no es raro que también antropologías políticas. Es lo que se muestra en los catálogos de derechos fundamentales y en el diseño de las instituciones, construidas en general sobre las ideas de la Ilustración sobre distribución de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En el papel, es la filosofía en el poder. Si entiendo bien a Hayek, en su obra tardía buscó mecanismos para evitar que las intervenciones estatales conduzcan a efectos cuasi socialistas. En este contexto es plausible su dicho según el cual quien entienda solo algo de economía, no entiende nada de economía. De hecho, la economía -como teoría de las pasiones adquisitivas, posesivas y consumistas- se funda en filosofías implícitas.

Desde mi perspectiva, son falsas casi todas las filosofías económicas, también la de Hayek, porque acentúan unilateralmente las pulsiones de apropiación y de expansión de sí mismo. Una teoría realista del ser humano debiera subrayar, en vinculación con las intuiciones psicológicas de Platón, el conflicto primario de Eros y Thymos; esto es, la lucha interna entre querer tener y el sentido de orgullo y de vergüenza. Quien quiera concebir al hombre verdadero y su lugar en el intercambio de los bienes no llega a parte alguna si no toma en cuenta el duelo entre el impulso de poseer y la generosidad.

Impuestos voluntarios como un acto de honor

-Usted propuso que el pago de impuestos sea voluntario. Señaló que "los gobiernos reclaman al año para el fisco no menos de la mitad de todos los éxitos económicos de sus capas productivas, sin que los afectados recurran a la reacción más plausible a esta situación: la guerra civil antifiscalista. ¿Cómo podría el Estado planificarse y sostener sus políticas, si sus ingresos no son fijos, sino que dependerían en gran parte de la buena voluntad de los ciudadanos?

-Cuando en 2010 presenté la idea de que los impuestos no debían seguir siendo considerados como obligaciones de los ciudadanos para con el Estado, sino como aportes voluntarios, se dejó caer en las páginas culturales alemanas, en particular en el espacio liberal de izquierda y socialdemócrata, un griterío de los bien pensantes: esta "nueva insensibilidad social", este "neoliberalismo despiadado", este "desvío típicamente generacional de un tipo del 68 hacia posiciones neoconservadoras". Luego de unas pocas semanas de "debate", solo quedó de mis reflexiones una irónica carcasa cínica, que bailaba sobre los escombros del estado social. Esta caricatura dio vueltas por medio mundo. No desconozco que ser objeto de caricaturas pueda ser una distinción, a menos que uno se tenga por Mahoma y sufra esa hipersensibilidad frente a la ironía de los no creyentes tan característica de los profetas. No es ese mi caso, al menos así lo veo, pero preferiría leer una paráfrasis correcta de mis reflexiones antes que ellas sean víctimas de la parodia.

El pensamiento principal de mi artículo periodístico sobre La mano que da y la que recibe decía que la única fundamentación adecuada para la imposición de impuestos en democracias consiste en el reconocimiento del contribuyente como patrocinador de la comunidad. Pero la percepción predominante por todas partes es la contraria: entenderlo como un deudor del Estado, al que es justo privar cada año de una parte de su patrimonio. Esta concepción se muestra, en el contexto de mis reflexiones, como una calamidad política y moral. Porque muestra que la política fiscal descansa en la idea de la sumisión de los ciudadanos al poder estatal, algo que es propio del feudalismo. No es una idea adecuada a una cultura democrática. A las libertades democráticas pertenece inevitablemente la libertad del dar para la comunidad. La ciudadanía en una democracia solo puede ser creíble si también es soberana y libre respecto del fisco. Si todos los contribuyentes son reconocidos como dadores, cada contribución al fisco, desde la suma más pequeña a la más grande, sería considerada como un acto de honor, no de imposición, un gesto de alegría, no de sometimiento a una sustracción inevitable. La evasión tributaria pasaría a igualarse con el deshonor.

Como se ve, estas reflexiones nada tienen que ver con una invocación a la buena voluntad de los ricos. Por lo demás, puede verse en la cultura filantrópica norteamericana que los aportes para fines de bien común en ningún caso son una afición de millonarios; se trata de un hábito popular de arraigo profundo.

Populismo "transitorio"

-¿Qué opina de los líderes populistas, nacionalistas que ha habido en los últimos años? Donald Trump es un ejemplo, Jair Bolsonaro (hace pocos días) en Brasil otro. ¿Qué pasa con el centro político?

-El éxito de movimientos o partidos neonacionalistas en muchos lugares del mundo es una respuesta completamente lógica al fenómeno que desde hace algunos decenios se llama "globalización". Que la mayoría de los sociólogos y politólogos de Occidente respondan a ella con asombro y escándalo deja al descubierto la unilateralidad de su formación. La mayoría de ellos obviamente nunca han oído de la tercera ley de Newton: acción es igual a reacción. Solo si se toma conocimiento de ello, se puede intentar una explicación de por qué no debe regir también en la política.

El siglo XX estuvo dominado por el tumulto de las reacciones revolucionarias -en primer lugar del antiliberalismo (católico, fascista y comunista) y del anticolonialismo-. A comienzos del siglo XXI la "reacción" responde a una tendencia de la disolución de las comunidades nacionales por élites transnacionales, a la sustitución de naciones recién reencontradas por asociaciones transnacionales, a la disgregación del proletariado nacional organizado por mercados laborales sin fronteras y a la disolución de los pueblos por gene-pools que se entremezclan.

Irónicamente, hoy la racionalidad política parece exigir compasión con los "reaccionarios". Pero es claro que no se les puede permitir destruir el centro, porque solo desde allí es posible una política constructiva. Figuras patológicas como Trump, Bolsonaro, Duterte, Erdogan, Putin y otros producirán, sin duda, enormes daños al espíritu de sus comunidades políticas. Desde la perspectiva de los grandes relatos, ellos no son más que capítulos transitorios.

"Tu patria está donde estás a gusto"

-¿Qué percepción tiene de la globalización? ¿Cómo ve la protección de las industrias locales y los procesos migratorios?

-Los cosmógrafos y navegantes europeos fueron quienes impusieron el conocimiento de que la tierra está globalmente configurada, algo que habían representado los geómetras herederos de Pitágoras alrededor del 500 a.C. Fue ese un acontecimiento en la historia de la verdad. Ahora bien, contra la verdad es ineficaz el proteccionismo. Más aún, a la larga es un sinsentido. Que ahora muchos de aquellos que fueron descubiertos y por un tiempo sometidos por europeos, quieran llegar a Europa o a la excolonia europea, Estados Unidos, muestra cómo están permeados por la ilustración geográfica europea y norteamericana. Las migraciones son ambiguas: muestran, por un lado, que hay gente que quiere huir de su lugar de origen; también muestran que hay puntos de atracción que orientan hacia un punto de destino. Ambas observaciones confirman el proverbio: ubi bene ibi patria (tu patria está donde estás a gusto)

La "patraña" de la posverdad

-El diccionario inglés Oxford declaró a la palabra posverdad la palabra internacional del año 2016. ¿Cree que este fenómeno está vinculado con la preeminencia de la apariencia que promueven las redes sociales? En un mundo virtual, ¿qué lugar le cabe a la verdad?

-Una entrada como posverdad ilustra que los redactores del diccionario más serio del mundo no son inmunes a la patraña. No puede haber una situación "después de la verdad". Que Donald Trump haya jurado como Presidente de los Estados Unidos el 20 de enero de 2017 delante del Capitolio, es una verdad hasta el fin de los tiempos. Que él desde entonces yerre o mienta en promedio ocho veces al día, permanecerá para siempre en los anales del cargo de la presidencia. Lo que en verdad se observa a lo ancho del mundo es una inflación galopante de noticias inventadas y de imágenes falsificadas. La experiencia muestra, sin embargo, que luego de las más grandes inflaciones se regresa a valores más acotados. Quien habla de manera acrítica de la posverdad, muestra una tendencia a arrodillarse ante slogans pretenciosos.

Lo que de hecho se observa desde hace una década es la desmedida multiplicación de comunicaciones privadas por las llamadas redes sociales, que más bien son asociales. La importancia de una publicación se mide por el número de visitantes; pero eso no prueba nada. Si siete mil millones de seguidores confirmaran la noticia de que la tierra es un disco, sería un despropósito, pero el único que dijera la verdad confirmaría que es una esfera.

Selfies, rostros verdaderos y máscaras

-En una entrevista con Le Point usted menciona que la "selfie" es el nuevo género autobiográfico, como si fuese necesario divulgar y fijar de forma permanente el deseo narcisístico. También dice que hoy el "idiota" está obsesionado con la imagen de sí que brinda a los otros. ¿Cree que la apariencia logrará superar la realidad?

-La vida como filósofo tiene muchas desventajas. Por ejemplo, se es permanentemente testigo de cómo la gente se engolosina con ilusiones, mientras uno mismo vive a dieta. Pero también a veces tiene ventajas: cuando aficionados hablan de "parecer" y "ser", o cuando se fantasea sobre la degradación de los sujetos humanos por máquinas inteligentes, se sabe por adelantado hacia dónde conduce todo eso. Se recuerda el siglo de oro español, cuando se discutió con virtuosismo sobre rostros verdaderos y máscaras o el romanticismo alemán temprano, que sabía todo acerca del status ontológico de las ficciones. Quien tiene una gran biblioteca, conoce también a Jorge Luis Borges, para quien todo lo que es se compone de selfies irónicos del absoluto.

La paz con el Chile doliente

-Este año se cumplieron 45 años desde el 11 de septiembre de 1973 en Chile. Se retornó a la democracia en 1990, pero este proceso es una herida que todavía divide a los chilenos. ¿Cómo ve esta situación?

-Para un europeo, Chile es ante todo casi inimaginablemente lejano. Apenas se puede ir más lejos en el planeta. Después nos vienen a la mente los nombres de Allende y Pinochet. De una vez se nos acerca mucho el lejano país. Sentimos que Chile pertenece a la familia de las naciones trágicas. Se tiene un tema común: modernización, delitos y desarrollo desigual. Hace muchos años tuve un alumno que había sido policía en el gobierno de Allende y debió huir. Tenía la pretensión de obtener asilo y estudió alemán. Gracias a él aprendí el texto: "Mi verso es de un verde claro y de un carmín encendido. Mi verso es un ciervo herido que busca amparo en el monte". Más tarde encontré que Isabel, pariente de Allende, lograba grandes tirajes para sus novelas en la misma editorial donde yo publicaba. ¿Qué es la némesis divina? ¿Era una parte de la regeneración de Chile? Ella misma parece haber hecho la paz con la historia doliente, en particular cuando recibió el Premio Nacional de Literatura.

"La Iglesia está en crisis desde 1789"

-¿Cómo ve la crisis de la Iglesia Católica, ese gran administrador de la ira? Cree que la ciencia reemplazará a la religión en este rol, al menos en Occidente, como lo señaló Nietzsche?

-La Iglesia Católica está en crisis al menos desde 1789. Se ha especializado en el arte de la sobrevivencia. No hay razón para que eso no perdure otros mil años. La "voluntad de creer", de la que hablaba William James en 1896, atraviesa coyunturas históricas y en el largo plazo sus valores permanecen constantes. La Iglesia ya no juega ningún rol como administradora de la ira. Juan Pablo II remarcaba ocasionalmente: "Esperemos que el infierno esté vacío". Pero no ha sido la ciencia la que ha reemplazado a la Iglesia como administradora de la ira, sino el islam, en la medida en que logre defender el más allá.

La maldad sin fronteras de los ancianos

-El ser humano busca extender la vida por más años. Los científicos dicen que pronto viviremos 150 años e incluso 200. ¿Qué le parece todo esto? ¿Le gustaría vivir esa cantidad de años?

-No existe en verdad el riesgo de que los hombres sean alguna vez inmortales, más allá del recuerdo de las generaciones posteriores. La expectativa de vivir 150 o 200 años en el mismo cuerpo es suficientemente terrible. Antes de los sesenta años el ser humano se volverá completamente neurótico porque no se podría permitir una pequeña herida, ninguna gripe, ya que siempre estaría pensando en los cien años de vida que se ponen en juego. Se estaría condenado a partir de los ochenta a pasar su vida en un centro biológico con estándares de alta seguridad, como preso de su propia longevidad.

Casi todo mal se sigue conocidamente de la feroz voluntad de autoconservación. Nace de la incapacidad de comprender cuándo es suficiente. Si la mayoría de nosotros viviera sobre 150 años, la maldad sin fronteras de los ancianos haría caer al mundo en innumerables guerras, más allá de Hobbes y Armagedón. Por eso, la vida debiera orientarse menos hacia la prolongación y más a la profundidad.

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