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Premio Velázquez Iberoamericano de Artes Plásticas Mirada antropológica, lúdica y crítica:

Antoni Miralda y su arte de ritos y fiestas

domingo, 11 de noviembre de 2018

CECILIA VALDÉS URRUTIA
Artes y Letras
El Mercurio

El catalán Antoni Miralda es el ganador del Premio Velázquez, equivalente al Cervantes de Literatura. Reconocido como uno de los creadores españoles más importantes de las últimas décadas, incorpora el sentido antropológico de los rituales colectivos. Ha sido pionero en proyectos de arte y comida. Estuvo en Chile hace un mes.



La obra de Antoni Miralda, tal vez, más ambiciosa -entre muchas que asombran al público y a la crítica, en diversos países- es el "Ritual de matrimonio entre el Monumento a Colón (Barcelona) y la Estatua de la Libertad (Nueva York)", que celebró entre 1986 y 1992. La larga fiesta "de crítica dura y eficaz teatralidad kitsch ", en palabras del diario español El Mundo, invitó a participar a miles de personas y contempló la realización de vestimentas de los "celebrados", regalos de matrimonio, escenarios del compromiso y dos mil quinientas cartas.

Ese proyecto culminó con una ceremonia en el desierto de Nevada. Sin embargo, este artista nacido en 1942 en Tarrasa, Cataluña -uno de los creadores españoles con más reconocimiento internacional-, es autor de muchas otras obras genuinas que han abierto nuevos caminos en el arte y en las que incorpora investigaciones antropológicas relacionadas con fiestas y ritos. También realiza allí críticas a aspectos de la actualidad. Su trabajo abarca escultura, objetos, instalaciones, películas, dibujos, fotografías y acciones de arte. Sobresale su investigación clave sobre arte y comida, que incluye ceremoniales, la comida misma, trabajos de color y sensaciones asociadas a ella, y hasta un restaurante en Tribecca, donde reunió a figuras como Umberto Eco, Andy Wharhol y Michael Douglas.

Es autor, además, de performances en ciudades y paisajes también solitarios y alejados. Hace poco más de un mes vino a Chile, silenciosamente, a un festival de arte y comida en Bahía Inglesa, en el que participó en la "Olla Común de Tijuana". "Era como un gran collage en el que entraba casi como un curador (entre objetos y platos de comida), pero contenía capas de la realidad social... Abría a reveladoras realidades", señaló Miralda.

El Premio Velázquez Iberoamericano de Artes Plásticas 2018 -instaurado por el Ministerio de Cultura de España para reconocer la totalidad de la obra de un artista visual- le fue dado a Antoni Miralda, hace unos días, "por una trayectoria artística sólida y transdisciplinaria, desde los años 60 a la actualidad, en la que ahonda en un concepto de ritual y fiesta, con un sentido lúdico y participativo que evidencia el carácter político y crítico de su obra".

El premio está destinado a creadores de Iberoamérica y de diversas expresiones de las artes visuales; de hecho fue postulada a principios del 2000 la artista cinética chilena Matilde Pérez. Lo han ganado, antes, los brasileños Cildo Meireles y Arthur Barrio, la argentina Marta Minujín, la colombiana Doris Salcedo; los españoles Jaume Plensa, Antoni Tàpies, Antonio López García, entre otros.

Este año, el jurado fue integrado por Natalia Majluf, directora del Museo de Bellas Artes de Lima; Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, y Antonio Franco, director del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz, entre otros.

Espacios interactivos y sensoriales

Antonio Franco -quien estuvo en Santiago en octubre, invitado por la Asociación Internacional de Críticos de Artes Visuales (AICA, capítulo Chile)- destaca a Artes y Letras, desde España: "La enorme versatilidad de Antoni Miralda y el haber sido capaz de abrir un espacio para el arte más allá de lo institucional. Porque, quizá, lo más interesante de su trabajo es que ocurre en el espacio público. Su intención ha sido siempre huir del ámbito cerrado del estudio o del museo y ocupar la calle, o intervenir lugares ajenos al circuito del arte, donde la creación y la participación se reconocen. Es un espacio lúdico que refuerza el sentido de la colectividad y tiende a introducir significado y a producir ideología", sostiene el experto y director del Museo de Badajoz.

Miralda suele ocupar lugares emblemáticos, sea en París, Nueva York o Madrid. También tiene notables retrospectivas en museos, como el Reina Sofía de Madrid o el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), donde presentó su muestra "De gustibus non disputandum", no sin levantar revuelo.

"Mis obras son complejas y requieren de un gran tejido de relaciones y lecturas transversales que se conectan -reconoce Miralda-. Pero lo que más me importa es que comunique, que se entienda y se trate de vivencias, aunque sean críticas", agrega este artista de sorprendente vitalidad y entusiasmo a sus 76 años. Su lenguaje visual barroco, muy kitsch , lo lleva también a vivir y vestir generalmente recargado: suele usar camisas con mapas del mundo, u otras muy estampadas, ¡invadidas de color!

Entre sus primeras obras, destaca un trabajo de carácter pacifista, el que inició en España en los años 60; esos pequeños soldados que invadían toda su obra: fotografías, collages , carteles, calles y hasta en el cine. Los "soldaditos" luego se integran a su preocupación por el color y de ser verdes, por ejemplo, se desvanecen sus tonalidades en manos del espectador, al ingresar en una de sus instalaciones.

Pero es la fusión de las culturas lo que subyace en la mayoría de sus creaciones, en donde el proceso de obra para Miralda, como todo artista conceptual, es lo esencial. Para "Proyecto de luna de miel entre la Estatua de la Libertad y el monumento a Colón", hizo participar, durante años, a cientos de personas redactando cartas de amor y realizando objetos. Pero, a su vez, a través de ese proceso -dice Miralda-, "exploro los conceptos de conquista y libertad con crítica, y los intercambios culturales entre Europa y América".

El cine es otra de sus pasiones visuales. El artista catalán realizó la película e instalación "Charlie Taste Point" (1979-2010), cuyo proceso duró casi 20 años y constituye una singular crónica visual sobre Berlín Occidental y Oriental.

Sincretismo y comida

Es el mundo de los ritos de las culturas originarias lo que más obsesiona al catalán. Se sumerge en ellos y dibuja obras con esa mirada tan propia suya. Uno de los aspectos que más le seduce es el sincretismo religioso y, sobre todo, el tema de las comidas. "Es pionero en usar los alimentos como referencia antropológica, cultural y política en el arte", resalta el experto Antonio Franco.

Miralda hace una deconstrucción etnológica de prejuicios y esquemas de un mundo global. Violenta los arquetipos museográficos a través de nuevos medios en los que el público participa, examina culturas culinarias del mundo y puede explorar aspectos de la identidad social, ritual y formas de preservación de la memoria.

Todo ello lo hace con juego e ironía, donde exacerba los sentidos: en sus instalaciones y performances brillan los colores, hay fiesta y sarcasmo -reconoce-. Y entre esas obras suyas "gustosas" y luminosas sobresalen "Santa comida" y "Sabores y lenguas", precisa Franco.

"Santa comida" es una instalación que aborda el legado cultural de los esclavos afroamericanos y trata sobre la comida que era ofrecida a los dioses de Orisha, de la región africana de Yoruba. Una cultura que ha mantenido sus creencias a través de varias generaciones que llegaron a Cuba, Brasil, Haití, Puerto Rico, Estados Unidos, y que desarrollaron un sincretismo religioso, origen de la santería. "Ese sincretismo entre cocina y religión es tan fuerte, que le deben a ello parte de su supervivencia como cultura", afirma.

La obra está integrada por siete altares dedicados a las divinidades Orisha más destacadas, que Miralda las exhibe junto a su equivalente cristiano. En tanto, una serie de platos y productos de esas culturas muestran y refuerzan ese vínculo con el colorido y lo sensorial de Miralda. La instalación incluye música: la canción "Angelitos negros", interpretada por Antonio Machín, se convirtió casi en un himno contra la discriminación racial.

Performances "Alba" en la madrugada madrileña

La comida representa, a su vez, un estado semiótico para Miralda. Por ejemplo, al realizar distintos platos con tallarines de colores u otros alimentos, al principio estallan de color, pero muy luego se van desvaneciendo, se vuelven sombríos y adquieren nuevos significados. Ha hecho comidas con banderas de países conocidos y de culturas remotas, las que terminan transformadas en abstracciones de sombras.

Muy monocroma pero luminosa fue la performance "Alba" (2010): un desayuno banquete convocado como ofrenda a las leonas aladas del Palacio Velázquez, que se celebró en la madrugada de una noche "toda blanca", en Madrid. Se desarrolló como un plato en seis tiempos: partió con el encuentro de los participantes en la Puerta de Alcalá y terminó con un desayuno en el jardín de Campo Grande.

El "Museo de Cultura de la Comida" fue también fundado por Miralda: crea obras abiertas a todos los países, incluyendo a Chile, desde donde estamos a la espera, quizá muy luego, de tener un premio Velázquez; ya contamos con ¡tres premios Cervantes de Literatura!

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