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En el centro de la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa) 2018 había una vitrina que brillaba. Literalmente. Anillos, brazaletes, aros, prendedores y diferentes tipos de colgantes con motivos de personajes de novelas de aventuras, de superhéroes o videojuegos. Lo más caro era un reloj de 32 mil pesos alusivo al universo de Harry Potter, quien por cierto dominaba la vitrina: también había gorros, poleras, guantes y todo tipo de accesorios de la saga de J. K. Rowling. Y era lo más llevado. En realidad, toda la bisutería del stand de la librería Lee Hoy fue un éxito de ventas, según contaron los vendedores. Tan apetecida como lo otro que vendían: libros. Especializada en libros juveniles y superventas, la librería Lee Hoy tenía uno de los cinco stands más grandes de esta versión de la Filsa y estaba ubicada casi exactamente donde en años anteriores se instalaba el Grupo Planeta. Frente a ellos solía estar el otro gigante de la edición que opera en el país, Penguin Random House. No fueron los únicos que se restaron de esta feria: no estuvieron esta vez ninguno de los sellos agrupados en la Corporación del Libro y la Lectura, como los mencionados y Catalonia o Zig-Zag. Tampoco Ediciones Universidad Diego Portales o la librería Contrapunto. Y pasó lo que pasó: entre los libros se colaron bisutería, afiches, películas, todo tipo de accesorios, y el público que llegó a la Estación Mapocho fue esquivo. "He visto una feria nostálgica, como del año 1997. En cierto sentido, hermosa, pero triste", dice el escritor Rafael Gumucio, que estuvo en varias actividades de la Filsa. "Fui un día, poca gente, poca onda, una mesa redonda sin brío, poco público, triste. La Filsa se quedó estancada", añade Alberto Fuguet, tan asiduo al evento que llegó a ambientar su novela "Sudor" durante la feria. "Está lenteja", decía un escritor que esperaba que llegaran lectores para firmarles su libro y prefirió no dar su nombre. Otros preferían ni hablar. Mientras, los jefes de los stands de Fondo de Cultura Económica y Océano, Cristián Zapata y Claudio León, respectivamente, recordaban ferias anteriores y hacían un cálculo rápido: 50% menos de gente este año. "Ya sabemos lo que no puede pasar nunca más: repetir una feria como esta", aseguraba Sebastián Barros, director de Pehuén, sello que solo estuvo en un stand de Pueblos Originarios. ¿Qué Filsa fue esta? Fue la feria en que explotó la crisis al interior del gremio del libro. Y en la que, muchos creen, después de 38 años terminó una manera de llevarla a cabo. Desde sus inicios, la Cámara Chilena del Libro ha organizado la Filsa y mientras la entidad fue la única que agrupaba a editores, libreros y distribuidores, su gestión sorteaba problemas y críticas. Con los años se separaron las aguas: en 2001 una facción de editoriales creó la Asociación de Editores Independientes Universitarios y Autónomos, mientras en 2013 los sellos más pequeños se unieron en la Cooperativa de Editores de la Furia. El quiebre final vino en 2015, cuando las más grandes casas editoriales dejaron la Cámara para formar la Corporación del Libro y la Lectura, y desde ahí tensionaron la Filsa. En agosto abandonaron la feria. "Estamos convencidos de que nuestra industria editorial, los lectores y el país no se merecen una feria internacional del libro desmedrada e improvisada, menos si en su organización están excluidos los editores, un factor decisivo en la generación de autores y libros chilenos", informó la Corporación del Libro y la Lectura al anunciar que dejaban la Filsa, mientras la Cámara Chilena del Libro siguió adelante con la feria, cumpliendo con el compromiso de más de un año con Perú como país invitado. Y después de 18 días, hoy cierra sus puertas. Fueron semanas agridulces que partieron bien abajo: "Ni en la peor de las proyecciones", decía un editor el primer fin de semana mirando la Estación Mapocho casi vacía. FAS al banquillo La escritora Darlis Stefany (23 años, venezolana) surgió en la plataforma de internet Wattpad y ahora arrasa entre adolescentes. Y el 2 de noviembre pasado lo demostró en la Filsa: cientos de jóvenes hicieron largas filas para que Stefany les firmara copias de sus novelas, "H de Harry" y "Los miedos de Ethan", entre otras. Fue un éxito que le devolvió algo de la clásica electricidad a la Estación Mapocho. Y el editor que el primer fin de semana miraba con preocupación los pasillos vacíos, ese sábado estaba más aliviado. Aunque remontar las bajas ventas iniciales no parecía muy probable. "Estamos con los pies en el barro. Ya vendrá el momento de las evaluaciones", dice Eduardo Castillo, presidente de la Cámara Chilena del Libro. "Siempre a la feria le cuesta partir, pero este año fue más complejo en términos de asistencia de público. Afortunadamente pudimos remontar esta situación de manera espectacular el fin de semana largo y eso fue una gran sorpresa. Hemos realizado más de 400 actividades, con más de mil autores. Y (el jueves pasado) han venido más 12 mil alumnos de 500 colegios. En general, debemos estar agradecidos y contentos", añade. Según Castillo, la falta de público se explica por las discusiones previas a la apertura de la Filsa y no tanto por el evento que muchos describen como un boicot a la feria: el Festival de Autores (FAS), que este fin de semana tiene su jornada final con charlas y firmas de autores en el GAM, y que organiza la Corporación del Libro y la Lectura. "Sin duda afectó la campaña de desprestigio que realizaron las multinacionales del libro; provocó confusión", dice el director de Lom, Paulo Slachevsky, un histórico vocero de las editoriales independientes. Mientras el editor de Hueders, Álvaro Matus, añade: "Los grandes grupos tienen a los autores que suelen estar al tope del ranking de ventas y una feria como esta era la oportunidad para estar en contacto con ellos. Organizaron un festival en la misma fecha, en circunstancias de que podrían haberlo hecho cualquier fin de semana del año". "Si la Filsa no tiene público fue porque se autoboicoteó. No fue capaz de encontrar los espacios de diálogo", dice Arturo Infante, presidente de la Corporación del Libro y la Lectura, planteando que la Cámara del Libro no les dejó espacio para participar en la organización del evento. "El FAS surge ante la exclusión de la noche a la mañana de lo que ya estaba proyectado hacia fin de año, con las presentaciones de libros, toda la actividad normal que por años llevamos haciendo y que es parte ya de la estacionalidad del libro. Había que encontrar un espacio", explica. Al FAS van todos los autores de los grandes de sellos: Pablo Simonetti, Jorge Baradit, Carla Guelfenbein, Oscar Contardo, Guillermo Parvex, por nombrar algunos de los más exitosos. Infante niega que se les haya pedido a los autores de la Corporación del Libro y la Lectura no ir a la Filsa, aunque hay quienes cuentan que les dijeron que si iban, "se las tenían que arreglar solos". En cualquier caso, a la Estación Mapocho también han llegado autores chilenos: Óscar Hahn, Elvira Hernández, Jorge Montealegre, Alejandro Zambra, Diego Zúñiga, Fuguet, Gumucio, Raúl Zurita, Alejandra Costamagna y otros. Francisco Ortega, que acaba de lanzar la novela gráfica "1959" con Planeta pensaba ir a la Filsa, pero su agenda lo llevó finalmente al FAS: "Me da pena no ir a Filsa; es una tradición, pero es verdad que estaba en crisis desde hace años. Venía en baja mientras otras ferias crecían; la nuestra daba cada año más pena. De las crisis hay oportunidades y acá hay una tremenda puerta abierta", asegura. Más allá del FAS o de la ausencia de las grandes editoriales, a Filsa desde hace años se le viene criticando. Ya sea por un programa cultural débil, falta de grandes autores internacionales, por su larga extensión o que se cobre entrada. "Esta vez el concepto de la feria fue poco claro y la promoción de la misma, también, y eso es responsabilidad de la Cámara", expresa Álvaro Matus. Y Slachevsky añade: "Es verdad que año a año la Filsa ha venido perdiendo relevancia y público. Pero convoca a un público mucho más amplio que los lectores habituales; está situada en un espacio notable y en un sector central. Es muy importante resguardar eso". Que nazca de nuevo Es el último jueves de la Filsa y en el Foro del Autor leen poetas como Elvira Hernández y Malú Urriola. En las salas, las actividades atraen escaso público. Por los pasillos tampoco anda mucha gente. "En términos reales, hay un 60% menos de gente. Como se ve, no hay mucho flujo, pero la poca gente que hay anda comprando. Nos ha ido bien", señala Patricio Larrondo, del stand de Prosa y Política, donde lo más comprado es literatura japonesa. Quizás no todo son las aglomeraciones. "Si bien no ha sido una gran feria, Filsa 2018 ha permitido visibilizar de mejor manera a las editoriales independientes presentes y otros actores del mundo del libro que históricamente han estado relegados en los márgenes", dice Slachevsky. Cerrada esta noche, la Filsa 2019 tendría que empezar a planificarse en las próximas semanas. Arturo Infante adelanta que la Corporación del Libro y la Lectura quiere ser parte de la organización: "Si la Cámara del Libro quiere seguir con la Filsa en el mismo esquema que está, probablemente no vamos a volver", afirma. "Lo que queremos y en lo que creemos es un modelo parecido al de la Feria del Libro de Buenos Aires, donde hay una fundación que trabaja todo el año y que está compuesta por todos los que participan en ella. Que seamos parte todos de la organización y no solo un gremio. Que la pensemos entre todos y que la hagamos con mayor acceso. Que no sea un negocio para nadie", añade. Según Javier Sepúlveda, presidente de la Asociación de Editores de Chile, a la Filsa "le falta bastante para ser la feria que represente a todo el ecosistema del libro". Y para construir un "espacio inclusivo y participativo" apoyan la idea de un comité que ejerza una dirección de la feria, en la que además de los gremios se incluya a un representante del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. "Tengo la idea que la gran feria de Chile debe ser en el primer semestre, alinear el calendario con la de Bogotá y Buenos Aires. Y aspirar al acceso gratuito, porque una familia de cuatro personas pagando su entrada ya se gastó lo que podría gastar en un libro". "La voluntad de la Cámara Chilena del Libro está expresada antes de esta Filsa: nosotros fundamos esta feria y creemos firmemente en un proceso de trabajo colaborativo y virtuoso en el bien del público. Y tendremos que entrar en ese camino", asevera Eduardo Castillo. "Nada dura en este país. Y que la Filsa dure 38 años nos dice algo. Hay un valor ahí, un potencial importante. La feria tiene la obligación de dar cuenta de lo que está ocurriendo en la sociedad. Espero que se sumen todos. Tratemos de llegar a la mejor fórmula", añade. Mientras termina la Filsa, también cierra una nueva edición del Festival Puerto de Ideas en Valparaíso y el Festival de Autores. Hace tres semanas, el Festival de Literatura de Buenos Aires regresó con éxito a Santiago. En un mes más, el GAM recibe a la Furia del Libro, que tendrá una decena de escritores latinoamericanos invitados. "Están pasando muchas cosas con cultura y la Filsa seguía igual. La feria era rutinaria y predecible, y la literatura puede ser todo menos eso. Que muera y nazca de nuevo la Filsa", pide Alberto Fuguet.