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Rose Hall Great House:

Un día (y una noche) en la casa embrujada más famosa del Caribe

domingo, 07 de octubre de 2018


Reportaje
El Mercurio

Montego Bay, en Jamaica, tiene una de las leyendas de horror más célebres del Caribe: la de la gran casa de Rose Hall, donde su dueña, Annie Palmer -una suerte de Quintrala jamaiquina- se hizo célebre en el siglo XIX por asesinar a sus esposos. Recorrimos la mansión de día, cuando es museo, y de noche, cuando se convierte en show, para ver cómo es la experiencia más inesperada en medio del paraíso de los resorts . Texto y fotos: Magdalena Andrade N., desde Jamaica.



"U na vez fui a Jamaica a un lugar llamado Rose Hall. Aquí cultivan ahora una gran cantidad de caña de azúcar, tomates y otras cosas, pero en los días de esclavitud solía ser solo una plantación de azúcar. Se cuentan varias historias sobre el lugar y la gran casa de Rose Hall. Hace muchos, muchos años llegó desde Haití una mujer llamada Annie Palmer, quien vivía aquí. Ella era la señora de la plantación, la jefa, su palabra era ley. Bueno, cuentan muchas historias sobre Annie. Dicen que tuvo tres maridos (uno a la vez, supongo). Pero también hay historias sobre Annie y los esclavos. Había alrededor de 5.000. Ella tenía sus favoritos y otros que no lo eran. Bien abajo, en el mar, hay tres palmeras que se ondean en la brisa. Dicen que, tal vez, los tres esposos de Annie Palmer están enterrados allí".

Esta es la historia con la que el cantante Johnny Cash, con voz melancólica y rasposa, comienza La balada de Annie Palmer , que escribió en los 70 luego de conocer la leyenda de la casa vecina a la suya, llamada Cinnamon Hill, en Montego Bay, en el norte de Jamaica. Desde que supo de la historia, dicen que Cash vio varias misteriosas apariciones. Para ser precisos, a una mujer y a un niño. Lo que nunca contó es si fueron influjo del potente ron jamaiquino -gran orgullo de los locales, junto con su sabrosísimo pollo jerk - o de algún fantasma real.

Y ahora, mientras estamos frente a la supuesta tumba de Annie Palmer en el jardín interior de Rose Hall, Rossie, nuestra joven anfitriona, canta con mucho entusiasmo y mejor voz:

Where's your husband Annie?/ Where's number two and three?/ Are they sleeping neath the palms beside the Caribbean Sea?/ At night I hear you ridin' and I hear your lovers call/ And still can feel your presence round the great house at Rose Hall (¿Dónde está tu marido, Annie?/ ¿Dónde están el número dos y el tres?/ ¿Están durmiendo bajo las palmeras al lado del Mar Caribe?/ Por la noche te escucho gritar y que tus amantes te llaman / Y todavía puedo sentir tu presencia alrededor de la gran casa de Rose Hall).

A los asistentes nos baja un ataque de risa (¿nerviosa?). No tanto por la letra como por la situación. Antes de llegar aquí, esta mujer, vestida a la usanza de las esclavas de la época -siglo XIX- ha pasado 45 minutos contándonos los secretos de Rose Hall, hoy convertida en un museo que cobra 25 dólares la entrada a los extranjeros y la mitad a los locales, y en cuyo recorrido se escuchan datos históricos sobre la esclavitud en Jamaica, sobre cómo los ingleses explotaron los cultivos de caña de azúcar sin contemplación de los locales, y también otras frases como: "En este dormitorio, Annie Palmer mató a su tercer marido, estrangulándolo"; "Aquí, Annie Palmer mató a su segundo marido, apuñalándolo" o "Tranquilos, nadie murió en esta habitación".

El piso de madera de Rose Hall -cuyo recorrido incluye dos plantas, un subterráneo y parte del jardín, donde está la cripta de Annie Palmer- cruje tanto al pisarlo que no son necesarias telarañas, sangre ni calaveras para sentirse como en el set de una historia de terror. Aunque hay algo más terrorífico que eso: los 32 grados de calor húmedo a la sombra hoy en Montego Bay se multiplican dentro de la casa y hacen que uno sude frío, y no de miedo, precisamente. Un par de ventiladores intentan mitigar la situación, pero el agua corre por el cuerpo y, a esta hora -las 11 de la mañana-, espanta a cualquier espíritu. El recorrido matinal por Rose Hall es serio y enfocado en los datos, en la historia de la famosa Annie Palmer, conocida como la "bruja blanca" de Jamaica, una suerte de Quintrala caribeña cuya imagen los jamaicanos han sabido explotar como atracción turística más-allá-del- resort -y-de-Bob-Marley, con una historia a medio camino entre la verdad y el mito en una sociedad que, hasta hoy, es altamente machista, según dice Loreto Lazo, una chilena que trabaja aquí en la muy desarrollada industria del turismo all inclusive .

Lo que pocos saben es que, de noche, Rose Hall tiene un recorrido en el que se saca el traje de seriedad y se convierte en un show. Uno que trajo a mi memoria parte de los recuerdos más angustiantes de mi infancia: cuando tenía 7 años y visité por primera vez la entonces Mansión Siniestra de Fantasilandia. Aún me acuerdo de haber estado al borde del infarto con los esqueletos que sin mediar aviso me tocaban un hombro, o gritaban en mi oído, o hacían caer una "telaraña" (hecha de tela de panty ) sobre mi cabeza, mientras el adulto responsable a mi lado se desternillaba de risa.

Ahora, 30 años después, esa adulta responsable soy yo.

ROSE HALL DE DÍA

"Bueno, si alguna vez vas a ver la gran casa en Rose Hall/ hay costosas sillas y porcelana y grandes pinturas en la pared/ Te mostrarán la sala de estar y el whipping post (poste donde se castigaba a los esclavos)/ Pero no te dejarán ver la habitación donde murieron los maridos de Annie".

Así sigue La balada de Annie Palmer , de Cash, pero lo cierto es que hoy uno como visitante tiene acceso a todos los salones de la casona de estilo georgiano, que tiene una interesantísima estructura: 52 puertas -que simbolizan las 52 semanas del año-, 365 ventanas -por los 365 días- y 12 habitaciones, por los meses.

-La propiedad tiene 6.000 acres (2.500 hectáreas aproximadamente) y aquí trabajaban 2.000 esclavos -dice nuestra anfitriona en la entrada de Rose Hall para comenzar con la historia de la casa, que fue construida en 1750 por el inglés George Ash para su mujer, Rose, quien luego que él murió se casó dos veces más. La última, con John Palmer, quien luego de su fallecimiento -al no haber tenido hijos con Rose- heredó estas tierras a los hijos de su primer matrimonio, y ellos a su vez la heredaron a sus nietos. Uno de ellos, John Palmer Jr., se casó en 1820 con Annie Mae Patterson, hija de irlandés e inglesa, a quien llevó a vivir a la casona de Montego Bay.

Así fue como apareció Annie Palmer en la vida de Rose Hall, cuenta Rossie. Y prosigue:

-Al quedar huérfana, a los 6, Annie, quien vivía en Haití, fue adoptada por su nana. Con ella aprendió el vudú. A los 18, su nana murió y Annie se vino a Jamaica con su primer marido. Con los años, Annie mató a sus tres esposos. Aquí, un candelabro original de la época -dice, indicando una señorial lámpara traída de Francia en 1760 que cuelga del salón central, y cambiando de un tema a otro con la misma tranquilidad de quien habla de sol y luego de vaguada costera.

Annie Palmer no tuvo hijos. Rossie dice que no le gustaban los niños, pero, así y todo, mandó a pintar un cuadro que está en el hall , donde ella aparece rodeada de un grupo de pequeños que parecen muñecos de porcelana y no se sabe de dónde los sacó. El cuadro tiene una particularidad: si uno lo observa desde la izquierda, Annie lo mira a uno a los ojos. Si uno se cambia a la derecha, lo mismo. El efecto da escalofríos. Más cuando Rossie muestra la puerta oculta por la que Takoo, el esclavo amante de Annie y quien le ayudó a matar a sus maridos, sacaba los cadáveres hacia el mar. El mismo esclavo que terminó asesinándola, en 1831, en su propia habitación, para después quemar la casa.

El crujido del suelo se apodera de la mansión mientras cambiamos de una habitación a otra. Agudizando el oído, uno hasta podría decir que las tablas hablan, pero son recién las 11:30 de la mañana: aún no hemos tomado nada del ron y otros alcoholes que ofrecen sin medida en los all-inclusive , y por ahora, lo que escuchamos son solo eso: crujidos.

Rossie baja nuestra concentración en los sonidos contando que en los años 60 el matrimonio norteamericano de John y Michele Robbins compró estos terrenos, que estaban abandonados, y se lanzó a la tarea de remodelar la mansión y convertirla en un lugar que diera identidad local a los jamaiquinos. Aunque esa identidad fuera de la mano de una mujer famosa por ser asesina. Después de todo, la quema de Rose Hall, en medio de la rebelión de los esclavos, fue uno de los símbolos más reconocidos de su emancipación.

"Desde el momento en que vi por primera vez la hacienda de Rose Hall, con las ruinas de la gran casa erguida como un coloso en las colinas, la consideré como una oportunidad. Una oportunidad para restaurar estas ruinas legendarias a su antigua grandeza; una oportunidad para compartir la creación de una economía viable para la gente maravillosa de Montego Bay; una oportunidad para hacer de Jamaica un hogar para nosotros mismos. (...)", dice John Robbins en el prólogo del libro Rose Hall , story of a people, a legend and a legacy , donde mezcla fotos de la cotidianeidad en Montego Bay con algunas imágenes de Rose Hall, que hoy, además de ser un museo, se arrienda con la misma frecuencia para celebrar matrimonios y fiestas de terror. El terreno, además, tiene un gran campo de golf que tiene convenio con varios hoteles para que sus huéspedes vayan a practicar allí durante su estadía en Jamaica.

-Esta es la habitación donde Annie Palmer mató a su tercer marido, con la ayuda de su esclavo Takoo. Lo estranguló mientras estaba durmiendo -cuenta Rossie mientras entramos a la habitación cuyas paredes tienen un vistoso tapiz indio, el estilo de decoración favorito de Annie, que hace juego con el cubrecama-. Su segundo marido murió aquí, apuñalado -dice mientras pasamos a la segunda habitación-. Se creyó que él había fallecido por la fiebre amarilla. Esta es mi habitación favorita -dice luego, y tiene sus razones: la brisa corre aquí como un gran y alentador respiro.

-Annie se enamoró de su primer marido, pero él se enamoró de su ama de llaves -sigue la historia.

Todos sabemos lo que viene.

Annie lo envenenó con arsénico en la pieza de los caballeros -dice Rossie, y un poco más adelante agrega: -Y esta es la habitación de invitados, que se considera la pieza más segura: nadie murió aquí.

Nadie se sorprende mucho ya con la historia, salvo cuando bajamos al sótano y vemos la galería de fotos que se despliega en medio de objetos de la época: las imágenes que los visitantes de Rose Hall han tomado y que han revelado extrañas "apariciones", especialmente en los dormitorios, algunas incluso con forma de rostro. Rossie explica que muchos son los esclavos con los que Annie pasaba la noche y después mandaba a matar.

Mientras, una mujer se nos acerca: es la administradora del bar, que ofrece distintos cócteles para hacer un alto a la visita.

-No hay sangre en ellos, no hay veneno: nadie morirá -dice.

ROSE HALL

DE NOCHE

Más allá de los resorts , que concentran la mayor cantidad de turistas en la zona, Montego Bay también es algo así como un pueblo fantasma. Con 110 mil habitantes entre jamaiquinos, chinos e indios -las dos colonias inmigrantes más importantes del lugar-, es poco lo que se deja ver fuera de las puertas de las decenas de hoteles que se instalan en la línea de la costa, pensados para que nadie sienta la necesidad de salir de sus fronteras protegidas con playa, comida y alcohol a discreción. Así, en una mañana cualquiera en el pueblo lo único que uno encuentra son policías -que hacen controles rutinarios en la carretera- y algunas manadas de chivos pertenecientes a las familias locales, que se escapan durante el día para deambular por las calles como si fueran perros callejeros en Santiago.

Quizás por eso, desde hace unos años Rose Hall -ubicada a 15 minutos en auto de hoteles como el Iberostar Grand Rose Hall, que se llama así porque está a 5 kilómetros del faro y a 8 de la casa del mismo nombre, Monumento Nacional de Jamaica e ícono de la ciudad- creó un especial recorrido para atraer visitantes: la experiencia de visitar la casa de "la Bruja Blanca" de Jamaica durante la noche.

"No apto para personas con problemas psicológicos ni cardíacos", dice en las advertencias antes de entrar. Son pocos los que se animan a venir cuando ya oscurece, después de las 7 de la tarde. No saben -no tienen cómo saber- que la visita de noche es completamente distinta a la de día, partiendo por el relato, lleno de fantasía, en una casa iluminada con antorchas y un actor-esclavo que tamborilea al ritmo de una danza típica de la época.

-Annie Palmer era una mujer muy ocupada -cuenta John, nuestro anfitrión nocturno. Y empieza a repetir los mismos datos históricos que escuchamos en la visita de la mañana.

La diferencia está en la forma. Ahora la casa está completamente a oscuras. John la ilumina con la linterna de su celular.

-Recuerden este nombre: Takoo -dice. Habla del esclavo amante de Annie, quien terminó matándola. Luego, la entrada al hall. Luego, el cuadro que nos sigue con la mirada. Luego, un grito desolador y un hombre que corre como gallina sin cabeza de un lado al otro del salón.

La palabrota me sale de adentro. Eso a pesar de que conozco ya la casa de día, y soy capaz de adivinar que detrás de la puerta de entrada va a salir un "fantasma" que nos va a asustar en el hall de entrada. Es más, lo he visto instalarse detrás -con su ropa de esclavo y su cara untada de polvo blanco- y me he prometido reír cuando apareciera. Lo que no calculé es que el "zombi", o lo que sea, iba a gritar en mi oído. Una lección: el miedo, además de irracional, es un acto reflejo.

A mi lado, un gringo evidentemente conservado en ron se dedica a descubrir cada "fantasma" escondido tras las puertas, cada truquito destinado a sacar un grito, una sorpresa, un trastabilleo.

-Cuiden sus pasos -advierte John, mientras suena un piano-. Y, por favor, si ven un fantasma, ignórenlo -dice, mientras pasamos por los dormitorios y escucho, otra vez, la misma historia: cómo Annie mató a sus tres maridos.

John, claro, es más lúdico que Rossie.

-Vamos a sortear una noche en esta habitación. Quien gane, tendrá todo incluido.

Aunque uno no tenga miedo, aunque no crea en fantasmas ni en apariciones, ni en espíritus en pena, por alguna razón, ubicada seguramente en el cerebro más profundo, quiere creer que allí pasó -o pasará algo-. Aunque haya leído que la historia de Rose Hall está ficcionada, y que muchos de los datos que hoy se asumen como verdaderos en verdad son parte de una novela, llamada La bruja blanca de Rose Hall , escrita por Herbert G. de Lisser en 1929. Según una investigación realizada hace una década, Annie Palmer sí existió, pero no fue ni tan mala, ni tan bruja, ni tan sádica como la pintan aquí.

Uno se pregunta de qué vale escuchar una historia así, más allá de la leyenda, las risas y los fantasmas.

Entonces, miro a mi lado y veo a unos 20 turistas, con la piel enrojecida de tanto tomar sol, con sus shorts y hawaianas para soportar el calor infernal que hace aún a las 8 de la noche, escuchando una historia que habla de las raíces de Jamaica, que habla de la esclavitud, del peso que debían acarrear los niños que trabajaban en la casa (durante el recorrido, nos hacen tomar un balde que más parece un yunque, con el que los pequeños transportaban agua), de la explotación de los campos de caña de azúcar, de la rebelión de los esclavos.

Todas, historias que no habrían escuchado si no hubieran atravesado las puertas de sus hoteles.

-No hay sangre en los cócteles, no hay veneno: nadie morirá aquí -dice el barman de Rose Hall.

Mientras todos toman un trago para capear el calor, salgo a recorrer el jardín de la mansión. Miro hacia atrás y veo a una actriz-zombi asomarse por la ventana. Más allá, cerca de la tumba de Annie Palmer, decenas de camisas de dormir blancas parecen volar sobre ella. En otro rincón, unos actores esclavos bailan en torno a un fogón.

Reviso el registro de mi cámara fotográfica, y esto -lo prometo- es cierto: la mitad de las fotos que tomé dentro de la gran casa de Rose Hall están dañadas.

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