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200° Natalicio Del escritor ruso:

Claves de la perdurable obra de Turguéniev

domingo, 23 de septiembre de 2018

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

El autor de "Padres e hijos" sigue leyéndose a pesar de la incomprensión que rodeó a su novela más célebre, cuando fue publicada en 1862. La clave de su vigencia quizá sea, precisamente, su ambigüedad.



A propósito de su visita al escritor Mijaíl Zagoskin (1789-1852), poco antes de su muerte, Iván Turguéniev recuerda cómo aquel autor ruso de segunda fila se alegró de saber que aún era apreciado entre sus colegas más jóvenes. "Había oído de mis labios que no había muerto del todo... y no hay nada más amargo para el hombre que la muerte. Una celebridad literaria puede vivir tanto tiempo que no llegue a experimentar siquiera ese insignificante placer. A un período de elogios frívolos sigue un período de insultos igual de poco reflexivos y después el silencioso olvido... ¿Y quién de nosotros tiene el derecho a no ser olvidado, el derecho de sobrecargar con su nombre la memoria de la posteridad, que tiene sus propias necesidades, sus propias preocupaciones y sus propias ambiciones?", se pregunta Turguéniev en sus Páginas autobiográficas , escritas a instancias de su editor en 1868, y traducidas al español por Alba Editorial.

Zagoskin fue completamente olvidado; Turguéniev, no. Sin embargo, su nombre llega a nuestros días eclipsado por esos dos astros inmensos de la literatura rusa que fueron Tólstoi y Dostoievski, con quienes tuvo muchos desencuentros. Reducido, con suerte, al papel de "adelantado" o "bautista", como lo llama, evangélicamente, Chistopher Domínguez Michael, en Los decimonónicos . O al de pintor de "cuadritos vivaces, que recuerdan esos que se ven en los clubes ingleses", como escribe malévolamente en su Curso de literatura rusa, Vladimir Nabokov, quien le reprocha la irregularidad de su estilo y la falta de imaginación literaria.

A pesar de todo, las novelas de Turguéniev se reeditan periódicamente en distintos idiomas, desaparecen de las librerías con rapidez y la posteridad se niega a descartar al autor ruso de sus propias necesidades. Tal vez se le dan mejores las descripciones que las acciones, cierto. Quizás abusa del fatalismo y la nostalgia. Puede que sea una debilidad de su parte hacer fracasar siempre a sus personajes más queribles. Sin embargo, sus héroes todavía nos parecen vivos, tenaces, desgarrados. Los conflictos que enfrentan a padres e hijos no son únicamente los de la Rusia del siglo XIX. Prefiguran las brechas generacionales de la centuria siguiente y, en nuestras latitudes, permiten calibrar el verdadero espesor de la llamada "literatura de los hijos". Una escritura hecha a partir de experiencias autoritarias en un tiempo de grandes transformaciones, como las que le tocó vivir a Turguéniev, su generación y la siguiente.

Casi náufrago

Iván Serguéievich Turguéniev nació en 1818 en Orel, Rusia Central, hijo de un militar retirado y de una rica terrateniente, que lo crio con el mismo método con que castigaba las faltas de sus trabajadores: a punta de azotes. Ya adulto, cuando Turguéniev quiso mejorar la condición de los campesinos, su madre le suprimió la mesada. Tras su muerte, el escritor liberó a toda la servidumbre doméstica. Turguéniev creció en la hacienda materna de Spásskoie, a cargo de diversos preceptores, algunos tan improbables como un talabartero de profesión. Estudió un año en la Universidad de Moscú y tres en la de San Petersburgo, donde se graduó de Filología en 1837. Consciente de que su educación tenía muchas lagunas, se fue a estudiar a la Universidad de Berlín, donde hizo amistad con un grupo de jóvenes estudiantes rusos, atraídos -como él- por el idealismo alemán. Entre ellos estaba Mijaíl Bakunin. "Yo estudiaba filosofía, lenguas antiguas e historia; pero me dedicaba con particular empeño a la filosofía de Hegel", recordaría Turguéniev.

A los 19 años, en su primer viaje de Rusia a Alemania, el futuro narrador estuvo a punto de morir. El vapor Nicolás I, que cubría la ruta entre San Petersburgo y Lübeck, se incendió en el trayecto justo cuando el joven estudiante tenía una excelente racha jugando a las cartas. El pánico cundió entre los pasajeros más rápido que las llamas. El propio Turguéniev perdió la cabeza. "Recuerdo haber cogido a un marinero por el brazo y haberle prometido diez mil rublos en nombre de mi madre si conseguía salvarme", escribiría al final de su vida, decidido a aclarar ese episodio vergonzoso, que le valió nuevos reproches maternos.

Volvió a su patria cuatro años después. En 1843 hizo su entrada en el mundo literario con la publicación de un breve poema, "Parasha", que firmó con las iniciales T.L. Versos "desmañados, imitativos, en general de los de Mijaíl Lérmontov". Así calificó Nabokov estas tempranas composiciones. Sin embargo, "Parasha" mereció una larga y elogiosa reseña del crítico literario Visarión Belinski, quien se convirtió en uno de sus mejores amigos.

El reconocimiento generalizado llegaría para Turguéniev en 1847, con la publicación de un cuento en la revista El Contemporáneo. Fue el primero de la serie Relatos de un cazador (también traducido como Memorias de un cazador ).

"La prosa fluida, plástica y musical de Turguéniev no fue más que una de las razones de su éxito inmediato; igualmente decisivo sería el interés que despertaban los temas de aquellas historias. Todas ellas hablaban de siervos, y no solo presentaban estudios psicológicos pormenorizados, sino que iban más allá, idealizando a los siervos como seres superiores, en calidad humana, a sus despiadados amos", según Nabokov.

Se dice que la aparición de estos relatos y el impacto que causaron en la opinión pública influyeron en la decisión del zar Alejandro II de emancipar a los siervos de la gleba en 1861. Antes de que esto ocurriese, sin embargo, la audacia de sus ideas irritó a personas influyentes. El censor que había autorizado la publicación del manuscrito fue despedido y el gobierno castigó al escritor apenas encontró un pretexto. Este llegó en 1852, con ocasión de la muerte de Nikolái Gógol, autor que ni siquiera se podía mencionar en la prensa. Turguéniev escribió un artículo en que deseaba "¡Gloria eterna a su nombre!". El texto fue prohibido por la censura de San Petersburgo, pero pasó la de Moscú y apareció a mediados de marzo. El 16 de abril Turguéniev fue detenido y encarcelado durante un mes en la comisaría por desobediencia e infracción de las reglas de la censura, y posteriormente fue desterrado a su finca en el campo, donde permaneció más de dos años.

"Pasé las primeras veinticuatro horas en una celda, conversando con un sargento de policía exquisitamente educado y amable, que me habló de un paseo que había dado por los Jardines de Verano y del 'aroma de los pájaros'", recordaría el escritor mucho tiempo después, quitándole dramatismo al episodio.

El ostracismo sirvió, al menos, para que se concentrara en escribir. A su regreso publicó su primera novela, Rudin (1856), sobre la intelligentsia idealista rusa formada en Alemania. Tras una vida breve pero intensa -que transcurre en interminables conversaciones tratando de arreglar del mundo-, el héroe de la novela muere en las barricadas de 1848. Precisamente en el París donde vivió por esos mismos años el propio Turguéniev, como recuerda el escritor en su vívida crónica del levantamiento: "¡Me enviaron los nuestros!" (1874). Testigo directo de los primeros disparos intercambiados cerca de la Puerta de Saint-Denis, el autor, sin embargo, no participó en la revuelta. "No me incumbía a mí luchar ni a un lado ni a otro de la barricada, por lo que regresé a casa", anotó.

A Rudin , siguieron las novelas Nido de nobles (1859) y En vísperas (1860). En la primera, el autor rescata los valores nobles de la antigua clase terrateniente de la que él mismo procedía, mientras que en la segunda enaltece la personalidad de Elena, una protagonista resuelta, que deja su familia, su país y su posición social, por seguir a su amante Insárov, un héroe búlgaro que se desvive por liberar a su patria de los turcos.

Pero faltaba la obra cumbre del autor ruso. Aquella por la que sería recordado hasta el presente. La publicaría en 1862. " Padres e hijos no es solo la mejor de las novelas de Turguéniev, es también una de las novelas más brillantes del siglo XIX", se ve obligado a reconocer el propio Nabokov. Tal como la describe este autor y crítico, Padres e hijos es el retrato del conflicto entre los bienintencionados pero inútiles idealistas rusos de 1840 y la nueva generación materialista y revolucionaria que el escritor bautizó como "nihilista", aunque él no inventó el término. "Nihilista es la persona que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe", escribe. Su encarnación, en la novela, es Bazárov: un médico que solo cree en las "ranas". Es decir, en el conocimiento que se puede alcanzar a partir de la experimentación científica y práctica.

Padres e hijos: Entre dos fuegos

El retrato de Bazárov generó un malentendido enorme. Los radicales vieron en él una caricatura y se sintieron atacados por el viejo escritor liberal. "De ser el niño mimado de la sociedad progresista, se vio súbitamente convertido en una especie de espantajo detestable", dice Nabokov. Por su parte, los tradicionalistas advirtieron una amenaza al orden, que se vería "confirmada", a sus ojos, por una serie disturbios callejeros y atentados terroristas.

Decepcionado por estas reacciones, Turguéniev decidió no volver a su país -salvo algunas visitas breves- y escribió sus descargos en el artículo "A propósito de Padres e hijos " (1868-1869), que incorporó a sus Páginas autobiográficas . El autor recuerda que en 1860 se le ocurrió por primera vez la idea de escribir esta novela mientras se encontraba en la isla de Wight, Inglaterra, tomando baños de mar. Cuenta que para crear al protagonista se inspiró en un joven médico de provincias, ya muerto, que lo había impresionado mucho. Sobre Bazárov confiesa: "no solo no sentía prejuicios contra él, sino que me resultaba simpático". Incluso habla de una "atracción involuntaria", que no es lo mismo que amor, como anotó en su diario personal.

"Si al dibujar la figura de Bazárov excluí del círculo de sus intereses todo lo artístico y le conferí un tono áspero y descarado, no lo hice con la absurda intención de ofender a la generación joven (!!!), sino siguiendo las observaciones que había realizado sobre mi conocido, el doctor D., y sobre las personas semejantes a él", escribe el autor ruso.

Turguéniev se niega a decirles a sus lectores lo que tienen que pensar sobre el personaje. Admite que su actitud hacia él es bastante vaga y culpa al lector de estar dispuesto a atribuirle toda clase de simpatías o antipatías con tal de escapar de esa desagradable "indefinición". El uso de esta palabra es clave. Christopher Domínguez Michael dice que la ambigüedad de Padres e hijos permitía que fuese utilizada a favor o en contra del nihilismo. Quizás la perdurabilidad de Padres e hijos radique precisamente en su indeterminación esencial.

Humo (1867) y Tierras vírgenes (1876), las siguientes novelas de Turguéniev, transmiten una sensación de desencanto por todo. No volvieron a desatar el entusiasmo, ni la polémica, de sus libros anteriores. El autor murió en Bougival, cerca de París, en 1883. "No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable", dijo de él Nabokov. Un juicio mezquino sin duda. Difícilmente un escritor solo agradable sigue leyéndose 200 años después de su nacimiento.

"No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable", dijo de él Nabokov. Un juicio mezquino sin duda.Difícilmente un escritor solo agradable sigue leyéndose 200 años después de su nacimiento.

"No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable", dijo de él Nabokov. Un juicio mezquino sin duda.

Difícilmente un escritor solo agradable sigue leyéndose 200 años después de su nacimiento.

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