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Conjunción de estrellas en la gala de ballet de Providencia

domingo, 02 de septiembre de 2018

Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio




Fue una noche de lujo, con aportes en repertorio y conocimiento de figuras internacionales nuevas y consagradas, aunque perfectible en aspectos de producción. En especial, el sonido. Es evidente, por motivos de costo y por lo que significaría en tiempo de preparación, que una gala como esta deba ser con banda magnetofónica, pero no puede suceder que la música se interrumpa y que suene casi siempre saturada.

Dicho eso, el espectáculo -un logro mayor de Jorge Andrés González- fue un triunfo.

Superior entre lo mejor fue "The Swan", con la música de Saint-Saëns que se usa para "La muerte del cisne" (Fokine), en interpretación estremecedora de Sergio Bernal, estrella del Ballet Nacional de España. Es una coreografía de Ricardo Cue que describe la agonía de un cisne macho. Llenando el escenario majestuosamente, Bernal fue capaz de entregar la magnitud de la soledad de ese ser -un ave, un hombre- en sus instantes finales. Su cuerpo parecía consagrado a describir el encuentro entre la belleza y la muerte.

No se ven a menudo en estas latitudes coreografías de John Neumeier. En este caso se mostró el momento cúlmine de "La leyenda de José", sobre partitura de Richard Strauss, cuando la mujer de Putifar acosa al esclavo de su marido, José. Escena de alto contenido erótico, tuvo por protagonistas a Ketevan Papava, fiera y de gran fuerza expresiva, y a Denys Cherevychko, como el aterrado y huidizo José, ambos del Ballet de la Ópera del Estado de Viena.

Desde el Teatro Mariinsky vino Andrey Ermakov, uno de los más requeridos bailarines de hoy: es un puntal en sus evoluciones e imponente en términos físicos, y deslumbró desde su atlética entrada para el pas de deux de "El Corsario" (Drigo/Petipa), que bailó junto a la notable Svetlana Bednenko, del Teatro Mikhailovsky. Juntos hicieron también una refinada versión de "Raimonda" (Glazunov/Petipa).

Jillian Vanstone y Harrison James, primeros bailarines del Ballet Nacional de Canadá, trajeron el pas de deux de "La Bella Durmiente" (Tchaikovsky), pero no con la coreografía de Marius Petipa, sino con la de Rudolph Nureyev. Bailarines de extrema elegancia entregaron este fragmento, donde Nureyev, sin apartarse demasiado de la tradición, hace aportes enfatizando la pose y haciendo exigencias técnicas de alta precisión.

Uno de los sellos de esta gala fue la presencia de figuras chilenas. César Morales (Royal Ballet de Birmingham) y Natalia Berríos (Ballet de Santiago) hicieron "El espectro de la rosa" (Von Weber/Fokine), creado para los Ballets Rusos de Diaguilev, y la hermosa escena del dormitorio del ballet "Manon", de MacMillan, donde se los vio afiatados y comprometidos dramáticamente. Aunque estuvieron bien en lo técnico, todavía falta madurez interpretativa a la joven pareja formada por Romina Contreras y el bailarín argentino Emmanuel Vásquez para asumir el adagio del ballet "El lago de los cisnes" (Marcia Haydée).

El programa fue extenso. "Aguas primaverales", de Asaf Messerer, sin mucho interés; un pas de deux de "Cascanueces", en versión de Alicia Alonso, y "Lollapalooza" (John Adams y Joshua Beamish), con la brillante dupla Vanstone y James, que puso una nota de simpatía juvenil, energía y exactitud. Es un prodigio el joven Julian MacKay (21 años), pero necesita hacer crecer en robustez, tragedia e intensidad su "Espartaco", que bailó junto a Sabina Iapparova; estrellas del Mikhailovsky, MacKay y Iapparova lucieron todo su potencial en el festivo cierre, con "Llamas de París" (Asafyev y Vainonen).

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