Antofagasta se ha transformado en ciudad símbolo de la inmigración colombiana en Chile, pero es más numerosa su presencia en Santiago. En especial, ya son parte del paisaje humano de la comuna de Independencia. Se están acelerando las migraciones en este siglo global y ahora son cientos de miles los seres humanos que cruzan fronteras cada año en busca de una ciudad donde tener una vida más segura o cambiar de destino. Ningún país estaba preparado. Las autoridades, sin estrategias, dejan el problema a los alcaldes. Así, en Brasil, por la frontera norte, con la llegada masiva de venezolanos a Paracaima; o en Jerez de la Frontera, en España, son los ayuntamientos los que se deben improvisar soluciones con recursos escasos. No todos huyen de la pobreza y la violencia. Si los venezolanos ricos han alterado el valor del metro cuadrado en uno de los mejores barrios de Madrid -Salamanca-, el alza de los precios inmobiliarios en Auckland, siempre bien ubicada entre las mejores ciudades del mundo, tiene a los neozelandeses imposibilitados de competir, mientras los millonarios de China o Gran Bretaña se trasladan allá en busca de un lugar de buen nivel y alejado de conflictos. En el caso de los colombianos, la mayoría sí busca estabilidad y seguridad en Chile. Los que vienen no son tanto de Bogotá, sino de la costa del Pacífico, del puerto de Buenaventura, distinguido por la Unesco como "ciudad creativa" porque su gastronomía, derivada de África, reivindica su identidad y aporta una cultura diferente, que se vincula a música y danzas del mismo origen. Para las minas de oro del lugar se prefería a los esclavos recién llegados de África -no "contaminados" por una permanencia en América-, y estos quedaron para siempre aislados ahí en la costa, no integrados. Incluso sus aldeas -"palenques"- reprodujeron modelos del continente negro. Sus descendientes han sufrido realidades violentas; y de ellas han huido, llegando a Santiago hacia las comunas de Independencia, Recoleta y Estación Central. Su historia y su gastronomía -la valorada por Unesco- son totalmente desconocidas en Chile. Esta última se caracteriza por las semillas del achiote -suerte de azafrán-, por la leche de coco, las almejas de los manglares y el jugo de palta. En nuestras calles no se les relaciona con Colombia. Los países reaccionan con lentitud, como si se tratara de situaciones de emergencia, temporarias. Por instinto -la desconfianza ante el otro-, la población local se inquieta y apoya a los que, como Trump o Erdogan, prometen endurecer las fronteras, lo que ha favorecido el negocio de las bandas de "coyotes" que venden el cruce clandestino. Este fenómeno del siglo XXI, irreversible, recién asoma en toda su magnitud. Interesante el reciente festival "Sabores del mundo" de la Municipalidad de Providencia, de todos los continentes -los platos de Colombia incluidos-, realizado en el eje Manuel Montt, en plena vía pública, como medio de comenzar a asomarse a estas nuevas realidades. Si antes compartíamos el mismo planeta, ahora convivimos en las mismas ciudades.