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Pedro Güell, ex director de Políticas Públicas y asesor clave del gobierno de Bachelet:

"La desigualdad de ingresos chilena siempre ha sido muy alta y persistente, sea con mucho o poco crecimiento"

domingo, 26 de agosto de 2018


Reportajes
El Mercurio

Sociólogo aborda por primera vez su gestión en La Moneda. Defiende el diagnóstico de la sociedad con que la ex Presidenta puso en marcha sus reformas, así como los resultados de la reciente encuesta Casen 2017, que mostró un estancamiento en la pobreza y el ascenso de la desigualdad en Chile entre 2015 y 2017. También transita por el segundo desembarco del Presidente Piñera en el poder. "Hasta ahora no veo a la derecha corriendo ningún cerco, menos aún el de las ideas. Más bien los veo aprovechando los cercos corridos por el gobierno de la Presidenta Bachelet", dice.



En su departamento de avenida Lyon, con vista al cerro El Plomo y parte del San Cristóbal, el sociólogo Pedro Güell (61 años) reconstruye su rutina. Desde el 11 de marzo de 2014 se había desempeñado como director de Políticas Públicas de La Moneda, donde elaboraba informes a la ex Presidenta Michelle Bachelet. Hoy, con Sebastián Piñera de vuelta en el poder, intercala las clases que imparte en las universidades Alberto Hurtado y Austral, en Valdivia. Sus visitas al río Calle Calle, dicen quienes lo conocen, han sido cada vez más seguidas.

Güell nunca dio entrevistas durante sus cuatro años en La Moneda, ni tampoco bajo el gobierno de Piñera. Su reconocida influencia en las reformas estructurales que llevó adelante el gobierno de Bachelet la administraba con un perfil discreto, a ratos volcado a la observación del comportamiento de las personas, como cuando salía de su oficina en el segundo piso de la casa de gobierno y se mezclaba con la multitud en actos masivos.

Su departamento, para algunos, de alguna manera se ha convertido en un espejo de sí mismo. En una biblioteca cargada de libros de historia, sociología y literatura, guarda una foto sin enmarcar con Bachelet de 2006 y múltiples volúmenes del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), donde trabajó a partir de los 90.

Güell, doctor en sociología de la Universidad Erlangen-Nürnberg, prepara un café en grano y aborda los años en que fue bautizado como el cerebro del segundo gobierno de Bachelet, el guardián de las reformas del segundo piso de La Moneda y el redactor de informes del PNUD, donde conectó el malestar de la ciudadanía y la desigualdad en Chile, antes y después de las protestas estudiantiles de 2011.

-La ex Presidenta Bachelet dijo que durante su gobierno se plantearon metas muy ambiciosas, pero que en ocasiones el Estado no está en condiciones reales de responder a esto. ¿Fue el principal error de su segundo gobierno?

-La Presidenta hizo esta autocrítica muy tempranamente, en el conclave de la Nueva Mayoría del 2015. Allí señaló que es muy difícil llevar adelante reformas estructurales simultáneas cuando se tiene un Estado con capacidades técnicas reducidas. O al menos cuando no está todo lo modernizado que debiera. ¿Por qué? Porque necesitas mayores capacidades para procesar conflictos, porque necesitas mejores instrumentos de ejecución. Pero ella no se quedó en el diagnóstico e impulsó desde ese momento una revisión de la marcha y el calendario de las reformas, y estas siguieron avanzando.

-En política se suele decir que los presidentes están rodeados de colaboradores, pero viven la soledad del mando. El segundo piso, además, se ha transformado en una especie de soporte de diversa índole de la figura presidencial. ¿Ese es su rol?

-Se ha desarrollado una cierta mitología chilena sobre los asesores presidenciales y el segundo piso. La verdad es que es una tarea intensa, muy colectiva, con poco espacio para los protagonismos individuales, con hartos controles y contrapesos formales e informales. Y es una mitología particularmente alejada de la realidad en el caso de la Presidenta Bachelet, que como es bien sabido actúa de manera extraordinariamente institucional, apegada a normas y jerarquías. Por ejemplo, ella pedía informaciones a sus asesores, y a veces sus opiniones, pero nunca decidía con ellos, lo hacía siempre con sus ministros y ministras, es decir, con quienes tenían la potestad formal de decidir y ejecutar.

-En el libro "La Salida, cómo derrotar a la Nueva Mayoría en 2017", el senador Andrés Allamand lo califica a usted como "El gran testarudo"... ¿Le molestó?

-No (se ríe), porque es una ficción que inventa Allamand y entonces no me di por aludido.

-También dice que fue "el asesor más peligroso" y que en "la trama oculta del segundo gobierno de Bachelet su autor tiene nombre y apellido: se llama Pedro Güell".

-Otro mito. Aunque me reí mucho con su versión ficticia de un diálogo de la Presidenta conmigo. Allamand es bueno contando cuentos. Ah, y la única agenda propia que tengo es una que me regalaron los boy scouts , donde anoto mis reuniones y mis citas al dentista.

El debate sobre el diagnóstico

-El ex ministro de la Segpres y actual jefe de asesores del segundo piso Cristián Larroulet escribió en agosto de 2014 que en la Nueva Mayoría se impuso una visión de Chile de que hay un profundo malestar social. ¿Hubo un error de diagnóstico?

-Desde la derrota electoral del 2009, y con mayor intensidad luego de las movilizaciones sociales del 2011, se fue definiendo en la centroizquierda un cierto consenso en torno a los desafíos políticos futuros. Ese consenso no parte de la nada, parte de una lectura política y parte de estudios disponibles en esa época.

Pienso en al menos cinco grandes temas que se repetían en los debates: la crítica a las desigualdades, abusos y discriminaciones de todo tipo; la necesidad de una renovación de las relaciones entre los partidos políticos y los ciudadanos, dándoles más transparencia a los primeros y más protagonismo a los segundos; un fortalecimiento de lo público y un freno a la mercantilización de los bienes públicos y derechos; un recambio generacional en los liderazgos; la crítica a la insuficiencia de las reformas en el margen y la necesidad de algunos cambios estructurales, y la necesidad de plasmar esas transformaciones a través de un cambio constitucional.

-Pero respecto del diagnóstico...

-Detrás de esos temas hay, sin duda, un diagnóstico políticamente ambicioso, pero no errado. Prueba de ello es que esos cambios o se han implementado con importante apoyo ciudadano, como la gratuidad de la educación superior, el fin del binominal, la despenalización del aborto, las leyes de transparencia, o permanecen como desafíos pendientes, como mostraron las recientes movilizaciones contra el abuso de género, o la demanda de reformas a las AFP e isapres. Otra prueba de su vigencia es que el gobierno actual ha tomado varias de las banderas del gobierno anterior que se basaban en ese diagnóstico.

Además, esta idea de que los diagnósticos son o más mercado o más Estado, o más crecimiento o más democracia, está añeja y no tiene asidero ni en la complejidad de la realidad ni en las preferencias subjetivas, y rebaja el debate a nivel de puras consignas. Lo que está en juego son los desafíos de mañana y el tipo de estrategia de desarrollo que requerimos para enfrentarlos con éxito. Es en ese marco, y no en el de las nostalgias de ayer o de los fantasmas ideológicos, que debemos pensar qué combinación de capacidades del mercado, del Estado y de la sociedad civil necesitamos.

-En la presentación del libro del PNUD "Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile", en 2007, el rector del la UDP, Carlos Peña, destacó que la investigación desafiaba dos lugares comunes: que el modelo de desarrollo y el tipo de modernización que Chile ha emprendido no ha acrecentado la desigualdad y que el país está inmerso en un inhumano proceso de individualización que deteriora los vínculos sociales.

-No sé con quién estaba polemizando Peña, pero es una lectura posible de ese libro. A mí, en cambio, me llamó más la atención que, más allá de las tendencias de distribución del ingreso, e incluso a pesar de una leve mejora en ella, hay una extendida experiencia de desigualdades y discriminaciones sociales que se entrecruzan, refuerzan y renuevan. Y de ellas se derivan la desconfianza social y formas anómalas de individuación. Y eso no es anodino, tiene un enorme impacto negativo sobre nuestro potencial de desarrollo y sobre nuestra capacidad de procesar conflictos democráticamente. Me pareció también preocupante que la promesa meritocrática aparece desmentida en la experiencia de amplios grupos sociales. Se trata, ni más ni menos, que del debilitamiento de la justificación de los enormes esfuerzos que están haciendo los sectores medios y vulnerables para construir su progreso familiar. ¿Cómo eso no va a tener incidencia en su mirada más bien crítica de nuestra sociedad?

-Usted dijo en 2013 que "el país está disconforme con las maneras en que está organizada la vida común y su expresión política y está movilizándose y expresando su malestar, a eso se remite buena parte del debate sobre desigualdad". Mirado en retrospectiva, ¿lo sigue creyendo?

-El debate sobre la desigualdad social, que comenzó a darse con intensidad a partir del 2011, fue una forma de ponerle nombre a las nuevas formas de malestar social. Por eso no se refería específicamente a la distribución del ingreso. En Chile, la mayoría de las personas están contentas con sus vidas, sobre todo por el valor moral positivo que les atribuyen a los esfuerzos que realizan por salir adelante. Pero al mismo tiempo están descontentas con la organización de la sociedad, especialmente con sus élites, porque sienten que no reconocen, ni apoyan, ni retribuyen equitativamente ese esfuerzo. Hay la percepción de un acuerdo incumplido. La menor confianza en la promesa del mérito que mencionábamos recién tiene que ver con esto. Esto fue detectado y descrito por el PNUD hace más de diez años. Y no ha sido desmentido, sino reafirmado por los nuevos datos. En las percepciones sociales, el debate social sobre la desigualdad no remite en primer lugar a la distribución del ingreso, sino a los abusos, privilegios y falta de reconocimiento entre élites y ciudadanos.

La derrota y el legado

-¿Existe hoy el bacheletismo?

-Lo que existe, sin duda, es el afecto de millones de personas por los beneficios conquistados en el gobierno de la Presidenta y por reformas que los interpretaban. Pero ciertamente no existe como movimiento social ni menos como proyecto electoral.

-¿Cómo queda el mapa político sin Bachelet?

-Con o sin Bachelet presente, la derecha igual la va a usar de cuco al que echarle la culpa de sus problemas. Pero, sin duda, los temas que su gobierno puso sobre la mesa, y los cercos políticos que corrió, son un nuevo piso para el debate. Y la fundación Horizonte Ciudadano puede hacer una contribución aportando miradas nuevas desde el trabajo con las organizaciones sociales y las discusiones globales.

-Algunos analistas dicen que parte de la herencia política de la ex Presidenta Bachelet está en el haber liderado dos gobiernos que terminaron destruyendo a las coaliciones que lo sustentaban: la Concertación y la Nueva Mayoría.

-Es bastante cómodo centrar las responsabilidades electorales en la Presidenta. No creo que una causa de la derrota haya sido porque se debilitó el rol de los partidos, sino en gran parte porque estos se han alejado de las experiencias y sentidos que las personas viven en sus vidas cotidianas y han tendido a cerrarse sobre sí mismos. En cualquier caso, experimentamos una derrota electoral significativa, lo cual es un síntoma de algo más profundo que una mala campaña, un mal candidato o un gobierno con baja aprobación. Espero que por fin sepamos hacer la reflexión autocrítica que hemos venido postergando desde hace tiempo.

-También dicen que la pérdida de capacidad de hacer política del gobierno y la coalición terminaron con una pérdida de poder importante de las colectividades y los movimientos sociales.

-Gran parte de la dificultad que tenemos como sector para volver a reencantar a la ciudadanía es que seguimos haciendo lecturas totalmente desfasadas con el Chile de hoy. Algunos quisieran volver a formas verticales y autoritarias de conducción política. Creo que sería para peor. ¿Se imagina usted a los parlamentarios actuales aguantando eso, o a los movimientos sociales? Vea no más cómo le fue al ex ministro Varela con su estilo hacendal. Eso es el siglo XIX. Hay otros que siguen en el siglo XX. Bueno, creo que personas como la Presidenta Bachelet entendieron hace rato que estamos en el siglo XXI. Ojo, esto no es una excusa, porque creo que es imperativo desarrollar los nuevos estilos y herramientas de liderazgo, pero siempre teniendo en mente que deben ser adecuados a la nueva sociedad. Este es uno de los desafíos pendientes de nuestro sector.

-A todo esto, a usted se le atribuye la frase "Realismo sin renuncia", que surgió en la mitad del gobierno de Bachelet y que admitía, entre otras cosas, que no todo el programa de gobierno iba a poder ponerse en marcha.

-No, la frase es de Nicolás Eyzaguirre. Es una imagen que ayudaba a explicar el momento en que estábamos y el rumbo y ritmo que correspondía tomar. Y creo que cumplió bien su función. Ahora, es obvio que a la oposición no le gustó, como tampoco a los más impacientes.

-¿Qué ideas debería buscar la centroizquierda para recuperar el poder?

-Entre otras cosas, sería bueno evaluar las ambivalencias de nuestro proceso de modernización reciente; la volatilidad de las subjetividades sociales y de las causas ciudadanas; desarrollar un pensamiento económico propio; proponer una reforma del Estado que vaya más allá de la digitalización de los servicios; reconocer los nuevos lugares de la política y repensar las formas de relación entre partidos y ciudadanos; cambiar las formas de diálogo y acuerdo político y social que han predominado hasta ahora, basadas en las lógicas de veto, el miedo a los conflictos y los lenguajes oblicuos. Lo que quiero decir es que hay que buscar respuestas a las preguntas de la sociedad en las propias dinámicas de la sociedad, aunque sea más difícil, y no en modelos listos para armar o en consignas fáciles.

-El ex canciller Heraldo Muñoz indicó que "perdimos el rumbo cuando nos pusimos más izquierdistas".

-No proyectaría una eventual lectura de la situación interna del PPD sobre el resto del amplio mundo del progresismo. En cualquier caso, a un socialdemócrata europeo actual le daría mucha risa oír que el progresismo chileno se puso muy izquierdista.

Banderas de la centroderecha

-A qué atribuye que la ex Nueva Mayoría esté tomando las banderas de la seguridad y el crecimiento, una agenda tradicional de la centroderecha. ¿No es sino un reconocimiento de que esos fueron factores clave que desatendió el anterior gobierno?

-Ojalá los temas de interés ciudadano sean cada vez más transversales, eso enriquecería el debate público. Y sí, al progresismo le ha faltado desarrollar un pensamiento económico propio que muestre que el crecimiento importa, pero no cualquier crecimiento. Tenemos que saber mostrar que hay formas mejores de crear crecimiento que las formas social, medioambiental y políticamente desreguladas que postula el neoliberalismo. Y, por favor, eso no tiene nada que ver con estatismo, porque los dilemas del siglo XXI tienen más opciones que los de la Guerra Fría.

-Desde La Moneda y Chile Vamos dicen que han "corrido el cerco" de las ideas y tomado banderas como la integración de viviendas, el concepto de la derecha social, pero con la economía y la creación de empleos como prioridad. ¿Le ve proyección a ese sector más allá de los 4 años?

-Para ser franco, hasta ahora no veo a la derecha corriendo ningún cerco, menos aún el de las ideas. Más bien los veo aprovechando los cercos corridos por el gobierno de la Presidenta Bachelet, como la lucha contra la violencia de género, las salas cunas, las políticas de integración en vivienda social, las bolsas plásticas, lo cual, hay que reconocerlo, también puede ser una habilidad política.

En cualquier caso, si se proyectan las curvas de aprobación del gobierno en estos cinco meses, hoy su futuro se ve más corto que largo. Y, como vimos, la volatilidad electoral de los grupos medios provoca sorpresas. Pero todavía falta tiempo para cualquier pronóstico serio.

-¿La izquierda se quedó sin discurso?

-Hay muchos discursos entre las muchas izquierdas, algunos más novedosos que otros, por cierto. Lo que parece no haber es un relato común comprensible y creíble para los problemas de los ciudadanos y ciudadanas de hoy. Esto es un fenómeno mundial, pero eso no es excusa, pues también tiene algunas causas y soluciones chilenas. Es, en parte, efecto de la incapacidad, nacida en la transición, para procesar intelectualmente nuestras diferencias y para no interpretar la crítica como deslealtad o infantilismo. Lo importante y esperanzador es que los centros y las izquierdas chilenas tienen suficientes fuentes históricas y espacios de renovación desde donde nutrirse para ofrecer respuestas a los nuevos tiempos.

"El deterioro de la izquierda es real y es cierto que no hay referentes claros para superar ese estado".

"El debate social sobre la desigualdad no remite en primer lugar a la distribución del ingreso, sino a los abusos, privilegios y falta de reconocimiento entre las élites y los ciudadanos".

"No existe bacheletismo como movimiento social ni menos como proyecto electoral".

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