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Panorama Durante los últimos cinco años

La resurrección del cuento en Chile

domingo, 19 de agosto de 2018

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

De un tiempo a esta parte se están publicando excelentes libros de narrativa breve. Escritos tanto por autores experimentados como por nuevas voces, en especial de mujeres. Reconocidos con premios y buenas críticas, no alcanzan todavía la difusión que merecen, debido a la predilección de los grandes sellos por la novela.



Hace cuatro años, Mauricio Electorat se lamentaba en estas mismas páginas de que los editores huyeran de los libros de cuentos como de la peste, argumentando que no se venden. Recordaba, en cambio, tradiciones como la anglosajona, en las cuales se ha contado siempre con revistas literarias dedicadas al relato breve, las que en nuestros países han desaparecido por completo. Electorat advertía, también, una predilección de los lectores hispanoamericanos por la novela, en perjuicio de la "velocidad y la síntesis del cuento".

De esta conjunción de intereses editoriales y expectativas de recepción -que forman un círculo vicioso-, se desprende el bajo perfil del cuento en Chile, pese a contar con una tradición respetable, que se remonta a Baldomero Lillo. Como opina el crítico Camilo Marks -autor de la antología Los mejores cuentos chilenos del siglo XXI (2012)- sobre el estado actual de la narrativa breve: "En general me parece bien, pero el problema es que todos los buenos cuentistas después quieren ser novelistas".

Ignacio Álvarez -profesor de Literatura de la Universidad de Chile y editor de los cuentos completos de Baldomero Lillo y Manuel Rojas (Ediciones Universidad Alberto Hurtado)- también advierte un buen momento para el género, y ve una relación inversamente proporcional con la novela.

-El cuento -dice Álvarez- vive una especie de revival después de un par de décadas en que no tenía ni mucha salida editorial ni mucho público. Es una buena noticia. Tal vez esa resurrección coincide con cierto adelgazamiento de la novela, una tendencia general a la fragmentación y a la brevedad que termina convirtiendo toda narrativa en un tejido que solo se diferencia por su interconexión. Si está más hilvanado hablamos de novela, si está menos hilvanado hablamos de cuentos.

Lo cierto es que al repasar los libros de narrativa publicados en los últimos cinco años -por hacer un corte arbitrario en aras de la actualidad-, muchos de los títulos más reconocidos por la crítica son de cuentos. Significativamente, la mayoría no son editados por los grandes sellos multinacionales, sino por editoriales medianas, pequeñas o independientes.

Basta revisar los resultados de los concursos desde 2013. El Premio Revista de Libros de "El Mercurio", ese año distinguió el volumen Apart hotel , del desconocido autor David Núñez (1976). Fernando Iwasaki -integrante del jurado- expresó que el libro atesoraba "un puñado de historias muy bien narradas, con personajes inquietantes y finales abiertos".

También en 2013, el Consejo Nacional del Libro premió Qué sabe Peter Holder de amor (Chancacazo), de Vladimir Rivera (Parral, 1973), conjunto de relatos que mostraban las vidas devastadas de colonos prófugos de Colonia Dignidad, maridos abandonados y universitarios perdidos en la niebla de Osorno recordando el suicidio de Kurt Cobain.

Noticias sobre ti misma (Cuarto Propio), de Fátima Sime, autora de gran destreza narrativa, ganó el Premio del Consejo en 2014. En inéditos, el vencedor fue un cuentista fogueado: Marcelo Simonetti, con El disco de Newton (Ediciones de la Lumbre, 2015). Siete relatos breves cuyos títulos corresponden a los colores del arcoíris. Historias atractivas, impactantes, con desenlace abierto, que se dejan leer de un tirón.

Sorprende que no sea más conocido Javier Milanca Olivares (Valdivia, 1970), autor de Xampurria. Somos del lof de los que no tienen lof (Pehuén, 2016). Xampurria significa mestizo y lof , comunidad. Como su título lo indica, son historias de mapuches desarraigados que viven en los suburbios. Pero lejos de contarlas en un tono quejumbroso, el narrador sabe darles un humor negro, absurdo e ingenioso. Un verdadero hallazgo.

La irrupción de las cuentistas

Quiltras (Los Libros de la Mujer Rota) es la ópera prima de Arelis Uribe y con la que ganó el Premio del Consejo del Libro 2017. "Mi apuesta fue mostrar: hay mujeres que aman a otras mujeres y no necesitan a los hombres. Puede haber libros protagonizados solo por mujeres", dijo la autora.

El año pasado se publicaron otros volúmenes de cuentos en los que la mujer asumía una voz distintiva: Terriers (Montacerdos/Hueders), de Constanza Gutiérrez (Castro, 1990); Lugar (Ediciones de la Lumbre), de María José Navia (1982), y Retrovisor (Libros de Mentira), de Mónica Drouilly (Santiago, 1980). Esta última autora destaca por un estilo innovador, una aguda capacidad de observación de detalles que tienen que ver con la cultura popular y el manejo irónico de citas provenientes de la academia.

¿Hay más y mejores cuentistas mujeres que antes? "Por supuesto", responde Camilo Marks. "Claudia Apablaza, Andrea Jeftanovic, Lina Meruane, Alejandra Costamagna, María José Viera-Gallo y varias otras son solo la punta de lanza de una nueva generación de mujeres cuentistas", asegura el crítico.

Ignacio Álvarez, por su parte, manifiesta algunas reservas: "Indudablemente, se publican más libros de cuentos escritos por mujeres que antes: vivimos una época que quiere y que necesita escucharlas. ¿Mejores cuentistas que antes? No lo sé. ¿Mejores que Marta Brunet o María Luisa Bombal? No lo sé. De momento, solo diría que diferentes".

Los nuevos cuentos chilenos ofrecen elementos de continuidad y ruptura con textos anteriores. Ignacio Álvarez advierte una persistencia de modelos más o menos vivenciales que ya estaban presentes en la llamada literatura de los hijos. "Leo un tono general de autoficción ni siquiera demasiado consciente que a veces se decanta hacia la infancia y a veces hacia una juventud que se parece mucho a la infancia", dice el académico. "En ese universo lo que manda son los afectos, los estados de ánimo, o alguna complicidad alrededor de una nostalgia compartida. Varios de los cuentos de Mis documentos (2013), de Alejandro Zambra, caminan por ese lado. Los cuentos de Constanza Gutiérrez y Romina Reyes ( Reinos , Montacerdos, 2014) se le parecen en que expresan emociones más que experiencias con fecha y lugar, emociones que no tenemos que comprender sino simplemente vivir en nuestro propio aparato de los afectos".

En esta línea, Álvarez destaca el trabajo de Paulina Flores (Santiago, 1988), por su único libro publicado hasta la fecha, éxito de crítica y lectores. "El proyecto más maduro, de este lado de la fuerza, sin duda es el de Paulina Flores", dice Álvarez. "Varios de los cuentos de Qué vergüenza (Hueders, 2015) tienen la extensión de una novela de las que ahora se publican, y probablemente más trabajo. Aquí aparece un dato que también es propio de todas estas autoficciones emotivas: un cuidado exquisito por la forma, por la palabra justa, la frase decidora. Tal vez porque la estructura es un dato previo (el recuerdo, el fragmento), el interés más propiamente literario aparece en el nivel de la frase, la elección de las palabras".

Excepciones al realismo dominante

Si bien Marks advierte, en términos generales, "un sano retorno al realismo de buena ley", hay cuentistas que se apartan de la corriente dominante. Jaime Collyer, narrador emblemático de los 90, sorprendió con Swingers (Random House, 2014), libro futurista que reflexiona sobre la condición humana a partir de los cyborgs o androides. El volumen fue premiado por la Academia Chilena de la Lengua. Otro narrador experimentado, Carlos Iturrra, reunió en Cuentos fantásticos (Catalonia, 2013) 18 textos de factura clásica, mientras Álvaro Bisama, en Los muertos (Ediciones B, 2013), ofreció un perturbador conjunto de ficciones distópicas. Más lúdica, Yosa Vidal (Santiago, 1981) presentó en Los multipatópodos (Overol, 2017) un imaginativo manual de zoología fantástica.

A Ignacio Álvarez le interesan en especial los cuentos de La pesadilla del mundo (Montacerdos, 2015), de Simón Soto, "que coquetean con la tradición fantástica y gótica y con el guion cinematográfico". Desde otro frente, que desafía igualmente al realismo, pero cuestionando la mímesis del relato, Álvarez destaca Lo insondable (La Pollera, 2015), de Federico Zurita (Arica, 1973). "Son cuentos que están relacionados argumentalmente entre sí y que responden a una imaginación teórica, reflexiva, que también cuenta historias", dice el académico.

Entre las ficciones más recientes merece atención Domingo (Tadeys, 2017), de Natalia Berbelagua (1985), sugestivo libro que reúne fragmentos de un diario íntimo, relatos mínimos, más personales que los inquietantes cuentos de La bella muerte (Emergencia Narrativa, 2013). María Paz Rodríguez, en Niñas ricas (Alfaguara, 2018), y Catalina Infante, en Todas somos una misma sombra (Neón, 2018), comparten una novedosa mirada intimista. Madariaga y otros (Literatura Random House, 2018) es hasta ahora, el mejor libro de Marcelo Mellado, un cuentista de tomo y lomo que redime la marginalidad.

En el imaginario periférico de la nueva modernidad chilena -abierto por Canciones punk para señoritas autodestructivas (Das Kapital, 2011), de Daniel Hidalgo-, el profesor Ignacio Álvarez destaca Pobres diablos (Emecé, 2018), de Cristián Geisse (Vicuña, 1977). "Es el proyecto más ambicioso e interesante de los que he estado revisando. En los cuentos de Geisse, un narrador que no tiene nada de cuico, normalmente intoxicado por el alcohol o alguna otra sustancia, logra entrever cierta forma de trascendencia (el arte, la divinidad) que no logra tocar y termina arrastrando su vida o la de los demás por alguna clase de sufrimiento mundano: el dolor físico, el dolor moral, la pobreza".

El cuento pasa en Chile por un gran momento. Es difícil aventurar cuáles serán sus desarrollos futuros. Qué nombres aparecerán en los próximos años y qué narradores se mantendrán vigentes. Hay motivos para ser optimistas, pero también para mostrar cautela.

"Lo que echo de menos es que ninguno de los cuentistas actuales, salvo quizá Geisse en su cohabitación con Alfonso Alcalde, quiera conectarse con la rica tradición del cuento chileno, que incluye gigantes como Baldomero Lillo, González Vera o Manuel Rojas. No lo logro entender, y eso que muchos de esos escritores estudiaron literatura", advierte Ignacio Álvarez.

"Este revival del cuento coincide con cierto adelgazamiento de la novela" (Ignacio Álvarez)

Destacan Paulina Flores, Natalia Berbelagua y Mónica Drouilly.

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