S i alguna vez llega a perderse en los cerros cercanos a Santiago, recuerde este nombre: Víctor Troncoso. Con 42 años, este ex karateca chillanejo es una de las personas que mejor conoce las cumbres que rodean a la capital, así que quizás él lo encuentre. De Troncoso podría decirse que, en su cabeza, con solo un par de descripciones y fotografías prácticamente puede identificar un sector específico de la cordillera donde podría hallarse algún accidentado o extraviado. Hace unas semanas, de hecho, puso a prueba sus conocimientos. Un joven profesor universitario llevaba cuatro días perdido en los alrededores del cerro Provincia. Carabineros llamó a Troncoso y le mostró una secuencia de fotos que el docente había dejado en su computador, junto con un dibujo donde aparecían varios cerros: había uno puntudo y otro redondo. Troncoso observó la imagen con detención y en un minutos esbozó una hipótesis: el puntudo tenía que ser el Provincia, mientras que el redondo, el Alto Las Vizcachas. En las fotos, el camino de tierra debía ser una entrada al valle por San Carlos de Apoquindo. Junto con un grupo de rescatistas llamado Los Topos, Troncoso subió a un helicóptero que había contratado la familia del profesor y sugirió hacer un sobrevuelo rasante por la zona. Efectivamente, desde el aire divisó la quebrada que había indicado y, abajo, el cuerpo del joven, que yacía en posición fetal. Frente a él encontraron un mensaje que decía: "Peligro, no acercarse" . Como se informó más tarde, el joven profesor se habría suicidado con cianuro. Este hallazgo es uno más en su lista: había hecho lo mismo con tres jóvenes que en 2011 se perdieron en el cerro San Ramón, pero que encontraron vivos, y con los dos chicos que en 2016 murieron congelados en el cerro Provincia, búsqueda en la cual Troncoso también hizo un aporte fundamental: ayudó a dar con el sitio donde finalmente aparecieron bajo la nieve. -Lo que pasa es que yo no caminaba siempre por los senderos, sino que me metía por las quebradas para explorar. Conozco todas las rutas, las quebradas, las cuevas. Es una fría mañana en Santiago y Víctor Troncoso -mediana estatura, delgado, pero fornido, con estampa de militar- está en una oficina de la capital contando su historia y la serie de hallazgos que ha hecho en las montañas próximas a la capital. No habla solo de personas, sino también de sitios arqueológicos. Durante sus viajes por la cordillera, Troncoso ha encontrado decenas de utensilios indígenas, construcciones e incluso osamentas humanas de más de 2.300 años de antigüedad, y luego ha llevado a distintos arqueólogos a sitios para que los estudien. -Hace unos diez años solo se conocían cinco sitios arqueológicos en Farellones. Hoy, solo en la comuna de Lo Barnechea existen 149 sitios catastrados, pero faltan muchos más por estudiar. Yo me atrevería a decir que hay 50 sitios más. No han sido levantados todavía. Por sus hallazgos, un noticiero de televisión alguna vez lo llamó "Indiana Jones". Hoy, Troncoso se ríe al recordarlo. En rigor, él no es científico, sino un tipo que terminó enamorado de las montañas, trabajando durante años como guardaparques en Yerba Loca y abriendo una empresa de turismo aventura llamada Flecha Extrema, que hoy además maneja la concesión del Parque Puente Ñilhue, camino a Farellones, punto de entrada hacia hitos del senderismo metropolitano como el cerro Altos del Naranjo y el Provincia. Todo ocurrió muy rápido. Víctor Troncoso se vino de Chillán a Santiago en 1991, pasó un año en el Ejército y en 2001 abrió una escuela de karate en el gimnasio municipal de Lo Barnechea. Hasta entonces, Troncoso vivía por y para las artes marciales: incluso había ganado campeonatos nacionales. Pero un día, un amigo que trabajaba en la Casa de la Juventud de esa comuna lo invitó a participar en una salida de ecoturismo. Le gustó tanto que a fin de ese año ya estaba inscrito en una expedición para subir El Plomo, el cerro más alto de Santiago. -Nunca había subido un cerro en mi vida, pero mi amigo me dijo: "Vamos, vamos. Yo les tengo fe a los karatecas" -recuerda. Vestido con pantalón de buzo, una chaqueta de pluma del persa Biobío y unos pesados zapatos de cuero que le prestó el Cuerpo de Socorro Andino, Troncoso llegó primero que todos a la cumbre y apenas tuvo un leve dolor de cabeza. Un rendimiento sorprendente, sobre todo para su primera experiencia en la montaña. Fue precisamente en la cima del Plomo donde nació su interés por la arqueología. Troncoso recuerda que ese día encontró una plaquita de cobre que homenajeaba a la "princesita inca" que había sido encontrada allí en 1954 (esto era un error, pues era un niño: el famoso Niño del Plomo). Troncoso no sabía mucho de esa historia y quiso averiguar más. -Al año siguiente volví a subir y ya no estaba esa placa. Se la habían robado -cuenta. A estas alturas, Troncoso se había enganchado con la montaña, como dice. A través de la Casa de la Juventud de Lo Barnechea postuló, ganó una beca de Raleigh International -una organización creada, entre otros, por el príncipe Carlos- y durante tres meses se fue a una expedición a la Patagonia, donde trabajó junto con europeos en la construcción de senderos cerca del río La Paloma, exploró el glaciar Leones en Campo de Hielo Norte y subió el monte San Lorenzo, todo en Aysén. A partir de esa experiencia no paró: hizo cursos de rescate y primeros auxilios, de manejo de incendios forestales, de flora y fauna y, por cierto, siguió saliendo a la montaña. En 2007 empezó a trabajar como monitor de educación ambiental del Santuario Yerba Loca, camino a Farellones, y luego terminó administrando ese lugar. Por la misma época participó en la creación de los senderos de los parques Aguas de Ramón y Mahuida, y en la instalación de los refugios de los cerros Provincia y San Ramón. Poco a poco, Troncoso se convertía en un experto en la cordillera de Santiago y, como vivía en la montaña misma, fue entablando una relación directa con los arrieros de la zona, quienes le mostraron los rincones más secretos. -Estuve trabajando con ellos en un programa de reforestación del cerro Provincia. Con ellos subíamos los árboles en mula. Ellos me comentaban que en tal quebrada había tal cosa, que por allí había unas pircas, unas cascadas. A los arrieros les debo mucho de lo que conozco. En 2004, mientras hacía un levantamiento de rutas con GPS en el cerro San Ramón, Troncoso hizo un hallazgo sorprendente. En un trozo de tierra de dos por dos metros encontró decenas de trozos de cerámica de colores rojo, anaranjado y marrón, asas de jarrones intactas y enormes pircas de piedra. En 2008 guió al lugar a la arqueóloga Claudia Cádiz, de la Universidad Sek -a quien había conocido mientras hacía unas clases de montañismo en esa casa de estudios-, quien comprobó que se trataba de un sitio incaico que pasó a ser conocido como el Adoratorio de la sierra San Ramón. En 2016, este mismo lugar fue estudiado por el arqueólogo Rubén Stehberg, una eminencia en el tema, cuyas investigaciones fueron noticia a nivel nacional. Sus hallazgos no pararon allí. Tras el trabajo en Yerba Loca, Troncoso se hizo cargo del cuidado y administración del sector del Puente Ñilhue, que hoy funciona como parque y cuenta con control de acceso, senderos y señalética diseñados precisamente por su empresa, Flecha Extrema, que obtuvo la concesión en 2010. Al año siguiente, mientras descansaba bajo un alero de piedra cerca del puente, vio unos extraños huesos en la tierra, que había sido removida por la lluvia del día anterior. Troncoso comenzó a excavar y aparecieron varios huesos más. Tantos que incluso pudo reconstruir una mano. Sorprendido, les sacó una foto y se la envió a un amigo doctor. Eran falanges humanas. -Al final apareció un cuerpo completo, que estaba en posición fetal. Los estudios arqueológicos dijeron que era el esqueleto de un cazador-recolector de entre dos mil y tres mil años de antigüedad. Fue considerado uno de los hallazgos más importante de osamentas de la Región Metropolitana. Hoy, Víctor Troncoso está convencido de que solo basta con seguir buscando para encontrar más restos arqueológicos en la cordillera de Santiago, una zona que, tal como han mostrado las evidencias, fue un lugar con cierta relevancia para las culturas precolombinas. El problema, dice él, es que muchos de estos tesoros no están protegidos. -Por ahora no he querido llevar más gente a varios de estos sectores porque los van a saquear. Muchos de esos sitios arqueológicos están botados. No hay cerco perimetral, nadie los resguarda. Troncoso cuenta que hace poco un amigo suyo, Marco Parraguez, encontró petroglifos en el cerro Provincia, y menciona lugares como la quebrada de Potrerillos, también cerca del Puente Ñilhue, o el sector de La Quesería, donde hay un sorprendente conjunto de piedras tacitas, similares a las del valle del Encanto, en Ovalle. También habla del cordón del Quempo, una cadena montañosa que baja hacia la derecha del Plomo, donde hay rocas basálticas que contienen sílice, una piedra semipreciosa que también habría sido utilizada por los indígenas. Troncoso enfatiza que la cordillera próxima a Santiago no esconde solo tesoros arqueológicos, sino también naturales. -En el cerro San Ramón hay lagunas que casi nadie conoce. Yo he estado nadando allá, solo. Detrás de la capital está lleno de valles, como el del Arcoíris, donde hay cerros multicolores, o la quebrada de Ramaditas, con unos preciosos saltos de agua. Las personas que conocen estos lugares son contadas con los dedos de la mano, porque muchas veces requieren de expediciones a caballo. Todavía queda mucho por descubrir en la cordillera de Santiago.
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HALLAZGO. En 2011, Víctor Troncoso encontró osamentas humanas de más de 2.300 años de antigüedad en los alrededores del puente Ñilhue, camino a Farellones. "Todavía hay más por descubrir", asegura.
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Secreto. El desconocido valle del Arcoíris está hacia el sur de Farellones, al interior del fundo Santa Matilde.
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RESCATISTA. Troncoso ha sido ayuda esencial en la búsqueda y rescate de excursionistas que se pierden en la montaña.
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