Melvin Vega dirige a su boca un tenedor cargado con picante de guatitas. Es un miércoles de julio en un restorán del centro de Arica y después de varios minutos de conversación sobre su historia y la relación con su hijo, acepta escuchar un extracto del libro biográfico que Américo lanzó en junio de este año, escrito por el periodista Mauricio Jürguensen:
-"'Traicionera' empezó a sonar fuerte en las radios del norte [...] por primera vez [Américo] alcanzaba algo parecido al éxito [...] pero esta vez en solitario, lo que precipitó entre otras cosas un quiebre importante con su padre".
Melvin arruga la mirada mientras limpia su boca con una servilleta. Sus ojos están cubiertos con lentes de contacto color verde y hay joyas doradas en sus dedos, en sus muñecas y colgando de su cuello, contrastando con su piel morena y la ropa que lleva puesta como si estuviera a punto de saltar a un escenario: pantalones negros, calcetines negros y zapatos negros de charol terminados en punta.
-"Años después, cuando tuvo su primera gran entrevista [...] el cantante fue consultado sobre su relación con su padre. Y lo que dijo fue que le hubiera gustado haber tenido un padre más que un colega de profesión".
Melvin interrumpe el relato para decir que sus cercanos se lo advirtieron: le dijeron que las confesiones de Américo eran duras, que le harían daño y que tal como lo hizo Luis Miguel con su padre en su serie biográfica para Netflix, este libro era una pasada de cuentas de su hijo.
-"Melvin negoció una nota en el diario donde aparecía sentado en la mesa del comedor de su casa, como a punto de llorar mirando las fotos de su hijo cuando era niño. 'Mi hijo es un ingrato', rezaba el titular [...] y no demoró mucho en llegar a oídos de Américo, que levantó el teléfono para una vez más aclarar las cosas con su padre [...] Empezaron a salir cosas guardadas de hace mucho tiempo. Lo del video, el trabajo infantil, la relación con su madre, los intentos de suicidio".
Después de escuchar, Melvin se queda en silencio unos segundos. Luego dice:
-¿Todos los papás de los cantantes somos malos? El papá de Michael Jackson, el papá de Luis Miguel y ahora yo. ¿Sabe lo que pienso? Que con esto mejor que a ningún papá se le ocurra hacer cantar a su hijo.
-¿Por qué no ha leído el libro, Melvin?
-Por lo que me dijo la gente. Y también andan diciendo que con esto quiere hacer una serie. Eso es lo que más me preocupa, porque es lo que van a ver mis nietos. Yo voy a estar muerto quizá cuando salga, pero me van a recordar de esa manera. Eso me incomoda. Eso me va a doler.
-¿Quedar como un Luisito Rey?
-Claro. Porque que el que va a salir en la tele va a ser un huevón malo.
El niño de oro
Melvin Américo Vega Cadima, 65 años, vendedor ambulante de cd's, llegó tarde al lanzamiento del libro de su hijo en Arica. Se sentó al final, dice, por eso y porque tampoco tenía un lugar asignado. En el lanzamiento oficial en el GAM ni siquiera estuvo presente. Esa vez, al momento de saludar a su familia, Américo excusó la ausencia de su padre con una broma al final: dijo que bastaba con nombrar a Melvin para que este le cobrara derechos de autor.
Son las once de la mañana de un miércoles y Melvin Vega está parado frente a la casa de calle Lauca, en el parque del mismo nombre, en la población San José de Arica, recordando los años en que Américo transitaba ferias y escenarios bajo su alero.
-Aquí comenzó todo -dice Melvin.
Fue a fines de los años 80, cuando luego de transitar como allegados o pagando por habitaciones, Melvin arrendó esta casa junto a su esposa de entonces, Leyla Urzúa, y los tres hijos del matrimonio, Darwin Jesús, Sandra América y Domingo Johnny (Américo). La irrupción de Melvin en el barrio, recuerdan los vecinos, no pasó inadvertida: vestía trajes ajustados de colores y patillas largas con las que intentaba asemejarse al cantante argentino Sandro, dejando en evidencia los sueños que arrastraba desde su niñez junto a su madre, a quien ayudó económicamente trabajando desde su niñez.
-Siempre soñé con ser artista -dice Melvin Vega, sentado frente al escenario del parque-. Pero me daba vergüenza. Cantaba y hacía imitaciones en la casa, pero si tenía que hacerlo frente al público, no me atrevía. No me sentía capaz.
Por eso, dice, al llegar a la población prefirió desplegar su faceta de comerciante: vendió frutas, importó zapatos que traía desde Tacna, y se convirtió en vendedor de muebles y enseres domésticos. Esa última etapa coincide con el día en que Américo pisó un escenario, casi por casualidad, en enero de 1985. Fue cuando su hermano mayor, Darwin, se negó a participar en el concurso de canto del festival del Parque Lauca. Desesperado, Melvin llamó a quien sería conocido como Américo, Domingo, de entonces 7 años, para que reemplazara a su hermano. Le dijo que cantara esa canción que sabía de memoria, "Palabra de honor", de su ídolo de entonces, Luis Miguel. Domingo le dijo que sí, que lo haría, pero con una condición: que al bajar del escenario le regalara la ropa de su ídolo.
La presentación de Domingo, recuerdan los vecinos, fue sobrecogedora.
-Cuando terminó la gente me felicitaba -dice Melvin-. Me preguntaban de dónde lo había sacado, que cómo no me había dado cuenta, que lo hiciera grabar lo antes posible.
Melvin vio una oportunidad, pero no conocía a nadie en el ambiente musical de la región que lo ayudara a abrirse camino. Extrañamente, el divorcio de ese mismo año con su esposa impulsó sus intenciones. Luego de pasar días tirado en el pasillo de su casa, bebiendo pisco y escuchando canciones de Pimpinela, fue a un show del grupo Hawaii, donde habló con Óscar Poblete, bajista de la banda.
-Estaba muy mal el hombre. Estaba flaco -recuerda Óscar Poblete, calvo, la voz grave, desde Arica-. Yo le conté que no teníamos dónde ensayar y él me dijo que nos instaláramos en su casa. Eso hicimos. Para nosotros era una ayuda y para él era una terapia.
Además de ensayar sus canciones, los Hawaii comenzaron a componer canciones para las letras de Melvin.
-Melvin no cantaba para nada -recuerda Lucho Dann, cantante local y amigo de Melvin, en el living de su casa-. Era una voz gruesa, bruta, que no tenía coordinación ni técnica. Pero su entusiasmo no lo había visto en nadie. Al Mingo (Américo), en cambio, no le gustaba el canto. Le gustaba jugar a la pelota, hacer cosas de niños. Una vez me llamó el Melvin y me dijo a mí y al Óscar Poblete que habláramos con él para que ensayara. "No me gusta tío. No soy para esto", nos dijo.
Por si fuera poco, las canciones que tenía que cantar Domingo eran sobre la separación de sus padres, en las que casi siempre una mujer abandonaba a sus hijos y en las que el padre era un héroe sufriente. Según Óscar Poblete, de los Hawaii, le advirtieron a Melvin que no eran letras indicadas para un niño. Durante las largas horas de ensayo impuestas por su padre, los integrantes de la banda recuerdan cómo Domingo miraba por la ventana de la casa a sus amigos jugando en el parque.
-Melvin lo metió en la chuchoca porque necesitaba desahogarse del problema con la ex -dice Óscar Poblete-. A Leyla nunca le gustó el asunto, pero tampoco le prohibía que el Domingo viera a su padre. Nosotros le decíamos al Melvin que era un niño. Que no correspondía que estuviera haciendo esas cosas.
Una de las canciones era "No toques mi puerta":
[...] Papito sé lo que has sufrido
sé lo que has llorado [...]
tú cuidarás de mí
me llevarás al colegio y yo te querré toda la vida
Más tarde fue "Háblale":
-Hola mi pequeño, ¿no te acuerdas de mamá?
-Perdóneme, señora, pero yo hace tiempo que no tengo mamá. Papito, alguien te busca [...]
-Se ha acabado mi risa. Vuelvo hoy por mi pequeño, que al marcharme yo dejé
-No, no, no. Ya no quiere verte más. Ya no quiero tus caricias. Yo me quedo con papá.
Sin embargo, no todo era un desahogo por la crisis familiar. También era un negocio, que tomó forma tiempo después cuando conoció a Marcela Toledo, una menor de 15 años que soñaba con convertirse en cantante y que se convertiría en su pareja. Junto a Domingo, conformaron el trío bautizado como "Clan Américo", abriendo los shows de los Hawaii en empresas, con puestas en escenas melodramáticas en las que Américo pasaba de los brazos de Marcela a los de Melvin.
Con un segundo disco grabado junto a Domingo, Melvin llegó hasta una radio local. Fue la primera vez que lo encararon por lo que hacía.
-La locutora me preguntó por qué estaba usando al niño -recuerda Melvin, aún sorprendido por esas palabras-. Me insistió en que los niños se marcan. Pero yo no le vi lo malo. Yo entré en esto porque pensé como comerciante: buscando llamar la atención con el contenido, porque la gente que va al centro a pagar algo, a comprar papas, no va a ver un artista. Pero una letra te puede llamar la atención.
Sin embargo, Óscar Poblete recuerda los comentarios que ya circulaban en la ciudad:
-Decían que Melvin estaba explotando a su hijo.
Hijo y rival
1988. El cuerpo de Domingo salió disparado antes de caer como un trozo de carne sobre el desierto. Un poco más allá, el Hyundai Pony de Melvin lucía volcado en mitad de la noche con su hermana Sandra, Marcela Toledo, y Melvin en su interior. Iban hacia Calama, luego de una segunda gira por ferias locales en Antofagasta. Lo relata Américo en su libro: el accidente le provocó una herida que se extendió desde su cadera hasta el final de su muslo.
Ese accidente quedó grabado para Américo. Según Nataly Olmedo, su exasistente personal, el cantante suele refrescar el episodio tratando de explicarse cómo su infancia trabajada pudo costarle la vida a los 11 años de edad. "Sábado" intentó contactarse con Américo, pero el cantante no quiso participar de este artículo.
-Él lo dice con esa intención -dice Nataly Olmedo-. Que pudo morir siguiendo los negocios que finalmente no eran suyos, sino de su padre.
Según Melvin, la recuperación de su hijo tomó cuatro meses, sin embargo, después de un año volvieron a actuar junto al "Clan Américo". El reaparecer de la banda coincidió con los comentarios que Melvin venía escuchando desde que comenzó a presentarse junto a Marcela y Domingo en ferias públicas, cantando y vendiendo cedés de sus grabaciones.
-La gente decía: "Oye que está cagado el Melvin, cantando en la calle". No sabían que teníamos cualquier plata -dice Melvin, sonriendo-. ¿Qué hicimos, entonces? Y no por vanidad: anillo de oro acá, cadena de oro acá, acá y acá. La Marcela con su cadena de oro. Domingo con su cadena de oro. Nos compramos los mejores trajes. Compramos buenos vehículos: dos Toyotas deportivos y una camioneta estilo Los Magníficos. Yo quería invertir, tener. Demostrar que nos estaba yendo bien.
Los tiempos de bonanza, relata Óscar Poblete y el mismo Melvin, coincidían también en fiestas en la casa del Parque Lauca, donde recibían admiradoras y seguidores de la banda. Si bien su madre siempre le exigía estar de regreso en casa temprano, Domingo revoloteaba también entre las mujeres, el humo de los pollos asados, y botellas de Coñac Tres Palos y pisco Control. De vez en cuando, recuerda Óscar Poblete, Melvin aguijoneaba a Domingo para que rompiera el hielo con el sexo opuesto.
-Le metía cosas en la cabeza -dice Poblete-. En el último show que hicimos en Mejillones había unas lolas en el público. Melvin le decía "tení que aprovechar, hue...". Yo siempre he sido muy recatado y le decía a Melvin que no metiera en problemas a su hijo.
Después de ese show, agrega Óscar Poblete, Melvin habría ido más allá, coordinando una cita entre su hijo y una fanática en el hotel donde se hospedaban.
A esas alturas de la pubertad de Domingo, el control de Melvin sobre sus acciones parecía supeditado a casi todo: cómo vestirse, cómo interactuar con el público, en qué momento de la canción arrodillarse y cómo mantener en alto la mirada en sus presentaciones callejeras, a pesar de la vergüenza de Domingo al encontrarse con compañeros de colegio. En su libro, Américo relata que cuando eso pasaba, su padre le daba pellizcos en el trasero para que levantara la mirada. Su hermano Darwin Vega dice que nunca presenció esos episodios, pero que su hermano sí se los había advertido.
-Eso jamás pasó -dice Melvin-. Eso es mentira. Puede que alguna vez no haya querido cantar, pero si había show, había que hacerlo. Yo a veces salía y estaba cansado, pero nosotros somos payasos sin pintura y hay que salir sonriente sientas lo que sientas.
En esas presentaciones, recuerda Óscar Poblete, de los Hawaii, Domingo se robaba la película. Su talento vocal, pero sobre todo la fascinación que generaba en la época ver a un niño cantante, provocaron a la larga una reacción extraña en su padre: lo veían competitivo con su propio hijo, incómodo con la notoriedad que iba tomando.
-Domingo cantaba mejor que el papá -recuerda Poblete-. Melvin siempre ha sido desafinado y a los espectáculos la gente iba por el Domingo, no por él o Marcela. Entonces, habían muchos celos profesionales contra el niño. A veces le pedían otro tema y Melvin decía: "No, no, no. Ahí nomás. Ahora voy a salir yo".
-Yo quería ser el mejor -dice Melvin, manejando su camioneta-. Quería los aplausos. Los bises. Cuando eso pasaba, me sentía en la gloria.
-Pero haber competido con su hijo, ¿no cree que eso era poco sano para Américo?
-En el escenario siempre me comparé con otros colegas y trataba de ver lo que tenían y que a mí me faltaba. Quizá de repente no me di cuenta de haberlo hecho con mi hijo, pero a veces uno cae en esas prácticas. Debo haberlo hecho sin pensar que él era un niño.
Más tarde, Melvin relatará un episodio que según él se ha repetido un par de veces al interior de su casa. En ellos, Domingo, ya grande, convertido en Américo, dice Melvin, se ha armado de valor con unas copas encima para apuntarlo y decirle:
-Siempre he sido mejor que tú, huevón.
Para Paola Pizarro, cercana a Domingo en sus años en Arica, exadministradora del Tropicalísimo, local frecuentado por el "Clan Américo", Américo llevaba una rabia guardada por su niñez trabajada, la utilización por parte de su padre y esa sensación de competencia profesional arriba del escenario.
-A veces me decía que estaba aburrido, que estaba cansado, que lo único que quería era ser grande para mandarse solo, para hacer lo que él quería. El tipo de cosas que uno dice con rabia, con rencor.
Fue a mediados de los 90 cuando Domingo decidió desprenderse por primera vez de la sombra de su padre. Se fue a Punitaqui, donde se convertiría, a la larga, en vocalista del Grupo Alegría, una de las bandas pioneras de la cumbia sound.
-Toda la vida -agrega Paola Pizarro-. Siempre Domingo tuvo ese ímpetu de demostrarle a Melvin que podía ser mejor que él. Y se lo demostró con creces.
El castigo
Melvin Vega está al interior de su departamento. Es un espacio pequeño salpicado de fotos de los años de "El Clan Américo", ropa secándose en sillas, y cuadros de un disco de oro y un casete de oro: premios que el mismo Melvin se inventaba, montando premiaciones para, como él dice, "vender la pomada"; también hay dos torres replicadoras de cedés, que mira con resignación para decir que debe seguir trabajando en la calle. Según Melvin, Américo le deposita 400 mil pesos mensuales, que sumados a sus ingresos, se diluyen entre dos créditos hipotecarios y los gastos del mes.
Después de la partida de Américo al grupo Alegría, Melvin continuó haciendo duetos con Marcela Toledo, pero ya no era lo mismo. Buscó repetir la experiencia reclutando a su hijo menor, B.V.T. Le compró trajes, zapatos y una cadena de oro y un anillo idénticos a los que usa él. Con esas prendas, lo hizo grabar dos videos. Le enseñó a moverse, a bailar y a cantar de cara al público en las calles de Arica y el resto del país. Tenía 9 años.
B.V.T. está a esta hora en el departamento de Melvin. Tiene 17 años. Quiere ser abogado y estudiar música en Estados Unidos. Tiene excelentes notas, una banda de rock, da clases de inglés, y cuando se refiere a su etapa de cantante infantil bajo el alero de Melvin, dice que fue una etapa negra, de la que se alejó por la separación de sus padres, seis años atrás.
Contrario a lo que pasó con Domingo, a quien veía a diario, tras la separación con Marcela, Melvin dejó de ver a B.V.T. por algunos meses.
-Llevarle la contraria era separarnos más -dice Melvin, rellenando un pan con rebanadas de salame-. A Domingo lo tenía cerca, pero con B.V.T. tenía mucho que perder.
-En mi caso la historia también fue diferente porque mi hermano ya era un artista definido -dice B.V.T., sentado en la mesa-. Eso era un escape de presión: lo veía a él como gran referente y a mi papá como gran artista, pero al mismo tiempo pude forjar una relación padre-hijo. En el caso de ellos dos, siempre tuvieron un trato muy de iguales.
De fondo suenan boleros. B.V.T. se detiene en la música. Dice que no le gusta. Que las letras son siempre iguales. Que gracias a las circunstancias, pudo hacer lo que a su hermano le fue prohibido en la infancia: escuchar rock y tener su propia banda. Melvin le pregunta qué diferencia hay con las letras del bolero y las que él escucha. Le pide que le cuente alguna historia. Entonces B.V.T. relata el contenido del disco "Seven son of a Seventh son", de Iron Maiden, explicando las siete canciones que en metáforas relatan la historia de un hombre que consigue esquivar al arquitecto demoniaco que pretende moldear su vida.
-Es un disco que me interpreta en ese sentido: en entender que cada uno es capaz de forjar por sí mismo su vida.
-Me queda clara la indirecta -dice Melvin, que después de las carcajadas desenfunda otra vez su clásico discurso-. Pero B.V.T. tampoco va a tener futuro haciendo esa música. Era un gran bolerista. Tocando rock lo van a contratar cuándo... En cambio, con lo otro todas las semanas tienes peguita.
Una de las últimas apariciones públicas de B.V.T. como artista fue en el festival de Viña de 2010. Fue la primera vez que Américo, ya convertido en solista, se presentaba en el certamen. Lo vistieron con un traje rojo y fue captado por las cámaras junto a Melvin y Marcela durante todo el show. Melitón Vera, exmanager de Américo, sabía que algo así podía pasar. Antes de ese show ya habían sufrido la persistencia de Melvin cuando le pidió a Américo que lo invitara a cantar con Marcela al escenario.
Melvin siempre lo repite: "Una aparición en televisión y vendo hasta las hue... que tienen telarañas".
Antes del show en Viña, cuenta Melitón Vera, exmanager de Américo, visitaron a Melvin en su hotel. Le pidieron que no hiciera nada que pudiera afectar su presentación. En la habitación, recuerda Melitón, Melvin se agachó y le besó la mano para darle tranquilidad. Sin embargo, al día siguiente supieron que Melvin le había pedido a los camarógrafos del show que lo enfocaran seguido, que él era el padre de Américo.
-Ni siquiera cuando lo mostraban en pantalla se veía un papá orgulloso -dice Nataly Olmedo, exasistente de Américo-. Eso le duele a Domingo.
El episodio ocurrió dos días antes del terremoto de ese año. Enojado aún con su padre, cuenta Melitón Vera, su exmanager, y al mismo tiempo preocupado, Américo recién pudo ubicar a Melvin tres días después del desastre: la misma noche del show, agrega Melitón, Melvin se había ido al norte junto a Marcela y B.V.T., donde ya ofrecía cedés con videos de la presentación de su hijo en el festival.
No era algo nuevo: Melitón recuerda episodios en la fiesta de la Pampilla, en Coquimbo, y en Antofagasta, donde Melvin llegaba sin avisarles para instalarse en plazas previo a los shows de su hijo. Lo hacía con pendones con imágenes de Américo, al que ni siquiera le advertía de su presencia. En su historial, dos veces ha sido detenido por pirateo y también sorprendido con réplicas falsas de los discos de su hijo. Después de las reprimendas de Américo por estos episodios, dicen cercanos, Melvin se victimiza. Dice que lo hace para llevar su música a los que no tienen: abuelitos, gente pobre y niños con Síndrome de Down.
-Eso se llama utilización de imagen -dice Melitón Vera-. Utilización de la imagen de tu hijo.
-Por eso creo que lo que sale en el libro es una forma de castigarlo -dice Paola Pizarro, exadministradora del local Tropicalísimo-. A mí me lo ha dicho cuando ha venido para acá, con unos tragos encima: que tiene mucha rabia porque lo usaron. Siente que lo usaron.
Yo soy Américo
Melvin Vega fuma un cigarrillo afuera de su departamento. La noche es fresca. Verónica, su actual pareja, una seguidora de su música, lo acompaña.
-Lo que yo le digo siempre al Melvin es que tiene que adelgazar y pensar en su carrera -dice Verónica-. No importa que me deje después. Yo me voy a quedar tranquila si él recupera su lugar. Él no lo dice, pero a mí me molesta que lo llamen "el papá de Américo", cuando él es Melvin "Corazón".
Melvin fuma en silencio. Después dice que sí, que quizá debió preocuparse de su carrera y no tanto de la de su hijo.
-Si empiezo a retomar mi carrera sé que voy a llegar a cumplir el sueño. Yo sé que mi hijo mueve un dedo y listo. Pero no lo va a hacer.
Nataly Olmedo, exasistente de Américo, y Melitón Vera, su exmanager, creen que no hay que caer en ese tipo de frases: dicen que Américo le dio decenas de oportunidades a su padre que no supo aprovechar.
-¿No le importa que lo presenten como el papá de Américo en todas partes?
-Nunca se va poder borrar eso. Pero cuando canto soy Melvin Corazón. No soy el papá de Américo. El que está en el escenario, el que expresa, es Melvin Corazón Américo. Y el verdadero Américo soy yo. Porque yo soy papá de Domingo Vega. Domingo jr. El Américo soy yo. Y yo lo hice. Y bien hechito.
-¿Cree que esta historia ha afectado psicológicamente a su hijo?
-Puede ser. Puede ser que yo le haya afectado o no. En todo caso, nunca hice nada para que él sufriera. Por el contrario. Yo creo que lo hice bien. Nunca andaba mal vestido, nunca tiramos el paño para que tiraran monedas, nunca pusimos un gorro. Él puede pensar diferente, pero yo pienso que no lo hice mal. Quizá qué estaría haciendo si nada de esto hubiera pasado.
Y agrega:
-Hay padres que le sacan la chu... a los hijos para que estudien y cuando sacan la carrera dicen: "Papá, si tú no hubieras sido así yo no sería nadie". Creo que este (Américo), aunque yo lo hubiera pateado, le hubiera pegado, debería estar agradecido igual. Llegó a ser importante, a tener lo que quiere, casa en Miami, la productora más grande de Latinoamérica. "Puta, gracias viejo, si no hubiese sido por ti"... Esa historia habría sido más linda para la gente.
-¿Va a leer el libro?
-Le digo la verdad, la Vero me leyó algunas partes, pero mientras leía yo trataba de no ponerle atención. Yo soy rebuena gente, lo quiero mucho al Mingo, pero capacito que lo mande a la conch... y en el fondo... desgraciadamente en este momento estoy metido hasta las hue... con las letras, y yo creo que puede dejar de ayudarme económicamente por algo así.
Cuando Yo soy Américo se lanzó en Antofagasta, un mensaje llegó al celular de Melvin. Lo muestra ahora en el WhatsApp que mantiene con Américo. Es una advertencia que alguien envió al celular de su hijo. Ahí se lee:
-Hermano, quiero contarte algo que quizá sea cierto, quizá no. Tu viejo va viajando al norte y quiere hacer coincidir que tú vas a Antofa. Quiere llamar más medios de la zona para encararte por el libro. Ojalá que sea todo un cahuín. Abrazo, hermano.
Melvin, que efectivamente iba de Calama hacia Antofagasta, según él de pura coincidencia, le respondió con un audio:
-Hijo, ¿me crees tan canalla de hacerte algo así? [...] jamás te voy a hacerte un daño. Soy tu padre y tú eres mi hijo. Así que dile al hue... que te mandó el mensaje que si te va a mandar algo que te mande algo bueno. Y que averigüe, porque no tengo ese corazón para hacer algo así. Así que estate tranquilo.
-Es solo una pregunta -le respondió Américo-. No es para tanto drama y claro que le diré, tranquilo.
La conversación continuó con una broma de Melvin, que le pegaría de vuelta en el rostro: le dijo que hiciera una película con su historia.
-Preferiría una serie -respondió Américo-. Por ahí va. Que estís bien. Chao.