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Crítica de Arte | Universidad de Talca, Vala y MAVI:

La vigencia de un nonagenario

domingo, 29 de julio de 2018

Waldemar Sommer
Críticas
El Mercurio




Alegra constatar cómo Hugo Marín, con 89 años cumplidos, conserva incólume su creatividad. Puede constatarse en la exhibición actual del santiaguino Centro de Extensión de la Universidad de Talca. Allí ofrece, sobre todo, cuatro pinturas y un buen número de esculturas recientes (2017-2018). En cuanto a las primeras, llaman la atención las actuales restricciones de color, el aligeramiento formal, el dinamismo lineal que podría calificarse, en su caso, de "volador"; todos ellos factores muy favorables dentro de su producción pictórica. Tenemos, de esa manera, los pareados y sin coloración sufí bailarines o sus risueños y personales ballets rusos. Claro que, como siempre, los volúmenes concentran los talentos mejores del expositor. Están las cabezas espléndidas: el resplandeciente Punk dorado, Dama arreo y su bien interpretada síntesis de la raza japonesa, el multicolor exotismo de Hincha, otro representante oriental. De cuerpo entero tenemos, por ejemplo, el encantador, el desvalido marinerito azul y un bronce con sabor cubista Chemamul (2018), ambos oportunos testimonios del año 2000. Asimismo concurren dos grupos. Uno es El asombro de 2018, que instala alrededor de un gran zapato negro dos trabajos suyos de fecha anterior. A este se agrega la expresividad impetuosa, la ironía mortuoria estupenda de otro metal de insólita dimensión y expresivo título autorreferente: Doctor Marín se fue a los cielos de cometa y volantín, buscando su alma gemela que siempre tiene comienzo y nunca tiene fin.

La pintura de Rodrigo Cabezas retorna en VALA (Vanguardias latinoamericanas), galería un poco escondida por su ubicación en calle Holanda casi esquina de Bilbao, la cual no conocíamos. Si el local corresponde al buen acondicionamiento de una casa habitación, nuevamente interesa su expositor. Retorna él con catorce pinturas -algunas recientes-, fundamentadas en la espontaneidad aparente de las manchas y simetrías propias de un test visual utilizado en psiquiatría. Sin embargo, el artista se adueña por entero de sus posibilidades estéticas, operando mediante un ordenamiento formal riguroso y, desde luego, a través de un manejo de imágenes y composición plenos de fantasía. Así, un informalismo multicolor de goteos, chorreos, manchados transfigura, desintegra visiones de vegetales e insectos fieles al realismo tradicional y al adecuado equilibrio cromático, pero cuya carnosidad material magnificada se vuelve hasta agresiva. En espacial, pedúnculos, hojas, frutos, flores y ciertos insectos que los habitan adquieren una presencia vigorosa, táctil, monumental. Recordemos primero las chinitas, los distintos conglomerados florales, luego las mariposas. No ocurre lo mismo con el par de retratos presente. Dispuestos como carta de naipe, emergen confusos y de presencia apagada debido a su falta de integración respecto a la composición total. En tres oportunidades se suma una incursión atractiva dentro del sistema lenticular, para provocar efecto de volumen sobre el ojo del espectador.

El Museo de Artes Visuales nos propone una nueva versión de "Un hombre que camina" (2011), film de Enrique Ramírez presentado el año pasado en la Bienal de Venecia. La actual exposición ocupa los dos pisos superiores del MAVI. El de más arriba ambienta al visitante: fotografías del pasado, y de ahora, desvencijada vestimenta del protagonista cinematográfico, ordenado grupo de videos con ritos religiosos en lo alto del desértico altiplano. Por supuesto, lo medular de la muestra reside en la filmación mostrada sobre la amplia pantalla del piso siguiente. Nos sitúa dentro de las inmensidades de un salar boliviano, donde se confunden los blancos y azules grisáceos del cielo y de las aguas salobres, mientras tímidos conos volcánicos marcan muy parcialmente el horizonte lejano. Entre la densidad del líquido y la celeste bóveda nublada se desplaza un personaje enmascarado. Es el típico demonio de las "diabladas" norteñas, conduciendo primero un arrastre simbólico de vestimenta masculina y, después, el desfile de la infaltable banda de músicos que van animando las fiestas religiosas locales de cada poblado. Una sensación entre pintoresca y de grito humano que pretende imponer su presencia emana del espectáculo, cuyos integrantes aquí parecen dirigirse hacia ninguna parte.

Esculturas y pinturas recientes de Hugo Marín

Demostración de que la edad avanzada no resultaría límite para el artista verdadero

Lugar: Centro de Extensión de la Universidad de Talca en Santiago

Fecha: hasta el 5 de agosto

Cabezas en VALA

El pintor Rodrigo Cabezas convierte en arte un procedimiento de análisis siquiátrico

Lugar: Galería VALA

Un hombre que camina

Enrique Ramírez y su atractiva filmación sobre ritos altiplánicos

Lugar: MAVI

Fecha: hasta el 26 de agosto

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