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Acumulación y transformación

martes, 17 de junio de 2008

Enrique Marshall
Economía y Negocios Online, El Mercurio

Los indicadores de competitividad de Chile muestran un rezago porque las reformas de las últimas décadas ya dieron sus frutos. El problema es que de cara al futuro esto no es suficiente.






Nuestra estrategia de crecimiento ha privilegiado la acumulación por sobre la transformación, lo que al comienzo generó enormes beneficios, pero gradualmente nos está dejando sin horizonte. La acumulación consiste en agregar recursos y tecnología a una trayectoria conocida, que en las primeras fases permite fuertes ganancias de eficiencia, pero que gradualmente tienden a decaer. Cuando se mira hacia atrás surge un legítimo orgullo por un ascenso empinado, pero hacia adelante el panorama se asemeja más a una planicie.

La transformación, en cambio, agrega novedad al crecimiento: siempre hay nuevas cimas que escalar u oportunidades que aprovechar con la condición de hacer cosas distintas.

La acumulación fue muy rentable hasta mediados de los 90, cuando las empresas estaban lejos de la frontera tecnológica, disponían de abundancia de recursos y existía una demanda insatisfecha en los principales mercados internos. El aumento de la inversión desde un 17% del PIB en 1986 hasta un 27% a mediados de la década siguiente refleja que todas estas oportunidades fueron bien aprovechadas.

La otra cara de la medalla la muestra un estudio del Banco Mundial que señala que el 85% del incremento de las exportaciones de Chile está basado en empresas que producen más de lo mismo y que se orientan a los mercados tradicionales, un 10% adicional se origina en nuevos mercados abiertos por las negociaciones internacionales y sólo un 5% del aumento de exportaciones se debe a productos que utilizan nuevas tecnologías o que han diversificado la canasta de exportaciones.

Es decir, corrimos la carrera de la acumulación y la ganamos. El resultado fue un notable incremento en el nivel de vida de la población, pero el ritmo de crecimiento fue decayendo en el tiempo porque la acumulación no estaba acompañada de nuevas actividades, de suficiente entrada de nuevas empresas o de un movimiento hacia mercados distintos.

Nuestras empresas hacen bien esta tarea: son financieramente sólidas, tienen una posición de mercado asentada y son muy eficientes luego de aprovechar todas las reducciones de costos a su alcance. Pero no viven la intensidad del desafío que viene de las empresas emergentes que son más ágiles para detectar oportunidades en la economía de la transformación.

Menos pasividad

La clase empresarial se siente cómoda con sus éxitos, porque la acumulación no amenaza su posición y privilegia la esencia de su estilo de gestión: la autoridad vertical y el control en los negocios, que son características muy distantes de la regla de 80/20 de Google, en que los profesionales dedican 20% de su tiempo (un día a la semana) a proyectos de interés personal, lo que ha generado la mitad de los nuevos productos lanzados por esa empresa.

Nuestra situación es más compleja porque los trabajadores, incluyendo a buena parte de los profesionales, han sido educados para la pasividad, por lo que dar espacios de creatividad tiene poco provecho en el corto plazo.

Los indicadores de competitividad de Chile muestran un rezago, leve pero palpable, respecto de países de desarrollo similar, porque las reformas de las últimas décadas dieron sus frutos y permitieron aprovechar todo el potencial de la economía, pero de cara al futuro esto no es suficiente. La transformación que debemos agregar a la estrategia de crecimiento tiene desafíos de una envergadura mayor: internacionalización efectiva, competencia y flexibilidad en los mercados, educación superior con estándares más exigentes y una revisión de los estilos de gestión en la mayoría de las empresas y definitivamente en el Estado.

La transformación es imposible en el ámbito del reducido mercado interno por lo que la incursión de algunas empresas en países vecinos son sólo una pista de lo que necesitamos: una estrategia de posicionamiento en los mercados mundiales que nos permita transitar desde la apertura a la internacionalización. Las empresas que han avanzado en este sentido están mejor preparadas para aprovechar las oportunidades.

La competencia y flexibilidad son indispensables para la economía de la transformación porque permiten la creación y destrucción de empresas, que es el principal mecanismo para los aumentos de productividad. Por esta razón, la estabilidad de las empresas en Chile es muy funcional a la economía de la acumulación y se asocia con un bajo ritmo de crecimiento de la productividad y menor intensidad de entrada de nuevas empresas.

En este contexto, el sesgo conservador de nuestro mercado financiero perjudica la transformación a través de menor emprendimiento y ausencia de capital de riesgo, aunque se acomoda bien a la acumulación por parte de empresas consolidadas y financieramente sólidas. También son importantes las regulaciones del mercado del trabajo, aunque la flexibilidad que necesita la economía de la acumulación no es la misma que la que favorece los procesos de transformación.

Nuestra educación superior está más orientada a la economía de la acumulación, con poco impacto en el emprendimiento. Además, recibe pocos estudiantes y profesores extranjeros porque su internacionalización sólo es posible cuando los estándares de calidad son competitivos. Hasta ahora nuestras universidades están más preocupadas de defender su posición en el mercado interno que de abrirse globalmente.

Avanzar hacia la economía de la transformación va más allá del financiamiento de la investigación en ciencia y tecnología. Sin cambios más fundamentales como los señalados, incluyendo la gestión en el sector privado y muy urgentemente en el Estado, será imposible restablecer un horizonte que mantenga la esperanza de lograr el salto al desarrollo y que movilice los esfuerzos de la sociedad en este sentido.

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