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cine

Pesadilla en el infierno

sábado, 14 de julio de 2018

Por Ascanio Cavallo
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El Mercurio




Más o menos desde La masacre de Texas (1974), o sea, hace más de cuatro décadas, el cine de terror se lanzó a una vertiginosa competencia por los asesinatos más sangrientos, las imágenes más punzantes de aserramientos, cortaduras y pinchaduras, algo similar a lo que pasó en el western con los cuarterones de sangre de Sergio Leone. El género del terror ha persistido porque se ancla en un sentimiento interminable, mientras que el western murió cuando se extinguió la imaginación civilizatoria. Y así estamos.

En esta película, exponente plena del terror interminable, una hermana se odia con otra hermana, lo que podría ser la fundación de una cinta fratricida. Pero luego estas hermanas se aman, no porque hayan dejado de odiarse, sino porque el fratricidio está suspendido (o quizá sublimado, o transferido, o lo que se quiera elegir del lenguaje freudiano con que se suele abordar estas películas) por la intervención de una fuerza ajena, o al menos simbólicamente extraña: una pareja de psicópatas que cuando ellas eran niñas entraron en su mansión siniestra para convertirla en un cuarterón de sangre.

El título original de la película denomina esto como "incidente". La mansión tiene su importancia: es tan improbablemente siniestra, que hasta la madre se permite compararla con "el hogar de Rob Zombie" (rara referencia cinéfila a uno de los peores directores del género). Y el "incidente" ocurre a tan pocos minutos del comienzo del relato, que es como un asalto, un brusco ataque sobre el espectador, una de las curiosidades de Pesadilla en el infierno. Pero esta es solo una interpretación, porque nada está más lejos de esta película que la intención de la claridad. Todo está filmado para que no se alcance a ver con nitidez, para que no se entienda mucho y, sobre todo, para que se ignore la maniobra siguiente.

Esa maniobra es un salto de 16 años, después de los cuales la hermana pesimista y fracasada llama a la hermana luminosa y exitosa para que regrese a la mansión maldita. La hermana exitosa, que ha logrado escribir una novela a la altura de su admirado H.P. Lovecraft, hace lo que nadie en su sano juicio haría: regresar a la casona de su adolescencia donde tan mal lo pasó. Pero el género adoptó hace tiempo a protagonistas que hacen lo que no deben hacer.

Los psicópatas que venden dulces y juegan con muñecas también forman legión en el cine del género. Estos son un poco peores, por su ferocidad y ubicuidad, y sobre todo porque carecen de proyecto: solo maltratar, castigar, torturar.

El director Pascal Laugier, elogiado por un par de masacres anteriores, como Mártires y El hombre de las sombras, es canadiense, pero, salvo que uno reconozca los paisajes de Manitoba, esto podría transcurrir en cualquier lugar donde haya una temible casa oscura insensatamente aislada en un bosque. Y donde haya gente poco razonable que se vaya a vivir en ella.


Incident in a Ghostland.
Dirección:
Pascal Laugier.
Con: Crystal Reed, Mylène Farmer, Anastasia Phillips, Emilia Jones, Taylor Hickson, Kevin Power.
91 minutos.

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