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"Dios ha muerto" Obras de y sobre el filósofo alemán:

El eterno retorno (chileno) de Friedrich Nietzsche

domingo, 08 de julio de 2018

Juan Rodríguez M.
Filosofía
El Mercurio

Se publican sus libros "Verdad y mentira" y "La ciencia jovial", traducidos por el fallecido profesor chileno José Jara, quien además firma el ensayo "Nietzsche un pensador póstumo". Editados por la Universidad de Valparaíso, son una oportunidad para acercarse al pensamiento nietzscheano y conocer su influencia en Chile, desde Vicente Huidobro y Mario Góngora en adelante.



"Carmen", la ópera de Bizet, fue estrenada en 1875. Cuando el filósofo alemán Friedrich Nietzsche la escuchó, en 1881, quedó embriagado con la historia de la gitana que enamora a un soldado y a un torero. Dijo que parecía una novela corta, ingeniosa, fuerte, a veces estremecedora, y que Bizet era un alma apasionada y agraciada: "Esta obra vale un viaje hacia España", le escribió a un amigo.

Nietzsche tenía 37 años, su vida y entonces su pensamiento estaban cambiando: se había retirado de la actividad académica debido a problemas de salud y en 1878 había publicado "Humano demasiado humano", un libro de espíritu ilustrado, dedicado a Voltaire, en el que se alejó del pesimismo de Schopenhauer y de la música de Wagner. De este último había sido amigo y adepto, pero poco a poco las nostalgias teutonas y cristianas del compositor lo fueron decepcionando. El encuentro con Bizet fue un reencuentro con la música, ese arte que según Nietzsche justifica la vida: si Wagner era la gravedad y el romanticismo germánico, Bizet era el juego, la alegría latina o mediterránea, la jovialidad que ríe, que no se toma las cosas tan en serio.

Por entonces, tras graves padecimientos, la salud le daba una oportunidad a Nietzsche. Eso se reflejó -desde el título- en su nuevo libro, "Aurora", publicado ese mismo año. Lo siguieron "La ciencia jovial", en 1882, y entre 1883 y 1885, "Así habló Zaratustra". Más tarde, cuando sus dolores se agravaron, publicó "Más allá del bien y del mal" (1886), "La genealogía de la moral" (1887) y redactó "Ecce Homo", "El anticristo" y "El crepúsculo de los ídolos", en 1888, su último año de lucidez.

El 3 de enero de 1889, en Turín, Nietzsche vio a un hombre que azotaba a su caballo, pues estaba exhausto y se negaba a avanzar. El filósofo se interpuso, abrazó al animal del cuello y lloró: fue el colapso definitivo de su salud, de su mente; pasó los siguientes años en algunos sanatorios y al cuidado de su madre y de su hermana. Hasta que murió, en 1900.

Todo es perspectiva

Iconoclasta como pocos, es probable que Nietzsche, el filósofo que nos avisó que "Dios ha muerto", sea el culpable de muchas vocaciones filosóficas. Entre ellas, la del fallecido filósofo chileno José Jara (1940-2017), responsable de la traducción de "La ciencia jovial", que acaba de reeditar la editorial de la Universidad de Valparaíso. El mismo sello publica "Verdad y mentira", también traducido por Jara, un libro que reúne dos breves ensayos de Nietzsche -"Acerca de la verdad y la mentira en sentido extramoral" y "Acerca del pathos de la verdad"-, más una selección de fragmentos inéditos. A esos títulos se suma "Nietzsche un pensador póstumo", estudio que firma el propio Jara. Los tres libros fueron presentados la semana pasada en Valparaíso, actividad de la que fue parte el filósofo chileno Martín Hopenhayn: "El texto de Jara constituye uno de los libros más sólidos y exhaustivos sobre el pensamiento de Nietzsche que me ha tocado leer", dice.

En "La ciencia jovial", fruto de aquel período de salud y alegría, el pensador alemán habla por primera vez de la muerte de Dios. Hopenhayn explica que "el otro elemento fundamental que aporta este texto a la filosofía nietzscheana es el del perspectivismo . Muerto Dios, o el Logos, queda esta plasticidad en la mirada para desplazarse en los puntos de vista, asumir distintas perspectivas, traer al pensamiento filosófico una reflexión que toca todos los ámbitos de la existencia humana. El perspectivismo nietzscheano es consistente con la idea de que no hay relatos inamovibles ni absolutos respecto de la realidad. De manera que en 'La ciencia jovial' está puesto, por un lado, el impacto de la disolución y, por el otro, la libertad de constituir miradas propias. Es uno de los textos más radicales de la filosofía contemporánea respecto de este doble filo de desamparo y libertad en un mundo secularizado".

En el segundo libro, "Verdad y mentira", que reúne textos de un Nietzsche veinteañero, despunta la crítica a la verdad y la moral que el autor desarrollará de ahí en más en su obra: el conocimiento, dice, es mera convención, una expresión de la creatividad humana, y no la última palabra sobre la realidad. Según Hopenhayn, "Nietzsche aquí termina de fraguar su crítica al logocentrismo y a la moral, que ya había mostrado de manera incipiente en 'El origen de la tragedia' (1872). A partir de ahora se va a declarar un inmoralista".

"Nietzsche un pensador póstumo", el libro de José Jara, se subtitula "El cuerpo como centro de gravedad", pues, según el autor, en Nietzsche se trata de tener al cuerpo como maestro y, entonces, de hacer cuerpo a la filosofía: "Nietzsche antecede a Freud en la idea de que bajo la fina capa del discurso explícito se mueven pulsiones inconscientes, y que la labor del intérprete es encontrar ese 'cuerpo' que opera como resorte último del pensar", dice Hopenhayn, quien identifica dos apuestas interpretativas mediante las cuales Jara hila la obra del pensador alemán: la mencionada filosofía del cuerpo y, además, "una filosofía que no se separe de la vida de quien la ejerce".

Nietzsche en Chile

Que Dios ha muerto debe ser una de las ideas de mayor impacto en la cultura occidental, al menos desde principios del siglo XX y hasta nuestros días, pero sobre todo, a partir de la segunda mitad del mismo, cuando el pensamiento de Nietzsche fue rescatado de la apropiación nazi. Se lo haya leído o no, su filosofía resuena donde se habla de decadencia, de nihilismo, de fin de las ideologías, del último hombre. "Nietzsche empieza a releerse en los años 60 del siglo pasado, cuando irrumpe en la escena un individualismo de contracultura, un anarquismo reciclado en clave anticonformista, y un culto fuerte a la ruptura en formas estéticas y valores morales", dice Hopenhayn. "Y luego, sin duda, alcanza su apogeo cuando empieza el debate más fuerte sobre la crisis de los metarrelatos de la modernidad".

Aunque antes, a fines del siglo XIX y principios del XX, encontró a sus primeros lectores entre artistas y escritores. También en Chile. Las vanguardias, casi citándolo, quisieron revolucionar todos los valores y hacer del artista y del poeta un nuevo dios. O un pequeño dios, como dijera Vicente Huidobro (1893-1948), lector de Nietzsche, cuyo "Altazor" tiene mucho del Zaratustra y de ese espíritu libre al que Nietzsche llamó superhombre o suprahombre. Según escribiera Enrique Lihn, "Huidobro es nietzscheano en su lucha contra el filisteísmo burgués, y porque ve en el poeta héroe un superhombre, cortado a su medida". Por algo Nicanor Parra llamó "Also Spracht Altazor" (Así habló Altazor) al poema que le dedicó a Huidobro: "SE CREÍA LA MUERTE EN BICICLETA// No más que Nietzsche...", dice. El propio Huidobro escribió: "Lo que nos interesa en Nietzsche no son las verdades de Nietzsche sino la nietzschesidad de Nietzsche". Otro poeta chileno, Omar Cáceres (1904-1943), también fue un temprano lector: su "Defensa del ídolo" parece un guiño a "El crepúsculo de los ídolos", una de las obras del alemán. De hecho, Cáceres escribió una dedicatoria para su libro, que no incluyó en la versión editada en 1934, en la que dice: "A los que, como Nietzsche, saben que milagro incomprensiblemente elevado es un amigo, y que, si son idólatras, tendrán que elevar, ante todo, un altar al desconocido dios que les creó".

Una risa dionisíaca

De acuerdo al sitio web Memoria Chilena, Nietzsche llegó a la filosofía chilena mediatizado por autores como Heidegger, primero, y luego Vattimo y Lyotard: "Aunque ya mucho antes, en la década del 40, Chile inició la aproximación a su pensamiento a través de la publicación del texto de Enrique Molina Garmendia 'Nietzsche, dionisíaco y asceta: su vida y su ideario'". Mario Góngora (1915-1985) también se acercó al filósofo en aquellos años; comunista entre 1938 y 1940, el joven Góngora abandonó el comunismo cuando leyó a Nietzsche y, en su ensayo "Civilización de masas y esperanza", lo llama "el diagnosticador genial". De Nietzsche, Góngora tomó la crítica al racionalismo, tal como hiciera Francisco Encina (1874-1965), según cuenta el filósofo chileno Hugo Herrera.

Un "lector entusiasta" de Nietzsche fue el filósofo Jorge Millas (1917-1982). También el escritor nacionalsocialista Miguel Serrano (1917-2009), autor de "Nietzsche y la danza de Shiva". Otros libros locales sobre el filósofo, además del de Jara, son: "Nietzsche: La verdad es mujer", de Susana Münich; "Para leer 'Así habló Zaratustra' de F. Nietzsche", de Eduardo Carrasco, y "Después del nihilismo. De Nietzsche a Foucault", de Martín Hopenhayn; quien responde así al preguntarle si, en medio de la muerte de Dios, el nihilismo y otras gravedades por el estilo, hay humor en Nietzsche: "Más que humor lo que creo que hay es un baile de máscaras, un gran teatro donde hace jugar a los filósofos, los reformistas, los mesías y las ideologías como si fueran personajes". "Cierto, esto comparte con el humor el remitir toda pretensión de verdad a una arbitrariedad de origen. Y en eso diría que el humor nietzscheano está sobre todo en su ironía. Siempre en la crítica irónica hay un lado que es de desprecio, pero otro que es de risa. Una risa dionisíaca, que desborda el objeto que critica y a la vez lo desnuda". Una risa, una alegría, quizás, como la que animó a Nietzsche luego de oír "Carmen": "Envidio a Bizet ", reconoció, "por esta sensibilidad del sur, morena, abrasada por el sol...". ¿Dios ha muerto? ¡Entonces bailemos!, diría el filósofo.

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