Michael Jackson ha sido de una influencia inconmensurable en la cultura popular, principalmente en la música, danza y moda. Pero poco se conoce de los ecos que ha tenido en un campo del que a su vez tomó múltiples referencias: las artes visuales. Justamente, para remediar esto, y coincidiendo con el que hubiera sido su 60° cumpleaños (29 de agosto), la National Portrait Gallery está exponiendo en Londres "Michael Jackson: On the Wall", una muestra que explora el impacto del rey de pop en el arte contemporáneo a través de la obra de más de 40 creadores. Con la misma inquietud, Claudia Campaña acaba de publicar "Michael Jackson. Artes visuales y símbolos" (Metales Pesados, 2018, 228 páginas, $13.500), libro con abundantes imágenes que repasa los vínculos entre la figura que el cantante y bailarín construyó de sí mismo y la obra de artistas de distinta trayectoria. De hecho, Jackson "fue un perfecto binomio entre lo 'audible' y lo 'visible' (...) poseía además un acabado manejo de los lenguajes visuales y supo vincular su persona con hitos culturales del pasado", según escribe en el prefacio del libro Campaña, historiadora del arte y profesora titular de la Facultad de Artes de la Universidad Católica. Visitante asiduo de castillos y galerías de arte, el artista rescató los códigos visuales de los retratos de monarcas, como aquellos de Enrique VIII, realizados por Hans Holbein el Joven, y de Luis XIV, que pintó Hyacinthe Rigaud. "En 1985, Jackson decidió que Matthew Rolston lo fotografiara personificando a un rey, y 23 años después, en 2008, determinó que lo pintara Kehinde Wiley (autor de los retratos oficiales de Barack y Michelle Obama) como un monarca. O sea, él fue responsable de la construcción de su imagen como rey del pop, inspirado en la estética de los retratos regios (reales)", explica Campaña. Al mismo tiempo, Jackson trasladó esta preocupación por la visualidad a los escenarios, donde, por ejemplo, durante una performance de "Billie Jean" que hizo en 1997 en Munich, cantó y bailó al interior de un halo de luz; ese que se conecta con siglos de tradición pictórica y que se asocia al poder solar, la supremacía espiritual, el genio y la virtud de las primeras civilizaciones. También a videos como el de "Scream", para el que se tomó de la cabeza con ambas manos al tiempo que gritaba, en un claro diálogo con "El grito", de Edvard Munch. "De niño, él mismo hacía su ropa, y de adulto nada es casual en sus performances y en su selección de vestuario. Comprendía muy bien los lenguajes visuales y exigía que su figura fuese la que capturara y emanara luz sobre el escenario. El guante y sus calcetines con pedrería, la franja blanca de sus pantalones, la camiseta alba, todos y cada uno de los detalles los pensó para generar y crear lo que él definía como 'la magia de la luz'. Él decidió ser música hecha visible: la luz en pleno desplazamiento", apunta Campaña. Pero además Jackson influyó e incluso directamente inspiró la obra de múltiples artistas desde la década de los 80. El primero de ellos fue Andy Warhol, quien en 1984 publicó en la portada de la revista Time una serigrafía del rostro de Jackson. Le siguieron artistas como Rufino Tamayo, Jeff Koons, Paul McCarthy, Marc Quinn, Gary Hume, Zou Cao, Yang Mian y Glenn Ligon, en los que Campaña se detiene en el libro. "De Jackson me atrae el estudio de su singular personalidad, esa que permite abordar las nociones de masculinidad y etnicidad o los cruces multiculturales que encarnó. El campo de experimentación en el que convirtió su rostro, devenido en lienzo o soporte, si se prefiere, y sus transformaciones, que permiten debatir sobre lo natural y lo artificial; la mutabilidad que experimentó. No hay otro cantante popular que haya concitado tal interés, cuya figura haya generado tal cantidad de arte", cierra Campaña.