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Los nuevos rumbos de

Coca Guazzini

martes, 03 de julio de 2018

Por Claudia Guzmán V. Fotos: Patricio Miranda.
Contenido
El Mercurio

En medio de la oleada feminista, la reconocida actriz repasa su carrera y hace una autocrítica sobre su pasado: "Pedí que me bajaran el sueldo, porque no daba más". Siente que es parte de una generación que cede espacio a otra y, aún triunfante en teatro y televisión, tiene un plan: irse a Puerto Octay a trabajar con mujeres abusadas. "Quiero caminar donde ojalá nadie me conozca", dice.



Bajo la peluca de melena negra y lisa, el lunar falso y los bigotes dibujados sobre los labios, Coca Guazzini se puso a llorar delante de un ejecutivo de televisión. -Yo estaba tan agobiada, tan cansada que hice algo contra mí misma -dice, volviendo a aquellos años de "De chincol a jote" y de gran celebridad-. Trabajábamos tanto, corría tanto, vivía lejos, no alcanzaba a llegar a bañar a mi hijo, no lo podía llevar al colegio, que no aguanté más. Así, vestida de Señorita Astrid, me senté y pedí que me bajaran el sueldo porque no daba más, necesitaba trabajar menos. Obviamente, lo hicieron. Y en la próxima negociación ya me pagaron menos, pero seguí trabajando igual. En el fondo, atenté contra mí misma, atenté contra todas las mujeres encuentro yo. La historia para esta reconocida actriz de teatro y televisión, que inició su carrera profesional en 1976, no fue para nada menor. Dice que le costó años volver a igualarse en sueldo a sus compañeros, entre los que entonces estaba su ex marido, el padre de su hijo y ex compañero de universidad, Gonzalo Robles. -Fue un atentado contra el derecho a la equidad salarial -resume-. En eso asumo responsabilidad. A sus 64 años, Coca Guazzini dice vibrar intensamente con la oleada feminista que se ha tomado las calles de Santiago, con más de 150 mil mujeres que han salido a marchar, y que ha detenido las clases en más de 20 planteles universitarios. -Las aplaudo, las admiro, las encuentro valientes y siento que esta revolución representa un cambio absoluto, porque no es una protesta, no es un acto separado; es una gran revolución. La rebeldía de estas jóvenes, la certeza de lo que están haciendo, el momento y la claridad de lo que se ha hecho, encuentro que es para aplaudir, festejar. Encuentro que es maravilloso lo que nos está ocurriendo, y también que es vital cómo está siendo: así de extremo. No daba más. Y, sin duda, nos plantea a nosotras, las mayores, la necesidad de reflexionar y conversar sobre todas las grandes palabras que están hoy en día a cada rato: abuso, y abuso de poder. Por supuesto, también asumir nuestra responsabilidad. Con más de cuarenta años de carrera que se reflejan en una veintena de montajes teatrales y mismo número de teleseries -además de los recordados programas de humor-, se podría decir que Coca Guazzini empieza a mirar atrás con un dejo de inconformismo. Está sentada en un sitial de la casa que comparte con una amiga en Santiago. Es una mañana de junio, hace frío y ella trata de dar con el punto exacto de la calefacción para empezar a recapacitar. Su verdadero hogar no es éste, está en los faldeos de Chena, donde se retira en sus temporadas con menos teatro y TV. -No se trata de echarle la culpa a nadie, creo que nosotras tenemos que hacernos cargo de las responsabilidades que hemos tenido en cómo se nos ha dado la vida. Porque éramos nosotras las que nos poníamos contentas frente a un piropo. De alguna manera, nosotras les estábamos entregando a ellos ese poder de hacernos sentir bien, de decidir por nosotros lo que estaba bien. En todo caso, dice Coca, su propuesta está lejos de buscar la confrontación. -Tenemos que acercarnos a los hombres, que me parecen fascinantes, pero que, pucha, andan con la cola como entre las piernas. Andan asustados, andan perdidos, andan como que no saben cómo comportarse. Es como que les cortaran los pies, los botaran de su pedestal y quedaran chicos y mirando a estas mujeres; replanteándose lo que por años han venido haciendo. Coca Guazzini, está más bien con ganas de reconciliar. Cambio generacional La semana anterior a esta entrevista, Coca Guazzini estaba en la Divina Providencia, despidiendo a Nelly Meruane mientras Ramón Núñez recitaba íntegras las "Coplas a la muerte de mi padre". Ella pensaba: -Estamos pasando a primera línea. Algo se acaba -cuenta-. Eso me pasa cuando despido a mujeres como la Liliana (Ross) y la Nelly (Merune), grandes mujeres apasionadas del teatro, veo que parten las últimas generaciones de teatro. Porque eso somos nosotras, nosotras nos formamos en el teatro. Mi gran pasión es el teatro, yo sigo amando el teatro como la primera vez. Es como realmente el gran amor de la vida, ese que te acompaña siempre, porque uno va dejando grandes amores en la vida pero el teatro es el que siempre ha estado ahí. Ese mismo día Coca Guazzini subía al escenario una vez más, lo hacía como Kate Keller, coprotagonista de "Todos eran mis hijos", montaje del Teatro UC para el clásico de Arthur Miller que le ha devuelto excelentes críticas y comentarios por su actuación. En la obra que esta semana sale de cartelera, ella y Cristián Campos son dirigidos por el joven y prolífico Álvaro Viguera y acompañados por un elenco más joven donde están reconocidos intérpretes que también comparten roles con ella en la televisión: Antonia Santa María, Cristián Carvajal y Elisa Zulueta. La actriz confiesa que no le fue fácil sacar adelante ese rol. Hubo que lograr consensos entre las diferencias generacionales y artísticas en el proceso de creación: -Como soy bien peleadora, peleo por hacer entender que hay procesos importantes de otros tiempos que se deben respetar. A mí me encanta desafiarme, trabajar con gente joven, experimentar, pero por muy moderno que sea lo que estás proponiendo, si no trabajas a fondo, si no entiendes a fondo, te queda como una cosa rara. Y a mí lo raro por lo raro me carga, no entro, no me interesa -asegura. Las razones de las diferencias, entiende la actriz, están dadas por el cambio social y tecnológico, por la hiperconectividad: -Nuestra generación se dedicaba todo el tiempo a estudiar teatro, no pedazos, no tiempos menores, no tiempos más cortos -explica-. Eran generaciones de lectura profunda, que recitan hasta el día de hoy poesía, como Ramón Núñez o Jaime Vadell. Por ejemplo, yo veo a la Delfina (Guzmán), que ya se siente vieja, cansada, pero tenemos un grupo de amigas que siempre estamos con ella. Y ella, por cansada que esté, no se olvida de nombres, de obras, no se olvida de hablar de ciertas cosas importantes. Y eso no lo veo hoy. Las generaciones de ahora se dedican a más cosas. Por un lado digo, 'pucha que hay talento en los cabros jóvenes: cantan, bailan, saben hacer como muchas cosas. Hay muy buenos actores'. Pero también dividen el tiempo en demasiadas cosas. El rol de la esposa de Joe Keller (Cristián Campos), un fabricante de piezas de armamento que acaba de perder un hijo en la guerra y cuyo socio está en la cárcel por vender piezas defectuosas que causaron muertes impensadas, también le ha servido a la actriz para seguir reflexionando en el rol de la mujer. -Cuando me llamaron para esta obra fui donde mi maestro, Gustavo Meza, que es un amante de Miller, a contarle que la iba a hacer. Quería que él la viera y me dijera si es que yo había sido porra o había logrado aprender de él -dice con evidente emoción-. Él, como buen maestro, me dio algunos tips sobre el personaje. Me dijo: 'Tú eres una madre, pero no eres todas las madres. Debes encontrar esa particularidad'. Coca, reflexionó profundamente sobre su personaje y no pudo dejar de encontrar un nexo con lo que sucede con el resto de las mujeres; y con su historia personal también. -Esta madre también tiene algunos arrebatos que podemos ser capaces de ver en algunas mujeres de hoy. Donde a pesar de que hay elementos de dueña de casa, de mujer conservadora, hay un momento de liberación que es interesante ver. Descubrir. Para mí en esa mujer también hay una cierta rebeldía hacia lo que impone la sociedad. Aunque gran parte de la obra ella se esconde por mantener la familia, finalmente hay una liberación. Ella se libera cuando inconscientemente acusa a su marido, cuando comete eso que se llama el error de la tragedia. Kate se libera de su hombre, se libera de ser cómplice y se libera aún amándolo. Coca Guazzini estuvo 15 años casada con Gonzalo Robles, tuvieron un hijo que hoy tiene 37 años y que, cuenta, ya da muestras de cómo han ido cambiando los estereotipos de ser hombre y ser mujer. -Creo que soy de una generación que igual empezamos a cambiar, a entregarle a nuestros hijos un ejemplo distinto del que tuvimos. -¿Separarse fue su acto de liberación? -Claro, eso antes no se hacía. La mujer aguantaba y aguantaba porque no tenía suficiente plata, pero el sometimiento todavía se ve incluso cuando estás en el supermercado, cuando ellas eligen algo y el hombre les dice que no. Coca cuenta que tras su matrimonio fue poco a poco dando pasos de liberación. -Tuve que aprender a tomarme mi primer pisco sour sola. Al principio lo encontraba tan raro. Me separé y dije 'tengo ganas de ir de tomarme un trago'. 'Tengo ganas...', qué importante es decir eso y hacerlo. Fui, me senté en una barra, en El Biógrafo, y fui muy feliz. Así, de a poco, empiezas a no tener ninguna distancia con hacer cosas solas. Muchas veces me voy a la playa sola. Veo en el peaje los autos con familias, con amigos, y yo, sola. Siento algo como... Es curioso, es mirar la vida estando sola. Aunque mis amigas se rían: siento que hablo menos y me escucho más. En todo caso, Coca cuenta que no está sola, que tiene pareja, que hace siete años mantiene una relación puertas afuera, y que está muy bien así. -Vive en Valdivia -cuenta-. Las relaciones a distancia son particulares, ponen distancia, claro está. Pero somos grandes, viejos, hemos sabido sortear las olas. Rumbo a Puerto Octay Desde que era niña el sur de Chile representa espacios de libertad para la actriz. Hasta allá viajaban los tres hermanos mayores con su padre a hacer camping, mientras su mamá prefería irse a la playa con su hermana menor. Hace unos seis años, de regreso por esa zona, quiso comer chicle, entró a un pueblito pequeño, de unas cuatro casas, recuerda, y lo que le pasó ahí la marcó: -Entré al negocio y la persona que me atendió no dejaba de mirarme. No era capaz de ir a buscar el chicle porque no dejaba de mirarme. Pero nunca me dijo nada. Era como que la persona que veía frente suyo se le venía a la mente desde otro lugar, pero no sabía desde dónde. Nunca me preguntó nada. Fue fantástico. La anécdota para Coca Guazzini no fue para nada menor. En esos segundos se le hizo evidente que ese comerciante sureño no sabía bien quién era ella, que su cara le resultaba familiar, pero que no la lograba del todo identificar. -Dije, me encantaría que me pasara esto alguna vez. O sea, que yo llegue a algún lugar en que no me pidan la foto. Pero no por esta cosa medio diva de 'ay, estoy cansada de que me pidan la foto'. No. Si no que para poder relacionarme con un otro desde otro lugar. Silvia Beatriz Guazzini Monsalve, la tercera de cuatro hermanos, separada por 17 años de la menor, dice hoy que toda su vida ha tenido que ver con la representación: -Crecí jugando a hacer personajes. Todos mis juegos infantiles con mis amigos del barrio eran que ellos llegaban a mi casa y a los dos minutos los tenía a todos representando situaciones de una micro, de la paquetería -dice, y sonríe con ternura al recordar esos primeros sketches en la terraza de su casa de infancia en Ñuñoa-. Una vez a la semana, toda mi familia se acostaba en la pieza grande que compartíamos con mi hermana mayor, y yo les hacía show. Me metía en un clóset que teníamos, que era mágico, por supuesto, que tenía una luz adentro y ahí yo me disfrazaba. No preguntes por qué, pero así era mi vida, llena de fantasías y sueños. -¿Algún sueño hoy? -Tengo ganas de darme como un año sabático para bajarme un poco del escenario, para caminar por un lado tranquilo. Tengo ganas de ir a un lugar tranquilo donde camine, donde vea el cielo azul, donde esté verde, donde llueva, donde yo camine y camine. Y tengo ganas de trabajar con mujeres ahí. Quiero meterme al interior de las familias de las mujeres, porque siento que ahí hay mucho abuso, mucho maltrato y mucho poder malentendido. Somos nosotras las que tenemos que darnos cuenta de cuáles son nuestras capacidades, de respetarnos, de mirarnos, de sentir cuál es nuestro poder, que no es igual al de los hombres. Hablar de nuestra sexualidad, de cómo nos ayuda a formarnos como personas y cómo no depende de nadie más. Es nuestra, no es de un otro. Y a eso quiero ayudar, a que encontremos cuál es nuestro poder y no entregárselo a nadie nunca más. Quiero ayudarlas a encontrar ese poder trabajando desde lo que me ha ayudado a mí, desde el teatro, que es mi gran pasión, y desde la poesía. El plan dirá luego Coca Guazzini, es más concreto que un sueño pues ya sabe cuál será ese lugar: Puerto Octay. Ahí está buscando una casa pequeña, acogedora, que mire al lago. -Me quiero conectar con otro espacio. No digo que me vaya a retirar para siempre (tiene contrato con Mega por todo 2018). Amo lo que hago. Agradezco, por ejemplo, haber estado tanto tiempo en la televisión. No son muchas las mujeres de mi edad que están ahí. Yo llevo veintitantos años en la tele. Siento mucho respeto por todo lo que he hecho, pero tampoco siento que sepa hacer nada más -dice y ríe con cierto pudor ante la confesión-. O sea, yo nunca me he sentido una mujer con muchos otros talentos. Me encanta apreciar eso en otras mujeres que conozco, que tienen tantos talentos, las admiro, de verdad soy una admiradora de las mujeres. Pero yo nunca he sentido que sea muy buena en otra cosa. Y es porque nunca he probado. Tampoco he tenido la necesidad. Pero ahora tengo como unas ganas de contactarme con otros espacios del ser mujer. Luego se detiene como haciéndose una pregunta, y lanza: -Siempre decía que soy rara. Hoy no. Ahora me llamo distinta. Creo -dice buscando una expresión más exacta. -Le regalo una palabra: disidente. -Claro. O sea, cuando todos iban para allá, yo iba para otro lado. Hoy día siento que cuando existe esta gran compulsión por ser, por estar, por ser visto, por ser conocido, porque te vean los demás... Con todo esto de las redes sociales, de las selfies, de la opinión, de los like, de cuántos seguidores tienes... Justamente cuando existe esta gran compulsión, yo quiero caminar por donde ojalá nadie me conozca -dice, y empieza sola a contra argumentar-.Claro que parece absurdo que yo diga eso, porque soy una persona que están viendo hace tantos años, pues. Si la gente me ha visto en la televisión tanto. Claro que soy la Señorita Astrid para algunos y soy la Pía Correa para montones de otros. Eso también es muy lindo. Insisto que lo agradezco. No hay mayor alegría que cuando alguien me para en la calle y me agradece por haberlos ayudado a reír en años difíciles. Eso nunca lo voy a olvidar. *

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