Esta película ha sido dirigida por la cineasta de origen catalán Isabel Coixet y estrenada en España cuando arreciaba la tormenta independentista en su tierra. Por decir que estaba por la unidad de España, Coixet fue funada e insultada en su casa de Barcelona por los separatistas, razón por la cual ella y su película adquirieron el simbolismo de la defensa de la tolerancia. Separada de esa circunstancia política, La librería es una película diferente, con cierta carga política, sí, pero de un tipo muy distinto. El relato se centra en Florence Green (Emily Mortimer), una joven viuda de guerra que se va a vivir al pequeño pueblo de Hardborourgh buscando una vida apacible, acaso más contemplativa. Para regresar a su mundo favorito, el de los libros, que también le recuerda a su esposo muerto, decide comprar una añosa casa e instalar la única librería del pueblo. Su principal cliente pasa a ser Mr. Brundish (Bill Nighy), un veterano reclusivo que no sale de su casa y no se relaciona con la gente del pueblo. Brundish tiene sus gustos literarios muy definidos (si se trata de biografías, las prefiere sobre gente buena; y si se trata de novelas, que sean sobre gente mala), y, tratándose de los años 50, hasta es atrevido: detesta a las hermanas Brontë y se fascina con Ray Bradbury. Este es el lado feliz del emprendimiento de Florence. El lado amargo es la señora Violet Gamart (Patricia Clarkson), una aristócrata que tiene el proyecto de instalar un centro de arte en la casa adquirida por Florence y está dispuesta a hacer cumplir sus deseos sin límite de recursos. Hay que decir que se trata de un conflicto extraño, en absoluto insoluble, que se resolvería con un poco menos de intransigencia; pero desde que se trata de una exigencia de la señora, se convierte en un abuso de poder e Isabel Coixet lo lleva a uno de la mano para identificar dónde está el lado correcto, con quién hay que simpatizar y a quién hay que odiar. No hay minuto en que se pueda dudar de que Florence es una idealista y la señora Violet, una arpía.