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TODOS LOS MUNDOS DE ALFREDO MORENO

sábado, 30 de junio de 2018

por Estela Cabezas A.
Entrevista
El Mercurio

Un padre diferente. Una juventud con apuros económicos. La idea con la que ganó su primer millón de dólares. El ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, conocido por ser un empresario con muñeca y ascendencia para lograr acuerdos, y cuyo nombre ha sonado como el elegido para suceder al Presidente Piñera en las elecciones del 2022, mira su historia para explicar quién es hoy. También revela, por primera vez, cómo vivió en lo personal el caso Penta.



Alfredo Moreno Aguirre, el padre del ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno Charme, era un hombre distinto, que captaba miradas curiosas en la calle. Se había quemado la cara y el torso jugando con un fósforo, a los 8 años: el fuego le encendió el chaleco que llevaba puesto y quedó con quemaduras graves.

-Mi papá tenía la piel de distintos colores. Por ejemplo, aquí, donde está la barba, él tenía la piel suelta de otro color. Tuvo que hacerse operaciones toda su vida. Recuerdo la última que se fue a hacer en Estados Unidos. Cuando volvió nos dijo: ¿Saben qué? Ya soy así, no me voy a hacer nada más.

Alfredo Moreno, 61 años, cuatro hijos, ingeniero civil de la Universidad Católica, máster en la Universidad de Chicago, expresidente de la CPC, expresidente del directorio de la Teletón, expresidente de Icare y exmiembro del directorio del Hogar de Cristo, está sentado en el living de su casa en La Dehesa, tomando una taza de tapsin y recuerda a su padre, por quien sentía fascinación, a propósito de las tareas propias de su labor como ministro de Desarrollo Social: en una de las semanas más heladas de junio, visitó a personas en situación de calle, "personas que tienen mucha soledad, están desaseados, viejos, enfermos, pero curiosamente tienen una tremenda humanidad", describe. Y asegura que esas experiencias de vida le llegan especialmente, debido a la historia de su padre.

-Para algunas personas esto era un shock, para mi papá no, cero, no le influía en su vida ni en su trabajo. Yo no entendía mucho cuando la gente preguntaba con cara rara qué le había pasado. Para mí él era completamente normal. A él no le importaba nada.

Tenía 14 años, era un alumno destacado por sus notas en el colegio San Ignacio de El Bosque -lo que enorgullecía al padre-, cuando este murió de un ataque al corazón, en 1970. Fue un remezón para toda la familia.

-Se suponía que teníamos una buena situación, pero cuando murió nos dimos cuenta que no teníamos nada. Y que había acumulado un montón de deudas.

 Hubo que hacer ajustes, relata. Su madre comenzó a trabajar vendiendo autos y junto a su tía, la madre del fiscal nacional Jorge Abbott, empezó a hacer cócteles y a arrendar su casa para eventos.

 -Nosotros trabajábamos de mozos y hacíamos unas lucas ahí. Luego mi mamá empezó a arrendar las piezas de la casa a estudiantes o gente que trabajaba. Fue un cambio grande, vivíamos en una sola pieza. Y había que compartir los baños con otros gallos. Fue duro.

 La muerte del padre coincidió con que él se volcara de lleno en las labores de trabajo social de su colegio.

-Los jesuitas estaban entonces en una cosa social muy fuerte, había que ayudar a la gente con menos recursos. Eso, en 1970, se consideraba muy revolucionario y en el caso de mi colegio solo se hacía en Alonso de Ovalle. Nosotros creamos la primera comunidad de vida cristiana en el San Ignacio de El Bosque, hicimos el primer trabajo de verano, que además me tocó dirigir; después hicimos los primeros trabajos de fábrica. Hoy todas esas cosas son una tradición.

-¿Si su padre no hubiera fallecido cree que habría tenido esa relación con el mundo social?

-No lo sé, tal vez no. Creo que esto fue una especie de refugio para mí, porque cuando llegaban las vacaciones y mis amigos se iban al campo, a la playa, yo no tenía ninguna parte a dónde ir. Con esto empecé a pertenecer a algo también.

Su primer millón de dólares

Egresó del colegio con el reconocimiento de "alumno ignaciano" de su generación, que se entrega a los alumnos destacados. En la Universidad Católica, donde entró a estudiar ingeniería civil, dice, se enfocó en estudiar y ser el mejor de la carrera; la labor social quedó en segundo plano. Al terminar fue becado por la Escuela de Economía a la Universidad de Chicago y partió a Estados Unidos.

Regresó en 1982 y se encontró, relata, con un país en crisis: casi todos los grupos económicos estaban intervenidos o quebrados. Muchos de esos empresarios no podían seguir trabajando y pasó que la generación de Alfredo Moreno comenzó a ser llamada para pasar a formar parte de los directorios. "Así fue como me ofrecieron ser presidente de algunas empresas y empecé mi carrera", dice.

Hoy es uno de los ministros más acaudalados del gabinete. Su casa en La Dehesa está avaluada en más de 700 millones de pesos.

-¿Cuándo ganó su primer millón?

-¿De dólares?

-Sí.

-A mediados de los 80, con la venta de libros junto a diarios y revistas, una idea que desarrollamos en Chile con Ercilla y que luego fui a ofrecer a Argentina, Perú, Brasil, México y Estados Unidos. Me costó mucho convencer a la gente, pero cuando pasó llegamos a hacer un negocio impresionante.

-Usted ha sido empresario toda su vida. En el último tiempo, los chilenos tienen una animadversión hacia ellos. ¿Cuánta culpa tienen los mismos empresarios de que exista esa impresión?

-Creo que los empresarios, así como muchas instituciones, tienen la culpa. El mundo ha cambiado y no se ha evolucionado suficientemente rápido. De hecho, nunca participé en la cosa gremial, pero lo hice el 2016 porque era el momento de evolucionar y ser parte de esta nueva sociedad que estábamos conversando.

-¿Qué le pasó al empresariado que la gente tiene esa mirada de que se han cometido tantos abusos y fraudes?

-Lo mismo que nos ha pasado a todos como sociedad. Lo que pasa es que se ve más cuando la persona es más visible y tiene más poder y dinero.

-Claro, porque las consecuencias son mayores para la gente. Más que si alguien no paga el Transantiago.

-Hay un cambio muy grande que está en curso, mira lo que son las dirigencias gremiales hoy, son diferentes a lo que había antes. Tengo fe en ellos.
-¿Y en la anterior, donde están por ejemplo sus amigos Carlos Délano y Carlos Lavín? ¿Se ha dado está conversación estilo: "Por qué hicieron esto"?

-Por supuesto

-¿Qué les dijo?

-No voy a decir lo que hablo con ellos.

-¿Cómo vivió en términos personales el caso Penta? Usted entró a trabajar ahí poco tiempo antes que estallara el escándalo.

-Fue muy duro, porque llegué a Penta en 2014 y todo el problema estalló una semana después de que llegué.

-¿Se sintió un poco engañado respecto del trabajo que le habían ofrecido y lo que terminó haciendo?

-No, pero era nada que ver con lo que pensaba que iba a hacer. Pero más que eso, mi situación era muy simple. Todas las personas que estaban ahí, estaban siendo afectadas por lo que estaba pasando. Teníamos 40 mil y tantos empleados, trabajando en varios países, empresas muy importantes que tenían que seguir caminando; me pareció que mi responsabilidad era seguir haciendo que eso funcionara.

-¿Cuál es su opinión del caso Penta y las boletas?

-Pienso que todo lo que es el financiamiento de la política, tanto desde el punto de vista político o de los empresarios, fue una cosa que jamás debió suceder, no está bien hecho. Se los dije a ellos y a todos.

-¿Qué es lo que viene ahora para esos empresarios?

-La justicia va a definir.

Hace dos semanas, el Tribunal Constitucional rechazó el requerimiento de inaplicabilidad presentado por el Partido Socialista, lo que significa que se seguirá con el procedimiento de juicio abreviado para los involucrados en el caso Penta.

La solicitud del PS, que es querellante en este caso, objetaba el acuerdo entre la fiscalía y los controladores del grupo Penta, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, junto al exsubsecretario de Minería en el primer gobierno de Sebastián Piñera, Pablo Wagner, para recalificar el delito de cohecho por enriquecimiento ilícito. Esto significa que ninguno de los imputados arriesgará penas mayores a los cinco años, descartando pasar por la cárcel.

-¿Cree usted que esto va a dejar contento al clamor popular?

-El problema acá no es el clamor popular: el problema es la justicia que tiene que aplicar la ley. La ley va a aplicar lo que le corresponda.

Piñera, muy gritón

La llegada de Alfredo Moreno a la política fue casi pura casualidad y asegura que nunca lo buscó. Tenía ya 53 años y una carrera empresarial sólida, cuando el Presidente Piñera lo llamó para que se hiciera cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores durante su primer gobierno. Fue el único ministro que estuvo todo el período en su cargo. Tras salir del gobierno, volvió a sus labores empresariales y gremiales. Sin que se le moviera un pelo dejó la política de lado, dice.

-¿Aceptó entrar en política en el primer gobierno del Presidente Piñera por amistad?

-No. Yo no era amigo del Presidente Piñera. En la década del 80 él me ofreció muchas veces trabajar en sus empresas, pero nunca acepté.
-¿Por qué?

-Me parecía que era muy gritón y muy mal educado, que no nos íbamos a entender. Después con el tiempo me tocó trabajar con él en la campaña de Hernán Büchi: él era el jefe de la campaña, y yo colaboraba. Finalmente él decidió irse y yo, quedarme hasta el final. No peleamos. Él tomó un camino y quería que nos fuéramos todos, y yo pensé que lo que correspondía era quedarse. Le encontraba razón que en realidad el candidato no tenía muchas ganas de ser candidato, pero me parecía que había que quedarse igual. Después él me ofreció ser su jefe de campaña en la época justo antes de la Kioto, pero no alcancé a contestarle porque se acabó la campaña (se ríe).

Cuando Piñera compró Ladeco y él era su presidente, también le ofreció quedarse, pero esta vez fue Moreno quien decidió irse.

-No es que me cayera mal, lo encontraba muy inteligente y capaz, pero otra cosa era trabajar con él y que fuera mi jefe.

En 2010, cuando siendo ya Presidente, Piñera le ofreció que fuera su canciller, no lo pensó dos veces.

-¿Qué había cambiado que aceptó? ¿Usted o él?

-Lo primero es que no podía decirle que no al Presidente de Chile. Y lo otro es que no lo conocía. Lo dije en un libro: en los cuatro años que trabajé con él nunca tuve un problema; al contrario, es muy apoyador, muy criterioso.

-¿Y era gritón?

-De vez en cuando, pero no he tenido nunca problemas con él. Si hubiese sabido que era así, habría trabajado con Piñera desde el primer minuto, encantado.

-¿Por qué no ha fichado por un partido político aún?

-Nunca he querido militar en un partido político, pero la verdad es que nunca nadie me lo ha ofrecido tampoco.

Conservador en lo valórico

En un heladísimo día de junio, el ministro de Desarrollo Social camina entre los albergados que se encuentran en el Gimnasio Municipal de Puente Alto. Muchos lo reconocen, se le acercan, le piden cosas, quieren sacarse una foto con él. Alfredo Moreno se ríe, los abraza, y se anima incluso a cantar "La Bamba". Al finalizar la revisión hace despachos para los noticieros y los programas de conversación nocturnos. La semana de más bajas temperaturas de lo que va del año ha sido agitada para el ministro, tanto que dos semanas más tarde aparecerá en un estudio realizado por Conecta Media en mayo pasado, como uno de los siete ministros con más presencia mediática.

 En enero, cuando recién había sido nombrado ministro de esa cartera, Carlos Peña afirmó en una columna que él era un empresario preocupado de lo que suele llamarse "iniciativas sociales". En la columna se lee: "Junto al tiempo que dedica a la obtención de su renta y a los caballos que cría con esmero en Melipilla (y alguno de los cuales regala a la realeza británica, empleando la misma sonrisa amable con que ayuda a los desvalidos), presidió la Fundación Teletón y participa de varias iniciativas de ayuda a sectores maltratados por la desigualdad o la mala fortuna". Carlos Peña, además, lo califica como parte de la "derecha compasiva", esa que "en vez de detenerse en las causas que las configuran (la desigualdad) y que las acentúan, prefiere detenerse en la actitud benevolente que hacia ellas deben poseer los favorecidos por la fortuna"

-¿Qué le pareció que Carlos Peña lo interpelara con esa categorización?

-Me parece que su opinión pertenece a un Chile un poco antiguo: él cree que puede resolver los problemas de las personas con una acción del Estado, con una acción de una ley y que todo se establece así. Pero no. Por ejemplo, tenemos una Ley Auge que dice que las personas hay que atenderlas, pero resulta que hoy tenemos 11 mil personas que están esperando y que no se les atiende. ¿Entonces qué? ¿Vamos a dejarlos esperando? Hay que actuar, hay que resolverlo, y todo el que pueda colaborar, fantástico.

-Carlos Peña afirma que los nuevos grupos medios, aquellos que recién están saliendo de la pobreza, no quieren una mirada compasiva, sino que quieren justicia.

-Comparto que debe haber un Estado y leyes que defiendan esos temas, y que, además, tomen de los que tienen más y ayuden a los que tienen menos. Pero eso no es suficiente. Creo que esa receta, que la conocemos desde hace mucho tiempo, no es suficiente para hacer una sociedad donde las personas se sientan cómodas, tranquilas, felices, se sientan que son parte de un mismo lugar. Esto incluso tiene que ver con lo que son los países modernos, donde la unión del país es cada día mas frágil.

-¿Consideró injusto que lo personificara en usted?

-No, solo me pareció que estaba profundamente equivocado.

-¿Qué cree usted que va a definir a este gobierno? ¿El tema valórico o el tema de la derecha social?

-Yo habría dicho siempre que es la preocupación por lo social. Esa es mi opinión de fondo, pero también veo que en la agenda de los primeros meses ha habido mucho del tema valórico. Hay una transformación de la sociedad que se ha comido una parte importante de la agenda, en temas como aborto, como la discusión de género, como el tema de las mujeres, hay ahí un cambio muy grande. Los temas valóricos son muy importantes y estamos en un proceso de cambio, pero creo que a la gente le sigue importando su progreso, sus posibilidades, el futuro de sus hijos. La capacidad que tengan de tener una situación mejor de la que ellos tienen. La posibilidad de que las personas puedan llevar adelante todos sus sueños. Lo básico y lo central está ahí. Y si no, es imposible explicarse por qué el Presidente ganó por más de 10 puntos en las pasadas elecciones.

-¿Es usted conservador en términos valóricos?

-Sí. O sea, acepto la ley de aborto, acepto que hay que cumplirla, pero en mi opinión personal estoy en contra. La ley de identidad de género me parece bien como está planteada; si una persona siente que puede ser así, que pueda cambiar su género porque no corresponde, me parece bien. Y me parece que exista una cierta edad donde no se pueda hacer, y otra edad donde los padres puedan tomar la decisión. Siempre pensando que esa persona a los 18 años puede cambiar de opinión.

-¿Se siente parte de la "derecha cavernaria" de la que habló Mario Vargas Llosa a fines del año pasado?

-Me parece que es una cosa demasiado genérica. Creo en la libertad de las personas, de poder hacer lo que quieran, de poder emprender, de desarrollar su propio proyecto familiar, de dedicarse a lo que les parezca. Las medidas de desarrollo de los países son cuánta libertad tienen las personas de poder hacer lo que quieren, pero no creo en la libertad de las mujeres para poder abortar. Tampoco creo en la libertad de una familia de cambiarle el género registral a un niño de 6 o 7 años, aun si lo ha llevado a psicólogo, médico. La libertad se termina cuando te metes con la libertad del otro. En este caso, en la libertad de esos niños.

-¿Está a favor de la adopción homoparental?

-No, estoy a favor del niño. Cuando uno piensa el problema, si uno parte en que el derecho es de las personas a adoptar se determina una cierta legislación. Si uno parte de que el derecho es de los niños de encontrar una mejor familia, toda la legislación se establece de esa manera. Y si en una situación, para el niño es lo mejor que una familia homoparental lo adopte, que así sea.

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