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Naveta litúrgica

sábado, 23 de junio de 2018

Por Beatriz Montero Ward. Fotografías, Carla Pinilla G.
Anticuario
El Mercurio

Belleza artística e historia se unen en las piezas de arte sacro, entre ellas la naveta, ese recipiente con forma ovalada, semejante a un pequeño bote, usado para guardar el incienso en las ceremonias religiosas.



D esde la antigüedad, la religión ha sido una enorme fuente de inspiración, y en torno a ella artistas y artesanos, muchos de ellos anónimos, han creado magníficas obras de arte. Algunas concebidas para representar deidades, contenidos o episodios de los textos sagrados; otras, para servir como objetos de uso ceremonial. El coleccionismo de este tipo de antigüedades es fascinante, pues cada pieza representa un universo singular en que se unen belleza e historia, espiritualidad y oficio.

Entre los objetos que conforman esta materia están las navetas litúrgicas, un tipo de recipiente de metal, muchas veces de plata, que se emplea durante la celebración de la misa para guardar el incienso. Es un complemento del incensario y casi siempre va acompañado de una larga cucharilla del mismo metal que sirve para transferir al braserillo la porción de polvo o granos de resinas aromáticas vegetales a quemar. Su forma, similar a la de una carcasa de bote y a la cual debe su nombre, se hizo común en los siglos XIV y XV y simbolizaba a la Iglesia transportando la fe de la salvación. Desde la Edad Media en adelante, tanto en la fabricación de navetas como de otros artículos de uso eclesiástico, las diócesis más ricas usaban metales preciosos como oro y plata, esmaltes y gemas para adornarlas. Las sedes más humildes, en cambio, mandaban a hacer sus enseres en cobre, bronce y peltre.

La costumbre de esparcir incienso en las habitaciones era ya habitual en tiempos del Imperio Romano, con el propósito de purificar el ambiente. Sin embargo, no formó parte del ritual de la liturgia cristiana hasta después de la persecución a los creyentes -entre mediados del siglo I y el IV-, pues la práctica era asociada a ritos paganos. Su primer uso en el mundo de la fe fue para venerar a los muertos, y desde allí se extendió para acompañar con su aroma y humo los servicios religiosos, simbolizar las oraciones elevadas a Dios y traer a la mente la realidad celestial de los sacramentos.

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