El 29 de mayo pasado, al periodista ruso Arkady Babchenko lo mataron a la salida de su casa, en Kiev, Ucrania. Vivía allá después de ser acosado por autoridades de Rusia, por su fuerte activismo contra las políticas exteriores de Vladimir Putin. De hecho, el primer ministro ucraniano, Vladimir Groisman, dijo estar seguro de que la "máquina totalitaria rusa no ha perdonado su honestidad". Mientras el hecho explotaba como un escándalo contra la libertad de expresión y escalaba como un conflicto diplomático, la realidad se impuso: Babchenko estaba vivo. Un día después del supuesto tiroteo, apareció en una conferencia de prensa para revelar que junto a las autoridades ucranianas había fingido su asesinato para detener un plan -ese sí de verdad, supuestamente- para asesinarlo. El escándalo se convirtió en comedia. Quizás era literatura. La mejor ficción que jamás creó Babchenko, que por cierto es escritor. Periodista combativo y enemigo declarado del Kremlin, Babchenko primero fue soldado. Estuvo en el frente de combate en las dos guerras de Chechenia -entre 1994 y 2000- y al regresar escribió "La guerra más cruel", un celebrado volumen de relatos entrelazados en que narraba su experiencia en batalla. Publicado en español por la editorial Galaxia Gutenberg en 2008 y disponible en Chile, el libro le dio a Babchenko todas las credenciales para presentarse como una promesa en el extenso universo literario ruso del siglo XXI. De hecho, no es ni el único autor que ha escrito un testimonio sobre Chechenia ni el único que ha extremado sus posiciones políticas hasta la acción. En la Rusia de Putin, la disidencia parece enhebrar a los escritores. Tierra de gigantes como Tolstoi, Chéjov, Dostoievski y Gogol, Rusia tiene una historia literaria plagada de figuras simbólicas que en su larga época soviética continuó produciendo autores tan poderosos como Gorky, Boris Pasternak, Marina Tsvetáieva, Solzhenitsyn o Nabokov. Caída la URSS, su literatura no ha tenido un protagonismo mundial ni europeo, acaso con la excepción de la bielorrusa Svetlana Alexiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015. Y sin embargo, sus letras están totalmente vivas y en tensión con su pasado y el presente: dialogan con los ecos de la era soviética, el desatado capitalismo de los 90 y los nuevos aires autoritarios de Putin desde todos los géneros. Es posible que estén produciendo los clásicos del futuro y que, al menos por acá, aún no los hayamos leído. Disidentes, políticos "Hoy en Rusia la poesía es primero. Luego vienen los políticos", decía ilusionado hace unos años Dmitri Bykov (Moscú, 1967), un multifacético intelectual que da clases de literatura en Estados Unidos, conduce programas de televisión y ha escrito decenas de libros, ensayos, poemas y novelas, entre las que destacan una biografía de Boris Pasternak y "Almas vivas", una irónica meditación sobre el alma rusa que cita oblicuamente al clásico de Gogol "Almas muertas". "Antes de ir a la primera protesta, yo había parado de escribir poesía. Luego, escribí un libro entero de poemas", contaba Bykov en el documental sobre la literatura rusa "Russia's Open Book", que lo mostraba en las calles en manifestaciones de 2012 en contra del regreso de Putin al Kremlin. Iba entre las masas, junto a otros autores de peso como Liudmila Ulítskaia, Boris Akunin y Zajar Prilepin. "El proyecto soviético, que era innegablemente cruel, también apuntaba a la ilustración, un asunto aún no terminado en Rusia. También luchó contra el oscurantismo. Este ímpetu ha sido completamente revertido, y ahora el gobierno está luchando contra el ateísmo en su lugar", decía Bykov en una entrevista el año pasado, ya instalado como un referente tras su trilogía "Justificación", "Ortografía" y "Evacuador", una serie que cubre desde el origen de la revolución rusa de 1917 hasta el terrorismo checheno actual. Su ambición es tan grande como su estima por la literatura rusa: "Yo no veo diferencias esenciales entre la tradición rusa y la mundial, salvo una: en Rusia siempre todo sucede antes. Ahora en Rusia, donde parecía que existía un vacío total, está palpando esa cosa terrible que es la prosa de la nueva era que refleja el gran enfrentamiento que se está produciendo entre el Islam y Occidente. Rusia adelanta a Occidente en todo, incluso en su degradación", añadía. Ese enfrentamiento aparece literalmente en "La montaña festiva", la primera novela de Alisa Ganieva (Moscú, 1985). Lanzada en 2012 y publicada en 2015 en español por editorial Turner, narra la historia de una adolescente que pasa sus días entre el celular y las discoteques, hasta que se enamora de un yihadista y pasa a la clandestinidad. De fondo, un anuncio puede cambiarlo todo: el gobierno ruso planea construir una muralla para aislar el Cáucaso del país. Según el diario El País, la novela retrata los avatares actuales de la sociedad rusa: una "mezcla de nostalgia comunista, corrupción postsoviética y radicalismo islámico". Pero antes que Ganieva, otro escritor ya imaginó una muralla. Y la de Vladimir Sorokin (Moscú, 1955) era más grande: la novela "El día del opríchnik", publicada en 2008 en español por Alfaguara, plantea una distopía no muy lejana en el tiempo, en que los mecanismos gubernamentales del zar Iván el Terrible se cruzan con tecnologías del futuro para describir una Rusia aislada al punto de que se está construyendo un muro a lo largo de todas sus fronteras. El libro es parte de una obra contingente y polémica que no solo ha llevado a que Sorokin sea calificado como un cruce entre Vasily Grossman y Philip K. Dick, sino también a que un grupo pro Putin lo individualizara como objetivo y quemara sus libros públicamente frente al Teatro Bolshoi. Aunque controvertido, el terreno de Sorokin (Riazan, 1975) se limita al artístico. Mucho más lejos ha ido Zajar Prilepin, de quien en español se consigue su primera novela "Patologías" (Sajalín Editores 2012), en la que narra en clave de ficción su experiencia en las fuerzas especiales rusas en la Guerra de Chechenia. Más que una novela bélica, fue leída como un brutal retrato de la violencia en Rusia y le dio a Sorokin una fama que él aprovechó para erigirse como un portavoz del neocomunismo: se unió al ya proscrito Partido Nacional Bolchevique creado por el escritor Eduard Limónov (el retratado por Emmanuele Carrère), mientras escribía novelas autobiográficas sobre hombres furiosos en un país en ruinas. Prilepin ha ido de las palabras a la acción: el año pasado se sumó a las milicias prorrusas que luchan contra el ejército de Ucrania en Donetsk. Hace unos años, Prilepin situaba a los narradores rusos actuales en la línea de los clásicos. Y ponía un acento político: "Una de las principales características de la literatura rusa actual es que esta se niega a admitir que el siglo XX en Rusia fue una especie de agujero negro y una terrible plaga. 'Lo grande se ve desde la distancia', escribió el gran poeta ruso Serguéi Esenin", aseguró. "Y he aquí que la desaparición de la Unión Soviética vista un cuarto de siglo después se ve un poco diferente. No, no se busca justificar la represión, pero al mismo tiempo los escritores son conscientes de que Rusia estaba tratando de poner en práctica una utopía global y que, por lo menos, a gran escala, la vida de generaciones enteras no fue una vida sin sentido, sino más bien buscaron darles significado casi místico a sus vidas", añadió. Del pasado al futuro El pasado tiene múltiples lecturas, por supuesto. La mayor obra del fallecido Alexandr Chudakov (1938-2005), "El abuelo", publicada en español por editorial Automática, es la clásica historia sobre la represión en la URSS: la historia de un hombre común que ve cómo la revolución cambia completamente su vida y la escala de valores de su sociedad. El narrador es su nieto, quien ve a su abuelo como el vestigio de un mundo perdido. Publicada el año 2000, una posible respuesta a "El abuelo" es "El caballo de Venus" (2005), de Mijaíl Shishkin, escritor que desde los 90 vive en Suiza, y que levanta un complejo entramado para explorar el peso de la historia soviética: alternando las historias de un intérprete que trabaja en el servicio de inmigración de suiza, las vivencias de múltiples refugiados rusos y los diarios de la centenaria cantante Isabela Yurieva, construye un gran retrato de su país a lo largo del siglo XX. Los libros de Shishkin aún no están en español, pero sí lo están los de Liudmila Ulítskaia (Baskortostán, 1943), una de las más respetadas escritoras rusas actuales. Bióloga de formación, en los 70 se le prohibió trabajar como científica pues en el laboratorio en que se desempeñaba fueron encontradas copias de libros censurados. Ella misma los buscaba: en el documental "Russia's Open Book" contaba que compró muy caro un ejemplar de "El regalo", de Nabokov. "Descubrir a Nabokov tuvo un efecto muy poderoso en mí. Me di cuenta de que la literatura rusa contemporánea podía ser igual a la del pasado. Fue el primer escritor que me hizo darme cuenta de que había una conexión inquebrantable con la gran literatura del pasado", contó. En español están publicadas sus novelas "Sinceramente tuyo", "Mentiras de mujeres" y "Sóniechka", que LOM lanzó en Chile con traducción de Cristina Varas, hija de José Miguel Varas. Pero la obra más importante de Ulítskaia es "Daniel Stein, intérprete" (Alba), una reconstrucción de la vida de un hombre real -Daniel Rufeisen- que resume parte del siglo XX europeo: fue un judío polaco que sobrevivió al Holocausto haciéndose pasar por alemán y que como intérprete para la Gestapo salvó muchas vidas. Con los años, emigró a Israel y se convirtió al catolicismo. Ulítskaia utiliza todo tipo de materiales, desde cartas a entrevistas, sumando algo de ficción. Publicada en 2006, diez años más tarde Ulítskaia lanzó "La tienda verde", una novela ambientada poco después de la muerte de Stalin que sigue a un grupo de niños creciendo bajo el control estricto de las autoridades. Considerada casi una conciencia moral de la literatura rusa, Ulítskaia convive con nombres completamente diferentes en la escena literaria: uno de los autores más exitosos actualmente es Dmitri Glukhovsky, autor de la saga de ciencia ficción "2033". Es la historia de un futuro postapocalíptico, tras una guerra nuclear. En Moscú la gente logró sobrevivir en la red de metro y ahí se organiza una nueva sociedad donde conviven todo tipo de grupos, desde neocomunistas a neonazis. Afuera, acechan los peligros. La saga tiene varios libros y también un video juego. En español por el sello Timunmas, según Glukhovsky su historia está basada en una realidad: "Hay un retrato de la Rusia de los noventa, con el colapso de un imperio, viviendo en las ruinas de una vieja estructura gigante", aseguró. Pero si hablamos de géneros, el gran maestro ruso es el novelista policial Boris Akunin, seudónimo de Grigóri Chjartishvíli (Georgia, 1956). Uno de sus pocos libros en español es "El ángel caído" (Salamandra, 2002), el inicio de su saga con el detective Eras Fandorin, que luego protagonizaría otras siete novelas en el paso del siglo XIX al XX. Luego publicaría más de 50 libros, casi todos policiales, que aunque tenían la historia de su país de fondo casi no polemizaban con ella. Pero en las elecciones de 2012 Akunin se sintió llamado a la calle y protestó contra Putin. Vivió una conversión: dejó la ficción y se lanzó a escribir una gran historia de Rusia, que partió en 2013 con el volumen "Historia de Rusia: desde los orígenes a la invasión de los mongoles". En 2016 lanzó el quinto tomo, centrado en Pedro el Grande. Hoy vive en Inglaterra y no sabe bien qué pensar de su país. "Empecé a sentir que ya no entendía a mi país", dijo el año pasado. "Ví cómo Rusia se deshizo del totalitarismo en 1991 y luego cómo creaba una nueva versión de una sociedad no libre. Sabía por la historia que cosas similares habían pasado. Todo intento de hacer de Rusia un país libre inevitablemente termina en otra, a veces peor, forma de sociedad no libre. ¿Hay algo malo con Rusia y los rusos?, me pregunté", añadió el novelista que salió de las tramas de la ficción para enfrentar la realidad. Aparentemente, a los escritores rusos muchas veces no les queda otra que enfrentar la realidad. "La literatura rusa se niega a admitir que el siglo XX en Rusia fue un agujero negro", dice Zajar Prilepin. Lom publicó "Sónechka", de Liudmila Ulítskaia, traducida por la chilena Cristina Varas.
Tras 50 novelas policiales, Boris Akunin escribió una gran historia de Rusia. "No entendía a mi país", dijo.
El gran best seller es "2033", de Dmitri Glukhovsky, una saga en que los rusos sobreviven a un desastre nuclear.
La narradora Alisa Ganieva acaba de publicar una novela en que Rusia aísla al Cáucaso con un muro.