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Perfil | 1933-2018

Las rebeliones de Philip Roth

domingo, 27 de mayo de 2018

Roberto Careaga C.
Revista de Libros
El Mercurio

Controvertido y fascinante, odiado y admirado, el escritor que en los 60 saltó a la fama con la escandalosa novela El lamento de Portnoy murió el martes pasado a los 85 años. En 50 años de carrera le tomó el pulso al Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX con un estilo personal y subversivo que lo llevó a transformarse en un indispensable de la literatura contemporánea.



"¿Qué más puedo hacer?", se preguntaba ansioso Philip Roth a fines de los 90. Era un hombre de 65 años cargado con una renovada energía, que ya lo había escrito todo y quería escribir más. Mucho más. Se dio cuenta de que lo que buscaba estaba frente a él: nadie hablaba de otra cosa más que del affair en que había sido descubierto el Presidente Bill Clinton con su secretaria Monica Lewinsky. Ahí estaba la clave: embarcado en una serie que lo había llevado a explorar la explosión cultural y política de los 60, en Pastoral americana , y la caza de brujas del macartismo, en Me casé con un comunista , Roth se preguntó si podía abordar 1998, el año que vivía, como si ya fuera historia, y antes de pensarlo mucho ya lo estaba haciendo: no era Clinton lo que le interesaba, sino el "ánimo moral" de esos días en que se desató una "orgía de pureza" en Estados Unidos, como escribió en La mancha humana .

Publicada en el año 2000, cerrando simbólicamente el siglo, La mancha humana terminó también la llamada "trilogía americana" y puso a Roth en un estatus más o menos heroico en el plano literario estadounidense: después de 40 años fascinando e indignando con novelas cargadas de lujuria en las que desacralizaba la política, el judaísmo, la literatura y lo que fuera, Roth consiguió algo parecido a la unanimidad. Se llenó de premios y aplausos. Fue por esos días en que empezó a correr una idea en la prensa norteamericana: Roth era el mejor escritor del mundo. Exageraban. O quizás no. Con 20 libros a su haber, a los 67 años parecía haberse puesto a la delantera de sus compañeros de generación -John Updike, Don DeLillo, Thomas Pynchon- y acaso con más claridad, aplomo y urgencia que todos ellos, llegaba a la vejez con una desbordante vitalidad para desentrañar las ansiedades que habían modelado a Estados Unidos desde la posguerra.

Y todavía tenía más energía: en la primera década del siglo XXI, Roth publicó siete novelas, incluyendo la inquietante La conjura contra América y una suerte de coda, cinco novelas sombrías - Elegía , Sale el espectro , Indignación , La humillación , Némesis - dominadas por un solo tema: la muerte. Era una despedida. Sin titubeos: en 2012 el escritor informó a la prensa que llevaba dos años sin escribir y ya no iba a escribir más. Se retiró. "La escritura es frustración. Es frustración diaria, por no mencionar humillación. Ya no puedo enfrentar más días de escribir cinco páginas y tener que botarlas a la basura. No puedo hacer eso nunca más", le dijo a The New York Times, adelantando su plan para lo que venía: leer, leer, leer, nunca escribir. De hecho, colgó en su computador un letrerito que decía: "La lucha contra la escritura ha terminado".

Seis años después de instalar esa frase, la lucha para Roth se terminó del todo. El martes pasado, el escritor murió en un hospital de Manhattan a los 85 años. Fue un ataque cardíaco. Estaba haciendo lo que había adelantado, leyendo, viviendo sin el estrés de una novela en el horizonte, y aportando datos a su biógrafo, Blake Bailey. Según este informó en Twitter, Roth falleció rodeado de "viejos amigos". "La vejez no es una batalla, la vejez es una masacre", escribió el novelista en Elegía , pero aparentemente él tuvo una jubilación muy tranquila, casi siempre en su departamento de Nueva York, los veranos en su casa en Connecticut, escribiendo de vez cuando, pero nada serio. Ya había luchado lo suficiente.

La lujuria

"¿Qué se está haciendo para silenciar a este hombre?", preguntó un reconocido rabino a fines de los 50, cuando Roth empezó a publicar sus primeros cuentos en revistas como The New Yorker. El problema era que esos relatos hablaban sobre ciudadanos judíos americanos sin la más mínima concesión: eran adúlteros, locos, mentirosos, casi como cualquiera. Que su relato Adiós, Columbus , ganador del National Book Award 1960, narrara la vida de una familia judía derrochadora y sin una pizca de tragedia -el Holocausto estaba muy fresco en la memoria de cualquiera-, no ayudó a su reputación. Pero lo que definió para siempre quien sería Roth fue la novela que lanzó una década después, El mal de Portnoy .

"Fue uno de los actos subversivos culminantes de una época subversiva", dijo de El lamento de Portnoy la biógrafa del escritor, Claudia Roth Pierpont. De hecho, la novela fue un acontecimiento que superó por lejos los círculos literarios incluso antes de salir: la revista Life adelantó que se trataba de un "acontecimiento de primer orden en la cultura americana". Quizás lo era: la historia de la novela es la de un adolescente judío atormentado por su lujuria y agobiado por las tradiciones de su familia, que le cuenta a su psicoanalista todos sus lamentos. Roth escribía como un comediante agrio y satírico, y el público estuvo de su lado: en dos semanas se vendieron 210 mil ejemplares, superando al best seller del momento, El padrino , de Mario Puzo. Paralelamente, en el diario israelí Haaretz se leía: "El libro por el que han estado rezando todos los antisemitas".

Aunque el autor se refugió en la comunidad de escritores Yadoo durante la efervescencia del libro, la fama lo alcanzó: se le inventaron romances con Barbara Streisand, una noche salió con Jackie Kennedy, se convirtió en millonario, se sumó al nuevo mundo de las celebridades. Y aunque Roth hizo de todo para alejarse de las frivolidades del espectáculo, nunca dejó de ser una figura pública: en los 90 su ex esposa, la actriz Claire Bloom, publicó sus memorias, en las que contó detalles del matrimonio y llevó de vuelta a Roth a la prensa de farándula. Esa dimensión, sin embargo, está lejos de su escritura: en El lamento de Portnoy , el novelista puso en marcha toda una maquinaria de transgresión.

La fuerza de la libido desatada en El lamento de Portnoy aparecería en casi todas las novelas futuras de Roth, incluyendo El pecho o El profesor del deseo , hasta el extremo de El teatro de Sabbath (1994), la historia de un ex titiritero en decadencia, sucio e intolerante, que tras la muerte de su madre y de su amante se desata como el maniático sexual que siempre ha querido ser. Sabbath -además de representar la misoginia tan clásica de Roth- era un judío sin ninguna preocupación sobre su cultura religiosa (ni por nada, en realidad). Es que lo distanciaban 25 años de Portnoy, un chico de los 50 que necesitaba rebelarse ante su familia y comunidad. También fue una rebelión que siguió el propio Roth, desmantelando y rearmando toda una estructura de influencias literarias y amistosas, desde Kafka hasta Saul Bellow.

Aunque a mediados de los 90 Roth aseguraba que "el epíteto de 'escritor judeoamericano' no tiene ningún sentido para mí", en buena parte de sus novelas exploró el tema: en La visita al maestro (1979), La contravida (1986) Operación Shylock (1993) o La conjura contra América (2004) se hundió en el significado y las contradicciones de ser judío, sobre todo judío en Estados Unidos. Fue una complicación personal que, de hecho, lo llevó a inicios de los 70 a viajar a Praga para conocer la ciudad de Kafka y allá se encontró con un destino inesperado: de viajero en tour literario, terminó de activista. Conoció a escritores disidentes del régimen soviético y empezó a frecuentarlos año a año. Incluso, elaboró un sistema de ayuda monetaria a sus colegas checos y, más aun, entre los 70 y los 80 dirigió la Colección de la Otra Europa, de la editorial Penguin, donde editó en inglés a Milan Kundera, el serbio Danilo Kis o al húngaro Bruno Schulz, entre varios otros.

Invencible

"Estamos en contra de todo lo que es bueno y decente en la América blanducha. Somos la incubación de las pesadillas de vuestra madre", se leía en un póster artesanal que Merry Levov puso sobre su escritorio a los 16 años. Es una cita de The Weather Underground, una organización de izquierda radical estadounidense surgida en el hervidero de la resistencia contra la Guerra de Vietnam. Merry, en el pueblito de Old Rimrock, está dispuesta a ir tan lejos como ellos y un día pone una bomba en la sede del correo y muere una persona. Es la chispa que desata la desgracia en Pastoral americana (1997), la novela con que Roth empezó a narrar la tensiones de su país en la posguerra.

"La década de los 60 fue la época más dramática de mi vida", contaba Roth rastreando el origen de "La trilogía americana", que se inicia con Pastoral americana , una novela sobre los efectos de los 60. Narrada por Nathan Zuckerman -uno de los alter ego de Roth-, sigue la caída de Sueco Levov, una verdadera encarnación de lo más alto del sueño americano. Un hombre admirado por su comunidad, trabajador y confiable, que tiene una hija que arruina todo: Merry se vuelve una extremista política que odia todo su sistema de vida. Odia todo lo que él representa. Odia América y esto es importante, porque más allá de que Levov sea judío -de Newark, el mismo barrio de Roth-, Pastoral americana no es sobre la cultura judía sino sobre la identidad de los estadounidenses.

Como decía Roth en una entrevista en esos días, ya con 60 años "podía ver mi país históricamente". Si antes se había lanzado al cuello de las convenciones sociales dictadas por su comunidad, a los 65 años el escritor se concentró en desacralizar la historia de su país en el plano íntimo a través de las novelas de "La trilogía americana". Tras Pastoral americana , narró cómo era devastada la vida del actor radiofónico de los 50, acusado de ser comunista, en Me casé con un comunista , y finalmente Roth, en una movida casi periodística, decide hablar del año en que está viviendo, 1998, en La mancha humana : con el escándalo de Clinton de fondo, cuenta la desgracia de Coleman Silk, un profesor que le esconde al mundo que es de raza negra y, qué paradoja, su vida se arruina por una broma en una sala de clases que algunos consideran racista.

En las primeras páginas de La mancha humana , Roth hace un retrato del momento que vive su país y sostiene que el encuentro sexual de Clinton con Lewinsky en la Casa Blanca hizo que "reviviera la pasión general más antigua de Estados Unidos, e históricamente tal vez su placer más traicionero y subversivo: el éxtasis de la mojigatería". Al mismo Roth lo había perseguido tantas veces esa pasión en su vida, pero a los 67 años, pasando al siglo XXI, podía situarse como un observador y luego cambiar de página: terminó escribiendo novelas sobre el miedo y la muerte. Culminó su obra con Némesis , la historia de unos niños, incluido él mismo, amenazados por una epidemia de polio en 1944, pero decidió que el final de la novela no tendría nada de oscuro: después de un verano aterrados por la enfermedad, los niños presencian cómo su profesor les enseña a lanzar la jabalina y lo hace excelente. Los deja asombrados: "Nos parecía invencible", y luego el punto final. El último de Roth.

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