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Magdalena Max-Neef

Mamá en 3 tiempos

martes, 08 de mayo de 2018

Por Claudia Guzmán V. Fotos Felipe Vargas Figueroa.
Reportaje
El Mercurio

Fue mamá soltera a los 19 años, y enviudó. Tuvo dos hijas más al borde de los cuarenta, y se casó. Hoy cría también a dos de sus nietas. "Me cargan todos estos estereotipos que se construyen en torno a la maternidad. No todas la tenemos que vivir igual", dice la actriz y locutora radial.



Estaba sola. Al padre de su hijo lo había dejado de ver en el quinto mes de embarazo, en su familia había despertado desde preocupación hasta desmayos, y en sus compañeros de universidad, juicios que iban desde su irresponsabilidad por embarazarse hasta por su decisión de no abortar:

-Yo viví una pasión irrefrenable, un amor por el que me la jugué más de lo que debería, quizás. Él era un ser maravilloso, encantador, inteligentísimo, pero muy complejo. Decidió dejarme a mitad del embarazo y regresar con la que había sido su mujer. Y yo tampoco ayudé a que se acercara más. Todavía me acuerdo que le dije "Sabís que más, o tú cortas este cordón umbilical con tu mujer o esta cuestión se terminó". ¡Y se fue poh! Me la lloré toda, esa tarde completa. Me acuerdo patente de la reja verde, verlo caminar por el pasaje, acá mismo, en Bello Horizonte. Qué manera de llorar, lloraba, lloraba y lloraba.

Magdalena Max-Neef, actriz y locutora radial, con una reconocida carrera como comediante, está sentada en un café de calle Colón casi esquina Manquehue, y dirige una mirada nostálgica -llena de ternura- hacia el exterior. Estos barrios donde hoy pasa a dejar cada mañana al colegio San Juan Evagelista a sus hijas Elisa, de 17 años, y Sofía, de 15; además de sus nietas Sara, de 13, y Micaela, de 11; son los mismos que recorrió en su juventud.

Era el políticamente efervescente año 1981 cuando, con 19 años, la menor de las tres hermanas Max-Neef de Amesti trataba de cumplir como estudiante de segundo año de Teatro en el Campus Oriente de la UC, mientras esperaba a Matías, hoy de 36 años.

-El 17 de diciembre di mi último examen del año y dos días después partí al hospital -recuerda-. Sentía dolor, pero no demasiado. Entonces no viví nada de eso de agarrarse al catre, sufrir, gritar, transpirar. Y viene una enfermera que me muestra a esta guagua, que era bien amarillo, bien parecido a mi papá, y yo lo miro con curiosidad. Lo miro, lo miro, lo miro... y de repente la enfermera, con rabia, me dice "pero dele un beso por lo menos, señora".

Magdalena vuelve a sentir la rabia de ese momento, y se rebela:

-Me pareció tan violento. Qué me tenía que andar diciendo ella lo que tenía que hacer yo con mi guagua, cómo tenía que vivir el proceso. Claro, a uno le cuentan que nace la guagua, que es un momento sublime, que muchas mamás lloran y se emocionan porque es el momento más maravilloso de la vida, pero para mí fue un momento sorprendente. Lo quería mirar, quería conocerlo. Y, claro, después ya me empecé a enamorar. Por eso me cargan todos estos estereotipos que se construyen en torno a la maternidad. No todas la tenemos que vivir igual.

Magdalena ha construido una carrera en la actuación que le ha valido fama televisiva, en los años 80 en la serie "Los Venegas", y en las tablas al alero del Teatro Aparte, grupo de ex alumnos de la UC responsable de éxitos como "¿Quién me escondió los zapatos negros?" y "Yo, tú y ellos". En sus creaciones, el colectivo ha dado cuenta, siempre desde el humor, de los procesos traumáticos que vivió su generación, una que hoy se acerca a los 60 años de edad. Magdalena elabora su historia de maternidad con el mismo recurso, revelando sus profundos dolores a través del humor. Definirla como comediante también sería estereotipar.

-Para mí no era importante formar una familia tradicional, de mamá, papá e hijo, solamente me interesaba si había una relación de pareja. Y como yo tenía una rabia parida con él, quería venganza. Y lo logré. Después de tener al Matías, pensé: 'espérate no más. Me voy a poner regia y vas volver de rodillas'. Hice todas esas cosas que hacemos las separadas: me corté el pelo, fui al gimnasio. Y a los años volvió. Si la rabia bien administrada es un súper buen motor -dice, y se larga reír.

Luego, baja el tono y agrega con seriedad:

-La nuestra nunca fue una relación fácil, fue una relación dolorosa -dice de los años con su ex pareja, el líder universitario Antonio Bousquet-. Él era una persona muy bonita, llena de ideales. Por ejemplo, estuvo en una huelga de hambre muy larga en el Campus Oriente. Yo me acuerdo de Gastón Soublette llevándole papelitos míos porque los huelguistas estaban presos, y después fueron llevados al hospital, porque, además, le vino una cuestión al corazón. Íbamos y veníamos, y todo terminó pésimo. Él se suicidó cuando Matías tenía 10 años.

Magdalena se lleva la mano a la garganta cuando recuerda el grito que pegó su hijo cuando ella le contó de la muerte de su papá. Dice que estaban en medio de una de sus separaciones, que justo unas semanas antes ella partió de gira por 10 días con "¿Quién me escondió los zapatos negros?", y que dejó al niño a cargo de él. Al regresar vino su cumpleaños y él le regaló un libro que todavía guarda, pero del que, en esta conversación, no recuerda ni el título ni el autor. Solo registra en su memoria la dedicatoria que le escribió: "Ojalá que nos volvamos a encontrar antes de que todo nos separe".

-Yo no fui capaz de contarle a Matías que su papá se había suicidado. Lo hice unos meses después. Y lo hice porque no quería que se enterara por nadie más. Mi marido hoy (el también actor Juan Bennett) es bien esotérico, y me ha dicho que los silencios en las familias se tienden a repetir. Hacen daño. Por eso yo creo que las cosas se tienen que contar.

Con la verdad y el humor, Magdalena dice que pudo sanar. Fue sostenida por su familia y su grupo de amigos que conserva hasta hoy:

-Ellos fueron como la guardia de Buckingham conmigo. Me acuerdo que en el cementerio estábamos sentados en unas tumbas, con Rodrigo (Bastidas) y Gabriel (Prieto) a cada lado mío. Cuando vemos pasar un cortejo donde venía una mujer alta, delgada, entera de negro, con sombrero de ala ancha caminando detrás del ataúd. Yo estaba toda 'pilila', había dormido donde mis papás, no tenía ni ropa para cambiarme. Entonces, Rodrigo mira a esta mujer, me mira a mí, y dice: '¡esa sí que es viuda!' -se larga a reír-. La Nena (Elena Muñoz) se había ido recién a una beca a Estados Unidos y yo creo que se gastó toda la plata de la beca en llamados telefónicos para consolarme. Y días después del funeral teníamos una gira a Manizales, y el Memo Murúa (productor) se las arregló para que Matías pudiera viajar conmigo. Allá cuando los chiquillos veían que yo me empezaba a poner triste agarraban a Matías y lo llevaban a jugar, y la Pepi (Josefina Velasco) me abrazaba y empezaba a llorar y me pedía perdón por llorar más que yo: 'Discúlpame, discúlpame, yo te debiera estar consolando a ti' -cita, volviendo a reír.

Mirarse en los ojos de otro

Hace 20 años, Magdalena Max-Neef decidió construir su casa en la comunidad ecológica de Peñalolén. Quiso que fuera un lugar con espacios comunes grandes, para que pudieran caber ahí todos sus amigos y sus familias, para que cuando llegara el invierno y ella celebrara su cumpleaños, en agosto, la pudieran acompañar.

-Tuve otras parejas, otros pololos, pero nada que me hiciera sentido como para volver a ser mamá. Me acuerdo que por años yo me pegaba el pique desde el teatro en Bellavista a esta casa, antes no había ni pavimento, era un camino de mierda, pero yo era tan feliz, sentía tanta alegría de llegar a mi casa sola, con mi hijo y mi nana que me lo crió desde que tenía dos meses, y que siempre fue un pilar para mí. Llegaba, subía a mi pieza, salía al balconcito y pensaba 'no hay nada mejor'.

-¿Había decidido no volver a formar una relación estable, no tener más hijos?

-A mí nunca me ha pasado esa sensación, que yo cacho que a algunas mujeres les pasa: la necesidad de tener una pareja en abstracto. Para nada. Me parecía tan liberador esta cosa de que nadie te hueveara, que nadie me preguntara, me cuestionara. Lo disfruté profundamente y creo que ese es el mejor estado para poder emparejarse sanamente, otra vez.

Magdalena Max-Neef ubicaba al actor Juan Bennett del medio teatral. Pero mientras ella era parte de un grupo que se dedicaba al llamado 'teatro comercial', él integraba un colectivo más alternativo. Se acercaron en medio de las visitas a un compañero que sufría cáncer (Daniel Alcaíno), porque Juan le praticaba reiki.

-Me invitó a comer y la verdad es que no nos separamos más. Yo le dije "vámonos lento, porque me he mandado muchos condoros", y a los tres meses estábamos viviendo juntos y a los 6 me embaracé -sonríe ante el ritmo de su "lentitud"-. Olvídate la fiesta que se armó con mis amigos cuando supieron. Yo ya tenía 38 años. Hubiera querido tener más hijos antes, pero nunca se dio una relación que me hiciera sentir tan bien. Lo que más me gustaba de Juan es que era un complemento, no era una molestia. Era pura ganancia. Y con Juan también sentí algo que nunca había sentido: que yo no era tan mala pareja después de todo. Porque a uno le pasa que obviamente uno se ve en los ojos del otro. Y hay personas que te sacan lo mejor, y otras que te sacan lo peor. Antes, yo necesitaba que un otro me dijera que era inteligente, para sentirme inteligente. Que otro me dijera que era mina, para sentirme mina. Y cuando conocí a Juan ya no era así. Yo había crecido también.

19 años después de haber entrado al pabellón para a dar a luz a Matías, a sus 19 años de edad, Magdalena Max Neef fue mamá de Elisa:

-Fue un parto distinto, además fue un embarazo muy acompañado. Entré con Juan y con mi hijo; imagínate, él que había sido hijo único por 19 años, tenía que participar del evento obviamente. Juan lloraba a moco tendido. Y yo, la verdad, estaba como con las endorfinas rebalsadas. Esa noche no pude dormir de la felicidad. La miraba, la miraba, la miraba... Era tan linda, tan plácida. Estaba en trance, sentía una cosa muy rica.

Después de ser mamá por segunda vez, Magdalena se quiso casar.

-Yo ya había sido mamá antes, ya había formado pareja antes, entonces quería hacer una diferencia con Juan. Y, además, por frívolo que suene, me matan los regalos. Decía: 'Es verdad que no he tenido una vida muy tradicional, ¿pero por qué me voy a perder esta oportunidad?' -ríe-. No te imaginas la felicidad de ver llegar el camión de Falabella con cuatro cajas para mí. Piensa que yo soy de la época en que mis amigas y primas se casaban y los regalos se exponían.

Después, el plan de la familia Bennett Max-Neef era claro: hacer crecer el clan.

-Matías creció como un hijo único y yo no quería que la Elisa pasara por lo mismo también. Entonces, nos pusimos en campaña para tener a la Sofía -recuerda-. Quedé embarazada y pensaba 'cómo lo irá a hacer esta guagua para competir con la Elisa', que a esas alturas era la luz de nuestras vidas. Y como yo tengo trauma de esas familias donde hay varias hijas y una es la linda preciosa y la otra sale más feíta y sin gracia, tenía nervios de que fuera a pasar algo así. Afortunadamente la Sofía supo ganarse bien su espacio. No te voy a mentir diciendo que las quise a las dos igual altiro. Eso no es así. Y sé que hay mamás que se angustian por esto, pero la verdad es que uno puede querer a los hijos con la misma intensidad, pero siempre es de forma diferente, porque ellos son diferentes. A mí el amor se me emparejó como a los 9 meses.

-¿Qué lugar ocupaba usted en su familia, de tres hermanas?

-Tenía mucha diferencia de edad con ellas. Dieciséis años con la mayor y siete con la otra. Y no era la más linda. Mi hermana del medio era lejos la preciosa. Bueno, ella murió hace un par de años. Era talentosa, bella, pero no se cuidó, se dejó estar... De verdad uno cree que puede ayudar a las personas, hacerlos cambiar, pero a veces ellos no dejan; no se puede nomás -dice, apretando la voz.

Luego, retoma con humor.

- Yo tuve mis momentos buenos, pero también tuve mis momentos pésimos. Mira, cuando tuve 13 años me acuerdo de haberme mirado al espejo: yo era gordita, usaba lentes gruesos y tenía frenillos. Me dije: 'Vas a tener que ser muy simpática y muy inteligente, porque por el otro lado no va la cosa'.

La abuelidad como maternidad

A partir del momento en que Magdalena Max-Neef dio por constituido su nuevo núcleo familiar, con Elisa y Sofía, separadas entre ellas por dos años de edad, los acontecimientos se empezaron a precipitar. Su hijo Matías formó su propia familia y llegó a su vida Sara, su nieta mayor, que tiene solo dos años de diferencia con su hija menor. Dos años después llegó Micaela, su nieta que hoy tiene 11 años. Las cuatro están a su cargo hoy.

-Pasó que mi hijo se separó y con Juan le dijimos a la mamá de las niñitas que se viniera a vivir al sitio, y les construimos una casita. Después por motivos laborales de ella, las niñitas se empezaron a quedar con nosotros en la casa. Y al final, ya desde hace dos años, somos los seis.

-¿Cómo es la cotidianeidad con cuatro adolescentes?

-Súper cansador -bromea-. O quizás no. Yo soy muy de cama, me encanta estar en mi cama y que lleguen las cuatro ahí. Se instalan. Se ríen. Todas tienen sentido del humor. Y me encanta esa sensación de que cuando yo no esté, ellas van a tenerse las unas a las otras como red de apoyo. Además, porque tienen muy poca diferencia de edad. Yo no tuve esa experiencia para nada. En cambio acá viven juntas las cuatro, comparten la ropa, se quitan los sostenes, se hacenbullyingporque una pololea, se apoyan porque la otra tiene crisis. Y uno tiene que estar ahí, atenta con el radar. Les digo: no dejes que nadie te trate mal, no dejes que nadie te revise el teléfono o te diga qué ropa usar. Otra cosa que les digo: mientras más tarde y menos consuman, lo que sea, mejor. Y lo más importante: no se quejen tanto, y aprendan a agradecer lo que tienen. Es verdad que es harta pega, pero yo me entretengo mucho.

Sobre los costos de criar a una camada tan extendida, con la inestabilidad económica con que dos actores están acostumbrados a lidiar, comenta:

-El año pasado fue un año en que pasó todo. Se nos cayeron todos los proyectos que teníamos. Era de no creer. Línea de crédito copada, tarjeta de crédito copada. Llegó un momento en que yo decía si la frustración fuera un músculo, yo sería físicoculturista -vuelve a bromear-. Cuatro niñitas es un gasto grande. Son mucho más complicadas, porque están el dentista, el ortodoncista, las clases particulares, el psicólogo, el uniforme, los cuadernos, los libros, la clase extraprogramática, la clase de danza... Un Censo. Donde sí ahorro es en ropa y modelos de teléfono, ahí usan marca chancho nomás, porque a nadie le viene mal un poco de sobriedad.

-¿Y en la vida de pareja?

-Bueno, el pobre Juan, que se crió en una familia de nueve hermanos hombres, la sufre a veces. La otra vez me dijo: 'yo tenía una señora, y ahora tengo una abuela'. Y es verdad, para mi la abuelidad es como otra maternidad. Como que uno no alcanza a satisfacer al otro, porque está absorta en la crianza. El año pasado me dijo en enero: 'En octubre nos vamos a ir de viaje tú y yo. Me da lo mismo si tienes obra, trabajo, lo que sea. Te las arreglas no más'. Y compró los pasajes para irnos dos semanas a Estados Unidos, y lo pasamos increíble la verdad. Fue la luna de miel que nunca llegamos a tener.

Pese a su crianza entre puros hermanos, cuenta Magdalena, su marido da grandes muestras de sensibilidad:

-A veces diría que es el que más lo disfruta. De partida, le encanta ser él el que cocina. O sea, yo soy pésima, soy la opción número siete para cocinar. Él y las niñitas lo hacen mil veces mejor. A veces, Juan entra al baño, pilla a la Sara alisándose el pelo, a la Micaela echándose no sé que cosa en los ojos, y les dice. 'Pero niñitas, si van al colegio. Al co-le-gio' -se ríe-. Juan es lo más buen tata que hay, adora a todas las niñitas. Y ahora que mi hijo formó otra familia, y tiene una guagua de 9 meses, la Rocío, Juan está loco porque deje de tomar pecho para que pueda quedarse a dormir acá. Si ya está buscando silla para el auto. Es un tremendo compañero, la verdad.

Y aunque su marido en realidad no es el abuelo "biológico" de ninguna de sus nietas, Magdalena cuenta que todas lo consideran como 'El Tata', sin necesidad de agregar ninguna otra definición:

-Una vez les dije a mis nietas: 'En nuestra familia los vínculos de sangre son una anécdota. El papá de su mamá puede ser su abuelo biológico, pero el Tata (Juan) es el Tata'. Y ellas lo sienten así, de corazón. Y no tienen una gota de sangre compartida. Así se construyen las familias. Y de muchas otras maneras. Pero lo clave es el amor.

Y como si su tribu no fuera lo suficientemente extendida ya, Magdalena cuenta que tiene aún más 'nietastras' que llegan a su casa con total familiaridad: son las nietas de sus amigas Elena Muñoz y Josefina Velasco: "La Jacinta, por ejemplo, me dice a mí 'guela' y a la Pepi, Pepi no más. Y le dice Tata a Juan".

-Yo no soy una persona exitosa en el sentido material -reflexiona-. Pero soy lo más exitosa que hay en mis vínculos, en mis afectos y en mis redes. Encuentro que eso lo he hecho la raja, y en las otras cosas más o menos nomás. Pero bien, al final. No soy ni el rey Midas, ni soy la mejor actriz de Chile. No gano muchas lucas ni me he ganado nunca un premio. Soy mejor que varias y peor que muchas. Pero creo que mi gran triunfo ha sido este: haber construido una familia así. *

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