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El arte de escuchar

martes, 24 de abril de 2018

Por Paula serrano, psicóloga
La mujer y su mundo
El Mercurio




Vivimos entre tanto ruido que para escucharnos tenemos que detenernos y no lo hacemos. El alma y el corazón hablan solos y tenemos un cuerpo que va guardando la información hasta que un día grita para que lo escuchen y, generalmente, lo hace enfermándose.

Otra manera que tenemos de escucharnos es hablando. Al estar con otro, sobre todo con los que tenemos alguna intimidad, brotan las palabras y hasta nos sorprende enterarnos de cosas que decimos y no sabíamos que pensabamos y sentíamos. Las palabras le dan cuerpo al sentir y nos informan.

El efecto negativo de todos estos silencios mal nacidos es que hace difícil escuchar. Es sorprendente la cantidad de palabras que recibimos aun sin querer que así sea, solo para darle cuerpo a lo que otro siente.

Por eso escuchar se ha vuelto escaso. Conversar es muchas veces recibir la necesidad del otro de comunicarse, más que un mensaje que está enviado a quien escucha, en particular y explícitamente.

Hablar no sirve cuando no es en una comunicación personalizada y verdadera. Como si el interlocutor supiera sin saber que lo que escucha no está dirigido a él.

Vamos perdiendo la capacidad de escuchar por esta doble razón: porque no nos escuchamos y porque no es relevante escuchar a otro si no es en un diálogo verdadero.

La soledad se hace más grande porque a veces sentimos que nadie nos conoce. Dialogar no es hablar y que el otro me conteste hablando de sí mismo. Primero hay que profundizar en lo que otro dice, preguntar, indagar, conocer. Y, si corresponde, compartir la experiencia propia que se relaciona con la conversación que el otro me ha propuesto.

No se trata de ponerse denso ni de profundizar innecesariamente. Se trata de escuchar y eso requiere interesarse de verdad por el otro.

La belleza de saber escuchar no es un acto de buena educación ni una obligación de moral humana. Es una manera de no estar solos. La vida de los otros se asemeja siempre de alguna manera a la propia. Y entonces, no solo acompañamos, también aprendemos y abrimos espacios de intimidad futura. Pongamos de moda el silencio y estaremos menos solos que repletando la vida de palabras inútiles. Y si hablamos, hablemos y escuchemos. Solo así podemos decir y sentir que hay comunicación. ¦

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