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Efectos de la crisis política y económica:

El corredor humanitario informal que opera entre Chile y Venezuela para enviar ayuda

domingo, 22 de abril de 2018

GASPAR RAMÍREZ
Internacional
El Mercurio

La comunidad venezolana en el país se las arregla para mandar dinero, medicamentos, comida y más para asistir a sus familiares.



Raymar Humbría se vino a Chile hace seis meses porque en Venezuela faltaba de todo, en especial comida. En Coro, su ciudad, Raymar dejó a su mamá, su papá, dos hermanos y dos sobrinas; y desde acá, la joven de 25 años envía lo que puede para ayudar a los de allá: vitaminas y remedios para la hipertensión de su mamá, dinero para su familia, medicamentos para un hospital.

Venezuela en crisis -dicen Raymar y la oposición, y parte de la comunidad internacional- necesita la ayuda que gobiernos amigos, y los 3 millones 200 mil venezolanos repartidos por el mundo, quieran enviar a través de un corredor humanitario. Una posibilidad que estuvo sobre la mesa de negociaciones fracasadas en República Dominicana, y que el gobierno de Nicolás Maduro se niega a permitir, porque, según él, no es necesario. Un corredor humanitario que los venezolanos en Chile abren a diario, en paralelo, en las sombras, para ayudar con dinero, remedios, comida, juguetes, ropa, champú y mucho más a quienes quedaron atrás. Como la familia de Raymar.

"Aquí, en esta puntica", dice Raymar y muestra el extremo occidental del mapa de Venezuela que tiene tatuado en la muñeca de su brazo derecho. En esa "puntica", justo frente a la isla de Aruba, se encuentra el estado de Falcón y la ciudad de Coro, que la licenciada en Políticas Públicas cambió por Santiago. En un salón en un edificio a medio camino entre Plaza de Armas y el Parque Forestal, Raymar cuenta que viajó con su hermano de 24 años, que trabajaron para juntar plata y traer a su hermana de 18, que con 13 mil pesos va a La Vega y compra pollo y frutas y verduras, y que eso la hace feliz. Y que quiere ayudar.

"Lo importante, chamo , es que cada venezolano hace lo que puede. Con una caja de medicamentos que envíe puedo ayudar a 20 venezolanos. Pero hay miles y miles que no tendrán el tratamiento que necesitan. En primer lugar, hay que abrir el canal humanitario", dice Raymar y cuenta que una amiga visitadora médica le dio dos kilos de vitaminas y remedios que espera enviar al Hospital Alfredo Van Grieken, de Coro, apenas junte la plata.

En los cinco años de Maduro como Presidente la salida de venezolanos se volvió un éxodo, la inflación llegará este año al 13.000% y el PIB caerá 15% -según el FMI-, y la inseguridad, el desánimo y la escasez de comida, remedios, dólares y de todo se volvió crónica. Y los canales de ayuda se cierran.

Hasta hace un mes, Raymar enviaba medicinas a Coro vía Aruba, a cuatro horas en lancha del continente. Pero el 7 de enero pasado Maduro cerró la frontera marítima y aérea con esa isla y con Curazao y Bonaire -la reabrió la semana pasada-. Raymar gasta más enviando dinero para que su familia coma en Venezuela que ella con sus hermanos para comer en Chile. Y para eso, para los envíos, confía en los emprendimientos de sus compatriotas.

Remesadoras

En el tercer piso de un edificio del Paseo Ahumada hay tres empresas que mandan bolívares a Venezuela. Una de ellas es Cambios al día. Con dos años de funcionamiento, es una de las remesadoras más conocidas y usadas por la comunidad venezolana, y opera así: la persona que contrata el servicio hace una transferencia o depósito bancario, o lleva el efectivo hasta la oficina en el centro; entre 24 y 48 horas después, la persona correspondiente recibe el depósito en bolívares en Venezuela. A quien envía le piden el RUT o pasaporte, correo electrónico, teléfono y dirección.

Entre los últimos días del mes y los cinco primeros del siguiente, Cambios al día hace unas 500 transacciones diarias, y el resto entre 150 y 200, con montos promedio de entre 20 mil y 25 mil pesos, aunque a veces hay depósitos de más de un millón de pesos, que a la tasa que usó la empresa este viernes equivale a 1.000 millones de bolívares (16.800 bolívares al cambio oficial), dice Fraimy Díaz, administradora de la empresa.

Díaz llegó en septiembre de 2016 desde Caracas con su hija y su marido, y cuenta que desde hace seis meses, por el éxito y por imitación, comenzó un boom de remesadoras. Y también las estafas: personas sin oficina, que no dan boleta, ofrecen tasas difíciles de igualar o hacen transacciones en el metro.

Por eso, dice Fraimy, ellos apuestan a generar confianza. Lo mismo que OP Service Cargo, un servicio de encomiendas puerta a puerta que dos venezolanos crearon hace un año y dos meses. "Las ideas, generalmente, nacen para satisfacer una necesidad", dice Juan Olmos, uno de los dueños. "En este caso, la idea surge de satisfacer las necesidades de 180 mil venezolanos que hay en Santiago y que tienen la demanda de ayudar a sus familiares en Venezuela", dice Juan, caraqueño que llegó hace dos años y medio al país.

"Por la situación tan crítica que hay allá", OP Service Cargo no pide receta ni tiene límites de envío de medicamentos -otras empresas mandan hasta cuatro cajas-, que representan el 80% de la carga que sale para Venezuela. El resto se reparte entre comida, ropa, insumos personales, juguetes y hasta repuestos no muy pesados para autos: el kilo de envío cuesta 23 mil pesos.

La persona que contrata el servicio lleva la carga a la oficina en un edificio en Ahumada, o lo manda por correo -"ahora hay venezolanos en todo Chile"-, lleva la boleta para reembolsar en caso de extravío -"en Venezuela hoy cualquier cosa puede pasar"- y se revisa que la mercancía sea lícita. Juan y su socio tienen contactos en la aduana venezolana -"que es complicado"- y "el aparataje y la logística en Venezuela para que el envío llegue a su destino". El trabajo serio, el boca a boca, dice Juan, los han ayudado: "Tenemos buena reputación y eso nos ha ayudado a convertirnos en empresa líder en el mercado".

Una suerte que no tuvo Janet Naveda.

A escala

Durante los cuatro fines de semana de agosto de 2016, Janet Naveda y un grupo de amigos venezolanos hicieron colectas en una iglesia evangélica en el centro, en una parroquia en Lo Barnechea, en Huechuraba y en Quillota. Pedían medicamentos para la diabetes, para la hipertensión, antiparasitarios, leche para niños con problemas de nutrición y dinero para enviar lo reunido a Venezuela.

Janet y sus amigos coordinaron envíos para dos agrupaciones en Venezuela: Funsaluz -que opera en Puerto La Cruz, Maracaibo, Maracay y Caracas-, y Funsamar, que ayuda en Maracaibo, desde donde la ingeniera llegó junto a su hija y marido en 2011.

A fines de agosto, Janet y sus amigos llevaron las seis cajas que recolectaron hasta las oficinas de la empresa de envíos Del Valle Courier. Ahí fueron reempaquetadas en cuatro cajas, enviadas y 10 días después debían ser entregadas en un domicilio particular en Caracas. Les cobraron 918 mil pesos por 72 kilos de carga.

Janet dice que Del Valle Courier "se desentendió" del cargamento en Venezuela, las medicinas fueron confiscadas y Funsamar solo recibió 52 tarros de fórmula Nan y Pediasure. "Perdimos 4 mil dólares en medicinas y los 918 mil pesos del envío, la empresa no se hizo cargo. No entiendo cómo, son venezolanos que perjudicaron a venezolanos", dice Janet.

Simón Vargas, dueño de Del Valle Courier, responde que su empresa trabaja hace tres años en Chile, hace siete en Venezuela, que son líderes en el rubro, que en redes sociales tienen solo comentarios positivos, que el cargamento de medicinas de Janet fue decomisado por el gobierno y que ante eso nadie puede hacer algo. Vargas asegura que sí hicieron seguimiento y que pudieron recuperar la leche para niños.

El problema con ese envío molestó y desalentó a Janet y sus amigos. Algo parecido le pasó a Enairo Urdaneta.

Enairo salió de Venezuela hace 25 años y hace 9 llegó a Chile. Vivía en Nueva York cuando conoció a un chileno que trabajaba en Falabella, vio una oportunidad acá y la tomó. Sentado en un salón del edificio corporativo del banco para el que trabaja, el ingeniero dice que los últimos seis años, por la crisis en su país, ha estado más cercano que nunca a la comunidad venezolana.

En 2016 unió fuerzas con María Laura Lizcano, dirigenta civil de los venezolanos en Chile, y decidieron coordinar un envío de medicinas a gran escala a Venezuela. Trabajaron con la Cruz Roja, con Caritas Venezuela, recolectaron dinero, remedios, tuvieron una gran donación de una empresa farmacéutica.

El 18 de julio de 2016, sin show ni flashes , ni políticos ni prensa, enviaron desde San Antonio un contenedor con 2.374 dosis de clotrimazol, 9.680 de lanzoprazol, 7.310 de loperamida y más: casi 3 toneladas divididas en 20 pallets con medicamentos y suplementos alimentarios. Después de un retraso de 26 días en Cartagena de Indias, el cargamento llegó el 23 de agosto al puerto de La Guaira, el más cercano a Caracas.

Caritas intentó retirar el contenedor y aduana lo impidió. Varias veces. Sesenta días después, casi de casualidad, Enairo se enteró por Twitter de que el cargamento había sido decomisado. Nunca supo exactamente dónde terminó todo su trabajo.

Intentar y reintentar

En diferentes escalas, pero con las mismas intenciones, Janet y Enairo lo intentaron y chocaron con la realidad. En diferentes escalas, pero con las mismas intenciones, Janet y Enairo lo intentan otra vez.

Como un corredor humanitario hormiga, con una caja, en bolsas Ziploc, Janet mandó con amigos las 900 ampollas de antibióticos que se salvaron del envío fallido. Pidió más donaciones, a una cuenta personal que usa solo para la ayuda. En un viaje a EE.UU. mandó seis maletas con medicinas desde Miami. Sabe que quienes llegan de noche al aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, tienen más posibilidades de pasar los envíos porque a esa hora hay menos controles. Como le pasó a una amiga que llegó de día y la guardia que la revisó le pidió la mitad de los medicamentos porque su hijo los necesitaba.

O como Enairo, que casi dos años después de la pérdida de las tres toneladas quiere intentarlo de nuevo: otra vez con donaciones de farmacéuticas, otra vez con organizaciones humanitarias, otra vez con envío de contenedores, pero ahora más grande, ojalá 10 o 20 toneladas. Porque, como dice Enairo, lo que importa, al final del día, es que los venezolanos tengan respuestas.

Cinco años después de su llegada al poder, y a 36 días de unas elecciones presidenciales desconocidas por los gobiernos de EE.UU., Francia, España, por el Grupo de Lima y por la Unión Europea, Maduro dice que en Venezuela no hay crisis, y si no hay crisis, no necesitan un canal humanitario.

O como dice Raymar -una mañana en que recuerda su candidatura a concejala por Coro en 2012, su pasantía en un estudio jurídico en Aruba que le permitió ahorrar y viajar a Chile, en que lamenta que en su país "donde crece lo que se plante" no haya comida-: "Para que haya un canal humanitario debe existir un gobierno o una organización dispuesta a aportar las medicinas y la ayuda, y un gobierno en disposición de recibirlas. Lastimosamente tenemos lo primero, pero no lo segundo. El gobierno lo sabe, pero no lo reconoce para no demostrar que en Venezuela existe un problema humanitario grave".

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