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Perfil Su figura antes del marxismo y el antimarxismo:

Karl Marx: artista, periodista y socialdemócrata

domingo, 22 de abril de 2018

Juan Rodríguez M.
Aniversario
El Mercurio

A 200 años de su nacimiento, revisamos tres biografías que sitúan al autor de "El Capital" y el "Manifiesto Comunista" más allá de las divisiones políticas que definieron el siglo XX, es decir, como un hombre del siglo XIX, un ilustrado, hijo de las revoluciones francesa e industrial, que pensó y luchó en la inestable Europa de la restauración absolutista.



Entre dificultades económicas, problemas de salud, compromisos políticos, afanes enciclopedistas y una mente llena de planes, la vida intelectual de Karl Marx estuvo marcada por proyectos inacabados y atrasos en la entrega de sus textos. Pero valía la pena esperar. Le pasó por ejemplo en 1848, en Bruselas, la capital de Bélgica: tenía 30 años, era un hombre bajo, moreno, de hombros anchos, con el cabello y la barba oscuros, salvo por los primeros mechones grises que se dejaban ver. Marx daba vueltas en su departamento, se paraba y se sentaba, escribía a rachas, borroneaba, volvía a empezar. Estaba solo, pues su mujer, sus dos hijas y su hijo recién nacido, además de la sirvienta -que en realidad no podía pagar-, lo habían dejado para que trabajara tranquilo en el texto que esperaba el comité central de la Liga de los Comunistas de Londres. Sus compañeros estaban impacientes, lo que escribía Marx era la declaración política del movimiento.

En febrero de 1848, por fin, se publicó el "Manifiesto del Partido Comunista", de Marx y Friedrich Engels. Y claro que el texto -"Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo (...) ¡Proletarios de todos los países, uníos!"- compensó con creces la demora. Así lo cuenta Jonathan Sperber en "Karl Marx. Una vida decimonónica" (Galaxia Gutenberg), su biografía de 2013 sobre el filósofo y economista alemán: "Fue una suerte que Marx se tomara su tiempo, porque el resultado fue una obra maestra literaria: un texto compacto, conciso, elegante, potente y a la vez sarcástico y divertido", dice el historiador estadounidense, especialista en la historia europea del siglo XIX, particularmente en las revoluciones de esa centuria, y profesor en la Universidad de Missouri.

Sperber es uno de los más recientes biógrafos de Marx. Otro es el periodista y escritor británico Francis Wheen, cuyo "Karl Marx" (Debate) fue publicado en 1999 (en español en 2000, reeditado en 2015), biografía que complementó en 2006 con "La historia de 'El Capital' de Karl Marx" (Debate). Un tercer nombre es el de su compatriota Gareth Stedman Jones, académico de Historia de las Ideas de la Universidad de Cambridge, del que se acaba de publicar en español "Karl Marx. Ilusión y grandeza" (Taurus), y que llegará a Chile durante el segundo semestre de este año.

Las tres biografías responden al resurgimiento del interés por la vida y obra de Marx que siguió a la crisis económica de 2008, pero sobre todo, o quizás por lo mismo, rescatan a Marx como un pensador y antes un hombre del siglo XIX; es decir, lejos de los antagonismos del siglo XX que distorsionaron su figura, ya como profeta, ya como demonio.

Hijo de su tiempo

Karl Marx nació hace casi 200 años, el 5 de mayo de 1818, en Tréveris, en el sudeste de Alemania, en una familia burguesa encabezada por Heinrich Marx y Henriette Pressburg. Es imposible confirmar el dato, pero se dice que el pequeño Marx se sentaba en las piernas de su padre para que este le leyera a Voltaire, el filósofo ilustrado. De lo que no hay duda es que Heinrich era un seguidor de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa, especialmente de su concreción napoleónica, que le permitió a él, un judío-alemán, estudiar Derecho, porque primero que todo era un ciudadano.

Sin embargo, cuando nació Karl, la situación era otra: Napoleón había caído, se había restaurado el absolutismo y Tréveris volvió a manos de Prusia, lo que, entre otras cosas, obligó a Heinrich a convertirse al cristianismo para poder seguir con su carrera como abogado. Según Sperber, el mundo que recibió y en el que vivió Marx estaba cruzado por los efectos de la Revolución Industrial, "la influencia perdurable y continuada de las ideas y las formas de acción política de la Revolución Francesa de 1789; el papel fundamental que desempeñaba la religión en la interpretación del mundo; el efecto considerable, aunque complejo e intrincado, del nacionalismo, y la relevancia de la vida doméstica".

De los primeros años de vida de Marx se sabe poco, recién a partir de 1830 hay más claridad. Ese año empezó su educación secundaria en el Gymnasium de Tréveris. En el colegio se topó con docentes, incluido el director, que profesaban ideas librepensadoras. Entre la escuela y sobre todo el hogar, Marx creció "de acuerdo con las ideas de la Ilustración: un acercamiento racionalista al mundo, una religión deísta y la creencia en la igualdad y los derechos fundamentales del hombre". Ese camino se profundizó a partir de 1835, cuando entró a la Universidad de Bonn a estudiar Derecho.

Aunque asistía a clases "diligentemente", se dedicó más a la bohemia, las peleas con los estudiantes prusianos, y a debatir sobre cuestiones literarias y estéticas. Para encauzarlo, su padre lo envió a la Universidad de Berlín en 1836, el centro intelectual de Alemania, donde todavía reinaba Hegel, quien había muerto apenas cinco años antes: allí conoció conceptos como dialéctica y alienación, que, reformulados, llegarían a ser claves en el pensamiento de Marx: "Se había caído un telón, mi yo más sagrado se había hecho trizas y había que introducir nuevos dioses", le contó el joven estudiante a su padre en una carta.

Marx dejó el derecho y se doctoró en filosofía con una tesis sobre los filósofos griegos Demócrito y Epicuro, en cuyo prólogo afirmaba que la confesión de Prometeo, el antiguo héroe trágico, era la de la filosofía, a saber: "En una palabra, odio a todos y cada uno de los dioses". Pocos años después, en 1845, escribirá: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo".

Una sátira

Marx quiso iniciar una carrera académica, pero su posición política y la de su entorno lo hicieron imposible. Su padre había muerto en 1838, y debido a préstamos que le había hecho su madre, no recibió nada en el reparto de la herencia. Entonces empezó a trabajar como escritor independiente en 1842, colaborando en distintos diarios progresistas, sobre todo en la Gaceta Renana, donde entró en contacto con las ideas comunistas. Si hasta entonces había sido un erudito con una inclinación al activismo, desde entonces fue un activista con tendencia a la erudición, explica Sperber.

De ahí en adelante, Marx desarrolló un trabajo periodístico, como editor y colaborador, que suele desatenderse al lado de su labor más teórica, cuando de hecho ocupa más volúmenes en sus obras completas. Fue corresponsal de medios estadounidenses y europeos, e incluso de un diario sudafricano. En ese trabajo combinó los artículos políticos combativos con reportajes -por ejemplo, una serie muy aplaudida sobre la guerra de Crimea (1853-1856)-, en los que desplegó toda su erudición, capacidad de análisis y sarcasmo.

Ese estilo personal, de analogías maliciosas y divertidas, a la vez práctico y cínico, lo volcará luego en su mayor obra, "El Capital", sobre la que vale la pena detenerse, al menos aquí, no tanto por sus tesis ni porque Marx le haya dedicado más de 20 años de trabajo, sino por sus cualidades formales, incluso artísticas. Sí, porque según Francis Wheen, "El Capital" hay que leerlo como una obra de arte, y más precisamente como una sátira, en la línea de las de uno de los autores favoritos de Marx, Jonathan Swift. "'El Capital' no es en realidad una hipótesis científica, ni siquiera un tratado de economía, aunque los fanáticos de ambos lados persisten en seguir considerándolo así", anota Wheen. Es una sátira del capitalismo, "un melodrama victoriano, o una inmensa novela gótica cuyos héroes están esclavizados y consumidos por el monstruo que han creado".

Es una lectura arriesgada, pero en todo caso se hace cargo del amor de Marx por la literatura, especialmente por Shakespeare, Esquilo y Goethe (en prosa, su favorito era Diderot), y de las palabras del propio Marx: "Con todas sus limitaciones, lo bueno que tienen mis escritos es que son un conjunto artístico".

El fin del capitalismo

"El Capital" es parte de los últimos años de vida de Marx. Antes, en 1843, se casó con Jenny von Westphalen, con quien tuvo seis hijos. Aunque no oficialmente, en la práctica Marx era el editor de la Gaceta Renana, pero ese mismo año fue despedido ante las amenazas de las autoridades prusianas de cerrar el diario (que de todas formas fue prohibido). Los Marx emigraron a París, donde Karl siguió con sus labores editoriales, amplió sus relaciones con radicales, demócratas y republicanos, profundizó en las ideas socialistas, conoció a activistas de la clase obrera y redactó textos críticos que son la expresión de sus primeras ideas comunistas. "En estas críticas se identificaba la situación actual de Alemania (...) a la de Francia antes de la Revolución de 1789", dice Sperber. Claro que Marx, cuyos análisis sobre la lucha de clases y previsiones revolucionarias siempre tuvieron presente a la Revolución Francesa, pregonaba la necesidad de superar las revoluciones anteriores en pos de una "radical" o universal, que emancipara a los seres humanos, cuestión que iba asociada con el fin del capitalismo.

Fueron apenas 16 meses en París, pues en enero de 1845, por presiones prusianas, Marx fue expulsado de Francia. Se instaló en Bélgica, donde se inicio en el activismo revolucionario y, como ya vimos, redactó el "Manifiesto Comunista". Allí vivió las revoluciones de 1848, en las que se involucró a tal punto que, una vez derrotadas, volvió a emigrar, esta vez a Londres, donde pasó el resto de su vida, continuó con su activismo, trabajó arduamente para unir al proletariado y se hizo amigos y enemigos en las propias filas radicales, especialmente durante la creación y fortalecimiento de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) -conocida también como la Primera Internacional-, donde su máximo rival fue Bakunin.

Fue en ese tiempo cuando Marx comenzó a hablar de las crisis que generaría el capitalismo por su propia lógica expansiva. También alcanzó fama mundial durante la Comuna de París (1871), una insurrección de pocos meses en la capital de Francia que instaló un gobierno popular, detrás del cual muchos vieron a la AIT y en especial a Marx. No era así, pero de todos modos el filósofo apoyó el movimiento, aunque tenía claro que no era la revolución comunista.

En el "Manifiesto Comunista" Marx elogia la fuerza revolucionaria de la burguesía y el capitalismo, "ha llevado a cabo -dice- obras maravillosas totalmente diferentes a las pirámides egipcias, los acueductos romanos y las catedrales góticas, ha realizado campañas completamente distintas de las migraciones de pueblos y de las cruzadas". De ahí que Francis Wheen se pregunte cómo es posible que Marx creyera en el colapso de esta "fuerza imponente" tras apenas un par de siglos. "Quizás en realidad no lo creía", responde Wheen.

Gareth Stedman Jones abona esa lectura. En su libro, según cuenta a través de un correo electrónico, argumenta que hacia el final de su vida Marx era más cercano a la socialdemocracia del siglo XX europeo que al comunismo clásico: "1848 fue un fracaso; la idea de un partido revolucionario se había desintegrado a fines de la década de 1850. En 1867, en Hannover, Marx dijo en una reunión de trabajadores que los partidos podían ir o venir; lo que importaba mucho más eran los sindicatos, ya que estaban en contacto diario con sus vidas", explica. "Mi propia interpretación es que en la década de 1860 ya no consideraba la revolución como un evento, sino más bien como un proceso que consistía en un conjunto de eventos políticos, intelectuales y económicos a lo largo de un período prolongado de tiempo, un paralelo a la transición del feudalismo al capitalismo descrita en el primer volumen de 'El Capital'".

En vida de Marx solo se publicó ese volumen, el segundo y tercero los publicó Engels, recopilando y editando los apuntes de su amigo. Según Stedman, a partir de ahí, pero especialmente antes de 1914, con la socialdemocracia alemana, y luego de 1917, con la URSS, el marxismo se separó cada vez más de Marx y comenzó la construcción del mito.

Lejos de toda leyenda, la vida privada de Marx fue convencional: "Era patriarcal, puritano burgués, trabajador e independiente (o lo intentaba); culto, respetable y alemán, con una clara pátina de origen judío", cuenta Sperber. Lo menos convencional, tal vez, fue el "indiscutible afecto" por sus hijos y nietos, sus hábitos de trabajo nocturnos, cuando no bohemios, "su respaldo del libre pensamiento, incluso para las mujeres de su entorno, y las fuertes emociones que expresaba tanto con sus amigos como con sus enemigos".

La vida familiar de Marx, especialmente en Londres, siempre estuvo cruzada por problemas de salud y apuros económicos; aunque nunca renunció a un estilo de vida burgués, por empobrecido que fuera. A la pobreza y la mala salud, los Marx sumaron la muerte de cuatro de sus seis hijos cuando los padres todavía vivían (un nonato, dos niños y una niña). Las dos hijas que llegaron a adultas y les sobrevivieron se suicidaron, según cuenta Wheen. Hubo un séptimo hijo, "ilegítimo", que tuvo con su criada, y al que Engels dio su apellido para salvar el matrimonio de su amigo. Ese hijo murió en 1929, a los 77 años, sin saber que su padre era Karl Marx, el hombre, ya devenido en mito, que murió el 17 de marzo de 1883, 15 meses después de su mujer, probablemente de tuberculosis.

En 1880, un periodista estadounidense le había preguntado cuál era la suprema ley de la vida: "¡Lucha!", respondió.

"Se había caído un telón, mi yo más sagrado se había hecho trizas y había que introducir nuevos dioses", le escribió Marx a su padre, luego de conocer la obra de Hegel.

"('El Capital' es) un melodrama victoriano, o una inmensa novela gótica cuyos héroes están esclavizados y consumidos por el monstruo que han creado", afirma Francis Wheen.

"En 1867, en Hannover, Marx dijo en una reunión de trabajadores que los partidos podían ir o venir; lo que importaba mucho más eran los sindicatos, ya que estaban en contacto diario con sus vidas", dice Gareth Stedman Jones.

"(Marx se educó) de acuerdo con las ideas de la Ilustración: un acercamiento racionalista al mundo, una religión deísta y la creencia en la igualdad y los derechos fundamentales del hombre", escribe Jonathan Sperber.


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